Capítulo 9
Las cosas siguieron su rumbo con “tranquilidad”.
Gracias a la ayuda de Korki, pudo mantener al rubio, supuestamente ficticio, oculto.
Aquella mañana, por más de que era su día libre, tuvo que levantarse muy a su pesar. Miró su móvil fijándose en la hora, la que marcaba las 6:10 AM.
Revisó los mensajes del grupo de WhatsApp en el cual estaba, viendo como Jazmín preguntaba quienes irían el día de hoy. Con pereza, la joven simplemente respondió con un “yo iré”, llevándose como respuesta un emoji que ponía los ojos en blanco, notando así el poco agrado que la de cabellos enrulados tenía con ella.
Para evitarse problemas, simplemente decidió ignorarlo y salir del chat sin responder nada. Se notaba desde lejos que no le caía bien, pero que podía hacer.
Tampoco iba a rogarle nada e intentar caerle bien no estaba en su lista de prioridades. Puesto que a pesar de tener una autoestima más baja que un pitufo defecando y sin gorrito, tenía algo de orgullo que le impedía hacer este tipo de cosas. Aunque si le parecía desagradable tener que pasar ese tipo de cosas, ya que cansaban de alguna manera emocionalmente, pero debía de entender que no le podía caer bien a todo el mundo.
Dejó esos pensamientos de lado y decidió por fin levantarse de la cama. Miró a un costado viendo la entrada a la habitación de Katsuki, entrándole ganas de ir a verlo, pero al creer que se podría ver como una acosadora enferma, decidió no hacerlo.
Y aunque un poco lo era, pero mejor no espantar a su futuro esposo.
Sonrió a lo bajo al pensar en eso, tontos pensamientos de que el rubio podría fijarse en ella.
Caminó con lentitud al baño, antes buscando su cepillo de dientes y de cabello. Al llegar, se miró al espejo mientras se arreglaba el cabello, pasando con sus ojos cada detalle de su rostro.
A veces, solía tener esos momentos en donde se veía bonita. En donde pensaba que no estaba mal con su cuerpo y sus imperfecciones, sin embargo, este no era el caso.
Aquel pensamiento que había tenido hace unos momentos, fue ese el que la llevó en ese estado.
—Es obvio que no le gustaría una chica como yo —susurró mientras se peinaba.
Retrocedió unos pasos y cuando el espejo alcanzó a reflejar la mitad de su cuerpo, alzó la remera que traía para verse. Notándose el sobrepeso que tenía, viéndose bultos pequeños de grasa que se notaban.
Al no poder aguantar más mirándose, lo bajó nuevamente.
—Es obvio…
Al ya no querer perder tiempo, intentó ignorar aquel malestar que se formó en ella y siguió con sus actividades.
Se cambió de ropa poniéndose una calza gris y una remera blanca el que tenía un logo de la fundación que ayudaba. Buscó su pequeña cartera, metiendo su teléfono en el.
Cuando ya tenía todo listo, fue hasta la puerta del rubio y por primera vez, tocó.
—Oye, me voy a el colegio de los niños —avisó esperando en silencio una respuesta por parte del rubio.
—Como sea.
Se mordió levemente el labio inferior ante su respuesta. Quería decirle algo más, entrar y poder verlo, ya que sentía de alguna manera que al hacerlo, sus fuerzas se regresarían. Pero no se le ocurría nada, no podía pensar con claridad, el sabor amargo no salía de su boca, no quedándole más opción que aceptarlo y marcharse, llegaría tarde.
Mientras tanto, Katsuki se encontraba realizando ejercicios, mientras se recuperaba del susto. Puesto que pensó que la persona que había tocado la puerta era algún extraño o los tíos de la joven, ya que esa perra nunca avisaba al entrar, haciéndolo sin permiso.
Se quedó pensativo unos momentos, preguntándose que la habrá ocurrido. No era su manera de actuar, ya que sin quererlo se había aprendido y acostumbrado a su manera de ser.
Callada e introvertida cuando estaba con personas extrañas.
Alocada y pendeja cuando estaba con gente que podía sentirse cómoda.
Aquello último lo hacía sentirse extraño.
La mayor parte del tiempo la morena era muy alocada con él, a veces atrevida y realmente estúpida. Dándole a entender que tal vez ella sí se sentía cómoda con él. Pero ¿ahora? ¿Algo estaba cambiando? Ella no actuaba así con el rubio, tal vez, le sucedía algo o ya no se sentía a gusto con su presencia…
—Una mierda.
