4
—Trae los dos últimos informes de asambleas con Johnson & Karlson, pero ya.
—Llama a los inversores menores y dales este mensaje de inmediato.
—Cancela las reuniones de hoy.
—Trae agua manantial con hielo, apúrate.
Desde esa última conversación, las exigencias y recados de Derek eran cada vez más absurdas. Le reclamaba por demorarse más de veinte segundos en entrar a la oficina, por no conocer a todos los inversionistas que están en el proyecto, por no contestar las llamadas entrantes mientras hacía cualquiera de sus otros recados e incluso por seguir trabajando allí. Y todo ello, en tan solo una hora.
—Los representantes de Johnson & Karlson han llegado al complejo, en este momento están camino a la sala de juntas —anunció Anaira con aparente calma.
—¿Hasta ahora me avisas? De tu parte pierdo mis reuniones, a ver si aprendes a manejar tiempos —refunfuñaba mientras recogía sus cosas.
Se dirigió a la puerta pasando por su lado, no sin antes clavar una muy dura mirada cargada de rabia, casi como una puñalada al corazón. Sin embargo, Anaira se la sostuvo con toda calma hasta el último momento e incluso sonriendo, haciéndolo rabiar el doble.
—Recuerde llevar los informes anteriores, debe tener en cuenta todas las ideas que han sugerido hasta el momento para evitar redundancias —comentó, tragándose todo el enfado.
—¿Ahora me dices como debo trabajar? Sé lo que tengo que hacer, no necesito tus consejos —replicó entre dientes.
—Los está dejando en el escritorio, señor —añadió con una pequeña sonrisa de satisfacción.
—¿Qué esperas para traérmelos? —exigió con mano en el pomo a punto de salir.
—Aquí tiene, que le vaya bien —concluyó con una sonrisa.
Los escuchó gruñir de frustración, intuyendo que sus intenciones con todo aquel bombardeo de tareas absurdas no era más que provocarla. Tarea que no le está resultando como lo esperaba.
—Atiende las llamadas y por favor —la miró con profundo desprecio—, si es que la señorita quiere, revisa el correo que bastante copado lo debes tener.
—Termino de redactar los informes y me pongo en ello, señor —contestó, mordiéndose la lengua.
—Es para ya, no para cuando la princesita lo decida —y cerró de un portazo.
—¿Ahora es mi puta culpa? Imbécil —murmuró para sí misma.
Tan solo eran las once de la mañana y se sentía al tope de tareas, por si fuera poco, todavía le esperaba un largo día de trabajo con un sinfín regaños incluidos. Debía aguantar mientras tanto, tal vez con dedicación y buenos resultados pueda tener oportunidad de cambiar la opinión de Derek, aunque era consciente que aquello podría ser solo una ilusión. Por el momento, lo único que tenía seguro era el desempleo. ¿Qué era peor, ser despedida sin saber cuándo podía tener una nueva oportunidad como aquella, o tener que soportar a su jefe por tiempo indefinido?
Continuó con su labor, solo faltaban dos informes para poder terminar con el papeleo de las mil carpetas y así poder dedicarse a los correos. Mientras Derek esté en reunión, trataría de adelantar lo que más pudiera y evitar sus gritos así sea un poco.
De esa forma, la hora del almuerzo pasó por su lado sin darse cuenta. El ardor en su estómago fue la alarma, despegándose del escritorio por primera vez en el día sin tener que salir corriendo. Se dirigió a la cafetería, solo pediría algo sencillo que pudiese llevar de regreso y comer de rapidez. No quería que eso, además de causarle indigestión, sea motivo más para otra reprimenda. Ya se estaba hartando.
—Dichosos los ojos que te ven —le saludó Camilo, colocándose a su lado en la corta fila—, ¿algo nuevo que lamentar?
—Ni te imaginas cuanto, pero por ahora solo necesito combustible —contestó con una sonrisa casi forzada—, ¿sugerencias?
—¿Tan mal te está yendo? —indagó esta vez alarmado.
—Aparte que mi jefe me odia, quiere despedirme y me regaña hasta por respirar, nada fuera de lo normal —expresó con ironía—, ¿tú que cuentas?
