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02- Discoteca.


Marco me observa confundido y fuerzo una sonrisa.

—¿Cuántos tornillos te faltan?— pregunta llevando su dedo índice a su oreja y dándole vueltas.

—Veo que estás muy bien.

—Bien estás tú, ¿no?— dice aparentemente tranquilo.

—Sí —respondo sin pensar—. Digo, no, bueno, sí, pero no.

Marco sonríe y mejor me callo.

—Tu cabello no sé ni qué parece, péinate.

—Ven y péiname tú, idio... —me callo al ver que enarca una ceja—. Me voy a peinar ahorita, ja, ja.

—Bueno— es lo único que dice.

Sintiendo que la conversación no va a llevar a nada, digo lo primero que pasa por mi cabeza:

—¿Qué harás esta noche?

—No sé, tal vez, a conseguir una novia, porque yo sí puedo, no te creas.

Suelto una risita más forzada que no sé qué y me rasco la nuca.

—Entonces adiós— digo y me alejo de la ventana.

Vuelvo hasta mi silla y me siento, mi teléfono suena y viendo que es mi querida Morgan tomo la llamada.

—¡Charli, no contestaste nuestros mensajes! ¿Cómo te fue?

—Mal, lo insulté.

—Lo sabía, no puedes controlarte esa boca, loca— dice en un tono algo alto.

—No es mi culpa —intento lavarme las manos de todo y me apoyo en el escritorio—. Verás, es que saca mi lado malo. Lo veo y lo quiero insultar. Es tan estúpido e imbécil, ¿Crees que tengo la culpa? Pues no.

Escucho a Morgan suspirar y cambio el teléfono de oreja y tiro de mi cabello, estresada.

—Creo que tienes que controlar tu ira.

—¿Controlar mi ira? ¿Pero de quién piensas que estamos hablando? ¿De Kayli? ¿Crees que tengo un problema con la ira? —pregunto indignada—. Eres igual que Marco. Insoportable.

—Está bien, no te alteres.

—¡No estoy alterada!

—Okey, okey, salgamos esta noche, te hará bien.

—Bien mis huevos que no tengo— digo irritada, no espero a que diga algo y le cuelgo.

Pongo el teléfono en silencio y lo tiro sobre la cama desde mi lugar. Tomo grandes respiraciones intentando calmarme.

Cuándo ya me siento más normal entro al baño para bañarme y hacer algo con mi cabello.

•••

Salgo del baño acabando de trenzar mi cabello en dos trencitas como mi esposo de un anime.

Voy directo a mi cama a buscar mi teléfono y entro a la página toda llena de virus que tengo, buscando el capítulo de mi anime que tengo descargado. Cuándo empiezo a verlo me espanto con un ruido sordo en mi ventana.

Vuelvo a soltar el teléfono y me acerco viendo a Marco en el jardín de su casa tirando piedras hacia acá muy casual.

—¿Qué quieres? ¿Molestar?— le pregunto cuando veo su intención de tirar otra piedra.

El idiota solo sonríe.

—Creí que querías hablar...

—Ja —suelto sin poder evitarlo—. ¿Y yo porque querría hablar contigo?

—No lo sé, tú dime.

—Cómprate un boleto de ida al infierno— le digo sin poder evitarlo.

¡Es que tiene que sacar mi lado malo!

—Si compro solo un boleto de ida... Entonces... — murmura pensándolo.

Me mira indignado, comprendiendo y sonrío.

—Al parecer tan estúpido no eres.

—Contigo no se puede hacer nada— dice y me lanza una piedrecita que impacta contra mi frente.

Tomo una gran respiración y hago mi mayor esfuerzo para no insultarlo por la paz.

—¿Y qué querías?— pregunto sin mucha paciencia que digamos.

—Volví al equipo de fútbol.

—¿Y?

—¿No estás feliz? Creí que querías saberlo, ahora tienes competencia— espeta y me lanza otra piedra desde allí abajo.

—¿Y crees que yo estaré feliz? ¿Por qué lo estaría?— cuestiono con burla.

Marco suelta las piedras y frunce el ceño.

—De verdad no sabes cuánto te odio— murmura antes de darse la vuelta y entrar a su casa.

Simplemente, me quedo aquí sin mucho que hacer. Me duele saber cómo hemos terminado.

