Capítulo 27: II
Salgo del baño encontrándome al peliblanco tumbado en la cama con una sonrisa. Mis pies se detienen y quedo estática en mi lugar, notando como los nervios aparecen en mi interior.
―¿Ya has terminado? ―pregunta acomodándose en la cama, cruzando las manos detrás de su cabeza.
Asiento.
Me ayudó a cambiarme los vendajes, pero pensé que se habría ido o sentado en el sofá. Aunque debo admitir que en el fondo suponía que no sería tan fácil librarme de él.
Suspiro y retomo el camino hasta la cama.
―Has tardado mucho ―comenta de forma distraída, pero la sonrisa no abandona su rostro.
Me encojo de hombros en respuesta.
Aparto las sabanas y entro en la cama, intentando ignorar la presencia del peliblanco.
―Estas muy callada.
―No ―me tumbo dándole la espalda. Escucho su risa.
―Sí ―hace una pausa―. ¿Me estás ignorando?
―No.
Su brazo rodea mi cintura y pega su cuerpo a mi espalda, inmediatamente me tenso y contengo el aire por un segundo.
―Entonces, no te importará que me acerque ―susurra cerca de mi oído. Su aliento manda escalofríos por todo mi cuerpo.
Parpadeo queriendo tomar el control de la situación y permanecer relajada, pero es imposible. Los latidos de mi corazón se han acelerado simplemente con ese movimiento.
Cojo aire para hablar, procurando que no me tiemble la voz.
―Pensé que ibas a dormir en el sofá.
Deja un beso en la piel expuesta de mi cuello. Los nervios se acumulan en mi estómago.
―Prefiero estar contigo ―sus labios rozan mi piel mientras habla. A continuación, vuelve a dejar otro suave beso.
Cierro los ojos para relajarme, pero provoca el efecto contrario. Al tenerlos cerrarlos soy mucho más consciente de cada roce.
La mano del peliblanco deja pequeñas caricias en mi abdomen, como si no fuera suficiente con los pequeños besos que deja en mi cuello cada poco tiempo.
Un impulso de girarme para rodear su cuello con mis brazos me invade, intento resistirlo y permanecer quieta, pero termino cediendo y dejándome llevar.
Cuando doy la vuelta, se separa ligeramente para observarme con sus ojos azules, los cuales parecen tener un ligero brillo propio a pesar de la oscuridad. Permanezco hipnotizada por el efecto que le provoca la luz de la luna.
―Hola ―susurra con una pequeña sonrisa.
―Hola ―le devuelvo la sonrisa con timidez.
Permanecemos en silencio durante unos segundos, simplemente mirándonos uno al otro.
Lleva la mano hasta mi rostro y coloca un mechón de pelo detrás de mi oreja. Aprovecha para acariciar mi mejilla. Mi piel cosquillea bajo su frío toque.
Mueve los labios susurrando algo que no soy capaz de entender.
―¿Qué?
―Nada ―responde.
Se inclina acercándose hasta que sus labios rozan los míos. Cierro los ojos esperando el beso, mientras mi respiración se detiene y mi corazón se acelera con anticipación.
Sin embargo, se separa unos centímetros y abro los ojos confundida. La mano que permanecía en mi mejilla se mueve hasta que acaricia mi labio inferior con su dedo pulgar. Un suspiro escapa de mis labios entreabiertos al sentir el escalofrío que me provoca ese simple gesto.
Su mirada sigue el movimiento de la pequeña caricia, a continuación, agarra mi mentón entre sus dedos y sus ojos se encuentran con los míos. El color azul se ha vuelto ligeramente más oscuro.
Antes de que pueda reaccionar, cierra la distancia entre los dos. Respondo a su beso con la misma intensidad. Acaricio su nuca mientras nuestros labios se mueven, pegándome más contra su cuerpo.
Su mano libre se engancha en mi cintura, yendo hasta mi espalda baja y presionándome hacía él.
La sensación de frío que desprende debería alejarme, pero sorprendentemente solo hace que tenga más ganas de pegarme a él. El contraste entre el calor de mi propio cuerpo y el frío es una sensación que gusta demasiado, aunque no quiera admitirlo.
***
Escucho un ruido lejano, provocando que abra los ojos. Parpadeo varias veces e intento moverme, pero un brazo me mantiene prisionera.
