8
Derek regresó a casa con una extraña sensación en su interior; no era rabia, ya se le había bajado después de relajar su mente en el camino; no era fastidio, tampoco se daba mala vida matándose con pensamientos inútiles. No estaba seguro que era, pero sí sabía que tenía que ver con su única y actual pesadilla, Anaira.
Era insignificante para él, incluso se reprochaba el darle demasiada atención fuera de lo laboral, pero, exceptuando todas sus discusiones y reuniones obligatorias, no salía de su cabeza, aunque lo quisiera. En especial, esa reciente escena en la sala común de trabajo. El tal Camilo, muy cerca y sonriente, conversando y supuestamente trabajando con ella, igual de sonriente y coqueta.
—¿En serio es tan tonta? —se preguntó a sí mismo bufando.
Miró en todas direcciones, los lujos y comodidades de ese lugar muchas veces no compensaba lo que de verdad sentía, soledad. Y, sin embargo, prefería mil veces eso que estar amarrado bajo un compromiso que solo le daría más dolores de cabeza.
—Debo estar enloqueciendo —se burló—, ya hablo solo.
Después de tomar un trago, cargado y bien fuerte para desestresarse, prefirió darse una ducha de agua caliente e irse a dormir lo más pronto posible. Sin importar lo que suceda, su rutina debe continuar tal y como ha estado.
Por las mañanas, antes de salir los primeros rayos del sol, suele tomar una larga caminata por el parque central y hacer algo de ejercicio. Una ducha cálida después del desayuno, y finalmente, enfrentar los desafíos de la vicepresidencia.
Los últimos años ha tratado de seguir ese patrón, pero no siempre se le daba mantenerse fijo en un mismo rumbo. De vez en cuando, demasiadas para el gusto de su padre, salía de fiestas y discotecas donde, muy casualmente, siempre termina con una hermosa mujer pegada al cuello. No resultaba ser ninguna molestia, a ninguna las volvía a ver en su vida, y de ser así, podría hacer lo posible para evitarlas.
Así era su vida, desordenada en cuestión personal, pero pulcra y recta cuando de sus labores se trataba. Había cambiado demasiado, aunque nadie quiera reconocerlo. Solo dos personas sabían de ello, lo apreciaban e incluso entendían el esfuerzo que le llevaba, por ello eran quienes más lo regañaban cuando metía la pata. Como, por ejemplo, ese día con Tamara.
(L) ¿Ya estás en casa, viejo?
(D) El número que intenta contactar no se encuentra disponible.
(L) Que lastima, me tocará ir a la empresa personalmente. No sé, tal vez sea la única forma de ver a mi hermano. HDP.
Le encantaba hacerlo rabiar, molestarlo siempre fue una de sus cosas favoritas de niño y lo seguía siendo. Era, por raro que pareciese, lo único que creía le daba algo de normalidad a su vida. Llena de papeleos, reuniones, gente elegante y pomposa, famosos y todo lo que lleve ser hijo de una de las familias más influyentes del país.
(D) Tendrás que esperar para eso, estos días estaré muy ocupado por los cambios del proyecto. Agradécele a la asistente.
(L) Cómo odias a la pobre, mi sentido pésame para ella.
(D) Deberías lamentarlo por mí que debo soportar sus altanerías.
(L) No seas cínico, acepta que estás así porque no babea por ti. Ese ego tuyo no se alimenta solo, ¿sabes? Y se mezcla con tu libido, que es lo peor.
(D) Ya duérmete, te estás matando las neuronas, empiezas a decir estupideces.
Más que estupidez, era absurdo. Aquella insinuación era algo que para él no pasará, ni ahora ni nunca.
(L) Claro, me iré a dormir, solo procura no soñar con ella, como solo hablas de eso últimamente...
—Grandísimo... —se mordió la lengua.
Ya no le era gracioso, una vez lo pasaba, más de eso no lo permitiría. Anaira no representaba más que una piedra en su zapato, el amargo sabor del café sin azúcar, el escándalo de un vecino en domingo en la mañana. Solo eso, fastidio y rabia le causaba.
Decidió simplemente dejar aquello de lado y dormir, pero por más que trataba algo no salía de su cabeza. Esa misma escena, ellos dos tan cerca que podía jurar que en algún momento habría un beso, sonriendo tan amplio que irradiaban luz, un punto luminoso en medio de una sala casi en penumbra. Esa misma escena se reproducía una y otra vez, como un bucle sin sentido ni fin.
Frustrado, regresó a la cocina para prepararse un té, algo debía hacer para poder conciliar el sueño. Y algo mucho más serio debía hacer con ella, la raíz de su creciente impotencia. Despedirla estaba en el olvido, no porque no quisiera, sino por tenerlo prohibido.
—Estúpido viejo, como si fuese tan importante —replicaba.
¿Qué más podía hacer? Estaba de manos atadas, ojos vendados y mordaza en la boca, de forma metafórica. La meta era sacarla de la empresa, la estrategia un misterio, pero no lo veía como algo imposible. No podía hacerlo, no estando en ese punto tan deplorable por su culpa.
—Debe irse, como sea —susurró.
Y no se refería solo a la compañía, de su cabeza también debía salir a como dé lugar. Los estragos que causaba en ella se estaban notando, y era exasperante tener que soportarlo. Y como una luz divina, su mente se fue aclarando.
—No puedo echarla y dudo que quieran despedirla ellos mismos... —repitió, dejando salir una amplia y maquiavélica sonrisa— Pero nadie puede evitar que renuncie, ¿cierto?
Había sido de los peores días de trabajo desde que entró, ya sea para su desgracia o beneficio, a Fox Technology como asistente de un ogro. Podría acostumbrarse a sus malas caras, a su falta de tacto, a sus berrinches de niño caprichoso, pero no a sus falsas acusaciones. Peor todavía, cuando es él mismo quien no cumple con ello.
—¿Y ahora qué pasó? —indagó Matthew curioso— ¿Nueva pelea con el ogro?
—Peor que eso... —contestó, lanzándose en su sofá favorito.
—Ya te despidió, ¿cierto? —sugirió pensativo— Mucho hijo de...
—No es eso, y ya no sé si lo hubiese preferido así —le interrumpió, atrayendo la atención de María José.
—¿Hay chisme caliente? —indagó, terminando de salir de su habitación.
—Toda una telenovela —suspiró y se preparó para contar su última hazaña.
Desahogarse con ellos le resultaba relajante y divertido, escuchar todos los comentarios y sobrenombres de Derek que se les ocurrían era todo lo que quería. Por eso no dudaba en contarles todo, hasta el más mínimo detalle sin importar que incluya materia para mayores de edad, porque sabía que aquella información no saldría de allí.
—La cosa se puso... extraña, la verdad —comentó María José entre risas—. Tienes el trabajo de tus sueños asegurado, pero con un jefe tan odioso que dan ganas de morirse. No te envidio.
—Diría que renunciaras, pero... —dijo Matthew, haciendo una pausa al escuchar los lloriqueos de Anaira— ¡Dios! Lo haces tan complicado.
—Es que... ¡Lo odio! —se quejó— Pero no puedo hacerle eso a Noa, después de todo fue idea mía y... literalmente ha sido el único en apoyarme.
—No dijiste que el viejo...
—Sí, el señor Daniel también, pero él ya no trabaja allí y tampoco es que Derek lo escuché de alguna forma —interrumpí—. Por lo menos y por lo que sé, al único que escucha es a su hermano, a Noa.
Los lloriqueos de Anaira seguían, suspirando pesadamente y quejándose de su mala suerte. No encontraba manera de cambiar la situación, aunque ella misma pusiera toda su voluntad para no contestarle a Derek como quería, él hacía de ello una misión imposible. Por gusto o por defensa, no lo sabía, pero lo hacía.
—Ok, muchos lamentos por un día, ¿quieres cenar? —sugirió Matthew.
—Quiero vomitar, no puedo sacare los gritos de esa vieja de la cabeza —murmuró con pesar.
—Es un cerdo, en serio —se burló María José.
—Cerdo o no, comerás, no siempre me tendrás como cachifo y amo de casa, ¿sabes? —se quejó esta vez Matthew— Algún día conseguiré un trabajo o me haré millonario con mi súper aplicación revolucionaria.
—Matt, las apps de citas a ciegas están sobrevaloradas y pasadas de moda, ¿sabes? —se burló Anaira, ocasionando fuertes carcajadas en María José y un buen reproche de Matthew.
Y como alma que lleva el diablo, se refugió en su habitación con la excusa de darse una ducha, todo para no ser asesinada por su mejor amigo. Para Anaira la calma siempre llegaba con agua fresca, el frío calaba sus músculos y de cierta manera esa sensación le traía paz. No tenía más nada que hacer, así que decidió hacerlo y luego cenar.
Sin embargo, una llamada entrante interrumpe sus planes. En la pantalla de su teléfono, aquel nombre que había empezado a extrañar brilló con todo esplendor.
—Hola, preciosa, ¿qué tal tu día? —saludó Luis con ese tono grave de voz que le gustaba.
—Una completa pesadilla —se quejó con pesar, contrario a la sonrisa que adornaba sus labios—, mi jefe es un completo ogro insensible.
—Uff, tanta gente así, sé más específica —se burló.
—Bueno... —dijo entre risas— Sin tanto detalle, quiere hacer hasta lo imposible para que me echen. Me odia, yo lo odio, es un amor mutuo.
Escuchó sus carcajadas con cada queja que salía de su boca, se deleitaba con aquel sonido ronco que le erizaba la piel, recordando el cómo se veían sus carnosos y suaves labios. Y no solo eso, podía darse el lujo de recordar su textura y sabor. Y quería repetir.
—Pero tienes una ventaja, úsala para hacerle la vida cuadritos, así como hace contigo —se burló—. Aunque, se me hace tan familiar que siento que lo conozco, ¿sabes?
—Espero que no —contestó con un resoplido—, en serio, no te deseo ese mal, me caes bien.
—¿De verdad? —exclamó con cierta emoción— En ese caso, que tal si salimos mañana en la noche, esta vez no haremos ejercicio, lo prometo.
—Me encantaría, pero... —gruñó por lo bajo— estamos en medio de la planeación del dichoso proyecto y hay un montón de papeleo que hacer.
—Qué lástima, suena aburrido —se lamentó.
—Ni te imaginas cuanto, sin mencionar el montón de cosas que me manda hacer sin necesidad, solo por molestar —lloriqueó—. Entonces, ¿podemos salir el fin de semana?
—Cuando quieras, ¿sábado está bien? —sugirió con voz grave.
Su voz, su tono grave y ronco, la suave risa de fondo, todo le causó una cantidad incalculable de sensaciones que no podía controlar. No quería perder esa oportunidad, volver a verlo mejoraría sus días y bajaría su estrés.
—Sí... —susurró alargando el sonido de esa última vocal— Sí, claro, perfecto.
—De acuerdo, estaremos hablando, descansa, preciosa.
—Igual tú, besos —y colgó, sintiendo las manos temblorosas y el corazón acelerado.
Con nueva esperanza naciendo en su interior, terminó por descansar esa noche más de lo que había podido en la última semana y todo gracias a Luis. Sin embargo, esa misma sensación le llenaba un poco de preocupación. Se estaba encariñando demasiado rápido con alguien que, pese a demostrar hasta ese momento interés y un buen corazón, conocía muy poco.
Quería arriesgarse, porque, ¿cómo sabría si vale la pena o no? Quien no arriesga, no gana, solía decir su abuela y era momento de seguir su consejo. Y otro que tomaría bastante en consideración, era ese mismo que Luis le había dado. Hacerle la vida cuadritos a Derek podría ser divertido, además, un poco de venganza no está de más. Ella también sabe jugar pesado.
Empieza el día con una nueva reunión donde, al igual que la anterior, están los gerentes de las áreas encargadas y presidencia. En esa ocasión, revelar los resultados de la reunión con los inversionistas y el porcentaje que estos, de aceptar el proyecto, aportarían para su realización.
Los nervios carcomían a Anaira desde dentro porque, aunque Noa y Daniel aprueben su idea, eran ellos quienes tenían la última palabra. De ser declinada, perdía toda ventaja en su trabajo y de suceder, la protección de estos se vería afectada. Punto a favor para Derek, pero no para ella.
—Bien, si ya estamos todos podemos empezar —anunció Noa—. Habíamos acordado, en reuniones pasadas que, de tener el visto bueno de mínimo cinco de los ocho inversionistas interesados en el proyecto, este se llevaría a cabo, de lo contrario el proceso volvería a estar en cero.
En la pantalla tras ellos se mostraba una serie de imágenes referentes a los inversionistas, logos de diversas compañías que se dedicaban a invertir, promover y apoyar proyectos que después lanzaban al mercado como productos innovadores. Alguno de ellos los conocía, otros resultaban un misterio total incluso para la prensa. Sin embargo, de ellos dependía su estadía en el puesto.
—Como sabrán, había muchas ideas y pocas concretas, pero gracias a nuestra nueva compañera, Anaira, logramos completar una que unificara la mayoría de estas y poder mantener a los inversionistas contentos —expresó Noa, mirándola con un asentimiento de cabeza a lo que Derek, a su lado, bufó por lo bajo—. Leyeron y analizaron los detalles, pero como se esperaba algunos no estuvieron de acuerdo.
Y con aquellas palabras, el mundo empezaba a desmoronarse. El corazón le latía tan rápido que podía sentirlo en sus oídos, palpitante y ensordecedor. Y a su lado, para darle más leña al fuego, la sonrisa socarrona y burlona de Derek, quien la miraba con tal presunción que le provocaba decir unas cuantas palabras. Sin embargo, se mordió la lengua y continúo escuchando, sea lo que sea, solo aceptaría lo que viniera.
—Seguían empeñados en tener su idea tal cual estaba —continuó Noa—, pero no podíamos complacerlos a todos, así que la idea se mantuvo hasta el final. Se presentaron los nuevos avances en el mercado, el análisis y la predicción de las tendencias para el próximo año, hasta que finalmente se convencieron.
—¿Qué? —exclamó Derek confundido.
—Como escuchas, de los ocho inversionistas seis de ellos seguirán el proyecto y los dos restantes esperarán a tener la versión beta para analizar la utilidad —explicó con una sonrisa jovial, centrando su atención en Anaira—. Felicidades, Anaira.
—Es todo un gusto, señor —expresó con emoción.
—Es una pesadilla —murmuró Derek, poniendo los ojos en blanco.
—Derek, necesitamos que pongas mano firme en ti —añadió Noa—, estarás a cargo de este proyecto desde ahora y hasta que termine, deberás pasarme informes de todos los avances y mantener en contacto con los de marketing. Trabajarán mano a mano con ellos, y servicio técnico. ¿Entendido?
—Entendido —contestó el aludido.
—Sé que Anaira te será de mucha ayuda, aprovéchala como se debe —sugirió este con mirada entornada, aquella que solo llevaba advertencias consigo.
—Bien —suspiró con cansancio.
Salieron de aquella junta con nuevas tareas, más papeleos y nuevas juntas por hacer. No se había equivocado antes, el inicio del proyecto se llevaría más tiempo del que esperaba. Pero tenía ventajas en ello, trabajaría de la mano con personas conocidas y que no le gritaban, como Camilo, quien ya estaba al tanto del proceso y estaba más que dispuesto a ayudarla.
Se le venía el doble de trabajo, pero muy en el fondo se alegraba por ello, porque significaba la mejor oportunidad que habría podido tener en su vida laboral. Y sabía que, por más que lo intentara, Derek no podía hacer nada para arruinarlo.
Sin embargo, y pese a ello, esperaba no tener que cancelar su cita del fin de semana. Se esforzaría el doble si lo ve necesario, pero asistiría a como dé lugar. Necesitaba desestresarse, pensar en algo diferente, pasar un buen rato y en especial, volver a verlo. También, si no era mucho pedir al destino, volver a probar la miel de sus labios sin licor de por medio.
—¿Me estás prestando atención? —indagó Derek chasqueando los dedos frente a ella.
Se había quedado pasmada en su escritorio mirando lejos, pensando en las mil maravillas que podría hacer con Luis en su cita. Se ensimismó tanto que, frente a ella, el ogro malhumorado echaba chispas por las orejas tratando de llamar su atención.
—Sí, claro, ¿en qué te puedo ayudar? —contestó en el tono más dulce que pudo.
—Llevo quince minutos tratando de darte indicaciones, tu dichoso proyecto no se hace solo y ni siquiera me estas escuchando, ¿de verdad quieres hacer esto? —reprochó.
—Claro que quiero, mil disculpas por este percance, señor —dijo con amabilidad y una sonrisa.
—No sé qué estás planeando, pero no me convencerás como hiciste con Noa y Daniel, no soy tan fácil —replicó este cada vez más molesto.
—Para otras cosas sí —murmuró lo por bajo.
—¿Dijiste algo? —le retó.
Sus ojos castaños brillaban con furia, igual que ese fatídico día en que tropezó con él. Pero, a diferencia de ese entonces, ya no le tenía miedo.
—Que si desea algo más —añadió con una amplia y risueña sonrisa.
—Eres una pesadilla hecha persona —gruñó y entró a su oficina dando un portazo.
Suaves risas escaparon de sus labios, verlo de esa forma sin que pueda hacer nada al respecto era delirante, más que divertido, le daba cierta sensación de satisfacción. Podría acostumbrarse a ello.
—Ven a mi oficina, y trae un café expreso cargado con dos de azúcar y crema —exigió con rabia—. Te quiero aquí en cinco minutos, apresúrate.
—Sí, señor —contestó al presionar el botón—. Apresúrate —repitió, imitando su voz.
Con calma, fue a la sala de descanso donde saludó cordialmente a varios de sus compañeros, conversó un poco con algunos otros mientras los dos cafés estaban listos. Más de cinco minutos se gastó en el proceso, pero tampoco se daría mala vida por complacer peticiones que, por obvias razones, no eran posibles.
—¿Qué tanto hacías para demorarte? —le reprochó al verla entrar.
—Su café, señor —dijo con calma, dejando su pedido justo frente a él mientras tomaba sorbos del de ella— ¿Algo más en que pueda ayudarle, señor?
Le gustaba esa nueva faceta, burlarse de él como si fuese un adolescente amargado y con aires de gobernante.
—Podrás aprovecharte de tu ventaja, pero te recuerdo que esto no durará para siempre —amenazó.
—Lo sé, haré mi mejor esfuerzo mientras pueda —rebatió ella, con la misma sonrisa que él empezaba a odiar.
—Ten, llena esos formularios con la nueva información y llévalos a marketing y soporte técnico, ellos se encargarán del resto —volvió a exigir, respirando profundo y tratando de tragarse toda su ira.
—Listo, ¿debo mostrárselos antes de enviarlos? —preguntó Anaira, revisado de forma distraída el ruple de papeles.
—¿La niña también necesita que se los califique? No estás en la escuela, aunque lo parezcas —dijo Derek con sorna, aprovechando su momento.
—Disculpe la pregunta, solo lo sugerí porque se supone es quien debería dar el primer visto bueno —sin dejar de sonreír, acomoda los papeles y su vaso de café—. Con permiso, disfrute su café mientras sigue caliente.
Caminó con gracia y elegancia a la salida, esperando que con aquello no la molestara por el resto del día, como mínimo. Tenían bastante trabajo entre manos, incluso él debería usar sus energías en ello y no en fastidiarle la existencia. No solo su trabajo dependía de eso, Derek también estaba en la cuerda floja.
—Espera... —dijo este deteniéndola en seco— No me impresionas con ese carácter prepotente y tu lengua viperina, sin embargo, no puedo solo despedirte porque al parecer te echaste al viejo en el bolsillo. Vaya hazaña.
—Se le llama buen trabajo, señor —comentó Anaira con suficiencia.
—Sí como sea, pero... —dijo, y esta vez fue él quien sonrió— ¿Sabes qué no pueden evitar? Que renuncies.
—Yo nunca...
—No, siempre hay posibilidades, Anaira —le interrumpió, hablando con calma y altanería mezcladas— ¿No has escuchado el dicho, «nunca digas nunca»? Aplícalo y tal vez, no sé, tengas un poco de suerte.
La sorpresa ante tal desfachatez se reflejaba en su rostro, le resultaba casi incomprensible que un adulto hecho y derecho esté haciendo tal sugerencia. Derek podía ser infantil, pero eso ya era sobrepasar los límites.
—Mira, Derek, a diferencia de ti no he tenido muchas cosas en mi vida, he tenido que luchar por todo lo que tengo y he logrado —dijo, dando lentos pasos amenazantes hacia él—. En cambio, tú has tenido todo en bandeja de plata, dinero, estudios e incluso un trabajo. No estoy aquí por pura casualidad, sino porque me he esforzado para ello. ¿Y sabes qué? No voy a permitir que tu infantil rabieta conmigo dañe años de esfuerzo y sacrificio.
—¿Infantil yo? —bufó.
—Sí, tú, poniéndome a hacer trabajos que son inútiles solo para sobrecargarme y verme sufrir, ya te conozco ese juego, ¿sabes? —expresó furiosa.
—Oh, no, en serio no me conoces, Anaira, aún no sabes de lo que puedo llegar a ser capaz —advirtió con tono frívolo.
—Créeme que sí, por desgracia lo sé, Derek —refutó—. Solo te diré una cosa más, no voy a dejar que un ególatra egoísta con complejo de dictador me arruine todo. Si quieres jugar sucio, está bien, también sé hacerlo.
Una estruendosa carcajada inundó la oficina, Derek reía con malicia burlándose de aquellas palabras. No esperaba intimidarlo, pero tampoco toleraría una burla más de su parte.
—¿De verdad crees que puedes hacerme frente? —se burló.
—Por supuesto que sí, señor —rebatió con seguridad—. Así que prepárate, porque esto es guerra, jefecito.
Preparen armas.
Apunten!
Y fuego!
Ya empezó la guerra, mis pulguitas, preparen las municiones que las peleas no pararán.
Hasta este punto, ¿Como va la historia?
Acepto críticas, sugerencias, regalos, insultos a Derek, transferencias bancarias...
Lo que quieran.
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