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"Esa noche" (seis años antes)

Como cada día, mientras todos los demás chicos pasaban el receso en el patio, Charles Nabal iba a la oficina de la psicóloga de su escuela.  Sus sesiones eran secretas porque no quería molestar a sus horribles padres con su ligero problema de déficit de atención acompañado con ansiedad.

Mirando a todos lados para asegurarse que ningún compañero lo viera, tocó la puerta de madera de la oficina de la doctora Sullivan.

—Adelante —contestó una dulce voz del otro lado.

Charles abrió la puerta y entró a la oficina. La mujer de melena negra miró con una sonrisa a su habitual visitante desde su escritorio. Ya no le era extraño verlo por ahí, después de tres años le resultaba tan común que sería extraño el día que no se aparecía. 

—Buenos días, Charles, toma asiento —indicó la doctora mientras se iba a sentar a su asiento de psicóloga frente al cómodo sillón en el que se sientan sus visitantes, en este caso, Charles, quien con una pequeña sonrisa tímida tomó asiento—. ¿En qué te puedo ayudar hoy, Charles?

Charles movía su pierna izquierda hiperactivamente, como un impulso incontrolable, estaba claro que algo andaba mal y le preocupaba.

—Es mi agenda, doctora Sullivan —respondió el joven—. Ayer cuando regresé a casa de mi cita con el dentista, encontré todas las páginas de mi agenda totalmente rayadas. Sin mi agenda no sé lo que debo hacer.

La doctora Sullivan le había aconsejado a Charles que usará una agenda para escribir lo que debía hacer, así podría recordarlo para dedicarle el tiempo necesario y no se distrajera con otras cosas, pues su condición le impedía completar sus actividades. Pero ahora que las páginas estaban rayadas no se podía escribir ni leer lo que ya estaba escrito, lo cual era malo, pues había escrito cosas que debía hacer ese mismo día.

—¿Sabes qué pudo pasar? —inquirió la psicóloga. 

—Es probable que mi hermano lo haya hecho. Él y yo no tenemos una buena relación.

—¿Eso te preocupa, que Jullian y tú no se lleven bien?

Charles asintió ligeramente. Le preocupaba su hermano porque, así como él debía soportar a sus padres. Desde aquella vez que su padre lo golpeó por primera vez, Charles entendió que debía hacer lo que fuera para que eso no sucediera otra vez. Por eso comenzó a ser el hijo perfecto, el hijo que sacara buenas notas, el hijo que destacara, el hijo que hace sentir orgullo a sus padres, no el hijo que avergüenza a sus padres y lo reprenden severamente por ello.

Supo que en la escuela no iba bien, por eso comenzó a ir con la psicóloga, para pedir ayuda con sus estudios, y gracias a sus consejos y a su capacidad de escuchar, Charles puede ser el hijo que sus padres esperan.

El pobre Jullian, es todo lo contrario, y eso le cuesta muy caro. Escuchar su llanto y los golpes que su padre le da casi todas noches es muy doloroso, por él sabe lo que estar en su posición y le duele no poder ayudarlo, si lo llegara a intentar sufriría el mismo castigo y todo su esfuerzo por ser el hijo perfecto se habrá perdido.

Charles había pensado en múltiples ocasiones denunciar a sus padres, pero le aterra las consecuencias de ello, y por consecuencia se refiere a la furia de sus padres. Es lo único que no puede hablar con nadie, ni siquiera con la doctora Sullivan. 

—¿A qué crees que se deba su mala relación? —volvió a preguntar la doctora.

—No lo sé —mintió Charles. Él sabía que vivir en ese ambiente podría afectar las habilidades sociales de ambos—. Pero, necesito que me ayude a recordar lo que debo hacer.

La doctora se levantó de su asiento y se dirigió a su escritorio. Arrancó dos hojas de su agenda y se las dio a Charles junto con una pluma.

—Toma.

Charles tomó lo que le ofrecía la psicóloga. Y al tomarlo, el movimiento de su pierna desapareció.

—En lo que consigues una nueva agenda anotarás lo que tienes que hacer aquí, ¿de acuerdo? —explicó Sullivan regresando a su asiento—. Bueno, tienes un partido de lacrosse esta noche.

—Es cierto, ¿sabe a qué hora es el partido?

—A las siete, tengo entendido.

