Prólogo
<<Los seres humanos son...>
—Irracionales —respondió con seguridad un astro hecho a partir del polvo de cometas que viajaron por la vía láctea dejando trozos de sí mismos a lo largo de su recorrido, dándole vida a aquel ser que aparentaba una forma humanoide por simple comodidad. Su corto cabello estelar hecho del calor de cientos de diminutas estrellas se movió fervientemente ante la ira provocada por la mención de aquella raza despreciada.
<<¿Sólo irracionales?>>
—Indecisos también —añadió una estrella fugaz que cruzaba por el camino de ambos y que no pudo evitar oír por encima la conversación que estaban teniendo—. Son muy cambiantes, no pueden mantener sus objetivos a lo largo de los años, al igual que su razón de vivir.
<<¿Indecisos y nada más?>>
—Y, sobre todo, soberbios por creer que el universo gira en torno a ellos —añadió a la definición el astro que fue mencionado al comienzo—. Cuando, en realidad, el universo sigue su curso sin importar lo que estén haciendo o pensando.
<<¿Qué es ser soberbio?>>
—¡Haces muchas preguntas! —El astro se llevó las manos al rostro con exasperación, observando irritadamente a su compañera estelar creada a base de polvo de estrellas y luz solar—. Mira, busca a ese tal niño aventurero que una vez estuvo en la Tierra. Seguro te dará las respuestas que deseas escuchar. Sólo te aviso que, hagas lo que hagas, no vayas a la Tierra, los seres humanos pueden ser tan crueles como las lluvias de diamantes en Neptuno.
Pero ella no creyó en ninguna de sus palabras supersticiosas, porque sólo repetía los rumores que los demás esparcían. Así que, llena de determinación, se despidió de su amigo astro mientras se encaminaba a buscar el asteroide abandonado del que provenía el aventurero del que tanto le hablaron, dejando a su paso un rastro de nuevas estrellas junto a una estela de fuego que surgía de su cabello. Dentro de su mochila viajaban sus sueños convertidos en cristales que pronto colgaría en su cabello como adornos ceremoniales una vez fuera coronada como La Reina de las Estrellas, y debido a esto era que estaba explorando el universo con la finalidad de que, para cuando llegara el día, no se lamentara por las cosas que no hizo en su juventud. Estaría a la par de la Luna y el Sol, y sabía que las constantes disputas entre ellos generaban disconformidad al universo por estar absortos con sus diferencias. Nadie se atrevía a llamarles la atención porque eran los reyes que gobernaban sobre la galaxia, así que todos los cuerpos celestes seguían con sus actividades diarias en su intento de escaparse de la tensión generada por aquella infeliz unión.
Ella no quería ser igual a ellos: siempre amargados y disputando sobre qué deberían hacer. Por ese motivo todos los astros la adoraban porque ella traería el cambio por el que siempre estuvieron esperando, y la bautizaron como "Niña Primavera", a consecuencia de haber nacido el mismo día en que la vegetación de la Tierra floreció anunciando su llegada.
Cuando divisó a lo lejos un pequeño asteroide que aguardaba una rosa bajo un domo, se detuvo abruptamente dudando de si había encontrado el asteroide correcto. Sin embargo, cuando detalló a un pequeño niño de cabello dorado junto a un zorro hecho de estelas ubicados unos cuantos metros de la rosa, y que admiraban el atardecer desde la comodidad que les proporcionaba aquella roca, sus dudas se despejaron. Con cautela se acercó a los dos amigos, procurando no irrumpir su momento de paz. Mas el niño risueño se percató de su presencia y, con una grata sonrisa, le dio la bienvenida, preguntándole por el motivo de su visita. Ella le explicó sobre su gran curiosidad por la humanidad, y él la interrumpió para que ella comprendiera lo que ella misma decía mientras el zorro sólo movía sus orejas. Ella temía que él la reprendiera como hacían sus amigos, pero todas sus inseguridades desaparecieron cuando el joven astro sacó un dibujo que con orgullo sostuvo entre sus manos y se lo extendió a ella. Era el dibujo de una caja, que no entendió muy bien pero, aún así, aceptó tenerla entre sus manos.
—Sé que tienes muchas dudas, de la misma forma en que yo también las tuve —expresó el astro de cabello rubio haciendo uso de un tono suave y lleno de melancolía—. Pero por más respuestas que te dé, sólo llegarás a conclusiones si exploras ese mundo por tu cuenta.
—Pero... ¿Me recomiendas ir? —preguntó ella, posando su vista sobre él.
—¿Debería decidir por ti? —cuestionó el más joven encogiéndose de hombros—. Lo que tienes entre tus manos fue un regalo que me dio un viejo amigo hace mucho tiempo, el único humano que fue bueno conmigo.
—Entonces, ¿todos son buenos?
—Algunos sí, otros no tanto... —Se apresuró a decir el zorro—. Eso es lo que los hace todavía más interesantes. Ninguno es igual, pero tampoco son únicos a menos de que los conozcas.
—Entonces, ¿qué son los humanos?
—Son... Complejos. Nacen con sueños que a medida que crecen terminan abandonando para satisfacer a los demás y ven lo especial sólo en lo físico —explicó como pudo aquel muchacho sin borrar su sonrisa—. Y son extraños, porque nunca saben lo que quieren.
—¿Y eso es malo?
—No realmente.
Justo apareció un cometa que iba en dirección a la Tierra y el ser risueño con alma de niño le sonrió, volviendo a agarrar entre sus manos el obsequio que le dio su amigo. "Ve con el cometa, te llevará a la Tierra sin cuestionarte" fueron las palabras del joven astro, quien la veía con expectativa. Niña Primavera sacó de su mochila un lazo forjado en los anillos de saturno y lo ató al cometa apresuradamente, mirando por unos instantes al muchacho sin todavía comprender el camino que debía recorrer para obtener las respuestas que anhelaba. Cuando sus pies se despegaron del suelo y el cometa tiró de la cuerda elevándola en vuelo, se despidió de ambos viajeros, quienes ahora descansaban en el asteroide que consideraban su hogar.
—¡Por favor, si encuentras a mi amigo el piloto dile que lo extraño! —Y ante la mirada confusa de Niña Primavera, volvió a alzar su voz—: ¡Sabrás quién es cuando lo veas!
Y con la promesa de encontrarlo grabada en su corazón, se despidieron. Miró al frente, viendo pasar a su lado todos aquellos astros y cuerpos celestes que le proporcionaban un propósito al universo. Aferrándose a la cuerda, cerró sus ojos pensando en las maravillas que encontraría. Después de todo, cuan girasol que tornaba su cara al sol, ella era la luz y la belleza que despejaba la oscuridad causada por su propio abismo de incertidumbres. Sin embargo, no seré yo quien narre esta historia. Pues entre tantos puntos de vista, lo mejor era cederle este trabajo al desolado escritor que entre tinta y fragmentos de su corazón quiso contar la historia que nadie más pudo escribir.
<<Miro la ciudad en busca del consuelo de poder hallar una estrella en el suelo>>
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