Soltó frustrado ante sus estúpidos pensamientos. No tenía tiempo para ello, le importaba muy poco los problemas de esa tonta, el tenía solo el objetivo de volver a su mundo y seguir con su vida. Las cosas definitivamente no podían seguir así.
¿Verdad?
Su cabeza comenzaba a dolerle. Era un efecto que tenía por auto-torturarse con sus pensamientos. Sabía que no debía pensar de esa manera. Que más allá del físico también tenía virtudes y cosas que la hacían ser especial. Pero simplemente no podía evitarlo, era algo con que luchaba todos los días.
Apretó con algo de fuerza la correa de su cartera e intentó seguir su camino. Miró al frente queriendo distraerse, pero algo tenía que salir mal.
A lo lejos, podía ver como había un grupo de hombres reunidos en una esquina.
De nuevo todas sus inseguridades la atacaron.
«No te harán nada, no te harán nada»
Pensó mientras avanzaba con la mirada baja, observando sus pies, queriendo de esa manera intentar caminar de forma correcta.
—Mi amor… —dijo uno de los hombres mirándola mientras pasaba.
Tragó duró al oírlo y aquel dolor de cabeza aumentó.
—Morena hermosa —agregó otro hombre sin dejar de mirarla, clavando todos sus vistas en ella.
Ya cuando llegó a la esquina en donde podría perderlos, todo el aire que retuvo se escapó. Tenía una rara sensación en el estómago y cada vez se sentía más cansada.
—Odio esto…
Es cierto que ella no se sentía atractiva, pero aún así había hombres que la piropeaban en las calles. Lo admitía, por más de que tenía sobrepeso, aún así tenía un buen “molde” como todos le decían.
Sus muslos eran algo grandes y así también su retaguardia.
Pero el que le digan esas cosas por las calles, solo la hacían sentir terriblemente incómoda, dejándole un sentimiento desagradable.
Eran uno de esos motivos por lo que usaba ropa holgada, le incomodaba que la miren.
Aspiró todo el aire que pudo para expulsarlo nuevamente. Tenía que estar alegre, por lo niños. Debía estar bien, porque ellos se merecen un momento de diversión.
Observó y arbitró el partido de fútbol que se estaba realizando. Contando los goles, anunciando las faltas.
Observó de reojo a sus compañeros de colegio, quienes estaban sentados con sus celulares, ignorando completamente a los niños.
—¡Estúpido! ¿¡Por qué me empujas!?
—¡Tú no sabes jugar!
Fue así como ambos niños comenzaron a pelear, pero no de forma verbal. Ambos comenzaron a darse golpes, entre patadas y demás. La joven al verlo, corrió rápidamente hasta ellos intentando separarlos.
—¡Niños paren!
Sus compañeros se dieron cuenta del alboroto, por lo que Yani, la única que reaccionó, miró al único chico presente en ese momento.
—¡Willy haz algo!
Como si fuera un perro, el moreno se levantó rápidamente para ir hacia el grupo, pero para ese entonces la joven ya había logrado separados.
Los había regañado a ambos, mientras que estos se miraban con recelo.
—Niños, deben disculparse con el otro.
Se negaron rotundamente en pedirse perdón y comenzaron a insultarse nuevamente. La joven suspiró cansada.
Definitivamente no se encontraba bien.
Iba a decir algo, pero el chico ya había llegado a ellos.
—Vamos, ¿qué pasa? Dejen de pelear —dijo sonriente abrazando a ambos niños—. Deben jugar juntos, disculparse para no seguir peleando.
No parecía que lo harían y la joven ya se había cansado de ello.
—Déjalos, no creo que lo hagan.
Pero él no hizo caso y siguió insistiendo. Con una paciencia que parecía casi infinita, convenció a los niños a disculparse. Dejándola a ella con la boca abierta.
—Bien, sigan jugando —sonrió el moreno alegre hacia los pequeños que no tardaron en obedecer.
—Wow —soltó ella sorprendida.
—¿Ves? Soy increíble —dijo sonriéndole, logrando que ella sintiera un calor subir a sus mejillas.