—Dos sándwiches de pollo sin cebolla y un café bien cargado, por favor —dijo Camilo al llegar al frente—, yo invito.
—Gracias, eres un sol —suspiró esta vez sonriendo de verdad.
Se sentaron a comer tranquilos, ignorando todas las alarmas que su mente le gritaba como sirenas de ambulancia. Sabía que no estaba en condiciones de quedarse demasiado tiempo conversando, pero tampoco estaba para saltarse sus horas de descanso y almuerzo sabiendo que, muy probablemente, igual la despidan.
Con Camilo presente, podía darse el lujo de poder respirar y sonreír con gusto. Era agradable, cada vez le caía mejor, aunque todo ese rollo de coquetear se estaba esfumando dejando solo complicidad entre ambos, cosa que le resultaba aún mejor. Con él podía desahogarse, insultar con gusto a su jefe y burlarse de sus manías. Se sentía tan relajada, que por más que quisiera, había dejado pasar demasiado tiempo en ello.
—Me encantaría seguir conversando, pero...
—Debes seguir en lo tuyo, lo sé —interrumpió Camilo con una sonrisa—, yo igual, se supone que también trabajo aquí.
—Exacto, no me des malos ejemplos —bromeó Anaira con una sonrisa cómplice.
—¿Yo? —exclamó con fingida indignación.
—Sí, pero no lo vuelvas hacer, ¿eh? —expresó riéndose.
—Usted tampoco, señorita Baret —intervino Derek con el ceño fruncido— ¿No debería estar en su escritorio?
Ninguno de los dos lo había sentido llegar, por lo que aquella intromisión más que sorprenderlos, solo les incomodó.
—Estoy en mi hora de almuerzo, solo que un par de horas de retraso porque estaba algo ocupada —contestó con calma.
—¿Ahora es mi culpa que no pueda almorzar? —replicó enojado— No es mi problema que no sepa manejar sus tiempos, aprenda a ser más diligente.
—Con su permiso, señor Fox —intervino Camilo, antes que Anaira dijera algo que emporara la situación—. Hablamos luego, An.
—Hasta luego, Cami —se despidió con un toque cariñoso.
Con una sonrisa vio cómo se marchó, en su rostro se notaba la preocupación que sentía por ella. Ya estaba un poco lejos, fuera del campo visual de Derek, por lo que aprovechó para hacerle señas a Anaira. «Respira y tranquilízate», le decía desde la distancia.
—¿Cami? —reprochó Derek con las cejas enarcadas.
—¿Qué problema hay, señor Fox? —indagó Anaira pasando por su lado, dejándolo atrás mientras caminaba a su escritorio— ¿También quiere controlar mi vida personal?
—Por si no lo escuchó durante la capacitación, en esta empresa hay políticas que prohíben las relaciones entre empleados, sabe lo que significa, ¿no? —anunció con ironía.
—Según usted, solo porque estaba conversando con él, ya debe existir un vínculo romántico, ¿no? —se defendió, girando sobre sus talones para encararlo— Vine a trabajar, no a buscar novio, solo para que le quede claro.
—Tampoco es que vayas a durar mucho en eso, ¿no? —se burló, sonriéndole con malicia y dejándola atrás con su expresión llena de rabia— Espero los informes faltantes en mi escritorio en cinco minutos, no demores más de eso.
Tragándose toda su ira, solo trató de tranquilizarse y suavizar su expresión. De alguna manera debía cambiar la situación, mientras tanto solo podía cumplir con sus caprichos infantiles y evitar asesinarlo.
Cuando estaba en la universidad, incluso en la misma escuela, muchas veces abusaba de su estatus para aprovecharse de sus compañeros. Siempre ha sido inteligente, no necesitaba que alguien más hiciera las cosas por él, pero le resultaba divertido e interesante que hicieran las cosas solo porque él se los ordenaba.
Lo aceptaba, fue algo muy inmaduro y poco ético. Se excusaba diciendo que estaba ciego de poder, era joven y quería divertirse. Pero ello no hizo más que hacer lo contrario, además de causarle muchos problemas y una expulsión disciplinaria. Sin embargo, la presión de tomar las riendas de una empresa tan grande le hizo entrar en razón.