Pero es sabido que las amistades no duran toda la vida.

Al menos seguimos interactuando.

Vuelvo a entrar a la habitación y abro la puerta saliendo, bajo a la cocina y me preparo un tazón de cereal con leche.

Cuándo salgo de ahí con mi tazón en manos me encuentro a mi hermano esperándome en el último escalón de la escalera.

Tiene un pijama de los Minions que no se quita, le gusta mucho. Su cabello de un tono rojizo, al igual que el mío, está amarrado en una coleta con mechones sueltos, como siempre.

Sonríe asueñado, demostrando que se ha levantado hace poco.

—¿Vas a salir con Morgan?— pregunta cuando le paso por el lado, siguiéndome.

—Sí.

—Voy con ustedes— afirma.

Me detengo frente a mi puerta y lo miro.

Su piel es de un color amarillo igual al mío, no amarillo, sino como entre blanco y canela claro. El desgraciado tiene unos ojos grises que sacó a mi padre.

Y aunque somos gemelos, somos completamente diferentes.

Él tiene un lunar debajo de su ojo derecho, mientras yo lo tengo debajo de mi labio, mis ojos son negros y él me lleva una cabeza.

En conclusión se robó los buenos genes.

—No vas a ir a ningún lado— digo mientras como del tazón.

—Bueno, vi al vecino hablando contigo. Estaba medio desnudo y lo metiste a tu habitación, a mamá le encantará esta historia.

Abro mi boca indignada, eso no pasó ni en mis sueños.

—No seas hablador, Tomás.

Él solo se encoge de hombros, desinteresado.

—Mami me va a creer lo que sea que le diga, ¿quién crees que es el favorito?

—Ella no tiene favoritos— replico.

Sé que tiene favoritos, de otra forma no me hubiera prohibido practicar boxeo cuando me obsesioné con eso. Pero a Tomás muy bien que lo dejaron hasta que le dio la gana.

—¿Quieres probar suerte?— pregunta con una sonrisa retadora.

—A las nueve, más o menos— digo rendida.

Solo veo su sonrisa y entro en mi habitación cerrándole la puerta en la cara.

—¡Te quiero! ¡Y no puedes tener novio hasta los ochenta, avisada estás, hermana!— grita, como si quisiera que media calle lo escuche.

Él está supuestamente enamorado de Morgan desde hace años, es molesto.

Camino hacia mi cama y me siento sin dejar de comer.

Cuándo me como todo lo del tazón, me acuesto, no sé cómo ni cuándo, pero me quedo dormida.

Soy capaz de dormir una noche completa y la mitad de un día si me dejan.

•••

Ciertamente, no sé qué hago aquí sentada.

Estoy en el mueble de mi casa, pasan a la princesita Sofía por el cable y pretendo ver eso mientras espero.

Morgan no llega y Tomás no sé qué diablos busca en la cocina, mueve calderos y todo buscando sabrá Dios qué.

—¡Has visto mi supiro de chocolate!— pregunta desde allí.

—¡No sé de qué hablas!

Suelta un grito de frustración que hasta acá se escucha, simplemente me encojo de hombros. Yo me lo comí.

Tomás sale de la cocina y viene hasta acá, se para delante de mí con los brazos cruzados y me mira con los ojos achicados.

—¿Te lo hartaste, verdad?— pregunta con un tono acusador.

—¿Eres loco?

—¡No me respondas con otra pregunta!

—Es que no sé qué decirte, yo no me he comido nada...

—¡No te hagas la vistima, víbora!— grita y me río de cómo ha pronunciado el víctima.

—¿Qué no me haga qué?

—La víctima— aclara.

—Eso no fue lo que dijiste— le hago saber con burla.

Nos interrumpe el claxon de un auto, estoy segura de que es el auto del padre de Morgan que se lo suele prestar a veces.

Soy la primera en salir de la casa y entro al asiento del copiloto.

Morgan mira a mi hermano confundida, pero este entra al auto como si nada, sin ni una pizca de vergüenza.

—¿Y él?— pregunta una vez que mi hermano se acomoda.

—Me amenazó para que lo invitara.

—Hermana, usted si es habladora— dice Tomás indignado.

—Es la verdad, Morgan.

—Te creo, Charli, te creo.

