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Capítulo 33.5.

Perdón por la tardanza~, la universidad no quiere que yo sea feliz (⁠。⁠•́⁠︿⁠•̀⁠。⁠)

***

— Huevos, huevos~.

Era divertido ver a María McDonald, con su corderito, cargando unas cajas de huevos, las cuales iban a vender.

—...—Aylin entonces le dio una mirada perezosa a las gallinas, quienes hicieron un "coco", esperando que les diera de su sándwich— ¿Desde cuándo ponen tantos huevos? —Les preguntó, sabiendo que no les iban a responder. María estaba cargando ocho bandejas, sola, pese a que hace unos días habían sacado más bandejas. ‹Si hiciera eso, me caería de cara›.

— Cococo...

No parecían saber tampoco, pero lo que sabía es que los pollitos ya estaban grandes y les estaban saliendo plumitas en la cola.

‹Están esponjosos›. Sonrió, viendo a uno de los pavitos presumir las plumas de la cola.

Los pollitos eran esponjosos, el detalle es que sus mamás daban miedo y no podía tocarlos.

‹La vida es tan cruel...›.

Tan cerca de la esponjosidad de un pollito, y tan lejos a la vez...

— Aylin, ¿Quieres acompañarnos? —le preguntó Patrick desde la camioneta.

Le dio una última mordida a su sándwich— Depende, ¿Tienes licencia?

— Me ofendes —le mostró su licencia, la cual estaba en la guantera del auto.

‹Cierto que en Estados Unidos puedes sacar licencia a los 16...›. Pensó vagamente, levantándose para ir a acompañarlos a vender los huevos. Ver a las gallinas era divertido, pero eran las vacaciones de invierno y estaba aburrida. ‹ ¿Cuándo son las clases...? ›. Se preguntó por un momento, notando que el corderito de María los miró con desolación desde la cerca, parecía decir "llévenme con ustedes".

— María tiene un corderito, un corderito, un corderito. María tiene un corderito y blanco es su color. Allá donde María va, su corderito va detrás.

‹Qué letra tan precisa›. Ocultó su sonrisa con su mano, escuchando a esos dos hermanos cantar "María tiene un corderito" de camino a la tienda, siendo que María, de hecho, tenía un corderito que la seguía como una cola.

Los McDonald eran una familia... curiosa, pero eran divertidos y era cómodo estar con ellos, incluso sabiendo que la madre, Irina, era una bruja, una que de alguna forma logró quitarle esa maldición que le tiró su abuela a su madre.

‹Me gusta aquí›.

No tenía que preocuparse de que Amber hiciera algo tonto, digno de una protagonista, ni preocuparse de que le fuera a pasar algo por vivir con ella. Ahora, seguramente, ella estaba pasando el rato con William, intentando hacerles sentir a los lectores que podía quedarse con él, pero era obvio que eso no iba a pasar, no cuando existía Matthew, el chico malo.

"Me enamoré del bad boy", así se llamaba el libro. Era obvio con quién se iba a quedar, y ese alguien no era Will.

— Oh, ¡Hola!

Al escuchar eso, mientras Patrick y María negociaban con el dueño de la tienda para vender los huevos, Aylin se dio la vuelta, encontrándose con la señora que veía cuando iba a la escuela.

— Hace tiempo no te veía —le sonrió la mujer mayor, de unos cincuenta o sesenta años, de piel blanca ya arrugada y el cabello con unas cuantas canas—. ¿Cómo has estado?

Sonrió— He estado mejor.

No hablaban mucho, ella y esa vecina sólo se saludaban cuando ella iba a la escuela mientras ella estaba tejiendo en el porche de su casa, pero era divertido ver que algo tan banal había hecho que esa señora la recordara.

— Oh, ¿Te estás quedando con los McDonald?, ya sabía yo que algo había pasado —suspiró la señora que, según supo ese día, se llama Úrsula—. No verte en las mañanas y ese incidente... Me alegra que estes bien.

— Gracias por su preocupación.

La gente podía ser rara, preocuparte por algo tan simple como no ver a alguien caminando por el camino de siempre.

‹Los humanos son bastante curiosos›. Mantuvo su sonrisa, disfrutando de la charla casual, ya llevaba unos días sin hablar con alguien que no fuera un peón o la familia McDonald... o los pollos y el toro.

Pero, a decir verdad, a ella también le llamaría la atención algo así, que alguien simplemente desapareciera.

— ¡Hora de irnos, Aylin! —la llamó Patrick, sacándola de su conversación con Úrsula.

