Capítulo 6.66.
— ¿Cómo se siente, señorita Aylin? —la voz de sus recuerdos se escuchaba... borrosa, desvanecida por los años.
No podía recordar el rostro de su niñera, habían pasado más de diez años desde la última vez que la vio, no ayudaba que en ese entonces su visión fuera mala, pero sabía que expresión estaba poniendo: preocupación.
En su familia era común que los niños tuvieran convulsiones febriles cuando tenían cuadros fuertes de fiebre. Para ellos la fiebre no era un tema trivial, era algo aterrador para niños y adultos.
— Mal...—respondió, sintiendo como los paños fríos estaban siendo cambiados. Sin embargo, el parche en uno de sus ojos impidió que pudiera ver el proceso correctamente a la vez que las férulas impedían que pudiera mover sus pies con libertad. Ella realmente fue una niña defectuosa— El abuelo... ¿Vendrá?
La expresión de lástima de la niñera ante esa pregunta inocente fue algo que aún recordaba, aun cuando no podía recordar el rostro de la persona que la puso aun podía recordar su borrosa expresión de lástima.
— Está ocupado.
Mentira.
Desvió la mirada a la ventana ante esa mentira— Siempre está ocupado...
Ella... ¿Alguna vez había visto el rostro de su abuelo?
Incluso si vivían en la misma casa, el recuerdo de su abuelo era un fantasma en sus memorias. No había nada, ni sólo un recuerdo borroso de él, todo lo que sabía de él venía de terceras personas y de las consecuencias de sus acciones.
— El abuelo no puede estar presente en cada momento, señorita Aylin. No puedes seguir siendo tan infantil.
Sabía que la respuesta sería esa, sabía que la respuesta que recibiría serían mentiras o excusas vagas. Sabía que él no vendría, pero aun así no podía parar de preguntar, incluso si era una mentira todavía quería que la consolaran.
— Quiero verlo...
La mujer sonrió, una sonrisa tensa— Si mejoras, te prometo que te llevaré a ver a tus padres.
— ¿Mis padres...?
En ese momento, pensó inocentemente que vería a sus padres, pero eso era imposible. Incluso ahora podía contar con las manos las veces que los había visto.
En esos años sus padres deberían estar en la universidad, intentando que la familia Vogel dejara de verlos con malos ojos por haberse fugado y luego volver con la cola entre las patas y un bebé enfermo. Era imposible que vinieran porque ellos no querían hacerlo, nunca quisieron.
— Pobre niña...
— El señor debería al menos venir a verla cuando está enferma.
— Ustedes...—el suspiro que escuchó ese día mientras los sirvientes de la casa ignoraban que ella los escuchaba, pensando que ella no podría hacerlo por tener problemas auditivos, era algo que seguía fresco en sus memorias. Los sirvientes nunca moderaron las palabras que decían a su alrededor— Saben que el señor odia a esa niña. Sólo la mantiene aquí porque sería malo si los demás supieran que abandonaron a un bebé.
— Aun así...
‹Yo ya lo sabía...› pensó, viendo a las personas del servicio tan tristes.
A los ojos de sus familiares ella no era muy diferente a una maldición ¿Su crimen? Nacer y seguir con vida a pesar de todo. La única razón por la que no la dejaron morir ni la abandonaron en un orfanato fue simple y pura lástima y el qué dirán, fuera de eso no había nada más...
— Señorita, despierte.
Ni siquiera había terminado de despertar cuando la niñera la sacó de la cama, de hecho ni siquiera le había quitado las férulas que usaba para dormir cuando la tomó en brazos. No lo sabía en ese entonces, pero ella definitivamente tenía prisa.
El lugar al que la trajo parecía un despacho, uno muy ordenado y con un espejo más grande que la niñera a un lado de la puerta, pero, a pesar de estar ordenado, el lugar tenía un desagradable olor a ropa sucia y a humedad que parecía impregnado en el aire. Era un olor tan desagradable que logró despertarla del todo.
— Aquí están tus padres.
No, no eran sus padres los que estaban ahí, al menos no en persona...
Lo que la niñera le mostró ese día fue un cuadro bellamente pintado a espaldas de la silla del escritorio, un cuadro que representaba a dos personas, dos jóvenes que se miraban con tanto amor que este traspasaba el cuadro. Ella tenía el cabello largo y rubio, ondulado, con una piel blanca que parecía porcelana y unos ojos de un brillante color celeste. Él tenía el cabello oscuro y un poco largo, lacio, y una piel pálida como la leche; él tenía unos ojos de un profundo azul.
— Esta es Liv Vogel, tu madre —le señaló a la mujer de la pintura— Y este es Naim Vogel, tu padre.
De inmediato dirigió su mirada al espejo, luego a la pintura y de nuevo al espejo, analizando el parecido con esos dos.
La niñera sonrió al ver sus acciones— Es la viva imagen de sus padres, señorita —comentó con ternura— Tienes el cabello de tu padre y unos deslumbrantes ojos color zafiro, pero tus rasgos se parecen más a los de tu madre.
Esa fue la primera vez que vio a sus padres. Fue sólo una pintura, pero finalmente esos fantasmas en su vida tenían un rostro, el rostro de una joven pareja que se amaba. Una pareja que parecía estar muy feliz sin ella...
— Sin duda eres una Vogel.
No lo sabía en ese entonces, pero los Vogel tenían un problema genético dominante el cual no era considerado un problema realmente por los demás, un problema que causaba que los miembros de la familia tuvieran ojos azul zafiro y piel blanca. Esto era un rasgo dominante en la familia, rasgo que ella también heredó.
Aun así, había algo que ella no había heredado de la familia de su padre...
— Debemos irnos. El señor está pronto a despertar de su siesta —le advirtió, comenzando a alejarse del despacho al cual nadie tenía permitido entrar.
Desde hace generaciones la familia Vogel sólo había dado herederos varones, al punto en el que ella era la única niña que había nacido en más de ochenta años en esa familia, una de las únicas tres mujeres conocidas que habían nacido en la familia.
— ¿Qué pasa si el abuelo nos descubre? —preguntó, mientras la niñera le quitaba las férulas y le ponía el parche en el ojo.
— Él... probablemente exploté —dijo, logrando que la niña pusiera una expresión de confusión al imaginar a alguien explotando— No, no ese "explotar" —rió, acomodándole un corto mechón de cabello— Él se va a enojar mucho porque quiere dejar todo como su esposa lo dejó.
—...—miró con duda a la niñera. La abuela era otro fantasma en su vida, uno del que nadie quería hablarle— ¿Él la extraña?
— Sí...
— ¿Ella era buena?
¿Cómo decirle a una niña que su familia la odiaba por culpa de esa mujer por la que preguntaba tan inocentemente?
— Ella era... una mujer memorable —fue todo lo que respondió— Ahora, es hora del desayuno —anunció, logrando animar a la niña y hacer que olvidara el tema. Ella aún era muy joven para saber los detalles.
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