Capítulo 24: II
No puedo evitar que se me escape una pequeña sonrisa al ver a Jack retorcerse en el sofá.
― No volveré a comer nada. ― Lloriquea hecho una bolita. Me siento al lado del ojiverde.
― Normal que estés tan delgado. ― Dice haciendo que el peliblanco se ofenda.
― Cállate.
― ¿Cuál será su habitación? ― Le pregunto a Cupido, aunque no quito la mirada de Jack.
― ¿Habitación? ― Se inclina y extiende el brazo para agarrar el libro que descansa en la mesa, es de los que está escrito en otro idioma. ― Tiene sitio en el jardín para dormir.
― ¿Perdona? ― Se incorpora y le lanza una mirada moribunda. ― Encima que me quedo con vosotros ni siquiera me darás una habitación.
― Pues vete con los guardianes. ― Abre el libro y empieza a leer.
― Puedes dormir en mi habitación si quieres. ― Propongo. Estoy segura de que Cupido no lo permitirá, de ese modo le ofrecerá otra cama.
― ¿De verdad? ― Sus ojos azules me miran con felicidad, asiento divertida.
― Claro, ¿qué problema hay?
El peliblanco sonríe y termina por sentarse correctamente. Espero a que el ojiverde diga algo, que se niegue y le enseñe su habitación, pero se mantiene en silencio absorto en el libro.
― ¿Te parece bien, Cupido? ― Insisto llamando su atención, levanta la mirada por un segundo y vuelve al libro.
― Zed. ― Me corrige, ruedo los ojos y repito su nombre. Se encoge de hombros.
― ¿Qué significa eso? ― Interrogo, ni siquiera parece importarle.
― Me da igual. ― Cierra el libro y se levanta, sacude sus pantalones. ― Tengo cosas que hacer.
― ¿A dónde vas? ― Pregunta el peliblanco, pero es ignorado. El ojiverde sale de la sala sin decir ninguna palabra más, observo la puerta por donde se ha ido. Eso ha sido extraño, no es propio en él. ― ¿Qué le pasa?
Se cruza de brazos aparentemente molesto.
― No lo sé. ― Inclino la cabeza pensativa.
― Supuestamente teníamos que hablar los tres. ― Dice mirando la puerta por la que desapareció. Tiene razón, teníamos que hablar de todo lo que sucedió.
Nos quedamos en silencio. Jack mantiene la mirada pérdida, a veces la pasea por la sala, pero está sumido en sus pensamientos. Jugueteo con mis dedos apoyados en mis piernas, no tengo nada mejor que hacer. Pasa un rato y el silencio empieza a incomodarme, levanto la mirada y el peliblanco me está observando.
― ¿Qué? ― Pregunto bruscamente, debido a la sorpresa de tener sus ojos clavados en mí.
― No pienso que seas débil. ― Dice, al principio no entiendo a qué se refiere, pero después recuerdo la conversación en el balcón.
― No te preocupes, no estoy enfadada. ― Suelto una pequeña risa. ― Es una tontería, sé que fue un malentendido.
― Pero te molestaste. ― Frunce el ceño confundido. La verdad es que reaccione mal, no era para tanto y en poco tiempo se me olvidó, supongo que el dolor me hace irascible.
― Lo siento por eso. ― Entrelazo las manos sobre mis rodillas, juego con mis pulgares. ― Y me alegra que te quedes con nosotros.
Justo después de la cena, Jack nos dijo que se quedaría con nosotros y que no volvería a ver a los guardianes hasta que todo terminara. Sinceramente estaba casi segura de que esa sería su respuesta, aunque una pequeña parte de mí tenía miedo de que se fuera.
― No puedo quedarme con Norte después de lo que te hizo. ― Su tono de voz se ha vuelto serio. Bajo la mirada a mis manos, no quiero decir nada porque debe ser difícil para él también, al fin y al cabo, siempre confió en ese hombre.