— ¡Sí, ya voy! —miró a Patrick y luego volteó a ver a la señora Úrsula— Nos vemos —se despidió con una sonrisa, yendo tras ellos.

— Sí, nos vemos —le sonrió de vuelta la mujer.

Era un día bastante tranquilo, el sol quería quemarlos a todos pero el invierno no se lo permitía, las gallinas estaban siendo esponjosas y haciendo cosas de gallinas con sus pollitos y pavitos, los caballos estaban comiendo alfalfa con las vacas, el toro Ralph estaba echado junto a la puerta, tomando sol; y los peones estaban regando los cultivos y cubriéndolos para que la nieve no les matara.

Fue entonces que Irina se le acercó mientras jugaba a peinar a Ralph, quien, por cierto, estaba muy conforme con el acicalamiento.

— Veo que te has acostumbrado bien a la granja —le sonrió, dándole un poco de té caliente.

— Gracias~ —sonrió, tomando la taza, la cual miró por un momento, notando que era té verde—. No es esa cosa extraña que me dio ese día, ¿No? —bromeó, recordando el sabor horrible de esa cosa.

Esto le sacó una risa a la mujer— No, es té, sólo té —aseguró.

— Muuu...

— Sí, mi señor —se rió Aylin, escuchando la queja de Ralph porque dejó de acicalarlo.

— Te has acostumbrado bien a la granja, y nosotros también —reiteró Irina, viéndola peinar a su toro negro—. Por eso, me estaba preguntando... ¿Qué te parece quedarte?

— ¿Eh?, ¿Quedarme? —repitió, casi soltando el peine de la sorpresa.

— Sí, tenemos cuartos suficientes para todos, y creo que sería más cómodo para ti quedarte aquí con tus hermanos, ¿No?

Como se esperaba de una bruja, Irina sabía qué pensaba.

‹O, quizás, sólo estoy dejándome llevar por los cuentos...›.

Había vivido en otros mundos, otros muy diferentes, mundos con magia increíble, había estudiado la magia todo lo que pudo. Esa magia era real, pero la magia de Irina McDonald era diferente.

Y, pensando en eso, Aylin concluyó que era más seguro estar con una bruja, que no había mostrado ninguna señal de alerta, en una granja que no había lanzado ninguna alerta roja de Abismo, que con la protagonista de un libro cliché de romance, sobre todo porque dicha protagonista logró invocar a una cosa que no entendía qué era, y porque no tenía idea qué planeaba la autora.

Permanecer en una granja con sus hermanos menores hasta tener dieciocho y poder reclamar su herencia no le parecía nada mal.

— Eso suena-...

Y entonces, eso apareció.

«Alerta»

[Se han detectado intenciones de violar el flujo de la historia.]

‹ ¿Qué...? ›.

«¡Advertencia!»

[Sus acciones están prohibidas por la trama procedente.]

Simplemente, un montón de alertas saltaron frente a ella.

«¡Alerta!»

[ ¡Por sus acciones, se le ha penalizado con 30 segundos de silencio! ]

— ¡...! —y cuando intentó hablar, de su boca sólo salió un débil quejido y comenzó a toser con fuerza. ‹ ¿Qué es esto...? ›.

— ¡Aylin!

De inmediato Irina se acercó a ayudarla, pero no pudo hacer mucho hasta que ese contador comenzó a bajar.

— Ten, esto te ayudará —le dio el té caliente, pero sus cuerdas vocales sólo se negaban a emitir ningún sonido.

Fue aterrador.

No era como perder la voz porque te has enfermado, no, fue horrible, no podía emitir sonido alguno, incluso su tos no sonaba. Sólo entonces ella pudo entender porque los protagonistas no sabían nada, este mundo, este sistema, lo impedía.

Sólo fueron 30 segundos, pero fueron suficientes para aterrarla.

— ¿Qué carajos fue eso...? —preguntó con la voz ahogada cuando el contador llegó a cero.

— ¿Estás bien?

Tragó duro— No...

Esas alertas... ¿Cómo era eso de violar el flujo de la trama?

‹ ¿Cambiar la trama...? ›. Se preguntó, sin entender. No, la verdad es que lo entendía, pero no quería hacerlo.

Ella... ella ya no era un simple extra para rellenar páginas, en ese instante entendió la verdad: ahora era un personaje secundario.

‹ ¿Qué tienes planeado conmigo, autora...? ›. Se preguntó, sintiendo miedo al notarlo, pero...

¿A qué se refería con cambiar el flujo de la trama...?

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