—¡Willy! Deja de comportarte como un estúpido y ven a comprarme agua —exclamó Yani mientras seguía sentada viendo su teléfono—. ¡Rápido!
—Mmmm, no me digas así —sonrió dirigiéndose a ella para cumplir lo que le había pedido.
Hizo una mueca de desagrado al verlo ir hacia una tienda cercana para comprarle aquello. No entendía que era lo que le gustaba de ella, sí, era muy bonita pero a veces su actitud se ponía agria y desagradable.
Él parecía ser un gran chico, amable, inteligente, alegre. Eran cosas que ella comenzó a ver en él y que sin darse cuenta le comenzaron a atraer.
Pero como siempre, su suerte en el amor era una mierda.
Le gustaba su crush quien solo tenía ojos para una chica que no lo valoraba y un personaje de anime que había aparecido en su mundo, quien en cualquier momento podría desaparecer a donde pertenece o que tal vez pronto venga el psiquiatra para llevarla a ella por, tal vez, imaginarse cosas al tener esa vida de mierda.
Negó levemente intentando evitar pensar ese tipo de cosas.
A lo lejos, pudo observar como se acercaba el último de sus integrantes.
Rigoberto.
Justo a tiempo en cuando se termina el primer turno.
—¿Por qué llegaste tarde, virgen? —preguntó Tamara riendo al lado de Génesis.
—Estaba ocupado, con una chica. Ya sabes —sonrió ladinamente con superioridad—. Aunque sí, solo tengo ojos para Angélica.
—¿Disculpa? —preguntó volviendo su mirada a él, quien no dejaba de sonreír.
—No te pongas celosa, yo solo te quiero a ti.
—Púdrete.
Una carcajada fue su respuesta y se acostó en la alfombra que ocupaban para descansar. Gracias que el encargado de la biblioteca les dejó quedarse ahí hasta que iniciara el turno tarde. Pues debían quedarse ahí hasta las cinco de la tarde.
Desde que él llegó, no había parado de insinuarse a ella de forma descarada. Abrazándola desprevenida, acercándose hasta no respetar su espacio personal. Y ella, solo podía empujarlo e ignorarlo o a veces, insultar sus palabras.
No estaba para ese tipo de juegos.
Odiaba que la gente no respetara su espacio, que le digan ese tipo de cosas y que además sea todo parte de un juego para divertir a los demás.
Así pasó todo el turno, hasta que por fin había llegado el momento de marcharse.
Sin perder más tiempo decidió irse, sin siquiera esperar a su grupo. Estaba cansada, quería ir y acostarse en la cama sin más.
Pues ese era su confort, donde se sentía bien. Su cama, donde podía reposar y relajarse, su almohada quien siempre fue su confidente en distintas ocasiones.
Necesitaba una cita con su almohada. Quería sentirse mejor.
Entró a la casa arrastrando sus pies. Con cansancio, cerró la puertas tras ella y avanzó hacia la cocina que poco después de entrar pudo apreciar un olor agradable.
—¿Katsuki?
—Por fin llegas, maldita sea —la regañó al verla, notando el cansancio en su rostro—. Rápido saca el puto plato y sírvete la cena.
Lo miró confundida, él no solia preparar la cena y si lo hacía solo era para si mismo.
—Pero…
—Ya cállate y hazlo.
No tenía ganas de pelear esta vez, no quedándole más opción que obedecer. Dejó su cartera en la cama de su habitación y se dirigió a la cocina nuevamente para servirse.
Ambos se sentaron en la mesa para disfrutar de la comida. Tomó el tenedor y comenzó a cortar la carne, llevándose a la boca aquel bocado.
Una sensación rara invadió su lengua y era que, tenía la esencia del picante. Pero no se crean, a ella le encantaba.
Le daba un toque magnífico, logrando que su humor comenzara a cambiar, hasta que por fin pudo sentirse mejor.
—Si estar bueno es pecado, no tienes perdón de Dios —dijo utilizando su idioma, sonriendo con un pequeño sonrojo en sus mejillas.
—¡Otra vez con esa mierda!
Luego de varias charlas, los dos siguieron comiendo en un ambiente agradable.
Éste, alzó la mirada observando a la joven quien comía animadamente lo que había preparado. Notando en ella una ligera sonrisa, lo cual de alguna manera lo tranquilizó. Ella volvía a estar como antes.
Su plan había funcionado.
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