― Ya. ― Respondo, tengo miedo de decir algo que pueda hacerle más daño. En mi mente se repetí una y otra vez el típico "te lo dije y no me hiciste caso", pero creo que ahora mismo es muy cruel.
― ¿Qué tal tu...? ― Levanto la mirada cuando no termina la pregunta. Tiene la mano apoyada en el pecho, instintivamente llevo la mía a la herida.
― Bien, aunque podría estar mejor. ― Intento bromear, pero su mirada se oscurece. ― Es broma, estoy bien. ― Aclaro e intento restarle importancia.
No funciona, la seriedad impregna cada uno de sus rasgos. Me golpeo mentalmente, aunque no esperaba que reaccionara así por una tontería. Hoy todos están raros, primero el ojiverde y luego el peliblanco. Tengo que cambiar de tema.
― ¿Sabes qué? ― Pregunto para llamar su atención, me observa esperando a que continúe. Aprovecho para levantarme y sentarme a su lado, me sigue con la mirada todo el rato.
― ¿Qué? ― Insiste cuando estoy a su lado. Sonrío ante su curiosidad, aunque sus ojos estén oscurecidos noto un pequeño brillo de felicidad.
― Ahora puedo tocarte. ― Susurro y, para demostrarlo, le doy un puñetazo en el brazo. Se queja y acaricia esa zona, pero sonríe ligeramente.
― Es cierto. ― Hace una pausa. ― Aunque no entiendo el por qué.
― ¿No te alegra? ― Pregunto fingiendo estar ofendida, rápidamente asiente.
― Claro que sí, ahora puedo hacer esto. ― Rodea mis hombros con su brazo y me pega a su costado. ― Sin estar en una cueva.
― Pensé que harías algo mejor. ― Reprocho, siento como su pecho tiembla cuando se ríe.
― ¿No será que querías un beso? ― Su pregunta me toma por sorpresa, me retiro de su lado y le observo con molestia. Aunque al encontrar la sonrisa de lado en sus labios y el brillo divertido en sus ojos, cualquier rastro de enfado desaparece al instante. ― Ven, si quieres te lo doy. ― Pone morritos y cierra los ojos, pero no se mueve de su posición.
El idiota está esperando a que me acerque yo, aunque me alegro de que haya funcionado para quitar ese aire sombrío. Me gusta más el peliblanco feliz y divertido.
Decido seguirle el juego. Me inclino hacía el y apoyo la mano en su hombro para sostenerme, su cuerpo se tensa inmediatamente. Sonrío internamente, se lo está creyendo. Me acerco hasta que siente mi aliento contra sus labios, en ese momento los entreabre esperando el tacto de los míos. En cuanto haga el amago de cortar la distancia, giraré el rostro haciendo que se encuentre con mi mejilla. Nos mantenemos así por unos segundos, ni siquiera me molesto en cerrar los ojos, aunque no niego que empiezo a ponerme nerviosa.
― Perdón por interrumpir. ― Mi corazón salta en mi pecho al escuchar a Cupido, rápidamente me separo hasta quedar en la otra punta del sofá.
Jack abre los ojos y observa al ojiverde con rabia, este camina hasta la mesa y coge otro libro. Siento mi cara arder, aunque no nos íbamos a besar, pero visto desde fuera seguro que parecía que sí.
― ¿No te habías ido? ― Escupe, le miro sorprendida, parece que está enfadado de verdad. No veo que le invada ni una pizca de vergüenza, sin embargo, en mi caso me gustaría encogerme hasta desaparecer.
― Vine a por el libro. ― Lo levanta para mostrárselo, después retoma su camino para salir de la sala. ― Antes de dormir iré a tu habitación, ____.
― Ah, vale. ― Balbuceo, aunque no parece haberme escuchado. Vuelve a desaparecer dejándonos solos.
― Tenía que joderlo... ― Murmura, mantiene el ceño fruncido con enfado y los labios apretados en una fina línea.