—¡No le creas! ¡No le creas, Morgan te quieren meter ideas en la cabeza sobre mí!— grita Tomás desesperado, lo ignoramos.

Emprendemos un viaje en silencio, hasta que Tomás comienza a hablar, mucho duró en hacerlo, la verdad.

—¿Sabes que doy clases de violín privadas, Morgan?— pregunta con un tono pícaro.

Ruedo los ojos. Estoy segura de que en su vida ha visto un violín.

—No sabía que tocas en violín.

—Sí, como ves, tengo muchas habilidades con los dedos y manos.

—Ay, por favor, no le creas Morgan, no sabe tocar nada— interrumpo ganándome una mala mirada de mi hermano.

—Es que lo sé— responde ella.

Tras unos cuantos minutos más llegamos a la discoteca, es una no tan conocida y por eso nos gusta, porque no está abarrotada de gente.

—Vayan entrando, necesito poner esto en un lugar donde no reciba ni un rayón— dice Morgan mientras nosotros salimos.

Como el estúpido de Tomás se queda, salgo yo sola y entro al local.

Voy directo hacia la barra y pido Ron, miro a mi alrededor, no hay mucha gente, pero sí la suficiente como para que el sitio se vea medianamente lleno.

Y esa es la magia del lugar.

En la barra más allá veo cómo se celebra mi actividad favorita y la razón por la que más me gusta venir aquí.

Competencia de idiotas.

La cosa es así, te ponen diez vasos de Romo puro y quién beba los vasos más rápido gana. Aquí siempre se ganan una botella de Romo, pero a veces dinero.

Me fijo que hoy solo está de premio la botella y me acerco.

Me acerco y cuándo los que ya han bebido se levantan soy veloz y me siento, aquí no entra quién llegó de primero, sino quién es más rápido.

—¡El primero en beber todo gana!— grita un mesero mientras sirven los vasos.

Yo y el borracho de enfrente empezamos a beber a lo loco, cierro los ojos entre cada trago, la cosa es fuerte. Pero yo estoy acostumbrada.

Mi padre es dueño de una licorería, la casa estaba llena de cajas de bebidas y Tomás y yo nunca hemos sido tranquilos. Éramos dos diablitos.

Nos robábamos algunas botellas y nos poníamos a beberlas a escondidas.

Recuerdo que una vez, tomamos una de las cajas de mi madre, quién tiene una Sex shop, pensando que eran las de mi padre. Al abrirlas encontramos penes y objetos sexuales.

Siempre ha sido normal ver ese tipo de cosas por la casa, pero esa vez quedamos traumados.

Doy el último trago cuándo el tipo está a mitad del suyo y levanto las manos triunfante.

Me siento abrumada por la bebida, pero aun en mis claros sentidos. Reclamo mi premio y salgo de allí para buscar a los idiotas.

—Sabrá Dios dónde están— murmuro para mí.

Estoy a punto de volver cuando veo al idiota de Marco salir de uno de los autos estacionados. Al verme frunce el ceño, pero se acerca.

—Marco, ¿Estás siguiéndome?— pregunto deteniéndolo.

—¿Crees que tengo tiempo para estar detrás de ti?

—Sí— respondo con un descaro más grande que yo.

—Quítate, hueles a Romo, estoy buscando a Joss.

—Te ayudo, aunque no le he visto— digo, Marco comienza a caminar y entramos.

Lo sigo por el lugar detrás de él, el estúpido revisa los baños y yo espero en el pasillo.

Él sale, pero se queda parado a unos cuantos pasos observándome.

—¿Eres consciente de que me caes mal?— pregunta.

—Sí.

—¿Entonces por qué me sigues?

—No tengo nada más que hacer.

—Se nota, Charlene.

Me cruzo de brazos intentando buscar aunque sea una pizca de paciencia.

Necesito saber la razón exacta por la cual dejó de hablarme para poder estar en paz.

—Mira Marco, dime ya por qué estamos así.

—Que todavía te haces la que no sabes —dice para reír por lo bajo—. Me molestas tanto, tú sabes por qué te dejé de hablar, no te hagas.

—No lo sé, te he dicho de mil maneras que no lo sé. Dímelo tú mismo.

—Si lo sabes.

—¡Que no lo sé, coñón! Si lo supiera no estaría aquí hablando mierda contigo, ¿crees que me gusta hablarte? ¡Pues no! Es que no puedo dormir sin resolver ese problema, si lo supiera ni siquiera te miraría, imbécil— exploto.

Marco me mira anonadado, suelta un resoplido y llevo mis dedos al puente de mi nariz.

—¿De verdad no lo sabes?

—No lo sé, maldi —me callo, dejo una mano en mi pecho y cierro mis ojos en busca de paz, cuando me siento lo suficientemente bien para hablar y no caer en desgracia lo miro—. Lo que quiero decir es que, si supiera la razón, no estaría preguntándote, no sé que hice mal ni nada.

—Esfuérzate por recordar seguro que lo haces— dice casual.

Listo, ya no puedo contenerme más.

—Escucha bien imbécil de mierda. No sé por qué se arruinó nuestra amistad, no sé nada. Mejor dime qué no me dirás nada y ya, tu mínimo piensas que me gusta estar insultándote, ¿es eso? Porque déjame decirte que no, vuelves a decirme que recuerde o que yo ya lo sé, y te parto una maldita botella en la cabeza— digo tan rápido que dudo que me entienda mucho.

Cuando me enojo ni yo entiendo lo que digo.

—¿Por qué eres tan plebe?— es lo único que pregunta.

Pateo el suelo y mejor vuelvo a la barra para no estamparle la cara contra una pared.

Pido un vaso de Romo y cuándo voy a darle el primer sorbo veo a Joss.

Está escondido delante de mí, por la barra.

Me observa con esos ojos negros que parece como si vieran a un insecto. Joss siempre ha dado esa impresión, él sí es arrogante, te mira como si él fuera el emperador de algún lugar.

Aunque a veces, su mirada se volvía tan normal que parecía una persona diferente, también actuaba como lo que es, un adolescente estúpido.

—¿Qué haces ahí?— me animo a preguntar.

—Durmiendo, ¿no ves?— y sonríe arrogante, o eso parece.

Su sonrisa más bien da risa, él levanta la comisura izquierda de sus labios como forzado mientras mira con superioridad, eso él cree que es una sonrisa arrogante.

Apoyo mis codos sobre la barra.

—¿Quieres que llame a Marco? Lo vi buscándote.

Los ojos de Joss se abren demasiado y bebo del vaso tranquila.

—Quise decir que estoy escondido, era eso.

—Ya... ¿Y por qué estás escondido?

—Boté una funda de semillas de flores de Marco, no sabía que se iba a enojar, fue sin querer queriendo— admite, una sonrisa se asoma por sus labios, pero la cubre con sus manos.

—Qué pena— murmuro yo.

Qué pena ni que pena, está bueno. Tenía que botarlo hasta a él mismo, ese buen estúpido.

Joss se desliza rapidísimo, escondiéndose aún más, me doy la vuelta solo para ver a Marco, quién me toma del codo sin aviso alguno.

—¿Qué haces?— pregunto cuando me jala, obligándome a seguirlo.

—Suéltame —le pido lo más tranquila que puedo, y a lo más tranquila que puedo me refiero a que se lo pido dándole manotazos en la mano—. ¿No escuchas? Suéltame, ¡Que me sueltes maldito loco!

Marco se detiene y me suelta.

—¿Me hablas a mí?

—¿Es que ves a alguien más con cara de imbécil? Pues no.

—Te has vuelto irritable, has cambiado demasiado. ¿Qué son todas esas malas palabras que sueltas?

A la mierda la paciencia, estoy enojada.

—¿Qué sabes tú? Me dejaste de hablar de la nada —recalco lo que ya sabe—. ¡De la nada!, como si fueras un niño que en lugar de afrontar sus problemas los esconde. ¡Ni siquiera me diste una explicación!

No es algo que le haya dicho nadie. Pero el hecho de que me haya dejado de hablar, empezando a evitarme, me dolió demasiado.

Él era mi único amigo por ese entonces, así que fue duro. Más por el hecho de que nunca me dijo que hice mal o me dio la oportunidad de pedir perdón.

No podía simplemente pedirle perdón cuando no sabía por qué él estaba tan enojado. Hasta el punto de que una vez cuando le insistía que habláramos, me dijo que me fuera al diablo y jamás volviera.

