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O2


Decidir ignorarlo era una cosa.

Hacerlo, totalmente otra.

Tengo cuatro clases con él. Dos seguidas, compartimos salón en mi cuarta clase y en la sexta... Resulta que nos sentamos juntos.

¿Tiene algo que ver mi apellido con el suyo?, Soy Quivera, con Q. Dieciséis letras que podrian dar a su posible nombre o diecisiete ¿Hay un apellido con ñ? ¿Por qué estar sentado junto a mí?

Era el salón de serigrafía, por lo que las mesas y bancos estaban juntos, en duos. Pero la clase no era serigrafía, sino otra dentro de mi temario y los de arquitectura también la tomaban.

Habían más salones, pero debido a la reincorporación luego de la pandemia, algunos salones no eran totalmente aptos para recibir clases -según dirección escolar-, por lo que me iba a tocar compartir asiento con este chico durante cuatro meses. Dos bimestres, porque la clase la teníamos en los dos bimestres. Y la profesora tenía algo con el orden, aprender nombres, que haya silencio.

Cuando las personas no están ordenadas por orden alfabético en un salón de clases, es porque son grupos de amigos que van a platicar.

Algo bueno de esto es que estábamos al fondo del salón. No iba a recibir tantas miradas, tampoco iba a ser tan pronunciado por la profesora, podía ser orillado a participar si es que ella no me veía atento. Soy bueno fingiendo atención, lo hago justo ahora mientras tengo una crisis con tener al chico lindo heterosexual de arquitectura sentado junto a mí.

Noah tiene las manos venosas, es ambidiestro, usa anillos muy coloridos pese a su conjunto de ropa y le molesta su cabello. Tiene una plumilla colgando de su cuello, en una fina cadena, parece estar firmada. Me regaño por notar esos detalles. Pero es que sus grandes manos están tamborileando en la mesa y siento la vibración de la misma desde mi lado. Me está colmando la paciencia el que su perfume huela tan bien, que ate su cabello hacia atrás con la liga que tenía en la muñeca porque le estorba y diga las respuestas murmuradas de lo que la profesora está comentando. ¿Cómo sabe eso?

Me saca de mi burbuja cuando habla con el chico que hizo el chiste homofóbico, ruedo los ojos irritado y trato de concentrarme. No es tan atractivo, Nath. Solo es un chico más.

Me esfuerzo en no interesarme mucho cuando saca su teléfono del bolsillo porque parece serle incómodo tenerlo en el pantalón y lo deja en la mesa, su fondo de pantalla se alumbra por unos segundos y hay una canción waterparks pausada. Reconozco la portada, verde con una naranja estallando en su jugo. A todos les puede gustar Waterparks, Nath.

Me siento ridículo, muy ridículo por sentirme muy atraído a este chico cis muy heterosexual.

No es la primera vez en mi vida que me gusta un chico cis heterosexual. Al principio podía atraerles porque lucía como eso, eso que no soy ahora, que jamás quise y quiero volver a ser. Era difícil aún así, no recuerdo mucho a los novios serios que tuve a excepción de uno que fue un completo patán y era, feo... Me di cuenta después de analizarme que salía con él por querer ser él a qué realmente me gustara. Luego de mi transición, la cantidad de chicos que llegaban a gustarme se redujo notoriamente y salía con solamente mujeres.

Puedo contar con los dedos de una sola mano los hombres que me han gustado desde que supe mi identidad. Claramente sacando a los artistas musicales y actores, se reduce a menos de cinco. No había sido correspondido por ninguno y no creía ser correspondido ahora.

Tampoco había conocido chicos bisexuales. Me cuestionaba de su existencia.

Eso solo me hizo acordarme de mi relación más reciente. Una relación heterosexual con una mujer bisexual que me rompió el corazón en mil pedazos y, creo que no estoy listo para pasar por algo así pues, nunca. Menos con alguien que no me tenía como una opción siquiera.

Mierda. Controlate, Nathaniel.

⸺¿Nathaniel?