― No te iba a besar. ― Aclaro, no quiero que se piense cosas equivocadas.
― ¿Cómo? ― Su mirada se clava en mí, en ese momento quiero irme de aquí.
― Eh, iba a hacerte la cobra. ― Froto mi frente y desvío la mirada. ― Quería gastarte una broma.
― Entiendo. ― Su rostro se relaja, aunque no del todo. ― Algún día me pedirás que te bese.
― Ni en tus sueños. ― Tras decir esas palabras, viene a mi mente aquel sueño que tuve en la cueva. Necesito irme de aquí. ― Tengo que ir al baño, adiós.
Me levanto del sofá y no miro de nuevo hacía él, aunque escucho su risa mientras salgo de la sala. ¿Al baño? Ni siquiera he podido pensar en una excusa mejor.
Subo las escaleras en dirección a mi habitación, pero me detengo al encontrarme con el gato. Me examina con sus felinos ojos, mueve su cola con suavidad y elegancia como siempre. Maúlla llamando mi atención.
― ¿Qué quieres? ― Me acerco hasta agacharme a su lado, estiro la mano para acariciarle, pero se mueve alejándose de mí.
Camina por el pasillo y dobla la esquina, le sigo dejando la puerta de mi habitación atrás. Se mete a través de una puerta entreabierta, no sé que habrá dentro, no he tenido tiempo de investigar todas las salas.
Me asomo apoyándome en el marco de la puerta, la oscuridad no me permite distinguir con claridad ningún objeto. Busco algún interruptor para encender la luz, mi mano palpa la pared del interior, pero no encuentro nada.
Me deslizo al interior, no me atrevo a abrir la puerta del todo, así que la dejo exactamente como estaba. Ando con cuidado, no quiero tropezarme y caer al suelo. Extiendo los brazos frente a mí, para evitar estamparme con algún mueble. Un estruendo hace que salte en mi lugar, rápidamente intento buscar el causante del ruido, aunque mi vista todavía no se ha acostumbrado a la oscuridad. Permanezco quieta, se me han quitado las ganas de investigar.
― ¿____? ― Escucho la voz del peliblanco llamándome. ¿Me ha seguido? No creo, no sabe que estoy aquí metida. ― ¿Sigues en el baño?
Se abre una puerta y después se cierra, ha entrado a mi habitación. Salgo de la sala, está vez no me preocupo de la puerta y la cierro al salir, aunque al dar unos pasos me arrepiento. El gato está dentro, quizás no pueda salir si le dejo encerrado. Vuelvo sobre mis pasos y dejo la puerta entreabierta.
Entro a mi habitación encontrando al peliblanco sentado en mi cama.
― ¿Qué haces aquí? ― Pregunto cerrando la puerta. Levanta la cabeza, ya que la tenia agachada, y sus ojos se encuentran con los míos.
― ¿No estabas en el baño? ― Pregunta con una sonrisa ladeada, obviamente sabe que mentí.
― Sí, bueno. ― Meneo la mano restándole importancia. ― Respóndeme.
― Dijiste que podía dormir en tu habitación, así que aquí estoy. ― Extiende los brazos a sus costados y se deja caer en mi cama. Una vez tumbado gira la cabeza para poder mirarme.
― Si duermes aquí, no lo harás en mi cama. ― Enfatizo señalándole. La sonrisa de su rostro se convierte en un puchero exagerado, a veces es como un verdadero niño pequeño.
― No seas mala, ____. ― Se queja, niego con la cabeza.
― No lo soy, bastante que te dejo estar aquí.
Suelta una carcajada, volviendo a su semblante divertido.
― Entonces, eres una aburrida. ― Levanta una ceja, casi retándome, pero no entiendo a qué.
― ¿A qué te refieres? ― Pregunto inclinando ligeramente la cabeza a un lado.
