11- Fantasmas.
Camino por mi casa, en busca de un zapato que me falta. Es un tenis alto tipo bota que me costó tres sueldos.
Si lo pierdo me suicido.
Me acerco al mueble y levanto los pies de Tomás para buscar, él se mantiene tranquilo, viendo la tele.
-¿Qué buscas?- pregunta al cabo de varios segundos.
-Mi tenis, los altos.
-El patio.
Me levanto de golpe, lo miro mal y solo se encoge de hombros.
-Lo vi rodando y lo saqué, aprende a poner tus cosas en puesto- dice como si nada, para colmo me sonríe.
-Alejandro -digo, su sonrisa se le borra de inmediato-. Estoy tentada a decirte así de ahora en adelante, no me des razones.
Me doy la vuelta antes de que me maldiga y voy por el tenis, poniéndomelo de inmediato. Estoy por irme cuando escucho ruidos y volteo hacia mi izquierda, frunzo el ceño y me acerco a la pared de madera que separa los patios traseros de las casas.
Veo cómo Marco quita unas sábanas que antes estaban tendidas, tiene unas tijeras a un lado, y en el suelo una sabana con dos hoyos.
-Okay, ya tengo las sábanas, faltan los lentes- murmura mirando a su alrededor.
Carraspeo para que me vea, inmediatamente lo hace frunce el ceño. De mí solo se ven mi frente y mis ojos, es que la pared es muy alta.
-¿Qué haces?- pregunta mientras se acerca.
-Viéndote, ¿no se nota? ¿Y tú qué haces?
-Un disfraz de fantasma.
Suelto un "oh" incrédula y asiento.
-¿Para qué?
-Voy a tomarme una foto aesthetic.
Una risa se me escapa, Marco me mira mal.
-¿Qué te hace gracia?- pregunta, se cruza de brazos.
-Todo -admito-. Yo también quiero ser un fantasma.
-Tengo las sábanas, faltan los lentes.
-Yo tengo -me apresuro a decir-. Espérame que los busco.
No dejo que diga algo y salgo disparada hacia la casa, entro a mi habitación y busco las gafas de sol que tengo, salgo y busco unas más en la habitación de mis padres.
Salgo lo más rápido que puedo, me detengo frente a la pared, pero me devuelvo y tomo una cubeta, la pongo frente a la pared y me subo en ella para no tener que estar de puntillas.
Veo a Marco cortar otra sabana en el suelo.
-¡Aquí están!- digo orgullosa.
-Tráelos, rápido.
Tiro los lentes y me agarro fuertemente de la pared, me impulso como puedo, subo un pie y consigo subir el otro. Entonces cuándo creo que lo logro me resbalo y caigo al suelo.
Suelto un quejido y veo a Marco mirarme de pie, con las manos como jarras en su cintura.
-Tenías que dar la vuelta- dice, me tiende una mano.
-Tenías que haberlo dicho.
-No creí que fueras tan estúpida.
Cierro mis ojos y tomo su mano, él me ayuda a levantarme y juntos sacudimos mi ropa, cuando ya terminamos me acerco a lo que hace.
-¿Y bien? -hablo tomando una sábana-. ¿Ahora qué?
Él me ayuda a ponerla de forma que mis ojos queden en los huecos que tiene la sabana, también me coloca los lentes.
Él se ríe.
-¿Qué?
-Nada- responde mientras camina hasta ponerse la suya.
Ahora la que se ríe soy yo.
-Seguro que parecemos dos estúpidos- digo yo, casi al borde de las risas.
-Pero dos estúpidos sexis.
Lo apoyo levantando los pulgares, Marco entonces saca su teléfono y miro incrédula como empieza a tomarse fotos haciendo la seña de paz.
Me infiltro en la foto y salgo sacándole la lengua, recuerdo el porqué me cambié y le quitó el teléfono a Marco, empezando a caminar hacia la calle con todo y disfraz improvisado.
-¿Qué te pasa?
-Vamos a la tienda- digo devolviéndole su teléfono cuando ya estamos en la acera.
-¿Así? -lo miro sin entender-. ¿Cómo dos lunáticos acabados de salir de un psiquiátrico?
Me encojo de hombros sin interés.
-Sí, ¿qué tiene?
Él resopla y niega.
-Se me olvidaba que no tienes vergüenza -dice y señala el carro-. Sube.
-Con gusto.
Subo al carro más que feliz, estaba dispuesta a irme caminando, pero Dios lo puso en mi camino así qué.
Marco sabe a dónde vamos, no es como que haya muchas tiendas cercanas, aun así me veo en la obligación de especificar, no vaya a ser que vaya a otro lado.
-A la tienda roja.
Marco me mira incrédulo, niega y yo solo me encojo en mi asiento. Soy mala con las direcciones, lo sé.
-¿Qué vas a comparar?
-Si te digo no querrás entrar conmigo y me da vergüenza. La última vez fuí con Tomás, pero ya no me quiere acompañar más.
Ni lo volteó a ver, mantengo la vista en el camino hasta que llegamos y salgo rebosante de felicidad del auto.
Tomo su mano y entramos directo al área de interiores de mujeres. Suelto a Marco, él mira todo y luego voltea a verme.
-¿Me has sacado de mi casa para venir a comparar encaje?
-Sí- afirmo con descaro.
-Lo habrías dicho primero, ¿por dónde empezamos?
Sonrío de oreja a oreja y me acerco al área de brasieres, tomo uno y lo pongo por encima de la sábana que llevamos puesta.
-¿Qué tal este?- hago una pose supuestamente sensual.
-A menos que quieras ir a un burdel no es para ti -dice mientras niega, toma un brasier normal y lo muestra sonriente-. Está mejor.
-Muy feo.
-Mejor que ese que parece ropa para sadomasoquismo.
Hago un puchero y de mala gana tomo el brasier
-Voy por un carrito, ve buscando opciones, de preferencias que se vean cómodas, de esa talla pequeña.
Camino hacia el área donde sé que están los carritos y tomo uno, la razón por la que Tomás ya no quiere venir a comparar conmigo es porque le hago medirse las cosas.
Es gracioso, así que nadie puede juzgarme.
Ignoro a las personas que me miran mucho por lo que tengo puesto y vuelvo donde está Marco. Él está con los brazos llenos de ropa interior que parecen de viejas.
Tomo uno a uno lo que ha seleccionado y los miro con una mueca. Él me mira con orgullo, como si las prendas que selecciono fueran las mejores de las mejores.
-¿Cuántos años crees que tengo? ¿60? ¿Eh? Esto parecen pantis de señora.
Él se cruza de brazos.
-¿Y qué querías?
-Algo como eso, atrevido y lindo.
-Dijiste que algo cómodo- espeta.
Ruedo los ojos y tomo un brasier cómodo y otro de los que quiero.
-Ay, por favor, es lo mismo. Solo que este es para que lo vean, más sexy.
-Ja, ni que se lo fueras a exhibir a alguien- murmura.
Enojada lo empiezo a seguir, metiendo todo lo que se ve lindo en el carrito.
-¿Qué sabes tú? La vida da vueltas- digo de mala gana.
Marco sigue poniendo cosas en el carrito que me encargo de sacar, se ven muy feas y aparte son más grandes que mis tetas.
Se detiene y toma un brasier dorado de encaje, es hermoso, entonces él lo vuelve a dejar en su lugar.
-Lo escogería, pero no tienes el relleno.
-¡Algún día crecerán!- grito enojada, él sigue su camino y yo le sigo dando zancadas.
-Puedes poner una iglesia con esa fe.
-Idiota.
Le paso de largo y voy hasta la caja, pago con Marco detrás de mí y salimos al parqueo con el carrito. Dejo las bolsas en el carro mientras Marco toma el carrito para llevarlo a dónde van.
Termino de guardar las bolsas y me volteo, me quedo quieta viendo lo que Marco hace, está lejos, en una mini rampa para salir del lugar. Se sube al carrito y se impulsa bajando a toda velocidad. Cuándo está llegando el carrito va disminuyendo hasta que más adelante se detiene.
-Esto no sirve- se queja.
-Anda, llévame a mí- pido subiendo, me siento en la parte de adentro.
Él entonces empieza a moverme a toda velocidad, levanto una mano contenta.
-¡Hasta el más allá y el infinito!- grito.
-Es al revés.
-¿Puedes dejarme en paz?
Marco solo sigue empujándome, saco los pies acomodándome en el carrito y con mi teléfono tomo algunas fotos. De repente para, mis gafas salen volando y aferro mi teléfono a mi pecho para que no se me cayera.
Marco se hace el distraído mientras yo noto a uno de los empleados entrar al lugar, me apresuro a salir también, pero me caigo.
Marco explota en carcajadas que no puede contener.
-Levántate, corre- pide como puede, entre risas.
-Ayúdame.
-No puedo- dice mientras tiembla entre carcajadas.
-¡Ey! ¡Ustedes!- nos grita el empleado.
Me levanto nerviosa, Marco corre hacia la puerta de entrada del centro y yo lo sigo, el empleado nos grita que nos detengamos, pero solo corremos.
Subimos al centro y nos metemos por el área de comida.
Es entonces cuándo los pies de Marco se enredan con la sábana y cae, me detengo de inmediato y en lugar de ayudarlo me río como desquiciada.
-Ay no- río más fuerte.
-Maldita sábana- Marco se quita la sábana de mala gana.
Me atoro con mis propias risas y la tela de la sabana se pega a mi nariz. Me la quito yo también y decido calmarme mientras Marco se pone de pie.
-Tienes mucha afinidad con el suelo.
-Ni una sola palabra más sobre esto, Charlene- me señala con su dedo índice.
Levanto las manos, divertida por la situación.
-Como quieras.
Entonces Marco abre los ojos y estruja la sábana dejándola sobre unos productos, por inercia hago lo mismo, él se acerca y toma mi antebrazo empezando a caminar al lado mío.
-Pues bien, compremos cigarros- dice a la par que el empleado que nos seguía nos pasa por el lado.
-De los blancos.
-Era broma.
-Pues lo mío no, vamos por cigarros, nunca he fumado.
Camino entusiasmada hacia delante.
-Por allá está el área de niños perdidos, las cosas como cigarrillos están por acá- afirma Marco señalando otra dirección.
-Lo sabía- miento siguiendo el camino que señala.
Pronto llegamos al área, hay bebidas alcohólicas y más, no sé cómo Marco sabe dónde están los cigarros y prefiero no preguntar. Él toma una caja y de paso un encendedor encaminándose hacia la caja.
Lo sigo entusiasmada, tengo un leve problema con los estupefacientes, me dan curiosidad y aunque sé cómo y dónde conseguirlos no me atrevo.
Tras pagar, Marco se voltea a verme.
-¿Dónde fumaremos?
Suelto unas risas malévolas.
-Vamos frente a un poste donde diga no fumar, rompamos la ley, je, je.
Él me mira incrédulo, me da la espalda y empieza a irse.
•••
Al final terminamos fuera del centro, en una zona que parece un mini parque, con toboganes y columpios.
Estamos bajo una farola, yo tengo mis palmas juntas mientras veo a Marco destapar la caja de cigarros.
-Rápido- le incito, pero me ignora.
Él pone su cigarro sobre sus labios y yo lo cubro con mis palmas mientras él lo enciende con éxito. Entonces saco uno yo también y lo pego al suyo.
He visto esto en Pinterest, no me juzguen. Inhalo hasta que se enciende y salto de felicidad. Pero me atraganto con el humo.
-Qué malo sabe- murmuro sacando mi lengua, aun así vuelvo a fumar.
-Eres una estúpida, ¿sabes?
-Lo sé, pero tú también.
Me alejo de él con mi cigarro en manos, subo a un banco y luego a la farola, bajando como si fuera stripper, Marco ríe.
-Deberíamos ser bailarines de tubo, ganaríamos dinero- digo.
-Claro, con ese baile sensual, ¿cómo no?
-Idiota.
Él comienza a caminar y lo sigo, en poco tiempo llegamos. Es como si cuando estamos juntos el tiempo decidiera ir más rápido. Marco aparca frente a nuestras casas y apaga la radio mientras salimos.
-Volvamos a hacer una salida así, es divertido- dice dándome mis bolsas.
-Lo mismo digo.
-Charlene -nos interrumpe Tomás, saliendo de la casa-. ¿Crees que te gobiernas?
Ruedo los ojos.
-Adiós, Marco- me despido caminando hacia mi hermano.
-Adiós.
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