Miré con reproche a Charly mientras mi mejor amiga tenía clavada su mirada en mí, en espera de una respuesta sobre lo que el castaño había dicho. Sabía que Lizzy no dejaría de insistir con el tema hasta que yo dijera algo, por lo que, al no tener otra opción, le conté sobre ese chico de mirada insistente. Ella simplemente escuchó atentamente sin interrumpirme en ninguna ocasión, todo lo contrario de Carlos, que quería agregar algo cada cinco minutos.

—¡Eso es algo genial! —murmuró Lizzy con entusiasmo.

Hice un gesto en señal de desinterés y continué comiendo mi almuerzo; me encontraba totalmente hambrienta y no tenía razón alguna para seguir pensando en aquel desconocido, pues por obvias razones no conocía ni su nombre. Tomé un sorbo de mi agua y suspiré.

—Tal vez pueda hablar con Jazmín para preguntarle sobre él —propuso mi mejor amigo. Al notar mi mirada de frustración rascó su nuca y bajó su mirada—, creo que mejor no —susurró.

—Gracias— respondí con sarcasmo.

Lizzy acarició el dorso de la mano de Carlos y ambos se miraron en silencio. De alguna me sentía mal, pues sabía que ellos únicamente querían ayudarme, y de igual manera sabía con certeza lo que rondaba por la mente de cada uno en ese preciso instante; no se atrevían a tocar el tema, sin embargo, sé que la imagen de aquel azabache se había hecho presente. Para mi fortuna, ya no sentía nada al pensar en él o al recordar buenos momentos que compartimos.

—Hey, Lizzy —dijo el castaño mientras acomodaba sus anteojos—, ese es el admirador de Emma.

Mi mejor amiga y yo levantamos la vista al mismo tiempo. Completamente asombrada me quedé observando al castaño, hasta que este reparó en mi presencia y nuestras miradas chocaron; tragué saliva y giré mi rostro llena de vergüenza.

—Pues no está mal, tiene su encanto —habló Elizabeth después de varios minutos—, deberías de hablar con él, no pierdes nada.

—Lizzy... —susurró mi mejor amigo. Agaché la cabeza y tomé mi mochila. Sin decir nada me puse de pie, los miré y luego de unos cuantos segundos murmuré que necesitaba ir al sanitario.

Una vez que estuve un poco alejada miré mi celular. Había algunas notificaciones de mis redes sociales, las cuales ignoré y me senté en una jardinera para poder distraerme. El olor a pasto inundó mis fosas nasales y sonreí. No pensaba permanecer ahí por demasiado tiempo, pues no quería preocupar a mis amigos; guardé el móvil en uno de los bolsillos de mi pantalón y decidí regresar a la cafetería. Durante el trayecto, sin darme cuenta, choqué con alguien.

—Oh, perdón —murmuró una voz masculina. Acomodé mi flequillo y mis lentes; entonces nuestras miradas se conectaron como imanes.

—No pasa nada —susurré luego de algunos segundos. Se trataba de aquel castaño. —, fue mi culpa por ir distraída —comenté avergonzada.

Él sonrió y pasó su mano por su cabello, logrando despeinarse un poco. Sin saber qué decir o qué hacer, le respondí la sonrisa y me alejé de ahí luego de despedirme con un movimiento de mano. Mi corazón se encontraba acelerado y mi rostro estaba caliente por el sonrojo.

Su sonrisa no era de otro mundo, sin embargo, con ese pequeño gesto lograba alterar a mi corazón, y me hacía perderme en todos mis sentidos.