― Eres una aburrida. ― Hace una pausa, en la que aprovecha para ponerse de lado dándome la espalda. ― No quieres dormir conmigo... ― Arrastra las palabras. Aunque no pueda verle la cara, estoy segura de que se está riendo de mí.
Espera que caiga en su juego y acepte dormir con él, pero eso nunca va a suceder. Solamente le ofrecí mi habitación pensando que Cupido, al verlo, le daría otra para él.
― Mentirosa. ― La acusación repentina de la voz me deja paralizada, es como si me hubieran tirado un balde de agua congelada.
¿Mentirosa?
No entiendo por qué decide hablar ahora, después de todo el tiempo que llevo despierta, solo para llamarme mentirosa. ¿En qué se supone que miento?
― ¿Qué? ― Escapa de mis labios buscando un motivo.
― No quieres dormir conmigo. ― Levanta la voz el peliblanco, obviamente no entiende que la pregunta no iba para él.
Espero en silencio a que la voz diga algo más, pero no vuelve a pronunciar palabra.
Después de que desapareces y me abandonas, después de lo que sucedió con los espíritus, después de ver todos esos sueños extraños con el niño... ¿eso es lo primero que te dignas a decirme?
― Respóndeme. ― Gruño. ― No te atrevas a ignorarme. ― Amenazo, cierro los ojos y aprieto los puños.
Sé que ahora me veo ridícula, pero he estado tanto tiempo esperando... esperando a que la voz me diera una explicación de todo... que no soporto que me hable para acusarme de algo que no soy, no tiene ningún derecho después de haberme abandonado.
― No te ignoro, he dicho que no quieres dormir conmigo. ― Escucho el sonido de la cama, seguramente se haya levantado. No quiero escucharle a él, quiero escuchar a la voz.
Estuve toda la tarde intentando contactar con ella, buscando alguna respuesta de su parte, y lo único que recibí fue silencio. Incluso llegué a pensar que había vuelto a desaparecer, pero en realidad me estaba ignorando.
― ¿____?
Aprieto los dientes, la rabia creciendo en mi pecho.
― ¿Qué pasa? ― Insiste, su voz suena cada vez más cerca.
― ¿Por qué? ― Susurro entre dientes, agacho la cabeza aún con los ojos cerrados. ― ¿Por qué no me das respuestas?
― ¿Qué respuestas, ____? ― Siento sus manos posarse en mis brazos. ― No te entiendo, ¿estás enfadada?
― ¡No estoy hablando contigo! ― Grito apartando bruscamente sus manos de mí, la rabia me consume. Abro los ojos encontrando el rostro confuso del peliblanco.
Cuando nuestras miradas se encuentran, de inmediato me arrepiento de mi reacción. Relajo las manos y todo mi cuerpo, él no se merece que lo trate así.
― Lo siento. ― Murmuro, sus ojos siguen observándome con confusión. ― Lo siento, no quise gritarte.
― ¿Qué ha pasado, ___? ― Pregunta, veo como hace el amago de acercarse, pero se lo piensa mejor y se queda quieto.
― La voz no quiere responder ninguna de mis preguntas. ― Gruño con molestia. ― Sé que estás ahí, ¿por qué me ignoras? ― Susurro de forma a penas audible, después de girarme dándole la espalda al peliblanco.
― ¿Qué fue ese grito? ― La puerta se abre y entra Cupido, me observa directamente a mí.
― No lo sé, estábamos bien y de repente estaba enfadada. ― Dice el peliblanco detrás de mí, ni siquiera me giro a mirarle.
― ¿Por qué?
― Ha dicho algo de que la voz no le responde. ― Responde antes de que yo pueda hacerlo.
― ¿La voz ha vuelto? ― Se acerca unos pasos, asiento ante su pregunta. ― Entiendo.
Nos quedamos en silencio, el ambiente se ha vuelto tenso e incómodo. ¿Lo he provocado yo?
― ¿Qué te parece si te ayudo a curarte y descansas hasta mañana? ― Propone Cupido con voz suave, reconozco ese tono, intenta calmarme.
― Pero... ― Me interrumpe poniendo su mano en mi hombro y da un pequeño apretón.
― Mañana hablaremos sin falta, tenemos muchas cosas que hacer.
Asiento sin quitar la mirada de sus ojos. Sentí el apretón como una disimulada advertencia para que no me niegue, aunque puede ser mi imaginación.
― ¿Vamos? ― Baja la mano y la extiende frente a mí, ofreciendo su palma.
Tomo su mano como respuesta. De reojo veo al peliblanco colocarse a mi lado.
― Yo también ayudaré.
― Como quieras. ― Sentencia y tira de mi mano con delicadeza.
Me dejo llevar hasta el baño, hace que me siente en un pequeño banco blanco y ambos se quedan de pie.
― Iré a por las vendas y medicamentos, mientras quítate el pijama. ― Agarra una toalla que estaba colgada. ― Tapate con esto. ― La deja a mi lado, sin decir nada más sale del baño.
Espero a que el peliblanco también salga del baño, pero se queda mirándose al espejo mientras toca su pelo. ¿Qué se supone que hace?
― ¿Vas a salir? ― Pregunto, aunque más bien pretendo decirle que se largue.
― ¿Por qué? ― Pregunta inocentemente. ― Te ayudaré a quitarte eso.
Frunzo el ceño, pensé que le había dicho que sería la última vez.
― Puedo sola. ― Me levanto y le miro a través del espejo. ― ¿Qué haces?
Sus ojos se encuentran con los míos en el espejo, me dedica una sonrisa ladeada de labios cerrados.
― Mirarme. ― Se acerca más al espejo. ― No sabía que era tan guapo.
Su comentario hace que ponga los ojos en blanco, había olvidado su parte creída.
― Ni que nunca te hubieras mirado en un espejo. ― Comento con aburrimiento, simplemente quiero quitarme el pijama sola.
― Hace mucho que no tengo la oportunidad.
Se gira y queda apoyado sobre el mueble del lavabo. Cruza los brazos sobre su pecho y me observa en silencio, le devuelvo la mirada con una ceja alzada.
― ¿Sales? ― Pregunto con esperanza de que me haga caso, pero en cuanto veo su sonrisa divertida cualquier esperanza desaparece.
― No miraré, solo me quedo por si necesitas ayuda.
Suspiro, no tengo ganas de discutir. ― Cierra los ojos.
Hace caso y los cierra, me quedo quieta por un momento observando su rostro. Nunca lo admitiré en voz alta, pero sí que es guapo, tiene algo diferente que me llama la atención. Meneo la cabeza sacando esos pensamientos. Le doy la espalda y respiro hondo, tengo que hacerlo rápido.
Agarro el extremo del pijama y tiro hacía arriba, subo los brazos y lo saco por mi cabeza. Justo en ese momento una punzada aparece en mi pecho, aguanto la respiración y suelto un pequeño quejido.
― ¿Estás bien? ― Escucho su voz más cerca de lo que debería.
― Sí. ― Susurro, hago un esfuerzo para hablar.
Antes de que pueda acercarse más, termino de quitarme el pijama y dejarlo en el banco. Hago el intento de coger la toalla, sin embargo, me la quita de las manos. Giro el rostro esperando verle con los ojos abiertos, pero sigue con ellos cerrados.
― Abre los brazos, te ayudaré.
Ante sus palabras me quedo paralizada. ¿Pretende ponerme la toalla?
Extiende la toalla agarrándola de los extremos, la deja caer sin llegar al suelo mientras la sostiene en dirección a mi cuerpo. Me enderezo, ya que estaba agachada, y le doy la espalda. Quiero negarme, pero no soy capaz de pronunciar ninguna palabra por miedo a que abra los ojos.
― ¿Dónde estás? ― Murmura buscándome, en seguida noto como toca mi espalda y mi cuerpo se tensa. ― Ah, aquí.
Levanto los brazos extendiéndolos a mis lados, siento la toalla envolverse a mi alrededor. Pero lo que más me perturba es el tacto del peliblanco, no me está tocando directamente, pero siento sus brazos y sus manos a través de la toalla. Su cuerpo está casi pegado a mi espalda, sus brazos extendidos rodeando mi torso mientras sujeta la toalla.
― La sujetaré yo. ― Mi voz sale temblorosa, aunque hago mi mejor esfuerzo para disimularlo.
Al ver las manos del peliblanco tan cerca de mis pechos desnudos he entrado en pánico, el nerviosismo corriendo por cada rincón de mi piel.
― Vale.
Agarro la toalla y él la suelta, se aleja dejándome respirar tranquila, aunque mi corazón sigue latiendo desbocado. Termino de envolverme con la toalla y atarla para que no se caiga, igualmente la sujeto contra mi pecho por si acaso.
― Ya puedes abrir los ojos. ― Anuncio dándome la vuelta, inmediatamente veo el azul de su mirada.
Nos quedamos en silencio, esperaba que dijera algo, pero la diversión ha desaparecido de su rostro. Algo más profundo y misterioso que no soy capaz de descifrar aparece, la tensión en el ambiente también se hace notar. No puedo evitar desviar la mirada, una presión aparece en mi pecho, pero no es dolor ni malestar.
― Vamos a curarte. ― Cupido entra en el baño, ni siquiera le había escuchado acercarse.
Instintivamente doy dos pasos atrás, sin embargo, el peliblanco permanece en su sitio. El ojiverde se detiene y nos observa expectante, seguramente haya sentido nuestras emociones. Le miro de reojo cruzándome con sus ojos, me devuelve la mirada, aunque no sé qué significa.
― ¿Todo bien? ― Pregunta con cautela, tengo la sensación de que solo se dirige a mí.
― Sí. ― Responde Jack, la tensión desparece poco a poco.
― Tengo que bajarte un poco la toalla de la espalda, para curarte ese lado de la herida. ― Informa acercándose a mí. Asiento sin rechistar, sé que no podría hacerlo yo sola. ― Jack, toma. ― Le entrega un recipiente negro, dentro hay una masa parecida a la que me puso aquella chica, pero en este caso es de color blanco. ― Siéntate.
Hago caso y me siento sobre la tapa del váter, de modo que él pueda posicionarse justo a mi espalda. Baja la toalla y empieza a extender la masa sobre la herida, en ese momento un ardor hace que cierre los ojos con fuerza.
― Es un alivio que tú interior se haya curado. ― Comenta mientras sigue con su trabajo.
― ¿A qué te refieres? ― Pregunta el peliblanco leyendo mi mente.
― La espada la atravesó, pero su interior se ha regenerado. Ahora es como si tuviera dos heridas diferentes, ya que el interior está perfecto.
― ¿Cómo es posible? ― Está vez pregunto yo, el ardor empieza a volverse soportable.
― Igual que curaste a Jack, tú poder lo ha hecho.
― Ni siquiera recuerdo como conseguí curarle. ― Confieso, si tuviera que repetir todo lo que hice allí no sería capaz.
― Tranquila, es normal.
― ¿Por qué me da la sensación de que sabes más de lo que dices? ― Acusa el peliblanco, presto atención.
― Porque es así, mañana hablaremos todos. ― Hace una pausa. ― Igualmente hay muchas que faltan por descubrir y entender.
― ¿Por qué me ayudas, Zed? ― Siento como sus movimientos se detienen ante mi pregunta. Es la primera vez que le llamo por su nombre sin que él me corrija.
Esa pregunta ronda mi mente desde la primera vez que apareció, ¿por qué ayudar a alguien desconocido?
― Porque quiero hacerlo, pienso que eres especial. ― Responde con sinceridad, no siento ningún atisbo de duda en su voz. ― ¿Por qué la ayudas, Jack? Por el mismo motivo.
