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Caleb

—Tu turno, Drake.

Drake masticó y tragó el trozo de la hamburguesa que había pedido antes de formular la siguiente pregunta que le haría a Mary.

—¿Cuál es el caso más grotesco que has visto?.

—¿De verdad quieres saber? —inquirió la enfermera, curiosa.

—Creo que puedo soportarlo.

—De acuerdo —Mary se quedó mirando al techo tratando de recordar—. Fue hace unos años, cuando estaba haciendo mi servicio social en un hospital. Llegó un chico con quemaduras severas —Mary comenzaba a oírse melancólica—, todo su cuerpo estaba cubierto de cenizas, su carne era negra, su voz era rasposa y su cara quedó totalmente desfigurada. 

—Debió ser horrible —empatizó Drake.

—Más para el paciente... en fin, es mi turno —dijo la rubia tratando de quitarse esas imágenes de la cabeza—. ¿Vives solo o sigues viviendo con tus padres?.

—En realidad, no vivo con mis padres desde hace mucho tiempo porque murieron hace años —confesó Drake con total tranquilidad.

Mary llevó sus manos hacía su boca como un reflejo por el impacto de oír eso. 

—Dios mío, Drake —dijo Mary por lo bajo—, lamento mucho oír eso. Debió ser muy duro para ti.

—No eramos muy cercanos mis padres y yo —declaró Daugherty—, así que no fue muy duro, siempre he sido muy independiente y tenía diecisiete años en aquel entonces.

—¿Entonces estás completamente solo?.

Drake asintió.

—¿No tienes algún familiar, algún tío, algún primo, algún hermano?.

—Solo estoy yo.

Se sembró en la mesa un silencio algo incómodo. Por su parte, Drake no se sentía precisamente cómodo hablar sobre su difunta familia, pero tampoco era algo de lo que jamás hablaría. Mary se mostraba culpable por haber sacado a la mesa un tema tan delicado.

Entonces, se escuchó la campana que suena cada vez que alguien entra o sale del restaurante. Se trataba de un hombre alto, de tez bronceada, de melena oscura y rizada y tenía un par de patillas. Vestía unos pantalones rotos y una chaqueta de cuero. El hombre se acercó a la barra y se apoyó en ésta con su codo derecho.

—Buenas noches, bienvenido a Radley—saludó una mesera—, ¿puedo ayudarlo?.

—Sí, ordené algo para llevar.

Mary se estremeció al escuchar la voz del hombre de las patillas, le era tan familiar... apostaría que era la persona que pensaba que era.

—¿A nombre de quien?.

—Caleb.

—Un momento, por favor —pidió la mesera entrando a la cocina.

Mierda —murmuró Mary.

—¿Estás bien? —inquirió Drake—, estás muy pálida.

El tal Caleb comenzó a mirar alrededor y sus ojos miraron una cabellera rubia que le resultaba bastante familiar. Sonrió y se acercó para verificar si estaba en lo correcto.

—¡No puedo creerlo, qué coincidencia, Mary! —exclamó Caleb.

—Hola, Caleb —saludó ella incomoda y forzosamente.

Caleb le echó un vistazo rápido a Drake.

—¿Quién es este tipo, tu nuevo novio? —preguntó Caleb con sorna. 

—Déjalo en paz, Caleb.

Caleb tomó a Mary de la mandíbula y la obligo a mirarlo.

—¿Qué le ves a este idiota?, ¿te hace gemir como yo lo hacía?.

—¡Suéltala ahora! —exclamó Drake levantándose abruptamente.

Caleb se le dibujó una sonrisa y soltó a Mary para ponerse frente a Drake.

—¿Qué harás al respecto, debilucho?.

Drake no dijo una sola palabra.

—¡¿Estás sordo o qué?!

—No, solo pienso en todo lo que voy a hacer al respecto.

Drake no le temía a Caleb, no importaba que le sacaba una cabeza de altura, Caleb claramente era uno de esos "machos" que se creen los machos alfas.

—¡Señor Caleb, su pedido está listo! —exclamó la mesera desde la barra.

—Nos vemos, muñeca —dijo Caleb a Mary antes de dirigirse a la barra, pagar por la comida, tomar la bolsa de papel y salir del restaurante. 

