Abrió los ojos con pesadez, sentía la mirada débil y el cuerpo entumecido, ¿Qué era esto?
Podía suponer que era de día, aunque no cuál, ni que hora, y en realidad, tampoco podía decir con certeza que era de día.
Lo último que recordaba era la cara de Fyodor, no era la primera vez que eso era lo último que veía al desmayarse, pero está vez era distinto, no era bueno, eso era obvio.
Le dolía el estomago, ¿Podría acaso haber sido un envenenamiento?

La habitación estaba oscura a más no poder. Quiso levantarse pero sus rodillas cedieron al peso de su cuerpo, al menos el suelo no era de piedra.
De repente, una fuerte luz cegadora se hizo presente, la única en toda la habitación. Poco tardo Nikolai en acostumbrarse y darse cuenta de quién era el culpable: su siempre amigo, e íntimo compañero Dostoyevski.

-¿Fyodor? ¿Qué es esto, qué me hiciste?- Preguntó consternado preso de una turbación inimaginable.

-¿Qué es lo que parece?- Nikolái guardó silencio- ¿Qué? No me digas que solo te gustan las adivinanzas si las haces tú- se acercó y agachó al nivel de joven para verlo cara a cara -Vamos, cambia esa expresión, se te formarán arrugas.