El peliblanco se mantiene en silencio. Dejo escapar un suspiro, de repente se me han quitado las ganas de seguir con esta conversación. Cupido continúa curando mi herida.
Después de un rato, anuncia que ha terminado. Se dispone a cambiarse de sitio para curar la de mi pecho, pero le detengo agarrando su muñeca.
― ¿Puedo curarme yo sola? ― Pido, le miro a los ojos esperando su respuesta.
― Vale. ― Acepta haciendo que mi cuerpo se relaje.
La herida se encuentra entre mis pechos, un poco más abajo, pero no demasiado. Por lo que, en caso de que tuviera que curarme él, seria imposible cubrir mi desnudez.
― Jack. ― Le llama captando su atención, quien estaba dejando el recipiente al lado del lavabo. ― ¿Te quedas para ayudarla con los vendajes?
― Claro. ― Responde, en ese momento Cupido se despide y sale del baño.
Otra vez solos.
― Avísame cuando termines. ― Dice entregándome el recipiente, lo sujeto con ambas manos y asiento. Sale del baño dejándome totalmente sola, pensé que insistiría para ayudarme.
Abro la toalla y la dejo caer, unto mis dedos en la masa y procedo a extenderla como lo hacía Cupido, en pequeños círculos. Tengo que apretar los dientes para evitar soltar un quejido, arde más que la herida de la espalda.
Después de un rato, creo que es suficiente. Vuelvo a cubrirme con la toalla. La masa blanca se vuelve transparente después de extenderla, lo que me llama la atención, es como si se metiera en lo más profundo de mi herida.
― Puedes pasar. ― Levanto la voz para que pueda escucharme.
Pasan unos segundos hasta que la puerta se abre. Entra con las vendas en su mano, se detiene a mi lado.
― Tienes que quitarte la toalla, Cupido me ha dicho como hacerlo. ― Explica y asiento, antes de quitarme la toalla espero a que continúe. ― Te ayudaré a pasar las vendas por la espalda y que cubran bien la herida, tú te ocuparas de la delantera, tenemos que envolverlas para que se queden bien sujetas.
― Entiendo.
La verdad es que imaginaba que sería la única opción.
Me quito la toalla dándole la espalda, no necesito decirle que no mire, seguramente ya lo sepa. Él se coloca cerca, exactamente donde había estado Cupido antes. Las vendas vienen en un rollo, coge el extremo y me lo entrega.
― Sujétalo contra tu piel. ― Hago lo que dice, lo pongo cerca de la herida, pero sin llegar a tocarla.
Jack tira del rollo colocando la venda en mi espalda, después me pasa el rollo por el costado para que continúe por el frente, así sucesivamente. Después de unos minutos hemos terminado, ninguno ha pronunciado palabra ni era necesario, ya que estábamos compenetrados y no hubo ningún problema.
― Perfecto. ― Dice orgulloso del resultado. ― Espera.
Sale del baño y no me muevo. Mis pechos siguen al aire, no ha sido necesario cubrirlos con las vendas, y lo que menos quiero es que cuando entre me vea. Antes me aseguré de que la toalla cubriera desde mi abdomen y espalda baja, incluyendo mis piernas, de ese modo no habría peligro de que viera más de lo que debería.
Vuelve y se posiciona en el mismo sitio, siento sus dedos poner sobre las vendas de mi espalda.
― Listo.
― Gracias. ― Agradezco y me cubro con mis brazos.
― De nada, ahora a descansar. ― Dice en tono alegre, cualquier rastro de tensión o seriedad han desaparecido hace rato.
Sale del baño dándome privacidad, aprovecho para ponerme el pijama.
***
Capítulo sorpresa porque he tenido tiempo para escribir, igualmente habrá capítulo este domingo como os prometí. Pensaba esperar y subirlo el domingo, pero mejor os traigo este más el siguiente como agradecimiento por apoyar la historia.
Espero que les guste. 💜
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