Entonces Charles recordó que el entrenador había anunciado que en ese partido iban a estar presentes representantes de universidades que buscan jóvenes prometedores para ofrecerles becas deportivas. Esa era una gran oportunidad, pues ya tenía dieciocho años y ya casi iba a entrar a la universidad.

—Es importante que no faltes, Charles —recalcó la mujer mientras veía escribir a Charles—. Como capitán del equipo y como jugador estrella, es imprescindible tu asistencia.

Charles odiaba el lacrosse, pero lo jugaba para tener una razón más para hacer sentir orgulloso a sus padres.

* * *

Jullian miraba con desprecio hacia la ventana de su aula de clases, esperando con impaciencia el final del día para poder llevar acabo el plan que se le ocurrió desde hace algunos días.

—Jullian, ¿puedo hablar contigo un segundo?

Jullian volteó a ver a la persona que lo llamaba, era su maestro de artes, el señor Daugherty. El profesor Daugherty es el único maestro que le agradaba a Jullian, pues era más paciente que el resto, se podría decir que era su maestro favorito.

—Sí, ¿sucede algo, profesor Daugherty?

—Esta clase te noté ausente —dijo Daugherty—, más de lo usual. ¿Hay algo que te preocupe o que te moleste?

Jullian podría contarle a su profesor el terrible infierno que sus progenitores lo han hecho pasar durante diecisiete largo y malditos años. Pero no, las consecuencias de ello, era algo que no estaba dispuesto a soportar. Aún le dolía la espalda de los golpes de la vez anterior.

—No, profesor, supongo que estaba distraído y lo siento.

—Está bien, pero si quieres hablar, recuerda que aquí estoy.

—Gracias, profesor Daugherty.

El profesor le dedicó una sonrisa antes de abandonar el aula, dejando a Jullian en soledad.

El resto del día transcurrió lento para los hermanos Nabal. En el caso de Charles por su condición y en el caso de Jullian por su impaciencia. Al sonar la campana que anuncia el final de las clases, ambos hermanos tomaron sus cosas para reunirse afuera de la escuela para que su padre pasara por ellos. No debía hacerlo esperar ni un minuto porque luego les caería una buena bronca a ambos. En cuanto vieron el auto familiar, los hermanos entraron en el vehículo.

—¡Hola, Charles! —saludó su padre—, ¿estás listo para el partido de esta noche?

—La verdad estoy nervioso —declaró Charles.

—No lo estés, hijo. Te irá bien e impresionarás a esos cazatalentos y te lloverán ofertas universitarias. Pero sin presiones, ¿eh?

Charles respondió con una sonrisa incomoda porque claro que había presiones. Cada uno de los hermanos sufría de diferente manera.

Cuando Charles terminó sus quehaceres que estaban escritos en su agenda improvisada, se percató que disponía de menos de una hora para prepararse del juego. Como capitán no debía faltar ni llegar tarde. Se puso su pechera, su uniforme, sus rodilleras, sus guantes, sus zapatos y portó su crossier y su casco. Charles bajó las escaleras y sus padres ya estaban listos para irse.

—¡Jullian es hora de irnos! —gritó la señora Nabal impacientemente.

Al no recibir respuesta, la mujer subió las escaleras y entró a la habitación de Jullian para jalarle el cabello y arrastrarlo hasta la salida. 

—¡Ya te habíamos dicho que queríamos que estuvieras listo para el partido de Charles! —regañó su progenitora— ¡¿ya viste como estás vestido?, eres una vergüenza!

Jullian finalmente salió a regañadientes de la casa mientras que sus progenitores lo fulminaban con la mirada, pero no sabían que él los fulminaría de verdad.

En todo el camino hacia el partido, los adultos hablaban de lo orgullosos que estaban de Charles y lo feliz que estaban de tener un hijo así. Cuando la "familia" Nabal arribó a la cancha de la Escuela Preparatoria de Prado de Cedros, Charles se reunió con su equipo y su entrenador, mientras que el resto se acomodaba en las gradas.

Un árbitro caminó en medio de la cancha y con el silbato llamó a ambos equipos dando inicio al partido.

A mitad del encuentro de lacrosse, Jullian se escabulló a los baños aprovechando que sus progenitores no le quitaban el ojo a su hermano. Cuando llegó al baño de caballeros, se aseguró que no hubiera nadie más que él y la persona a la que se iba a encontrar.