Por el cristal, Drake vio al hombre de las patillas subirse a una moto, encenderla y perderse entre los demás vehículos que transitaban por la calle. Después miró a Mary quien lucía avergonzada.

—Imbécil.

—Lo es —confirmó Mary—, por eso terminé con él.

Drake volvió a sentarse para continuar con la velada que claramente había decaído antes de la intromisión de Caleb.

—Tengo que ir al tocador —anunció Mary.

—Claro, aquí te espero.

Después de unos cinco minutos, Mary regresó luciendo apurada a la mesa con un billete de cien techlutas en la mano.

—Lo siento, Drake, pero en verdad tengo que irme.

Drake no tuvo la oportunidad de decir o hacer algo porque en cuanto el billete cayó sobre la mesa, Mary salió del restaurante. A través del cristal se vio como sacaba de su bolso las llaves de un auto. Los faros resplandecientes de un Volkswagen azul no tardaron en aparecer. Mary subió a su carro y se fue.

* * *

—¡Carajo! —exclamó Drake azotando la puerta de su dormitorio.

Pasó sus manos por su cabello y se sentó con brusquedad sobre su cama y comenzó a quitarse la camisa dejando al descubierto su espalda cubierta de enormes moretones. La cena había terminado mal, de eso no había duda, además le había removido ciertos recuerdos.

Se quitó sus zapatos y sus calcetines y los arrojó al suelo. Buscó en su armario y se puso una camiseta gris. Comenzó a buscar algo debajo de su cama hasta sacar una lonchera de alguna vieja serie animada. Miró la lonchera con atención y entonces la abrió.

Dentro de esa lonchera se encontraban dos objetos que calmaban a Drake. La última vez que abrió esa lonchera fue en su primer día en la carrera de fotografía, se sentía realmente emocionado por ello. El contenido de la lonchera consistía en una vieja cámara Polaroid y la primera foto que Drake tomó.

Esa foto lo cambió todo, y lo hizo convencerse así mismo que su madre tenía razón sobre las fotografías. Antes de aquel día, las cámaras y las fotografías eran una especie de tortura para Drake. Un recuerdo invadió su mente.

Era finales de noviembre, la ciudad era cubierta delicadamente por los copos de nieve que caían desde los cielos. Copo por copo caían todos hasta el rincón más lejano. Drake, siendo pequeño, era prácticamente empujado por su mamá hacía el centro comercial como todos los años. 

¿Por qué tenemos que tomarnos una foto? —insistía Drake.

Para inmortalizar un momento mágico en familia, mi amor —solía responder su mamá ocultando su molestia. 

Se abrían paso entre la gente para dirigirse a un estudio fotográfico para tomar la foto que acompañaría a todas las tarjetas que su familia enviaría con motivo de las fiestas navideñas. Drake odiaba esa "actividad familiar" por dos motivos.

El primero era porque sabía muy bien que sus padres odiaban a todas las personas a las que le enviaban tarjetas navideñas. Para un niño de casi diez años le era imposible entender porqué les era tan importante enviar tarjetas con buenos deseos a gente que no soportaban.

El segundo y principal motivo por el que Drake odiaba las fotos era porque su mamá se cercioraba de que su apariencia fuera perfecta e impecable, sin un hilo colgando, sin una arruga visible, sin un pelo sin peinar. Drake detestaba que su mamá fuera tan detallista en ese aspecto, parecía una maniática obsesionada. Además, llevar corbata lo hacía sentir asfixiado, y no importaba cuantas veces se lo dijera, su mamá simplemente hacía caso omiso.

Por si eso fuera poco, hasta tenía que pretender que era feliz a través de una sonrisa. Una sonrisa donde estaba toda la hipocresía posible. Drake no quería sonreír porque su familia no le daba motivos reales para hacerlo. Si sonreía era porque sentía las uñas de su mamá presionándole la espalda o porque sabía que le iría mal en casa y lo hacía en automático para evitarse problemas futuros.

No fue hasta que Drake tomó la Polaroid que sintió por primera vez la satisfacción de ver una buena foto. Entendió las palabras de su madre. Entendió que en efecto, las fotos inmortalizan momentos mágicos.

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