No por ello bajaría la guardia en el trabajo, mucho menos teniendo a Anaira rondando por sus dominios. Lo veía como tener dos alfas en una misma manada, ambos querían dominar y ninguno estaba dispuesto a dejarse pisotear. Ella lo era, lo veía en su mirada, fiereza y voluntad, contradictorio con su apariencia delicada.
Y fue por eso que terminó por enojarse aún más, verla sonreírse de esa manera con un simple empleado era inaceptable. Alguien con sus dotes debía imponer, demandar, no coquetear como una adolescente hormonal. Peor aún, alguien que demuestre tal debilidad no podía tener el valor de enfrentarlo, no como ella lo hace y eso lo confundía.
—Estas son las notas de la reunión con Johnson & Karlson, haz un informe completo con análisis de resultados, me lo envías a mi correo personal y a presidencia —exigió con altanería, dejando caer los papeles en su escritorio—, para dentro de una hora.
Se retiró con expresión triunfante, sabiendo que después de todo haría fiesta para celebrar su despido. ¿Por qué no hacerlo? Habría hecho que la única persona que se había atrevido a retarlo, le obedeciera en cada mínima petición para solo ser despedida. Casi poético.
—Tiene una llamada en espera de presidencia, señor —anunció Anaira por el intercomunicador.
—Conéctala.
Su pequeño inconveniente con esos inversionistas pasó desapercibido, solo de momento. Pudo resolverlo y renegociar con ellos, después de todo era un As cerrando tratos, que no le agrade aquellas personas ya era diferente.
—¿Qué tal la reunión, Derek? —indagó Noa, notando un toque de irritabilidad en su voz.
—Más que bien, tengo los detalles de las ideas nuevas para el proyecto, todas bastante interesantes a mi parecer —explicó terminando en un suspiro de resignación— ¿Ahora qué pasó?
—Pasó que llegaron a mi oficina antes de irse y no solo para saludar, ¿sabes? —le reclamó.
—No tenía asistente aún, las llamadas se iban directo al contestador y estaba demasiado ocupado con el papeleo como para prestar atención a un teléfono fuera de mi oficina —se excusó—. No volverá a pasar, ya me disculpé con ellos y llegamos a un acuerdo. ¿Bien?
—Más te vale, Derek —le advirtió—. Sabes que las amenazas de papá son más que serias, así que no le busques la segunda cola al gato.
—Bien, tampoco lo quiero tener respirándome al cuello.
Adoraba a su hermano, de toda su familia fue el único que estuvo con él en cada momento de su vida. Y, aun así, no podía soportar cada vez que le daban ordenes o le regañaban.
—Y otra cosa —agregó—, por favor, trátala bien. ¿Quieres? No la enredes en tus juegos sucios, por primera vez en tu vida ignora el hecho de que es una mujer.
—¿Quién? —preguntó sin entender.
—Tu asistente —y colgó.
El pitido del teléfono seguía resonando en sus oídos, pero prestaba más atención a lo que su mente le repetía sin cesar, aquella insinuación de Noa. ¿De vedad lo creía capaz de enredarse con cualquiera?
Pese a su promiscuidad, podía decir que tenía altos estándares y preferencias cuando de estar con una mujer se trata. Y Anaira, sin tener en cuenta su actitud rebelde, no entraba en ellas. Era hermosa, pero no a su gusto. De todas formas, a las malas le quedo claro que no podía mezclar trabajo con sexo. A menos que, claro está, no se vea obligado a verla muy seguido, como su asistente. Ese error no lo cometía dos veces.
Salió de la oficina a las cinco de la tarde, no sin antes dejarle a Anaira más tareas que de todos modos podía hacer con más calma, sin tanta presión, al día siguiente. Su lujoso departamento de soltero le esperaba, tranquilo y relajante como lo quería. Eso era lo único que necesitaba en ese momento, liberar estrés.
Se sirvió un trago, ordenó algo de comida en su restaurante favorito y se metió a la ducha mientras esperaba. Sus hombros dolían un poco, las secuelas de esas tres semanas de estrés aún no desaparecían por completo. Necesitaba un masaje y como enviada por los ángeles, el timbre sonó.