El peliblanco me mantiene pegada, abrazándome para que no pueda irme. Sus parpados permanecen cerrados mientras su pecho sube y baja con tranquilidad. Me permito contemplar su semblante totalmente relajado, una pequeña sonrisa escapa de mis labios.
Después de unos cuantos besos y caricias, simplemente nos quedamos abrazados hasta que me dormí. Antes de eso, el me había dicho que no le gustaba dormir porque no lo necesitaba.
Quito el brazo que me rodea con cuidado de no despertarlo y me levanto de la cama, no sin antes echarle un último vistazo. Se ve como un ángel.
Estoy dispuesta a ir al baño, pero otro ruido proveniente de fuera hace que me detenga.
Salgo al balcón y la brisa de la noche golpea mi piel. La luna brilla junto a las incontables estrellas.
Un maullido llama mi atención. Examino el balcón hasta encontrar al gato en la barandilla, mientras lame una de sus patas. Ya se quien ha provocado esos ruidos, seguramente habrá tirado algo.
Me doy la vuelta para volver dentro, de soslayo veo una figura en el jardín que no estaba antes. Frunzo el ceño confundida y vuelvo la vista hacía esa dirección, pero no hay nada.
Niego con la cabeza restándole importancia, pues de noche es muy fácil imaginarse sombras y siluetas donde no las hay.
Vuelvo dentro dejando la puerta del balcón ligeramente abierta, por si el gato quiere entrar. Voy al baño y después me tumbo en la cama, otra vez junto al peliblanco.
***
Giro cuando la luz me molesta a pesar de tener los ojos cerrados. Después de unos minutos, siento una mirada posada en mí que consigue incomodarme, incluso llego a pensar que es imaginación mía.
Entreabro ligeramente un ojo viendo borroso, mi vista se aclara y encuentro al peliblanco contemplándome fijamente. El calor sube a mi rostro e inmediatamente vuelvo a girarme, dándome la luz del sol en la cara. Siento el latir de mi corazón acelerado por la vergüenza.
―Buenos días ―escucho su risa.
Arrugo el rostro maldiciendo en voz baja.
―Buenos días ―respondo mientras estiro los brazos―. ¿Cuánto llevas despierto?
Me siento en el borde de la cama dándole la espalda.
―No mucho ―hace una pausa y le escucho moverse―. Estaba pensando si despertarte o no.
―Ya me desperté sola.
―Una pena, tenía varias ideas para hacerlo yo.
Ignoro sus últimas palabras y me levanto directa al baño. Todavía siento el rostro caliente por la vergüenza. Antes de cerrar la puerta escucho su risa de nuevo, ¿qué le parece tan gracioso?
Cuando salgo, la habitación está vacía. Camino por el pasillo en dirección al comedor, sin encontrar al peliblanco.
Creía que se iba a quedar dentro para seguir molestándome, pero no ha tardado en desaparecer.
Al abrir la puerta me encuentro de frente con el susodicho. Arruga las cejas con decepción y baja la mirada, hago lo mismo encontrando una bandeja con el desayuno en sus manos.
―Era para ti ―dice rompiendo el silencio.
Por un momento me siento mal, pero yo no sabía cuales eran sus intenciones. Además, que no es necesario que tenga detalles así conmigo.
―Gracias ―sonrío intentando animarle. Agarro la bandeja haciendo que nuestras manos se rocen.
Deja caer los brazos a sus costados y se aparta ligeramente hacía un lado para que pueda pasar. Camino hasta la mesa y dejo la bandeja en mi sitio. Tomo asiento mientras el peliblanco acerca una silla hasta mi lado.
―¿Qué tal has dormido? ―pregunto cuando se sienta. Se acomoda en una postura relajada y me observa con una pequeña sonrisa de labios cerrados.
―Bien, la verdad.
―¿No era que no ibas a dormir?
Empiezo a comer bajo su atenta mirada, la cual me incomoda.
―Esa era mi intención, pero el cansancio me pudo ―le miro de reojo cuando apoya los brazos en la mesa, acercándose un poco más―. Aunque me ha gustado dormir contigo.
Trago la comida que estaba en mi boca.
―A mí no ―respondo, haciendo que frunza el ceño con diversión.
―Ah, ¿no? ¿Por qué?
―Ocupas demasiado, un poco más y caigo de la cama.
