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14- Biblioteca.

Preparo mi mochila en la cocina, Tomás no va hoy a la escuela, supongo que debe estar durmiendo. Se pasa la noche programando una aplicación que, según él ayudará a los jóvenes con depresión, me da risa, porque no sé cómo los ayudará.

Tampoco sé por qué hace eso, pero bueno, como sea, es mejor que no se aparezca frente a mí, lo voy a matar.

Arreglo mis cosas y salgo de la casa, veo a Marco salir también, pienso en irme, pero mejor me detengo y decido actuar como si nada hubiera pasado.

Lo digo y siempre lo he dicho, ya dignidad no me queda. Además, creo que lo mejor en esta situación es actuar como si nada.

—Buenos días, escoba— dice deteniéndose por unos segundos.

—Buenos días.

—Estás muy linda— dice de la nada.

—Estoy como siempre.

Marco sonríe.

—Después de recreo ve a la biblioteca— dice y apresura el paso dejándome atrás.

Me quedo detrás sin saber por qué quiere que vaya hacia allá, ese lugar siempre está vacío.

•••

Me escabullo por los pasillos hasta entrar en la biblioteca, busco a Marco en silencio, el estúpido ha estado ignorándome todo el día.

La biblioteca no es tan grande ni pequeña, así que doy con Marco rápidamente, está recostado sobre uno de los estantes y mira su teléfono como si estuviera impaciente.

—Hola— lo saludo para llamar su atención.

Él me nota al fin y sonríe.

—Pensé que no vendrías.

—Es que me detuvo Tomás— admito en voz baja.

Marco asiente y nos quedamos mirándonos en silencio, como dos estúpidos, es que no sé qué decir en primer lugar. No sé ni para qué quiere estar aquí.

—Un lindo sitio para reuniones— digo y muevo mi cabeza mirando a nuestro alrededor.

—Es que aquí es tranquilo.

—Bueno, ¿y entonces para qué estamos aquí?

Marco suspira y se acerca, se nota nervioso ahora que lo veo más de cerca.

—Escucha bien. Sé que somos amigos, lamento eso desde el fondo de mi alma.

—¿No quieres que seamos amigos?— lo interrumpo impactada.

—Déjame terminar —pide jugueteando con sus manos, asiento aún impactada—. No quiero ser más tu amigo, ¿me comprendes?

Niego lentamente. Mi corazón se encoge en mi pecho, yo quería ser más que su amiga, arruinar la amistad si eso significaba un beso suyo. Pero no todo en esta vida se puede.

—Supongo que seremos enemigos— digo sin saber qué más hacer.

Marco niega.

—Es que...

—Comprendo, encontraste otra amistad.

—Déjame explicarte...

—Ya sé, no te hago reír, esto es aún peor— hablo llevando una mano a mi pecho.

—Aunque dejes de hacerme reír, no dejaría de hablarte, es otra cosa, pasa que...

—No, no me lo digas, ya sé que es, te gusta una chica y no le gusto— lo interrumpo con un nudo en la garganta.

Marco se acerca y tapa mi boca, me mira serio y me tenso.

—Has silencio y déjame terminar —pide y asiento—. Lo que pasa es que me he dado cuenta de lo mucho que te quiero. Últimamente, te he estado deseando de todas las formas posibles, me gustas como no te imaginas. Me estoy volviendo loco por ti y ni cuenta te das, Charlene —él extiende su mano hasta acariciar mi mejilla—. Me gustas desde la cabeza hasta los pies, me gusta todo de ti, tu personalidad, tu extraña forma de hablar cuando te enojas, todo. Todo lo que tenga que ver contigo me vuelve loco.

Me quedo hasta sin aire, veo como las pupilas de Marco se dilatan mientras espera a que diga algo, pero no sé qué decir.

—Entonces, nuestra amistad...— mi voz suena temblorosa y mi corazón late tan rápido que siento que se saldrá de mi pecho.

—Lo que quise decir es que si estás de acuerdo deberíamos dejar de ser amigos y ser algo más.

Trago grueso y miro sus labios, hasta ahora es que soy consciente de que quiero besarlo. Sin saberlo me he enamorado de él en estos últimos tres meses.

Dios mío, estoy segura de que fue brujería.

Respiro profundo para lo que estoy a punto de decir:

—Creo que también me gustas.

Y entonces Marco me toma de las mejillas besándome.

Sus labios se sienten tibios contra los míos, no sé qué hacer, solo empiezo a seguirle el beso nerviosa. Su perfume impregna mis sentidos y una sensación de calidez aborda mi pecho.

Él pasa su mano por detrás de mi cabello acercándome a él, me encuentro totalmente embelesada mientras sigo su beso y dejo mis manos reposar sobre su pecho.

Nos separamos tras un tiempo y Marco me mira directo a los ojos.

—De verdad me gustas, escoba, me gustas tanto que debería ser ilegal.

Siento mis orejas rojas, Marco aprieta mi cintura y me acerca dándome otro beso, esta vez muerde mis labios antes de volver a separarnos.

El timbre para la salida suena y a sabiendas de lo que acaba de pasar, salgo casi corriendo, tomo mis cosas y más rápido que Tomás empiezo a caminar hacia la casa.

Dios mío, acabo de huir.

Sigo mi camino a casa y consigo encerrarme en mi habitación solo aquí, en soledad y en silencio logro darme cuenta de lo estúpida que soy.

¿Por qué hice eso?

No me entiendo, estoy actuando como una adolescente estúpida, si soy una adolescente, pero no estúpida.

Siento que me gusta Marco, pero a la vez siento que no estoy preparada para afrontarlo. Nunca me ha gustado nadie y siento que me dan miedo las relaciones.

Suelto un grito y me envuelvo en las sabanas frustrada. Lo peor es que mañana en la escuela tengo que verlo sí o sí.

Qué martirio, Dios santo.

•••

Dios mío, señor sálvame.

Estamos en la clase de educación física, he hecho lo posible por evadir a Marco, pero parece que el universo está en mi contra.

Jugamos voleibol y Marco está en el equipo contrario, cada vez que lo miro me está mirando con el ceño fruncido, como si esperara una explicación de mi parte.

Lo ignoro cómo puedo, pero el estúpido de Tomás le tira el balón a él como a propósito.

—¡Reacciona Charlene!— me grita Kayli.

—¡Estoy reaccionada!

—¡No parece, el balón acaba de caer en tus pies!

Bajo la vista, solo para ver el balón rebotar un poco más atrás de mí, la miro en silencio e intento sonreírle, ella me mira mal y me señala.

—Y hemos perdido como setecientas veces por tu culpa.

—Pido perdón— murmuro mientras le paso el balón.

Kayli resopla y volvemos a jugar. Estoy distraída, solo pienso en el maldito de Marco, en el otro equipo están Morgan, Tomás y Joss aparte de Marco y gritan orgullosos de ganar.

—¡Mi hermosa gomita!— grita Morgan.

Volteo a verla, pero en su lugar solo veo el balón frente a mis ojos, se estrella contra toda mi cara. Duele mucho, llevo mis manos hasta mi cara y me tambaleo un poco por la impresión.

—Hermana, presta atención— dice Tomás agarrándome.

—Perdón, te juro que no era mi intención— dice Marco agarrando mi cara.

—Llévala a la enfermería o te suicido— le amenaza Tomás.

Me hierve la sangre al escucharlo, quiero negarme, pero me duele toda la cara y mejor no digo nada. El maldito me agarra de la cintura y comenzamos a caminar hasta la pequeña enfermería que está sola.

—Parece que la mujer de aquí no está— dice Marco lo que ya es obvio.

Esa mujer siempre está en descanso, ya que casi nadie viene aquí, es que lo único que tienen es mentol o alcohol, no nos dan pastillas ni nada.

Marco se va hasta la vitrina con las cosas y me siento en una silla.

—¿Por qué me evitas?— pregunta volviendo con gasas y alcohol.

—No te evito— miento.

Marco se sienta a mi lado y tomo las gasas remojándolas en alcohol para limpiarme yo misma. Marco me interrumpe y toma las gasas presionándolas en mi nariz.

—Entonces —murmura y tenso mi mandíbula ante lo cerca que estamos—. ¿Por qué te echas para atrás?

No sé qué decirle, no era consciente de que me echaba para atrás. Marco solo termina de curar mi nariz y tras levantarse y votar las gazas se queda de pie delante de mí, con los brazos cruzados.

—La primera vez que te conocí unos niños me golpeaban, apareciste de no sé donde, llorabas por tus malas notas, aun así me defendiste. Sentía una gran admiración por ti que luego pasó a un afecto, te quería como a una hermana, después te odié —dice, se nota tranquilo, pero no me mira a los ojos—. Luego me dabas igual, pretendía odiarte hasta que arreglamos las cosas y el cariño que te tenía volvió. Nunca te vi con otros ojos, siempre fuiste mi mejor amiga, casi como alguien importante de mi familia. No fue hasta hace poco que mis sentimientos por ti comenzaron a cambiar.

—¿Cuándo?— me atrevo a preguntarle.

Marco sonríe como si se acordara.

—No estoy seguro, pero desde hace un mes para mí nada fue lo mismo, creo que tras el entrenamiento, cuándo empezó a llover y pasamos la mitad de la noche debajo de las gradas. Intenté convencerme de que nada sucedía, pero ya no puedo ocultarlo.

El recuerdo viene a mi cabeza, se siente lejos, ese día pasamos casi la noche entera allí, solo hablamos estupideces. No puedo creer que posiblemente desde allí empezó todo para él.

Marco se va dejándome sola con un revoltijo de sentimientos encontrados. Sé que me gusta, lo que no sé es que le tengo miedo exactamente. Quiero afrontar lo que siento, pero tengo miedo.

Solo vuelvo a la clase y espero en silencio a que termine. Cuando nos despachan camino hacia la casa, me baño y me cambio, bajo hasta el patio y me siento frente al estanque de Skyler, esa tortuga vive mejor que yo.

El estanque es grande, es hondo, pero no tanto, Tomás se tomó el tiempo de pintarlo de azul. Sacamos el agua a mano cuando está sucia.

El estanque está rodeado del pasto y Tomás puso una especie de valla para que ella no se escapara hacia la calle o algo, se tomó en serio esto de construirle una casa que aún no termina, pero incluso compró cemento para construirla.

La veo nadar con felicidad y le sonrío, la desgraciadita saca su cabecita y me ve, pero vuelve a lo suyo.

—Traidora, a que si fuera Tomás vienes— le digo y me ignora.

Así son, los crías y se van con otros.

Entro a la casa nuevamente y subo las escaleras entrando a la habitación de Tomás.

Se supone que no le hablo desde lo del pan, pero no quiero estar sola.

—Esta habitación huele a depresión— digo entrando y Tomás ríe.

—Es que me quiero morir.

—Hasta yo, ¿suicidio doble?

Subo a su cama acostándome a su lado.

—Me parece bien, pero no quiero morir con dolor, ¿una sobredosis está bien?

—Creo que sí...— respondo distraída.

—Bueno, ya tenemos las ganas, solo faltan las drogas— dice y me rio.

Lo miro, se ve triste, apagado y no me gusta. Acaricio su cabello y lo abrazo, es por si necesita uno, no es como que lo quiera mucho o algo así.

—¿Qué te pasa?— le pregunto en un tono bajo.

—Es un día triste, nada más.

Hago silencio, muy triste, no se le veía en la escuela mientras hablaba con Morgan.

—Puedes decirme lo que quieras, lo sabes.

—Es que un día como hoy se murió alguien —dice tan bajito que por poco y ni lo escucho—. La vida a veces es una mierda.

Resoplo, sé que ha dicho lo último para que no le pregunte sobre quién se murió.

La habitación se queda un silencio por un largo tiempo, le hago mimos en la cabeza, me gusta estar con él aunque a veces sea insoportable.

—¿Hay asesinos discapacitados? Tipo, ¿que les haga falta un brazo, una pierna o un ojo, que sean ciegos o daltónicos? Debe ser bien difícil el trabajo— dice de la nada, bastante tranquilo.

Analizo un poco su pregunta y suelto una carcajada ante lo estúpida que es.

—Mejor duerme.

—No, en serio, debe ser difícil para los pobres, ¿cómo conseguirán víctimas?

Me detengo a pensarlo, de pronto me siento y lo miro, se me crea la imagen mental de un asesino sin un brazo y tuerto intentando matar a una anciana.

—Sí... ¿Cómo lo harán?— pregunto esta vez yo.

—Yo no sé, yo solamente sé que me he imaginado a un viejo intentando matar a otro viejo en un asilo porque el querer matar lo carcome por dentro— dice serio y vuelvo a reírme.

La imagen mental que me he creado del viejo asesino es graciosa. Tomás también se ríe y su risa de chivo con tos me da aún más risa de la que ya tenía.

Es que se ríe como si estuviera en mute, entonces parece que tuviera algo atorado en la garganta o yo qué sé.

—Cállate, no te rías— le ruego sin poder respirar bien.

—Pido lo siento, pero me he imaginado al viejo cayendo al suelo mientras intenta apuñalar al otro.

—Ay no.

—Y se ha apuñalado el mismo.

Nos reímos aún más fuerte.

—Entonces —se ríe más y lo golpeó con la almohada—. Entonces se ha levantado y enojado, lo vuelve a intentar apuñalar, pero solo se apuñala un brazo mientras el otro viejo escapaba en una silla de ruedas, ¿adivina porque no lo consiguió apuñalar? ¡Porque es ciego!

Me río aún más sin poder controlarme, pero lo que me da más risa es la risa de Tomás. Lo tumbo y lo golpeo con la almohada, ambos reímos y nos acostamos hasta volver a la normalidad tras un rato.

Cuando me empieza a dar hambre vuelvo a verlo, él finge dormir, así que lo miro fijamente hasta que frunce el ceño.

—Tomasino— lo llamo tocando su mejilla.

—¿Qué?

—Me alegra que seamos hermanos.

—Yo también— dice en susurro, claramente tiene sueño.

—Voy a tomar algo de tu dinero— digo y rápido me levanto tomando el dinero de donde sé que lo esconde.

Cuando estoy saliendo lo escucho preguntar qué de qué dinero y salgo corriendo antes de que me mate. Llego a la tienda y gasto el dinero en una bolsita de gomitas, una galleta y un jugo de cartón de naranja.

Al salir y doblar una esquina veo a Marco que parece estar huyendo de algo muy despavorido.

AAAAAAAAAAH.

Me desmayoooooo.

¡El beso!

EL. BESO.

SE BESAROOON.

¡El amor es una magia!

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