—Voy —dijo antes de abrir, reconociendo de inmediato a la sensual morena que le sonreía con picardía—, ¿eres el aperitivo que acabo de pedir para cenar?
—No, pero también soy comestible —contestó Tamara en un susurro, muy cerca de él.
Con ansias, se lanza directo a sus labios empujándolo suavemente hacia el interior del departamento. Derek no dudó en rodear su fina cintura con sus fuertes brazos, apretándola cada vez contra su propio cuerpo, fresco por fuera pero ardiente por dentro. Las manos de ella jugueteaban con su cabello, mientras él recorría su piel con descaro.
Con cierta fuerza, Tamara lo empuja directo al sofá de la sala, sentándolo y despegando sus manos de su cuerpo solo para que la contemplara. El deseo en sus ojos era más que evidente, y le encantaba jugar con ello.
—¿Cuál es la prisa, cariño? —preguntó Tamara con picardía, llevando sus manos al cierre de su vestido tan lentamente, que Derek empezaba a desesperarse.
—¿A eso quieres jugar? —le siguió la corriente, soltando el nudo de su bata dejando ver que debajo de ella, no había más nada— Está bien, juguemos, pero me haces un masaje.
—Hecho.
No era la primera vez que sucedía, Tamara era tan hermosa que se permitía seguir jugando con ella aún después de varios meses. Muy pocas tenían ese privilegio, elegidas estrictamente para evitar sentimientos de más. Ella era ideal para ello, no solo por su cuerpo sino por su inteligencia, le era conveniente tener a alguien del ámbito periodístico bajo sus encantos.
—¿Qué tipo de masaje prefieres? —preguntaba mientras se dirigía al estéreo, colocaba una de sus melodías favoritas y regresaba con un caminar sexy.
—Cuerpo completo y final feliz, por supuesto —exigió Derek con voz grave.
Estaba necesitado, le urgía sentir la calidez de su lengua en ciertas partes duras de su cuerpo, el sabor de su boca y su piel. Quería ir a lo directo, pero no podía negar que esos juegos le excitaban sobremanera, haciendo la experiencia mucho más que increíble.
Además, no era de los que lo pedía, solo le llegaba la oportunidad y no dudaba en captarla. ¿Cómo podía negarse a un cuerpo tan ardiente como el de ella? Caderas amplias, pechos considerables y esponjosos, labios carnosos y rostro tan sensual como inteligente. Cumplía con todos sus estándares.
—Pobrecito, el trabajo te tiene estresado, ¿cierto? —decía Tamara bailando frente a él, contoneando la cadera y bajando lentamente el cierre de su vestido.
—Ni te imaginas cuánto.
El vestido callo a sus pies, dejando al descubierto su piel tersa y limpia. Un espléndido conjunto de encaje color rojo, moldeado con ligas que solo la hacían ver más candente de lo que ya era. Con suaves movimientos, fue acercándose a Derek al son de la melodía, le bailó de frente y de espaldas, sintiendo sus dedos impacientes recorrer su cuerpo.
Y finalmente, se sentó en su regazó rosando con suavidad un enorme bulto bajo la bata. Algo requería mucha atención y ella estaba dispuesta a darla.
El fin de semana había llegado, toda una semana de estrés y regaños había terminado por fin para Anaira. Tan solo cinco días de trabajo, pero terminadas en unas altas ganas por desaparecer. Derek era más insoportable de lo que una vez fue, o tal vez se debía a que en aquellos días podía desobedecerle sin miramientos. Ya no, debía aceptar que él era quien daba las órdenes y ella obedecía. Y lo odiaba por eso.
Solo una cosa alegraba sus días, poder saber que al llegar a casa tenía un hombro sobre el cual desahogar sus desgracias, en el trabajo tenía un aliado que mejoraba un poco su humor y conversar con su familia así sea una hora al día. La pequeña Aitana no se olvidaba de ella, pero si lloraba cada vez que terminaba la videollamada, arrugando un poco más su dolido corazón. Los extrañaba demasiado.
—Odio verte así, ¿quieres hacer algo? —sugirió Matthew.