―Entonces, tendré que hacer algo para que te guste ―levanta una de sus comisuras en una sonrisa ladeada, provocándome.
Mi mirada se queda en su sonrisa por unos segundos de más y él se da cuenta, por lo que se acerca acortando la distancia. Rápidamente desvío la mirada a mi desayuno y sigo comiendo, ignorando su presencia, pero siento sus ojos clavados en mí.
Busco cualquier excusa para desviar el tema.
―¿Tenemos que darle de comer al gato?
La confusión brilla en sus ojos ante mi pregunta. Mantengo mi rostro serio, para que no note mi nerviosismo ante su comentario anterior.
―El gato da igual ―responde.
―Es su mascota y nosotros sus invitados, tenemos que cuidarlo.
Suspira. Se echa hacía atrás apoyando la espalda en el respaldo.
―No ha dicho que tengamos que hacerlo ―cruza los brazos―, seguro que sabe cuidarse solo.
―Tampoco podemos dejar que se muera de hambre ―protesto frunciendo el ceño.
Nuestras miradas se quedan fijas en los ojos del otro, en una pelea silenciosa. Después de unos segundos, rueda los ojos y suspira. Sonrío victoriosa.
―Te ocuparás tú ―señala en mi dirección con el dedo. Asiento.
Sigo comiendo con tranquilidad, disfrutando del especial sabor que tienen todos los alimentos que he probado desde que estoy aquí. Tienen un toque que los hace diferentes, aunque el sabor principalmente es el mismo.
Detengo el tenedor a mitad de camino. Levanto la mirada encontrándome al peliblanco observándome de forma distraída, pues parece estar inmerso en sus propios pensamientos.
―Oye ―llamo su atención. Parpadea y centra su vista en mis ojos.
―Dime.
―¿Seguro que no quieres desayunar algo?
Arruga los labios con desagrado cuando examina mi comida. Niega.
―Me sentiré mal después ―se justifica sin quitar la mueca de asco de su rostro.
―¿Ni un poquito? ―insisto extendiendo el brazo en su dirección, acercando el tenedor a su boca.
Observa el trozo que le ofrezco con más asco al tenerlo cerca, pero se muestra indeciso por unos segundos, meditando si aceptar o tirarme el tenedor a la cabeza seguramente.
Ante mi sorpresa, separa los labios y se come el pequeño trozo, mientras mastica no desvía la mirada de la mía. No puedo evitar que una pequeña risa se me escape.
―¿Contenta? ―pregunta como un niño enfurruñado.
―Sí, aunque debes comer más.
―No necesito comer.
―Estás muy delgado ―digo antes de seguir desayunando.
―¿Ahora eres mi madre?
―Puedo fingir que sí ―levanto el tenedor y le apunto de forma amenazante―, así que hazme caso.
―No quiero que seas mi madre.
―Entonces, ¿qué me permites ser?
Su comisura se eleva y se inclina sobre la mesa, acercándose a mí. Le mantengo la mirada en todo momento.
―Quiero que seas todo, menos mi madre.
Parpadeo procesando sus palabras, sin llegar a entender del todo a lo que se refiere.
―¿Por ejemplo?
―Mi amiga ―hace una pausa, acercándose más―, mi amante, mi pareja, mi confidente...
El corazón reacciona ante esas simples palabras, empezando a latir con fuerza contra mi pecho. Me pierdo en la intensidad de sus ojos azules, los cuales adoro demasiado, siempre me han llamado la atención.
―¿Qué quieres que sea primero? ―pregunto intentando ocultar el nerviosismo que me provoca.
―Ya eres mi amiga, ahora estas en proceso de ser mi amante.
―Ah, ¿sí?
Soy incapaz de decir nada más. Siento la boca seca y relamo mis labios por instinto, sus ojos siguen el movimiento de mi lengua. Se acerca un poco más, yo también me inclino en su dirección acortando la distancia.
Une nuestros labios en un beso suave, que en segundos se convierte en un beso más profundo, como si intentara expresarme lo que quiere y siente de esa forma. Su mano va hasta mi nuca impidiendo que me separe, aunque no es algo que quiera hacer, mi cuerpo pide estar pegado al suyo y me molesta la mesa que nos separa.
