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Capítulo 5.

—...

Samantha no pudo evitar mirar a Aylin cuando dijo eso, se veía tan tranquila a pesar de decir algo tan triste que sintió un nudo en la boca del estómago.

De pronto, muchas cosas en Aylin comenzaron a cobrar sentido. Incluso muchos padres permisivos se alarmarían si su hija se teñía el cabello con colores fantasía en periodo escolar o le regañarían por tener la ropa arrugada o le avisarían que se había puesto mal la ropa. Después de todo, sus padres ni siquiera estaban en el mismo continente y no parecían muy cercanos.

Se sentía como sí... Aylin podía hacer lo que quisiera porque nadie le diría nada sin importar lo que hiciera. ¿Qué clase de padres eran esos...?

Pero, lo más triste fue sin duda la indiferencia de Aylin ante esa situación, era como si estuviera completamente resignada a esto.

Se acomodó la mochila en su hombro, sintiéndose un poco culpable por tratarla así— Tu vida en el otro libro...—habló, logrando que Aylin la mirara— ¿Cómo era?

— Ah... No muy diferente —admitió, sin entender porque Samantha la estaba mirando así.

La autora había traído a esta chica de un libro diferente sólo porque le había gustado su forma de ser, pero no le había dado una vida más feliz a pesar de eso. ¿No se supone que cuando quieres a un personaje quieres que este sea feliz...?

— Señorita, ya llegamos —dijo el chófer, abriéndole la puerta para que bajara.

Bueno, al menos eso era verdad para los fanáticos. Para los escritores esta lógica era normalmente todo lo contrario...

— ¿Y qué es lo diferente entre tu vida aquí y el otro libro...? —se aventuró a preguntar, viendo como el chófer se alejaba para guardar el auto en la cochera.

— Bueno...—se rascó la mejilla, desviando su mirada hacia el jardín de la casa— Además de que sólo tengo dos hermanos y soy la mayor ahora, también se siente un poco extraño tener pa-.

— ¡Wouf!

Samantha tuvo la extraña visión de Aylin dando un salto en su lugar, como si se tratara de un gato asustado, cuando su perrito salió de la casa y ladró para saludarla.

— Pfff, ¿Cómo te asustas por un perro? —preguntó Samantha, viendo con burla como Aylin se había congelado al escuchar a su perro ladrar. Cabía destacar que su perro era muy pequeño y pesaba poco más de un kilo, un kilo y medio para ser exactos, y estaba segura de que una parte importante de su peso era su esponjoso pelaje blanco.

— Sólo me sorprendió...—se defendió Aylin mientras se acomodaba la mochila, sin mirar a Samantha, quien tomó a su perro en brazos, el cual estaba moviendo felizmente la cola en brazos de su dueña.

Samantha comenzó a caminar hacia la casa con Aylin siguiéndola de cerca mientras miraba los alrededores con una curiosidad casi infantil. Se notaba que Samantha estaba acostumbrada a cargar a su perro pues ni siquiera tuvo problemas en tomar sus llaves de la casa y abrir la puerta mientras lo cargaba.

— ¿Quieres algo para tomar? —preguntó Samantha, dejando a su perro en el suelo cuando entró a la sala.

— Me siento pobre...—soltó Aylin, mirando con cierta incomodidad el interior de la casa. Todo se veía tan caro que le daba cosa siquiera estar caminando por ella.

— ¿Eh? ¿Qué dijiste?

— Tus padres tienen mucho dinero, ¿Verdad? —en lugar de echarse atrás en sus palabras, Aylin decidió profundizar el tema.

— ¿No es normal? —preguntó, confundida.

—...—Aylin le dio una mirada plana— Los ricos no saben que son ricos —suspiró de manera exagerada.

— ¡¿Ah?!

¿Acaso se estaba metiendo con ella?

‹ ¿No se suponía que esta chica venía de un internado exclusivo? › se preguntó, un tanto de malas por el descaro de Aylin, quien incluso se había sentado en el sofá como si este fuera suyo— ¿Quieres algo de beber o no? —le preguntó con un tono un tanto tosco, más por cortesía que por algo más.

— Sí.

— ¿Té? ¿Café? ¿Agua? —cuestionó, dejando su mochila en uno de los sillones de la sala.

Aylin sonrió ante esa pregunta, mirándola con una actitud tan engreída que la puso de los nervios— Lo que te salga mejor.

— Té entonces.

Cuando Samantha volvió con dos tazas de té y un poco más de paciencia, encontró a Aylin jugando con su perro. Eso no sería sorprendente si Pipo no estuviera dejando que Aylin le mirara los dientes, sin mostrar algún gesto de agresividad, y tampoco sería tan sorprendente de no ser porque Pipo odiaba que los desconocidos lo tocaran.

—...—Aylin la miró con Pipo aún en sus manos, sin indicios de querer cambiar de posición o de sentir algún tipo de vergüenza por ser atrapada haciendo algo raro— Tu perro tiene mejores dientes que yo.

¿Eso era un halago...?

— ¿Gracias...? —dudó.

— Wof —ladró Pipo, sentándose en el regazo de la chica.

—...

Pipo parecía estar bien y bastante tranquilo y cómodo ante las acciones de Aylin, así que decidió dejarlo pasar esta vez...

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