—Morir, eso quiero —dijo casi en un susurro, enterrando su rostro en el sofá.
Aquel lugar se había convertido en su espacio de lloriqueo, su rincón de quejas y descanso. De toda la casa, era el único donde se tumbaba por horas a hacer nada más que lamentarse por su mala suerte.
—¡Ay por favor! —exclamó María José— Levanta tu trasero de ahí, deja de lloriquear y enfrenta el problema, tu actitud me deprime.
—Cariño, por eso es que estoy así, precisamente —contestó mirándola con el ceño fruncido.
—Por boca floja —aseguró Matthew.
—Matt, si me quieres, cállate —exigió.
Los tres habían creído que el haberse mudado allí, sería una gran oportunidad para recuperar el tiempo perdido y divertirse a lo grande. Todo, claro está, sin descuidar las responsabilidades del trabajo y demás. Sin embargo, no habían contado con la depresión post trabajo de Anaira.
—No puedes seguir así, ¿sabes? —insistió Matthew— Solo le das poder de amargar tu existencia, otra vez.
—¿Qué más puedo hacer? Es mi jefe, por desgracia —replicó Anaira.
—Y ya estas prácticamente despedida, ¿en serio quieres quedarte trabajando allí? No es la única empresa que existe —añadió María José con fastidio.
—Apoyo eso, ya no puedes hacer nada si está tan decidido a despedirte así que...
El tono juguetón con el que lo dijo, la forma en que alargó esa última palabra mientras sonreía con picardía y el cómo bailoteaba en su puesto, llamaron por completo su atención, centrándose con algo de temor en lo que estaba a punto de soltar.
—¿Por qué no juegas tú también? —sugirió con malicia— Te va despedir de igual forma, pero antes solo te está haciendo sufrir, así que no es justo que solo él esté moviendo sus fichas.
—Me gusta cómo suena eso —se le unió María José—, y por lo que me cuentas ya lo hiciste una vez.
—Están dementes —refutó Anaira.
—Por el amor al cielo, ¿qué más puede pasar? —le reprochó.
—Cierto, tampoco es el dueño del mundo —concluyó Matthew.
No estaba segura de ello, pero sí empezaba a sopesar y considerar muy seriamente aquella sugerencia. ¿Para qué seguir esperando quedar en un trabajo donde solo le esperan humillaciones? Eso no fue lo que Liam le enseñó, y no se iba a dejar.
—Ok, no seré la única que sufra estos días, aunque sea solo una semana —expresó con ánimos renovados.
—Esa es mi niña —celebraron los hermanos.
Se levantó y fue a su habitación, salió de ella con toalla en mano directo al baño. Ellos tenían razón, no iba a dejar que le amargara la vida así de fácil. Le costaré conseguir trabajo, pero no era imposible. Mientras tanto, debía disfrutar de la corta estancia que le quedaba en esa ciudad con su mejor amigo.
—Me daré una ducha, me cambiaré con mi pinta más sexy y saldremos esta noche —anunció a viva voz.
—Por fin —exclamó María José.
—¿Noche de disco? —sugirió Matthew igual de emocionado.
—Noche de disco —aceptó Anaira.
Y así fue. Eligió un corto vestido ceñido al cuerpo, su cabello ondulado sujeto en un moño alto y un maquillaje que resaltaba esa expresión dulce que la caracterizaba. Lo que más impactaba de su atuendo, el escote en el pecho que dejaba al descubierto ese lunar en medio de sus senos, peculiar, pero hipnotizante.
Llegaron a una discoteca bastante reconocida y de prestigio, todo gracias a un amigo del trabajo de María José, Antonio. Al entrar, el estruendo de la música hace estragos en su cabeza, pero no se deja llevar por ello y solo se adapta al ambiente. Las luces de colores, el aroma primaveral y las siluetas que ya se veían bailando en la pista era increíble.
—¿Buena elección? —indagó Antonio presumiendo.
—No está mal —contestó Matthew restándole importancia— ¿Buscamos una mesa?
Se sentaron alrededor de una mesa redonda, donde con toda amabilidad un chico les sirvió la primera ronda de tragos, acompañados de rodajas de naranja con un toque de sal. A los pocos minutos, después de un intento fallido de conversación, Antonio es quien da el primer paso.
