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7

Se sentía frustrada. Pese a sus constantes reclamos, creía que estaba haciendo un buen trabajo incluso desde que ingresó a la empresa. Por más que el mismo Derek diga lo contrario, ella estaba satisfecha con sus avances, más siendo participe activa del proyecto. Y, sin embargo, aquella incómoda situación solo le ponía la soga al cuello.

—¿Sabes? —dijo Alice llegando justo a su lado— Desde que llegaste has sido un contribuyente bastante activo a los chismes en este lugar, y créeme, es el mejor espectáculo del año.

Anaira la miró con ojos entornados, sabiendo que solo era una broma de su parte al escuchar toda su conversación con Noa. Pero, aun así, no le hacía tanta gracia dada la última novedad. Conociendo la actitud de Derek hacia ella, hallará la forma de culparla por la visita de su hermano en el peor momento de todos.

—Me alegra que mi sufrimiento sea de su agrado —exclamó Anaira con sarcasmo.

—Lo siento, pero es que... —hizo a pausa con gestos incredulidad— Cuando empiezo a creer que hay un avance positivo, se retroceden siete más.

—La mayoría ni siquiera es mi culpa, está empeñado en hacerme la vida un infierno por un simple tropezón —replicó exhausta—. En serio, es como un niño caprichoso y consentido.

—Lo sé, y esto tampoco es tu culpa —aseguró Alice—, aunque sí me sorprende que haya sucedido... otra vez.

Y con esa aclaración, la seria y competente Alice estalló en risas a costa de su jefe. Había pasado ya tanto tiempo con ellos, con su familia y empresa, que se sentía tan en confianza de poder hacerlo sin problemas. Aun así, sabía con quién podía hablar de ello con libertad y con quienes no era adecuado.

Era chismosa, pero no imprudente.

—¿Qué tan común sucede? —inquirió Anaira asqueada.

—Con Patricia, muchas veces, aunque la mayoría pasaban desapercibidas, ya tenía sus mañas bien ensayadas —explicó entre risas—. Pero con Tamara o cualquiera de las otras Moiras, es la primera vez y por eso me sorprende. Tal vez Pat era acaparadora, y muy celosa.

—Ahora que lo dices, ese día me ibas a explicar que era eso de las Moiras —recordó.

—Ah cierto, nunca es tarde para esto —se burló para luego retomar algo de seriedad—. Ya conociste a la primera de las tres, y para mi gusto la peor de todas, Tamara. Es periodista, trabaja para una de las revistas comerciales más importantes del país. Aunque Derek no lo vea, está detrás de él por su dinero fingiendo estar enamorada para, ya sabes, amarrarlo con un anillo.

Antes había pensado que solo una loca se enamoraría de Derek, pero ahora que la conocía a ella, los encontraba tal para cual. Presumidos, egocéntricos y caprichosos, la combinación perfecta hecha hombre y mujer.

—La segunda es Cristal, bailarina y modelo, esta es más... como decirlo, desinteresada en ese aspecto, pero sigue siendo igual de superficial que las demás —continuó Alice—. Es como si solo viese a Derek como su amigo con derechos, jefe, dominante, alguna mezcla extraña. Y, por último, Penélope, también modelo y de las cotizadas, la más extraña de todas. Es desapegada, no muestra interés en Derek o en cualquier otra cosa que no sea su trabajo. Aún sigo sin entender porque está con él, es un poco indescifrable. Es más parecida a él en eso, como si le huyeran al amor.

—¿Y todas...?

—Sí, con todas trabaja o ha trabajado, pero principalmente son sus amantes —concluyó ella—. Las tres están con él por ambición, ya sea su dinero, beneficios laborales o solo sexo. Pero, así como son de bellas, son insoportables. Por eso las llamo Moiras, manejan el hilo de tu paciencia y lo cortan cuando se les da la gana. Representarán la muerte, de ti depende si la tuya o la de ellas. ¿Sabes cuantas personas han despedido por esas tres?

—¿Cómo? —exclamó Anaira horrorizada— O sea que el muy «señor me creo mucho» ...

—Sí, las ha consentido demasiado e incluso se ha dejado dominar por ellas —se encogió de hombros—. No mucho, pero ha habido ocasiones y no son nada agradables.

Un gruñido de completo fastidio dio por terminada la conversación, Anaira estaba más que irritada por toda la situación. Si antes había pensado que nadie más en el mundo la sacaría de sus casillas como Derek, se equivocó rotundamente. Solo esperaba que, así como dijo Alice, ella sea la peor y las dos restantes no causen tanto alboroto.

De todas formas, había algo seguro en todo ello, ninguna de las tres podría hacer que la despidieran, por más berrinches que hicieran les sería imposible. Derek no pudo ni puede hacerlo, mucho menos ellas.

Decidió terminar los detalles faltantes del informe en uno de los computadores libres, por el momento y lo que quedaba de siglo, esperaba no tener que volver a su escritorio. Verle la cara a Derek después de aquello, sería demasiado incómodo. Más todavía, lo sentía perturbador. Sin embargo, se vio obligada a hacerlo cuando hubo terminado de redactar, corregir e imprimir varias copias del mismo.

Respiró profundo, recogió sus cosas y se encaminó a su puesto de trabajo. Se tomó todo el tiempo posible para ello, distrayéndose cada tanto como quería y podía. Aun así, sabía que con eso nada ganaba, solo retrasaba lo que sin importar lo que dijera en su defensa, pasará.

A solo unos pasos de su escritorio, vio salir de la oficina a Noa con expresión molesta, pero al verla llegar solo sonríe y le guiña un ojo en complicidad. Detrás de este, Derek y Tamara la miraban con tanto disgusto, que casi le dan ganas de correr. Estos, aún se acomodaban la ropa como si con ello borraran el escándalo que habían hecho.

—Deberían despedirte por holgazanear —dijo Tamara escupiendo veneno en cada palabra—, ¿no es así, Derek?

—Si trabajaras aquí, despedida abrías estado tú por semejante espectáculo —replicó Noa—, agradece que no es así.

—Aquí tiene una copia del informe completo del proyecto, con cada detalle de la nueva propuesta y los avances que hay según el señor Gerardo —explicó Anaira ignorando a su propio jefe—. Si prefiere, puede tener una copia extra para el señor Daniel. Supongo que querrá estar informado de los avances.

—Perfecto, gracias, An —expresó Noa con una radiante sonrisa—. Eso es eficiencia, felicidades y bienvenida.

—Gracias, señor.

Se alejó con paso seguro y una sonrisa burlona en el rostro, logrando uno de los consejos que Alice como buena compañera que es le dio, llevarse bien con Noa. Fue fácil, lo difícil es soportar a su hermano, quien en ese justo momento le miraba con brazos cruzados sobre el pecho y una mirada afilada.

—¿An? ¿Le coqueteas a Noa, acaso? —insinuó Tamara, regresando a su actitud petulante.

—A diferencia de muchos, yo estoy aquí para trabajar —contraatacó Anaira, dando justo en el clavo.

—Insolente, hija de...

—Tamara —interrumpió Derek—, es hora de irte.

—Pero...

—Solo vete y trata de venir lo menos posible —volvió a interrumpirle, fijando una vez más sus ojos en Anaira—, de momento.

Con total indignación, Tamara miró a Anaira con profundo desprecio sin causar efecto alguno. Tomó su cartera y caminó directo a la salida, no sin antes tirar alguna de las cosas de su escritorio como si de un accidente se hubiese tratado. Con incredulidad, ella solo pudo devolver la mirada penetrante a Derek, las mil preguntas sin respuesta batallaban de un lado a otro en una guerra visual.

—Tienes cinco segundos para levantarte y seguirme —dijo por fin, entrando una vez más a su oficina.

—Hijo de... —susurró, tomando una de las copias restantes del informe y levantándose casi que a tropezones de su escritorio.

Salir corriendo detrás de un hombre nunca estuvo en sus planes, mucho menos en ese sentido ni siendo precisamente él el causante de tal carrera. Aun así, y deseando un poco de paz en su vida laboral, optó por morderse la lengua y ser la asistente perfecta para Derek, obediente y callada. Claro, si su paciencia podía dar para ello, porque tampoco permitiría que pasara por encima de ella.

—Necesito que lleves personalmente el informe a Gerardo, ya debes saber dónde queda soporte técnico. Si tienes copias suficientes, me dejas dos, le llevas otra a Franco de marketing y si no las tienes, sácalas —exigía sin parar, ordenando algunas cosas de su escritorio—. De paso, me traes un té de la cafetería, sin azúcar y a temperatura ambiente.

—Sí, señor.

Colocó los dos informes que le pidió en el escritorio, sin siquiera mirarlo a la cara, ni quería intentarlo. Hacerlo, en esas circunstancias, sería como desafiarlo y lo que menos quería era una nueva e innecesaria discusión. Solo se giró y empezó a caminar a la salida, pero, y suponiéndolo, sus deseos nunca son órdenes.

—Espera, aún no termino —expresó Derek desafiante—. Podrás trabajar aquí gracias a tu tonta idea y a ese afán que tienes por llevarme la contraria, pero eso no significa que puedas hacer lo que quieras. Solo lo diré una vez, de ahora en adelante ve con cuidado y no metas tus narices donde nadie te ha llamado. ¿Entendido? No me hagas repetirlo.

—No quería llegar a esto, pero usted mismo me obliga —replicó ella con un suspiro—. En primer lugar, la presencia del señor Noa no tuvo nada que ver conmigo, simplemente preferí estar en un lugar mucho más tranquilo para poder trabajar. Porque sí, aunque usted no lo crea, yo sí vengo a trabajar.

—¿Y yo estoy aquí jugando? —indagó con sorna.

—Eso era lo que estaba haciendo, a menos que las entrevistas incluyan contacto físico —rebatió Anaira cada vez más molesta, su cinismo le era insoportable.

—Soy tu jefe, aunque no lo quiera, y como tal debes respetarme...

—Respeto le exijo yo a usted como su asistente, ¿sabe por qué? —hizo una pausa, viendo la incredulidad en sus ojos— Porque como profesional lo menos que se espera es que sea diligente en su trabajo, no que venga hacer de las suyas en plena oficina. Es incómodo y asqueroso tener que aguantarse los gritos de su amiga, por algo se llama intimidad, nadie más debe ser testigo de eso. Debería separar su vida personal de la laboral, tendrá serios problemas si continúa en esas. Con permiso.

—Anaira, ni se te ocurra...

Y salió, esta vez dando un portazo a la puerta tal y como él mismo lo hacía cuando le venía en gana. Sabía que exageró con sus palabras, pero fue lo suficientemente sensata como para no usar un tono altanero al decirlo. Pese a su ira interna, actuó de forma calmada y serena.

—¡Dios, ¿por qué?! —se lamentó— Lo intento, pero... ¡Aish! Este hombre es imposible.

Se refugió en su trabajo y las mil tareas que Derek, muy posiblemente por venganza infantil, le impuso en tan poco tiempo. Aunque esa haya sido su intención, agradecía tener que hacer todo ello y poder distraerse. Dejar de pensar en ese altercado y tranquilizarse era todo lo que quería y necesitaba.

Las cinco y media de la tarde se le fueron en planeación, planificación y soportar las quejas de Derek. Manejar su agenda era sencillo, siempre y cuando ninguno de los nombres de sus citas sea mujer. Aguantarse sus rabietas, eso sí era casi imposible. Sus personalidades, como dos polos opuestos, chocaban demasiado rápido y muy seguido para ser algo sano.

—¿Queda alguna cita o reunión pendiente para hoy? —indagó Derek con altanería.

—No, señor —contestó Anaira con calma.

—Bien, no recibas ninguna llamada desde ahora, deja la contestadora activada —exigió.

—Sí, señor.

Con ello y viendo que se aproximaba la hora de su salida, decidió terminar la jornada en aquel espacioso lugar dónde, más que relajarla, le hacía sentirse a gusto y cómoda. Y cómo si el universo tratara de compensar su mal día, la brillante sonrisa de Camilo le dio la bienvenida.

—Ya me hacía falta verte, mi niña —se burló Camilo.

—Llámame así una vez más y me conocerás —contestó con fingida indignación.

Sin embargo, no desaprovechó la gran oportunidad que él mismo le ofrecía, un abrazo. Camilo la esperaba con sus brazos abiertos, apretándola contra sí tan dulce y cariñoso como siempre.

—¿Mal día? —susurró a su oído.

—El peor y mejor hasta ahora —lloriqueó ella.

—Bienvenida a su sesión de psicología laboral, serán veinte lucas la hora, pagas al final de la consulta —bromeó, sacando más que una simple sonrisa en ella.

—Gracias, doc.

Se sentaron y conversaron por un rato, notando como iban quedándose solos con el paso acelerado de los minutos. Sin embargo, el trabajo que tenía pendiente era más llevadero si lo hacía en compañía de alguien. Después de todo, el área de marketing estaba muy inmerso en el mismo proyecto, no hacía mal instruir a su compañero en ello.

De todas sus insolencias, de cada palabra salida de su boca y después de todas aquellas ocasiones en que Anaira lo había desafiado desde que llegó a la empresa, esa había sido la primera en que lo hubo dejado sin palabras. No encontró, entre todo su repertorio, alguna respuesta ante su reclamo. Muy en el fondo debía aceptarlo, ella tuvo toda la razón. Y a pesar de ello, seguía negándole eso.

Sí, fue su error haberse dejado llevar por impulsos tan básicos como aquel, por permitirse cegarse por la lujuria y convencerse de Tamara, pero la rabia de verse regañado como un adolescente le nubló el juicio. Anaira no dio sobre aviso a Noa, o eso era lo que aseguraban; no fue su culpa que el haya llegado en ese momento, no estaba seguro de ello, pero tampoco podía hacerle pagar por todas las cosas que han ido mal en su vida el último mes. Incluso, la mayoría de ese tiempo ni sabía de su existencia.

¿Entonces?

A veces no se entendía, pensaba con cabeza más fría y creía que en muchas de esas ocasiones fue irracional. Puede que incluso, aunque no tenga nada que ver con ella, desquitaba todo su enfado y estrés acumulado cada vez que discutían. Y esa era la parte que menos comprendía.

Había algo en Anaira que no lograba descifrar, no era su lengua viperina ni su carácter fuerte, no tenía nada que ver con aquel tonto tropezón ni con su mala racha. Era algo diferente, algo que le recordaba a sus días de estudiante, cuando no podía darse el lujo de verse superado por nadie más. Es un Fox y como tal debe sobresalir por encima de cualquiera.

Pero ya estaba trabajando, era vicepresidente y heredero de una gran empresa, debía ser un adulto maduro y responsable. Así que nada de eso tenía sentido, ni siquiera después de su brillante accidente en la reunión. Seguía siendo una simple asistente, y dudaba que eso cambiara. Vuelve la pregunta...

¿Entonces?

¿Por qué se molestaba tanto con tan poco? ¿Qué estaba sucediendo con él? ¿Por qué aquellas reacciones? ¿Por qué solo con ella? Era frustrante, ella le causaba esas sensaciones. Su rebeldía y carácter le eran tan... incontrolable. Tal vez era eso, no podía controlarla, no había logrado manejarla a su antojo como con todas las mujeres que han caído en sus manos. Era eso, ella no había caído.

No pensaba en ella de ese modo, sí era atractiva e incluso sexy pese a su baja estatura, pero no por ello sentía algún tipo de atracción hacia ella. Sería ilógico, absurdo y, sobre todo, imposible. Además, era su asistente, ese error no lo volvería a cometer.

—Necesito un descanso —susurró para sí mismo en la penumbra de su oficina—, pero urgente.

Vio la hora en su teléfono, eran más de las siete de la noche y seguía trabajando. Desperdició por lo menos una hora con Tamara, así que era el precio justo a pagar por su error.

(L) Serás idiota, Derek, ¿cuántas veces deben regañarte como si fueses un adolescente calenturiento?

Aquel mensaje brilló en la pantalla de su teléfono, un nuevo regaño innecesario se le venía encima. Al parecer, su querido hermano había contado el chisme a su mejor amigo. Solo esperaba, de verdad rogaba, que no se lo haya contado también a su padre. Sería el fin.

(D) No necesito tu sermón también, aún puedo vivir con los que me han dado. ¿Puedes creer que la nueva asistente se atrevió a regañarme por ello?

(L) Me alegro, no tiene por qué soportar tus hormonas alborotadas. ¿Te gustaría escuchar los gemidos de alguien más mientras trabajas? Ponte en sus zapatos, no seas tan infeliz.

(L) Púdrete, Lu.

(D) También te quiero, hermano.

Solo dos personas en el mundo podían darse el lujo de hablarle de esa manera sin verse tan molesto, su hermano y él, su mejor amigo. Él mismo llevó mucho de su mal carácter en la escuela, cuando de verdad solo eran un par de críos con demasiado dinero y libertad, pero poca atención filial.

Tal vez por ello se hicieron amigos, muy posiblemente porque él, como Anaira, no se dejó fastidiar y lo enfrentó hasta ganarse su respeto. Cosa que, aun siendo un niño, era muy difícil de lograr.

(L) Ya ve a casa, no te castigues, solo cambia tu actitud, es mejor, ¿no crees?

(D) Eso haré, conciencia.

(L) Contigo no se puede hablar seriamente, solo vete y come algo.

No podía evitar bromear, era una de las cosas que mejoraba su humor. Por muy mal que le haya ido, tener una conversación normal como aquella con alguien que le agrade de verdad, era de cierta forma medicinal para su alma.

Respiró profundo, estiró todo su cuerpo liberando algo de tensión en sus músculos, estar sentado varias horas seguidas no era lo suyo. Recogió sus cosas y salió, notando que Anaira no estaba en su lugar pese al largo trabajo que tenía pendiente.

—¡Argh! Ya voy de salida, es tarde, se pudo ir a casa, es normal —se decía a sí mismo calmando la molestia que crecía en su interior—. No exageres, la mayoría tuvo que hacer lo mismo hace una hora.

Sin embargo, aquellas palabras no alcanzaron a calar en lo profundo de su mente, dado que empezó a caminar por los pasillos viendo cada sala en su recorrido. Una de ellas, la sala de trabajo común. Aquella área era de las peores, mucho ruido y desorden para su gusto.

—... Si lo hubieses visto, fue increíble, todo un poema —escuchó su voz reír—. Jamás quiero olvidar ese momento, en serio.

Casi dos semanas trabajando para él, pero jamás le había escuchado usar ese tono de voz tan suave y relajado. Sabía las razones, y tampoco se quejaba por ello, pero de cierta forma le causaba una punzada en su interior que no descifraba. Y eso le molestaba.

—En ese caso, mi linda niña, me encargaré de hacer una máquina que pueda grabar tus recuerdos como videos —comentó una fastidiosa voz masculina, con ese tono tan peculiar que él mismo muchas veces usó—. ¿Qué tal?

—Quiero ver que intentes eso, Einstein —se burló ella.

Se asomó con cuidado, viendo a Anaira riendo ampliamente mientras conversaba con otro hombre, un empleado más de la empresa. No lo reconocía, así que debía ser insignificante. Y de ser así, más molestia le causaba.

—Son más de las siete de la noche, no deberían estar aquí —intervino con autoridad.

Ambos, concentrados uno en el otro con demasiada confianza y cercanía, se vieron sorprendidos al escucharlo. Demasiada dureza en su voz solo significaba una cosa, estaba molesto y no sabía por qué.

—Señor Fox, nosotros...

—¿No tenías trabajo que hacer, Anaira? —le interrumpió, fijando su mirada en ella.

—Estaba adelantándola antes de irme a casa, pero ya casi nos vamos —contestó con demasiada calma.

—¿Adelantando? —indagó incrédulo, enarcando una ceja en su dirección— Me parece que es hora de irse... ¿Tu nombre y área?

—Camilo, marketing —contestó nervioso.

—De los nuevos, no me sorprende —añadió Derek con desinterés—. Ve a casa, Camilo, necesito conversar con la señorita.

La duda carcomía su mente, debatiéndose entre quedarse con ella o solo obedecer órdenes directas. La miró como pidiendo su opinión, como si sus palabras no valieran lo suficiente.

—Tranquilo, estaré bien, descansa —dijo Anaira con una sonrisa conciliadora.

—Bien, ¿me escribes? —preguntó ignorando la presencia de Derek.

—Claro.

Y con un beso en la mejilla, aquel chico se despide de ella sonriendo demasiado amplio para su gusto. Acto que, muy en el fondo de su ser, terminó por alterar su estado de ánimo.

—Con permiso, señor.

Esperó a dejar de escuchar sus pasos, mirando de forma desafiante a Anaira por pura provocación. Pero ella no cedía ante sus insinuaciones, por el contrario, no dejaba de sonreír sin dejar de observar la entrada.

—¿Qué te causa tanta gracia, Anaira? —inquirió con fastidio— Sonríes como una niñita.

No contestó enseguida, suspiró con cansancio negando una y otra vez, miró el reloj de su teléfono y posó sus ojos cafés en él, desafiante y brillantes de altanería.

—Son las siete y cuarto de la noche, estamos fuera de horario laboral así que puedo contestar —dijo con calma—. Solo conversaba con un amigo, ¿es malo? ¿me prohibirás sonreír acaso?

—Siempre tan respondona, deberías cuidar esa lengua, que no se te olvide con quien hablas —le retó—. Y déjame recordarte una cosa más que al parecer se te olvidó, según las políticas de la empresa están prohibidas las relaciones entre empleados.

—No lo he olvidado...

—No parece, la vi muy sonriente coqueteando con Carlos —replicó Derek, saliéndose un poco de sus casillas.

—Se llama Camilo, primero toma la costumbre de escuchar antes de reclamar —replicó Anaira igual de fastidiada—. Además, no debería hacerlo, pero quiero dejarte claro algo. Él es solo un amigo, aunque no lo creas, hombre y mujer pueden serlo sin haber intensiones secundarias de por medio. ¿Sabes? Deberías practicarlo de vez en cuando.

—¿Estás hablando en serio? No creí que fueses tan ingenua, si tú no lo ves, te lo demuestro —rebatió él—. Ese chico te está coqueteando, cosa que encuentro realmente extraño dado tu carácter, pero para gustos colores.

Con exasperación, Anaira acarició las sienes de su cabeza tratando de no explotar ante sus palabras. Sabía que estaba, una vez más, actuando de forma irracional. Pero no podía controlarse, algo dentro de él le obligaba a retarla una y otra vez.

—A ver, Derek, ser amable no es coquetear, que no sea propio de ti es diferente —con sus manos en la cintura, le miraba con el mentón en alto y demasiada seguridad—. No todos los hombres ven a las mujeres como objetos sexuales, ¿lo sabes?

—Sí, díselo a él, tal vez lo entienda mejor que tú —se burló.

—¿Sabes? Es imposible tratar contigo amablemente —expresó Anaira mientras recogía sus cosas.

Sin decir más nada, solo clavando su mirada irritada en él, caminó con aparente calma directo a la salida. Pasó justo por su lado, sin despedirse ni sonreírle así sea a la fuerza. Y eso, recordando la amplia sonrisa dedicada a su amigo, le molestó.

—Solo trato de advertirte —dijo Derek, deteniéndola en la entrada—, sin importar que tan buena sea tu idea, si rompes las reglas solo serás despedida. ¿De verdad quieres darme gusto tan fácil?

Con altanería, Anaira giró sobre sus talones para encararlo una vez más. Estaba aún más molesta con aquellas palabras, pero más lo estuvo por la expresión burlona en el rostro de Derek. Eso era lo que quería, y lo consiguió.

—Antes de reclamarme por las reglas de tu preciada empresa, primero asegúrate de cumplirlas tú mismo, no seas hipócrita —dijo y con ello se fue sin mirar atrás.

Una suave carcajada escapó de sus labios, no sabía si de incredulidad o solo porque le causó gracia cómo lo dijo. Cuando pensaba que podía intuir lo que diría, más le sorprendía con ocurrencias como aquella. Aunque, siendo sincero, esa vez no se equivocó.

—Esta niña... —murmuró sin dejar de sonreír— No sabes lo que te espera.

#DerekElDescarado

¿Que tal este?

¿Lo aman o lo odian?

Leo todas su quejas, desahoguense sin pena.

#LeoTusMales

Andrés mood: a Weno, a mi que me escupa un burro.

(El que entendió que no me mate 😂)

Besos, mis pulguitas.

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