Después de un rato besándonos con la misma intensidad, de repente se separa abruptamente, dejándome confundida sin saber qué hacer. Se levanta de la silla y agarra mi brazo obligándome a que también me levante. Choco con su pecho y su brazo rodea mi cintura manteniéndome contra él, su otra mano se posa en mi mejilla y vuelve a besarme.
Todo mi ser reacciona ante su cercanía: el latir frenético de mi corazón, el nerviosismo que recorre cada milímetro de mi cuerpo, la piel de gallina por el frío que desprende...
Baja la mano dejando caricias por mi espalda. Rodeo su cuello con los brazos pegándome más a él, si es que eso es posible. Nuestros labios se mueven con insistencia y deseo, mientras ambos disfrutamos sin querer parar.
Agarra mis muslos y me levanta haciendo que abrace su cuerpo con mis piernas. Camina conmigo encima sin separar nuestros labios, hasta que me deja sobre una superficie que intuyo que es la mesa, aunque no me separo para comprobarlo.
Un fuego lleno de pasión crece en mi pecho, expandiéndose por todo mi cuerpo. Aun me sorprenden todas las sensaciones que me provoca, las cuales eran totalmente desconocidas para mí.
Sus labios suaves pasan a mi cuello. Inclino la cabeza dejando espacio para que haga lo que quiera. Deja besos húmedos por toda mi piel, haciendo que pequeños escalofríos me recorran, provocando que me retuerza sin poder evitarlo. Bajo las manos y agarro su sudadera, intentando controlarme de los miles de escalofríos de placer que me provoca.
Cuando se centra en una zona específica, pasando su lengua y mordiendo ligeramente, pierdo la cabeza. Cierro los ojos disfrutando y un jadeo escapa de mis labios cuando succiona con fuerza, mandando un escalofrío que llega hasta lo más profundo de mí, erizando todo mi cuerpo.
Unas ganas incontrolables de besarle me invaden, por lo que le obligo a dejar mi cuello y me apodero de su boca. Nuestros labios se mueven con una intensidad arrolladora, nos balanceamos ligeramente hacía atrás cuando nos pegamos más, sin un centímetro que separe nuestros cuerpos. Su lengua entra en mi boca sin pedir permiso, no tardo en responder con la misma pasión, convirtiéndolo en una guerra por ver quien toma el control.
Sus manos empiezan a subir y bajar por los costados de mi cuerpo, casi pidiendo permiso para aumentar sus caricias cuando se detiene cerca de mi pecho y después vuelve a bajar. Mi corazón se salta varios latidos cada vez que repite esa acción, deseando que acaricie cualquier parte de mi cuerpo, aunque también me muero de los nervios.
De repente, todo su tacto desaparece dejándome sola y vacía. Me quedo paralizada por unos segundos, todavía con los ojos cerrados y sin ser consciente de la situación, demasiado aturdida por todas las sensaciones que me invaden.
―¡Quita! ―su grito hace que reaccione.
Abro los ojos encontrándome con la escena del peliblanco intentando quitarse al gato de encima.
¿Qué?
Me bajo de la mesa debatiéndome si ayudarlo o reírme.
El gato permanece agarrado con uñas y dientes a la sudadera, mientras el peliblanco intenta quitarlo de su espalda sin conseguirlo, dando vueltas sobre el mismo y gritando.
Una carcajada termina escapándose, aunque intento disimularla mientras me acerco para ayudarle.
―Quieto ―ordeno cuando no deja de moverse, impidiendo que pueda agarrar al gato.
―¡Maldito gato! ―gruñe sin hacerme caso―. Eres igual que tú dueño, déjame en paz.
―Jack, quédate quieto.
Sigue sin prestarme atención, por lo que la lucha continúa hasta que el gato se cansa y aterriza en el suelo. A diferencia de lo que pensaba, se muestra tranquilo mientras se aleja, como si no hubiera estado sobre la espalda del peliblanco hace unos momentos.
―¿Ya? ―pregunto al peliblanco, que observa con odio al felino.
―Ni se te ocurra darle de comer ―dice antes de salir dejándome sola.
Observo la puerta por donde se ha ido confundida, ¿está enfadado?
***
Si hay comentarios antiguos que no entienden, en este u otro capítulo, ignórenlos porque la historia hace años era diferente (recuerden que la escribí de niña).
¿Qué tal están? Espero que bien.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro