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25- Sex shop.

De verdad quiero que se abra la tierra ahora mismo y me trague. No he podido dormir en toda la noche, el padre de Marco me conoce, por dios se lo puede decir a mis padres.

Sacudo mi celular estresada, el desgraciado se apaga y lo pongo a cargar. Hoy es viernes y se supone que debería estar en la escuela, pero mejor descanso.

El domingo ya es el torneo de fútbol y merezco estar descansada. Sé que aquí no hay nadie, así que salgo de mi habitación y bajo a la cocina. Me detengo al escuchar ruido, pero ya es muy tarde como para esconderme.

Mi madre está aquí y levanta la cabeza mirándome.

—¿Y tú qué haces aquí? —me pregunta, pero niega de inmediato—. Olvídalo, ve a la tienda y atiéndela por hoy.

Se acerca y deja la llave ella misma en mis manos.

—¿Pero por qué? — le pregunto desanimada.

—Hoy es el aniversario de tu padre y mío, celebraremos desde temprano— me sonríe.

Hago una mueca arrepintiéndome de no haber ido hoy a la escuela, voy a reprochar, pero mi mamá sale corriendo al escuchar un claxon. Me acerco incrédula a la ventana, mi padre está dentro de un jeep negro que parece nueva, nosotros no tenemos un auto que yo sepa.

Ellos se van y pataleo, me quedo un momento en silencio, es un modo de distraerme en verdad.

Es que lo que más me duele es que estábamos tan cerca de pecar. Subo a la habitación y me visto con un vestido.

Cuando estoy lista salgo de la casa con prisa, la tienda está lejos y ya es hora de abrir, además, no quiero encontrarme a Marco en el camino, no señor.

Llego a la tienda, está ubicada en un buen lugar y mi madre le hace publicidad por todos los lados, así que sé que vienen muchos clientes, entro y enciendo todo.

Me siento detrás del mostrador y juego con el control de abrir la puerta. Me aburro rápido, así que pongo a cargar mi teléfono y camino por la tienda.

Hay nuevas cosas que no he visto, es que casi no vengo aquí, porque cada vez que lo hacía mi madre se ponía a decirme como usar cada cosa y terminaba en una clase de educación sexual aburrida.

En ese ámbito nuestros padres han sido muy abiertos y lo agradezco mucho. Conecto los parlantes con mi teléfono y busco mi playlist con canciones hots en inglés.

Es el mejor lugar para escucharla. Aunque no solo son músicas hots, sino también de otros tipos con ritmos movidos.

Camino hacia la parte de atrás, aquí hay muchas más cosas interesantes. Tomo una bufanda rosada y me la envuelvo en el cuello, camino al ritmo de una música lenta.

Me detengo frente un látigo y también lo tomo, me siento una dominatriz, pero que va.

Me detengo ante un mueble de poses e intento subirme, pruebo algunas poses estúpidas, es cómodo si me lo dicen.

El timbre que tiene esta mierda suena y me espanto, me quito todo y salgo hacia el mostrador. Me siento y miro las cámaras, cierro los ojos fuertemente al ver quien es.

No quería salir para no pasar vergüenza, pero la vergüenza viene a mí.

Con duda presiono el botón y la puerta suena abriéndose, Marco entra muy casual.

—Hola, tenías que decirme que estarías aquí, te habría acompañado— dice acercándose.

—Fue de la nada, ni quería venir.

—Por eso me sorprendí cuando Tomás dijo que estabas aquí.

—¿Y como él lo sabe?— pregunto sabiendo que no le dije nada.

Marco se encoge de hombros.

—Solo sé que a él lo mandaron a la licorería— dice mirando el lugar.

Para mí tiene sentido, no solo yo debo sufrir.

Marco camina hasta una de las sillas de espera y se sienta mirándome.

—¿Por qué no me respondías?

Yo frunzo el ceño, no sé de qué habla.

—Tengo el teléfono apagado.

Él asiente y yo también.

Lo miro ahora que él no me ve, no ha sonreído lo cual es extraño, es más, se ve distraído mientras mira a la nada.

—¿Qué tienes? —le pregunto y voltea a verme—. Te ves distraído, ¿quieres decirme algo?

Él niega de inmediato, es sospechoso.

—No es nada.

Me bajo de la silla y me siento a su lado, es obvio que algo es.

—Algo es, puedes decirme con confianza.

—Es que —parece que lo piensa, no lo sé—. Perdón por la intromisión de mi padre anoche.

Abro la boca sin poder creer que sea eso, sonrío y toco su hombro con diversión.

—No importa, podemos terminarlo aquí— digo a modo de broma, no tan broma.

Para ser sincera no me gusto lo que hicimos, me recontraencantó. Si me preguntan qué opino, mi respuesta sería tipo: que se repita.

Pero al parecer Marco no nota mi tono de broma, porque me mira como si estuviera impactado.

—Quien te viera, tan santica que te ves... mierda, cada día me gustas más— dice echándose el cabello hacia atrás.

Muerdo mis labios y me levanto.

—Voy a arreglar algunas cosas, te voy a ignorar— camino rápido hasta el almacén.

Lo escucho reírse y mejor lo ignoro.

Entro al almacén y recojo las cosas que tiré por salir rápido, las voy dejando en su lugar, percatándome de dejarlas como mismo estaban.

Mientras miro que el látigo esté bien puesto, veo a Marco entrar, el estúpido camina hacia el mueble multiposes y se sienta muy normal.

—¿Sabes para qué es eso? — le pregunto al ver como se acomoda.

—Lo de ayer— suelta, me sorprende su calma.

—¿Qué dices?

—No me esperaba la mordida, no pude dormir por dos cosas y una de ellas eras tú.

Separo mis labios en una o sin saber qué decir. Marco me mira muy tranquilo desde allí.

—Yo no esperaba que fueras tan directo— digo intentando cambiar de tema.

—No lo soy, ni suelo hablar de lo que hago, pero tú me tienes mal, me desconozco —mueve tus pies tranquilamente—. Ahora dime, ¿Dónde aprendiste eso?

—Leyendo— susurro derrotada.

—Te creo, ¿no quieres terminar lo de ayer por casualidad?

Niego en silencio y Marco sonríe.

Se baja del mueble y camina despacio hacia acá con las manos metidas en los bolsillos, trago grueso, nerviosa porque cada vez se acerca más.

—Cuando mientes, tus ojos se mueven mucho —afirma delante de mí—. Justo como ahora, Charlene.

Sonrío y niego.

—No miento.

—Está bien, entonces déjame besarte.

No me lo preguntes, profáname, tócame hasta el alma, por dios.

—No...— es lo que suelto.

Desvío la mirada cuando se abaja acercando nuestros rostros.

—Repítelo.

—No.

—Mirándome a los ojos, gomita.

Lo miro y respiro profundo, no soy capaz de decir que no, porque quiero decirle que sí. Él sonríe y se relame los labios, cierro mis ojos cuando parece que me va a besar, en su lugar siento su respiración en mi oreja.

—No voy a hacerte nada que no quieras, no me atrevería, Charlene, si no sale de tu boca, no es consentimiento— dice despacio.

Se aparta y me sonríe como si nada, yo nerviosa y él tranquilo.

—Este mueble es cómodo, ¿Cuánto cuesta?— pregunta acercándose al mueble.

No sé ni que decirle mientras él observa el mueble y hasta fotos le saca.

—¿No sabes el precio?— vuelve a preguntar.

—No es eso...

—¿Y entonces?, de verdad lo quiero.

Me cruzo de brazos y lo miro con atención, él me mira a mí esperando una respuesta del mueble. No sé qué vergüenza es la que tengo si antes que nada somos amigos y la vergüenza hace tiempo que se perdió.

Bajo mis brazos y decidida camino hacia él, lo jalo de la ropa y junto nuestros labios en un salvaje beso. Él me sigue el juego como si no se lo esperara, tras unos momentos me alejo y lo miro a los ojos.

Se nota que no se lo esperaba.

—Quiero hacerlo contigo, no me importa si lo hacemos en el suelo o en ese mueble de mierda, quiero que me penetres hasta que no haya un mañana, quiero ser tuya.

Marco me mira impactado mientras guarda su teléfono.

—Estaba jugando, además no tengo condones...

Fruncí los labios, él podría estar relajando, pero yo no y era deprimente. Me doy la vuelta para hacer como si nada ha pasado, cuando lo escucho caminar rápidamente y antes de que pueda voltearme, él toma mi mano y lo hace.

Lo miro confundida, pero de inmediato agarra mis mejillas y me besa, yo le correspondo sin pensarlo mucho. Mis manos se mueven impacientes y algo temblorosas por sus hombros y pecho.

Nuestros labios se mueven en un vaivén de sensaciones hermosas y nuestras respiraciones logran mezclarse. Nos movemos hasta el mueble como si estuviésemos programados para eso.

Él toma mi cadera y me subo en el mueble, nos separamos y él baja uno de los tiros de mi vestido antes de mirarme a los ojos.

—Siento que esto no es romántico— es lo que dice.

—Yo igual, ¿pero es muy necesario?

Él se ríe.

—No lo sé, no lo había pensado, pero eres virgen.

—Lo sé, lo sé, sigamos antes de que me arrepienta.

Él asiente y volvemos a besarnos, quita la parte de arriba de mi vestido y el brasier también.

Besa una de mis tetas mientras su mano derecha baja hasta mi panti y se mantiene ahí.

—Solo quédate ahí, yo hago lo demás.

—No, que vas a verme todo, después tendré que actuar como si nada por vergüenza— espetó.

Es mi novio y vecino, lo voy a ver en todos lados sabiendo que me vio hasta la matriz.

—También me estás viendo, escoba— dice mientras desliza mi panti quitándomelo.

—Pero no es lo mismo.

Mis labios se fruncen y mi espalda se arquea cuando entra dos dedos en mí, no me lo esperaba.

Me aferro a sus hombros, sus dedos se sienten como llamas que envían calor hacia todo mi cuerpo sin perderse ningún lugar. En este mismo momento no existe nadie más que nosotros dos, es como si lo que nos rodeará diera igual.

Sube una de sus manos y agarra mi cuello, un gemido se me escapa antes de que me bese con tanta ferocidad que arqueo un poco mi espalda. Me gusta bastante lo que hace.

Sus labios suben desde mi abdomen dejando besos a su paso, su fría lengua hace contacto con mi piel de vez en cuando. Varios suspiros se me escapan sin que pueda evitarlo.

Escuché la cremallera de su pantalón ser bajada y me alejé un poco, el timbre de la tienda sonó.

—No me importa que estén desesperados por entrar, me tomaré mi tiempo— dice con los pantalones medios caídos.

No me da tiempo de hablar y pellizca mis senos, el sillón comienza a sentirse incómodo, pero todo el sufrimiento vale la pena, no me quejo.

Bajo del sillón y tras darme la vuelta me apoyo en el de manera brusca por la rapidez que Marco tiene, besa mi cuello y muerde el lóbulo de mi oreja mientras tiemblo de excitación.

—No quiero que esto se termine —susurra cerca de mi oreja con voz ronca—. ¿Pero estás segura de que quieres que tu primera vez sea así?

Le me observa con ojos dilatados, no puedo ni quiero decir que no, así que muevo mi cabeza en una afirmación.

Él vuelve a entrar los dedos en mí empezando a jugar, jadeo y me volteo, aquí está Marco, mira a los lados en busca de algo

Nerviosa, me siento en el mueble.

—Detrás de la caja— le digo.

Él asiente y sale, vuelve segundos después con un condón que se pone en erecto pene, cierro mis ojos cuando agarra mis muslos y los abro aún más.

—Si duele avisa— pide y asiento mirándolo por una milésima de segundos.

Los siento posicionarse en mi entrada, entra con un movimiento lento y tedioso. Siento placer y me aferro a sus hombros con fuerza, apretando los labios.

—¿Te duele?

—No, sigue— es lo que digo entre susurros.

Él no hace nada, solo se mantiene quieto, intento hablar, pero suelto un gemido cuando se mueve dentro de mí. Me aferro aún más a sus hombros cuando un vaivén de lentas embestidas comienzan.

Es excitante.

Pongo una de mis piernas por la cintura de él y para mi sorpresa suelta un gemido.

Aumento más el agarre cuando los movimientos se vuelven más rápidos y profundos, todo lo contrario a como comienzo. Gimo alto cuando toca algún punto de mis paredes y arqueo mi espalda, unas lágrimas pequeñas se me salen de las esquinas de los ojos, pero el placer es aún mayor que el dolor.

Pronto acabo antes que él y creo que lo nota, porque se detiene y viendo sus intenciones de alejarse, aprieto mis piernas sobre su espalda y él sonríe retomando el movimiento.

Adentro y afuera, adentro y afuera.

Besa, chupa y muerde mis labios sin detenerse, hasta que él también llega. Y tras un momento en silencio, el timbre sonando desesperado nos saca de toda burbuja.

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