Giré a verlo. Sus ojos oscuros completamente fijos en mí. Eran grandes y redondos, preciosos, brillosos, como los de un ciervo bebé buscando atención. Su nariz era redonda también, pero pequeña y bonita. Sus labios... Finos, con un piercing en el inferior, justo como el mío, rosados, tentadores. Tenía incluso bonitas cejas. Creo que me lo comí con la mirada porque juntó las cejas. Reaccioné.

⸺¿Eh?

⸺Te está hablando la profesora.

Volví mi vista a la profesora, ella estaba sentada en el escritorio, con la mirada sobre mí, los lentes en el puente de su nariz. Tenía la pluma entre sus dedos sobre la lista y esperaba mi respuesta. No entendí. Según fingía atención.

⸺Eh. Claro.

Todos se rieron. Incluso él.

⸺¿No querrás decir “presente”?

⸺Eso mismo.

Ignoré lo que restaba del tiempo hasta que llegó la hora de salida y me fuí lo más rápido posible del salón de clases. Tal vez fue raro. Pero la presión social, el que nadie se acercara a mi para platicar, lo incómodo que era el binder y mis ganas de ir al baño pero no sentirme seguro yendo a uno público me hicieron huir.









Que hambre tenía.

Desde que comencé con mi tratamiento y, al mismo tiempo con el gimnasio, mi apetito aumentó en gran cantidad. No era permanente, tenía mis momentos. Era un periodo entre quince a veinte días cada mes, de forma separada con intervalos de dos días hasta casi una semana entre los días, dónde realmente sentía que era capaz de comerme al mundo. Entre esos espacios permanecía con náuseas y no tenía ganas de tomar ningún alimento.

No tenía la confianza de preguntar si mi falta de apetito era debido a las hormonas o alguna otra razón.

De lo que sí estaba seguro, era de que tenía hambre en este momento.

Por eso ignoré las personas en mi comedor, tiré mi mochila en las escaleras y me metí a la cocina para ver que había de comer. En el refrigerador no había nada más que la mitad de una leche -a la que soy intolerante-, una lechuga y un topper con sobras de una comida grasosa que no tenía antojo de calentar. Por eso me fui a lo más fácil, el cereal.

Por obligación tuve que redirigir mi dieta de papas, comida chatarra, comida rápida, cosas accesibles, a algo más saludable según el plato del buen comer. La testosterona y el gimnasio me lo exigían. De no seguir un estricto régimen, volvería a la pubertad. Con granos por aquí y por allá, desbalance hormonal, aumento de peso y muchas cosas que seguramente me darían disforia. Si aún con la dieta lo tenía todo, no quería ni pensar como sería comiendo poco saludable.

⸺¿“Hola”, sí, “buenas tardes”? ¿Ya saludaste a las visitas? ¿Ya me diste mi beso? “¿Cómo estás, mamá?”. Ven acá, igualado.

Salí con un tazón de cereal y la mirada en mi celular, calculando el tiempo que tenía para encontrar a mi coach. Tenía que hablar con él sobre mi horario, la hora a la que asistía no sería la misma debido a la universidad. La pandemia cambió al mundo y lo que era un gimnasio casi privado con pocas personas, se había convertido en un caos. No quería hacer la rutina de una hora en tres por compartir las máquinas y pesas. Saludé a mi mamá con la cabeza, tragué y decidí saludar a mis tíos.

⸺Hola, buenas tardes.

Sus rostros sorprendidos me hicieron acordar que no habían escuchado mi voz hacia bastante tiempo. Claro, ocho meses en testosterona. Hubo una notoria diferencia, ni siquiera yo recordaba mi voz anterior, aunque odiaba cuando me salían gallos.

Antes del hormonamiento, cuando mi familia ya había aceptado mi transición, platicaba con ellos -mi mamá, hermano y el novio de mi mamá - la diferencia en mi voz que tendría. Muchas veces mencioné la inseguridad que tenía de que mis voz se volviera una copia de Stitch en vez de algo atractivo como Toreto. No sucedió la primera y espero no avance hacia ese rumbo, quería creer que la voz que tenía ahora -unos tonos más grave y levemente ronca- no sería con la que me quedaría. Confío en que voy en el camino correcto. El camino de Toreto.