—Es que yo.

—Es que tú nada —lo callo, no quiero ni escucharlo—. Eres un insensible que ni siquiera puede ser capaz de decirme por qué me dejaste de hablar. ¿Es tan difícil decirme por qué? Simplemente, deja de hablarme, si vamos a ser enemigos seámoslo bien. No vuelvas a dirigirme la palabra, yo ya no te buscaré.

Lo miro a los ojos esperando a que diga algo, él baja la mirada, así que con un nudo en la garganta me doy la vuelta.

Simplemente, empiezo a alejarme sin rumbo. Que se vaya a la mierda todo, entraré al agua con hielo, pero no volveré a hablarle.

No después de hoy.

Cuándo sé que estoy bastante lejos, maldigo en voz baja, saco mi teléfono y le escribo a Tomás que voy para la casa y lo vuelvo a guardar.

Doy zancadas en el suelo de la acera, estoy bastante enojada con ese maldito imbécil de mierda.

Veo un auto conocido pasar, no le doy importancia y sigo mi camino sabiendo que estoy cerca de la casa. Pero el auto se devuelve.

Mi corazón se para, la delincuencia estos días está más que potente, saco mi teléfono, dispuesta a llamar a Tomás.

Dios mío, me venderán por partes en el mercado negro.

—¡Tabla!— me sobresalto ante el grito.

Mi perplejidad se muestra cuando veo salir a Marco del auto muy molesto.

—¿Qué coño te pasa?— pregunto, no me deja hablar bien, se acerca demasiado.

—¿Quieres resolver nuestros problemas? Vamos a resolver nuestros problemas— dice, se arremanga el abrigo molesto.

Está muchísimo más enojado que yo cuándo se me va la paciencia.

—No tengo nada que resolver contigo, no te quiero ver ni en pintura. Ahora quítate.

Intento empujarlo y quitarlo del medio, pero me toma del codo dejándome en mi mismo lugar.

—Es una maldita bola de grasa —suelta con odio—. Le hablo solo por lástima.

No sé qué coño está pasando, dice esas palabras con tanto odio que es desorientante.

—Lo único bueno de él es que es inteligente y lo puedes usar para que haga la tarea, nada más. Cree que soy su amiga, es muy iluso —me suelta de golpe—. ¿Te suenan esas palabras? Son las que le dijiste a ese grupo de amigos del que querías formar parte.

Ahora que lo menciona lo recuerdo. Era un grupo de tres niñas que criticaban todo lo que se moviese, quería ser su amiga. Dije aquellas palabras para caerles bien, no por qué las pensara.

Al final ellas se mudaron, se suponía que Marco jamás se enteraría de eso. No sabía que esa era la razón de su odio, jamás lo hubiera imaginado.

—Creo que puedo explicarlo...

—No quiero que me expliques nada. No me importa tu mierda, solo quiero que sepas que te odio con toda mi alma —dice—. Mereces estar sola, siempre has sido egoísta. Esas palabras solo me hicieron darme cuenta de que no me considerabas un amigo, aun cuando yo te quería como si fueras de mi familia.

No espera a que diga nada y vuelve al auto marchándose.

Me quedo en shock aquí parada. Reacciono cuando siento las lágrimas deslizarse por mis mejillas.

Quiero gritar, tirar algo, dejar salir esta frustración que llevo dentro, pero a la vez no quiero hacer nada.

Sus palabras que aún martillean en mi mente se sienten pesadas.

Obligo a mis pies a caminar devuelta a casa, aun llorando.

Llego en silencio a mi casa y de inmediato me encierro en mi habitación. El nudo en mi garganta permanece sin intención de disminuir.

Pensándolo bien, su odio hacia mí está bien justificado, siempre lo odié por dejarme de hablar, pensé que era lo peor. Pero parece que él ha sufrido más.

Así como él era mi único amigo, yo era su única amiga, así que no me puedo ni imaginar lo que debió de haber sentido al escucharme decir aquello.

Además, tiene razón, soy una persona egoísta, aunque no lo admita. Pero de verdad lo consideré un amigo. Solo que no estaba conforme, quería más de lo que necesitaba, y al final, cuando lo perdí a él, me di cuenta de que él era más que suficiente.


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