—¿Bailas? —le preguntó a Anaira con una sonrisa coqueta.
Esta, con algo de duda, miró primero la reacción de María José. Lo que menos buscaba es ligar con alguien, mucho menos si era de interés de su amiga. Sin embargo, esta solo le hizo señas motivándola a aceptar.
—Claro.
Tomó su mano con suavidad, guiándola al centro del establecimiento donde ya se aglomeraban varias parejas para bailar aquella canción, una salsa clásica y bastante movida. Con pasos agiles, Anaira seguía el ritmo de la canción y los movimientos de su acompañante. Nunca fue mucho de salidas y bailes, pero lo estaba disfrutando de verdad.
Sin embargo, notó algo bastante peculiar a su alrededor. A solo un par de metros, en la barra de la discoteca, había un muchacho demasiado atractivo como para no haberlo notado antes. Tenía una mirada penetrante, de ojos claros que brillaban con las luces del lugar; rostro tan limpio, que podía sentir la suavidad de su piel con solo verlo; un cabello rubio platinado, tan poco común que lo hacía aún más interesante. Ni que decir de su cuerpo, esbelto y firme.
Lo mejor de todo ello era que, desde el momento en que lo notó, este no había quitado sus ojos de ella. Detallaba cada movimiento de sus caderas, seguía el recorrido de su cabello con cada paso que daba y sonreía cada vez que ella lo miraba de forma tan directa como descarada.
Al terminar la canción, suena una un poco más suave y pegadiza. Sin embargo, ambos tenían la intención de regresar a sus puestos por algo de tomar. Pero ni tonto ni ciego, aquel desconocido se acerca interrumpiendo su retirada.
—Buenas noches, si me disculpa, quisiera bailar con la señorita —solicitó tan galante, que no dudó en aceptar.
—Claro.
Su mano se posa en su cintura, tan suave y firme a la vez que se ve sorprendida por un instante. Con soltura y mucha delicadeza, empieza a moverse en la pista guiándola con sensualidad. La cercanía le permitía verlo con más detalle, en especial aquellos ojos grises con motas verdes tan hermosos como todo en él.
—Supongo que no es tu novio, dado que no puso ninguna resistencia al dejarte bailar conmigo, ¿no? —preguntó con diversión, muy cerca de su oído con voz grave.
—Así es, apenas lo conozco, viene con mi amiga —contestó, señalando la mesa donde se encontraban los demás observando detenidamente la escena.
—Supongo que ese otro muchacho sí lo es, ¿no? —reía.
Señaló muy disimuladamente a Matthew, el único que los miraba con el ceño fruncido y la desconfianza dibujada en su rostro. No le daría cuerda, solo disfrutaría la noche y ojalá eso incluyera al apuesto desconocido.
—Es mi mejor amigo, casi como mi hermano, así que no es mi novio, no tengo en realidad —dijo con seguridad—. ¿Y tú? Dudo que hayas venido solo.
—Lamento decepcionarte, mi linda compañera de baile —bromeó mirándola coqueto—, pero vine solo, mi mejor amigo es un amargado que prefirió encerrarse un sábado tan bueno como este.
—No suena nada divertido, pero si se puede saber... —se aventuró a bromear con él— ¿Qué lo hace tan interesante?
—Muchas cosas, una de ellas y la principal es haberte encontrado aquí —susurró a su oído, erizando por completo su piel—, mi linda señorita.
Su voz era demasiado sexy para no caer bajo su efecto, gruesa y grave, tanto que podría hacerla estremecer, pero debía controlarse.
—Anaira, ese es mi nombre —contestó embrujada con su voz.
—El mío es Luis, es todo un placer —besó sus nudillos sin quitar su intensa mirada de ella.
Terminada la canción, lo invitó a su mesa sabiendo que estaba solo. Se acopló fácilmente al grupo, incluso con Matthew siendo tan celoso y desconfiado. Sin embargo, cada vez que salían a bailar no despegaba su atención de ellos. Hasta que, como todo hombre, cayó bajo los encantos de una de las tantas chicas del lugar.
—¿Les puedo ofrecer algo de tomar? Como agradecimiento por dejar unirme a su grupo —insistió Luis.
—Lo dejamos a tu elección —contestó Matthew.
—Listo, en seguida regreso.
Anaira no podía dejar de verlo, era tan atractivo que se preguntaba cómo alguien con su porte y elegancia, pudo fijarse en ella entre tanta mujer fina en ese lugar. Pero no dañaría la noche con preguntas tontas, sea cual sea la razón, gozaría de ello por lo que restaba de noche.
—¿Qué brujería hiciste para atraer a semejante macho? —indagó María José, las bebidas empezaban a hacer efecto.
—Son mis encantos naturales —presumió Anaira.
—Ese lunar tenía que servir para algo —agregó Matthew.
—Oye, pero... —interrumpió María José entre risas— Si su voz es así de gruesa, ¿qué otra cosa tendrá así?
—Tenían que ser hermanos para ser tan ordinarios, ¿no? —se quejó Anaira.
—Es lo más suave que le he escuchado decir —añadió Antonio entre risas.
Seguían riendo, hasta que regresó Luis con un barman solo para ellos. Este se sentó a su lado, sin dejar de conversar con ella y explicarle lo que se desarrollaba frente a ellos. Aquel muchacho con su pulcro uniforme, hacía extraordinarios malabares con las botellas y vasos mientras preparaba con agilidad cocteles. Era impresionante, tanto que no podía despegar sus ojos del espectáculo. En su lugar, Luis no despegaba los ojos de ella y sonreía con la belleza de su rostro.
Poco a poco, y después de un par de esas mágicas bebidas, la sensación de ebriedad empezaba a jugar sucio en su sistema. Era totalmente consciente de lo que hacía y decía, pero se dejaba llevar por la inhibición causada por el trago.
Empezaban a sonar canciones de reguetón lento, pegándose cada vez más a su cuerpo al bailar, rodeando su cuello con los brazos, riendo con cada mínima cosa y sonriéndole tan cerca de su rostro que podía sentir la calidez de su aliento.
—Eres hermosa, ¿te lo han dicho antes? —susurró Luis muy cerca de su rostro.
—No chicos como tú, ¿de dónde saliste tan galán? —le seguía el juego.
—De tus sueños, tal vez —contestó apretando más su cintura.
—En ese caso, no me despiertes.
Sabía que era incorrecto, recién lo conocía y no estaba en todos sus cabales. Aun así, no se arrepentía de nada. Sin pensarlo dos veces, dejó que sus labios correspondieran a la suavidad con la que él se acercaba. A pesar de ser imponente y coqueto, era delicado y tímido a la hora de besar, tan dulce y lindo que la hizo suspirar. Sus manos buscaban enredarse entre su cabello, suave y sedoso como lo había imaginado.
Mientras que él, sin tanta discreción, la envolvía entre sus brazos acariciando su espalda. Anaira sentía el beso lento y cálido, dándose tiempo para saborear el sabor de su boca y jugar con la carnosidad de sus labios. Sintió sus manos recorriendo toda su espalda, bajando nuevamente a su cadera y subiendo esta vez por el frente. Se detuvo a la altura del abdomen deseando poder seguir, pero como todo un caballero no tocó más allá respetando los límites.
Sin embargo, su fuerte agarre solo aumentó la firmeza del beso, haciéndose más intenso y caluroso. Sintió nuevamente sus manos, esta vez tomando sus mejillas y separando sus rostros no sin antes morder suavemente su labio inferior. El sofoco del momento los tenía sin aliento, pero no le importaba si frente a ella seguía estando él.
—¿No estás molesta por esto? —preguntó Luis entre jadeos.
—Por supuesto que no —respondió en medio de una sonrisa, siendo esta vez ella quien lo bese, aprovecharía el momento.
¿Cuántas veces en su vida la habían besado con tanta dulzura?
¿Que tal, mis pulguitas?
Derek tiene una cara de angelito salido pero del infierno
Díganme si no.
Efe por Anaira, de malas que asesinar es ilegal, pero...
Werever.
En otras noticias....
¿Luis?
¿Que opinan hasta ahora?
Los leo
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