Me saqué la capucha al caminar hasta el comedor y eso les hizo sorprenderse más.

La manzana saltada, el cabello largo, mi comienzo de barba que había estado rasurando para que sea más tupida. Mi mamá le dijo a mi hermano que eso funcionaba y aunque no me lo dijo a mí, yo confiaba en ella. La nariz más ancha, la quijada más marcada. Incluso tenía más vello en las cejas. Antes de la testosterona ya tenía notorio vello en zonas donde "no se supone que debería tener siendo de cierto género" y con ella ese vello aumento increíblemente bien. Lo que odiaba, ahora lo amo. Más el camino que hay de mi ombligo hacia mi pelvis.

⸺¿Marcus te pintaste el cabello de negro?

⸺No soy Marcus. Marcus es mi hermano.

No me llevaba mucho con los hermanos de mi papá, a excepción del menor. Mi papá tenía cuatro hermanos y tres de ellos me caían mal. Dos de los que me caían mal estaban sentados junto a mi mamá, planeando la fiesta de cumpleaños de mi papá. Y yo con mi papá no tenía mucha relación. Incluso diría que era mucho más cercano al novio de mi madre que a él, siendo que con su novio he tenido significativas peleas. Con mi padre las evité por fatiga y desinterés.

⸺¡Ah, hija! Que impresión.

Hija.

a.

aaaaaaaaaaaaaaaa.

Mi mamá no tenía hermanos, tampoco hermanas, había sido hija única. Por eso al tener una relación con mi padre desde su adolescencia se hizo realmente cercana a sus hermanos. Los volvió sus propios hermanos. Prácticamente mi familia paterna era la familia de mi mamá también.

La primera situación que tuvo mi mamá con ellos -específicamente con este tío que acaba de hablar- respecto a mi transición fue desalentadora. No estaba presente cuando ocurrió, pero mi mamá cometió el error de relatarmela con naturalidad sin pensar en el daño que me haría. Desde su punto "inocente" sin conocimiento total de este tema y mi posición, ella me contó todo.

Ambos, en una conversación sobre la vida, en una de esas veces en las que se visitaron. Mi tío le comentó a mi mamá sobre un post que había subido a mis redes sociales. En facebook, específicamente, antes de haberlo borrado. En aquel, con mi bandera azul cielo, rosa y blanco, relaté en el pie de la foto que públicamente abría mi corazón para mencionar que siempre había sido un él. Respecto a eso, mi tío confundió la orientación sexual con la identidad.

Yo no tengo problema si quiere darle el culo a niña o niño, sea lo que sea, yo no la voy a tratar diferente, la ví crecer y siempre va a ser mi niña. Puede comerse lo que quiera, pero mi niña siempre va a ser y no cambiaré de opinión porque ella lo diga.”

No podía entenderlo, ni respetarlo. Al final me había dado igual, hasta que mi mamá me comentó su respuesta. Respuesta dónde le decía que estaba bien su posición, que yo no podía obligar a nadie a tratarme como yo quería que me trataran y que siempre iban a haber personas que me confundirían porque lucía como una mujer.

¿Qué excusa podía tener ahora?

La disforia entró punzante e insegura en mi sistema, picó mi corazón, hizo sudar mi nuca. Quise una sudadera más grande para ocultar mis caderas, mi pecho vendado, la barba más grande, la voz más gruesa.

⸺Chin ⸺respondo entonces ⸺. Tengo que ir al gimnasio.

⸺¿Ya? Pero acabas de llegar. ¿No habías cambiado el horario?

⸺Eso iré a hacer y de paso tomaré mi rutina ahora. Tíos, ¿Cuando se van?

⸺¿Nos estás corriendo?

⸺No que va, solamente quiero saber en que momento puedo estar en mi casa para poder ser respetado. Digo, ya que ahora no lo estoy siendo, pues me gustaría ser tratado como lo que soy. Un hombre.

Mis palabras fueron claras, pero yo entendí que no las habían comprendido cuando al tener los audífonos puestos con mi equipo completo para el gym, pude escuchar a mi tío mencionarle a su hermano, que mi moda de machorra había pasado el límite.





















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