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Estaba nevando.
Había pasado tanto tiempo ya, que incluso el invierno había llegado, cubriendo aquel verde jardín en una fría manta blanca.
Gracias al cielo, podía decir que no estaba en aquel sótano triste, sino en un mullido asiento, con vista perfecta al fuego frente suya. El rojizo de sus llamas lo embobaba, era tan hermoso.
Sintió un calor de precencia, y aunque no tan caliente como el fuego, igual de abrazador.
Dostoyevski traía té para dos, solo ellos.
"¿Como te encuentras, cariño?" Preguntó un hombre de tez pálida a la vez que daba un sorbo a su té "te veo muy concentrado"
"¿No te parece hermoso?"
"¿El qué?"
"El fuego"
"¿Debería preocuparme?" Río levemente. Tomó la mano más morena y la alzó hasta sus labios "no creo que haya nada más hermoso que tú"
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