—Subir para abajo y bajar para arriba —dijo Jullian.

De repente, la puerta de un cubículo se abrió y de él salió un chico con un aspecto atemorizante. Era un muchacho de dieciocho años, de pantalones rotos, chaqueta negra y tenía perforaciones por la cara. Él es un estudiante de nombre Drake que tiene una mala fama, pero él tiene contactos que te pueden dar lo que sea, desde drogas, armas y documentos falsos.

—¿Tienes mi pasta, niño? —intrigó Drake.

—Depende, ¿tienes mis papeles?

Drake abrió su chaqueta y de ella sacó un sobre amarillo lleno de documentos como actas de nacimiento, identificaciones y certificados estudiantiles con buenas notas.

Jullian sacó de su bolsillo un fajo de techlutas. Drake lo tomó y lo contó y cuando verificó que era la cantidad correcta, le entregó el sobre a Jullian.

—Fue un placer hacer negocios contigo, Drake Daugherty —dijo Drake antes de abandonar el baño.

* * *

Era casi la medianoche y Jullian ya tenía todo listo. Se había asegurado nuevamente que todos estuvieran dormidos y cuando escuchó los escandalosos ronquidos que provenían de la habitación matrimonial, supo que efectivamente estaban en el quinto sueño. Tenía la botella que robó de la reserva de su padre, el trapo, el encendedor y una mochila con los documentos falsos, algunas pertenencias y algo de dinero.

El último paso era provocar una fuga de gas. Se acercó a la estufa reluciente de la cocina y giro todas las manijas para dejar escapar el gas. Cerró todas las ventanas de la casa y pretendía salir al patio delantero haciendo el menor ruido posible pero en su camino vio algo que lo distrajo.

Se trataba de la cámara que su madre usaba para tomar fotos de cada momento. Eso era algo que Jullian no toleraba porque debía vestirse y posar como su madre quisiera, era como u títere que estaba a merced de una niña mimada. Sin embargo, las cámaras inmortalizan momentos y el espectáculo que Jullian tenía planeado, definitivamente iba a querer inmortalizarlo. Tomó la cámara y salió para esperar a que el gas invadiera la casa.  

Llegó la medianoche, la calle estaba totalmente vacía, solo estaba Jullian. Entonces abrió la botella de licor y puso en la boquilla el trapo. Con el encendedor prendió fuego al trapo y con una sonrisa lanzó la botella hacia una ventana que se rompió con el fuerte impacto. A los pocos segundos la casa explotó envolviéndose en llamas como si el mismo infierno se la tragara.

Con un sentimiento de satisfacción, Jullian tomó una fotografía de la escena con la Polaroid de su ahora difunta progenitora. 

El chico caminó hasta llegar a la central de autobuses, abierta las veinticuatro horas del día, conocida por tener viajes a todas horas.

—Buenas noches, joven —saludó la mujer detrás de la ventanilla—, ¿a qué destino se dirige?

Jullian observó la tabla de viajes a punto de empezar y se decidió por el más próximo.

—Valle de Robles, por favor, el más próximo —contestó Jullian con toda la calma del mundo.

—Claro que sí, ¿me permite su identificación?

Jullian sacó de su mochila una credencial estudiantil de su identidad falsa Drake Daugherty y se la entregó a la mujer. A pesar de ser falsa, era muy convincente.

—Son siete techultas.

El falso Drake entregó la cantidad requerida y se le dio su boleto junto con su identificación falsa.

* * *

Poco a poco, Charles abría sus ojos, su vista empezó a acostumbrarse a los cegadores focos de su habitación en el hospital de Prado de Cedros. Estaba confundido, quería moverse y hablar pero entonces...

—No, no, no, por favor, no te esfuerces —pidió una chica de unos veintitantos años rubia de ojos azules y de una belleza incomparable—. Tranquilo, vas a estar bien. Sufriste quemaduras muy graves pero ya estás fuera de peligro, te encuentras en un hospital.

La chica sonrió y de alguna manera hizo que Charles se tranquilizara. Esa sonrisa era tan cálida y mágica que Charles no pudo evitar perderse en ella.

—Mi nombre es Mary Riordan y yo seré tu enfermera —se presentó la enfermera.

Charles sintió las buenas intenciones de Mary y pensó que con ella a su lado, nada malo podría suceder.

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