Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

3

Ese día empezó demasiado bien para ser verdad, pero no terminó como esperaba o hubiese deseado sintiendo que, desde ese encuentro desafortunado con Derek, todas las malas vibras se habían pegado a ella. Tenerlo de jefe directo era más que mala suerte, una terrible pesadilla, su misma experiencia se lo recordó a gritos.

Llegó a casa después de las siete de la noche, habiéndose pasado una hora de su horario normal y todo gracias a su discusión con él. ¿Castigo o trabajo? No lo tenía seguro. Sus encargos más que ser de utilidad y acorde a su labor, retrasaba el que ya tenía pendiente, como si su objetivo fuese solo provocarla. Aunque, analizando el panorama de forma más imparcial, creía tener aún una luz de esperanza en todo aquel alboroto, no la había despedido de inmediato.

—¿Qué son estas horas de llegar, señorita? —reclamó Matthew con burla al verla entrar, cambiando su tono notando la expresión de Anaira— Qué cara, ¿exactamente qué sucedió hoy? Por lo visto nada bueno, ¿no?

—Mi suicidio laboral, solo eso —se lamentó Anaira, tirándose en el sofá boca abajo ahogando sus lloriqueos.

Matthew sabía que, cuando estaba de ese humor, lo más conveniente sería dejar que respirara y tranquilizara su aura asesina antes de iniciar el interrogatorio obligatorio. Y como buen amigo, calentó y le sirvió la cena. Creía que, sin importar que mal se sintiera alguien, no había nada que un buen aperitivo calmara. Por algo existía el dicho, «barriga llena, corazón contento».

—La cena está servida y ya sabes que nunca acepto un no por respuesta, así que buen provecho —dijo Matthew con una sonrisa tierna en su rostro—. Hecho con mucho amor, la mejor medicina para tu malestar.

Sin decir palabra alguna, despegó el rostro del sofá sentándose con más comodidad. Frente a ella, un gran rollo de huevo con verduritas y papitas fritas humeaba desprendiendo un delicioso aroma, decorado con una carita sonriente hecha de salsa de tomate. Inevitablemente, sonrió por el gesto de su amigo. Le enternecía, adoraba y había extrañado esa dulzura que siempre demostraba.

Agradeció y comió con calma, disfrutando de momento su compañía y el consuelo que le hizo falta la primera vez que conoció a Derek. Para ese entonces Matthew ya vivía en esa ciudad, con algunos semestres cursados y una agenda bastante apretada entre trabajo, estudio y los quehaceres de la casa. Sufrió mucho, no lo negaba, pero le sirvió para aprender una muy buena lección. El poder y el dinero, pueden cegar la conciencia.

—¿Te sientes mejor? —indagó Matthew viéndola un poco más relajada.

—Algo así —suspiró con desgana, apoyando la cabeza en su regazo—. Gracias, estaba delicioso.

—Fue un gusto, y como pago vas a contarme. ¿Cuál es la gran desgracia del día? —se aventuró a preguntar, siempre tan curioso.

—¿Alguna vez te conté sobre alguien llamado Derek Fox? —tanteó su memoria viendo solo desconcierto en su rostro— Es mi jefe, y también hijo del dueño de la empresa.

Por más que tratara de darle pistas, sabía que él no asociaría el nombre con aquel suceso. No lo hizo ella en su momento, mucho menos alguien que solo escuchó solo un par de veces el nombre sin demasiado contexto, solo lo necesario.

—¿Y eso es malo por...? —preguntó sin terminar de comprender— No entiendo tus acertijos, ¿sabes?

—Debía ser una gran oportunidad trabajar directo con los grandes representantes de la empresa, si no fuese porque ya lo conocía desde hace seis años —contestó ella con un quejido de frustración.

—¿Cómo? Contexto por favor, se directa y deja de torturarme —se burló Matthew.

Suspiró, desempolvando aquellos recuerdos que solo revolvían la ira dentro de su alma, trayendo a colación una de las épocas más estresantes de su vida.

—Conocí a Derek en la universidad en el primer semestre, teníamos casi el mismo horario de clases —explicó con calma—. Había entrado a la mejor universidad del país, una ventaja que haya ganado una beca porque jamás en mi vida hubiese podido pagarla.

—Esa parte sí la recuerdo, toda una fiesta, ¿no? —sonrió con ella.

—Sí, hasta que inicié clases y lo conocí a él —continuó con una sonrisa de amargura.

Desde los primeros días, Derek fue de los más prepotentes y groseros de toda la clase. Estaba rodeada de niñitos ricos y mimados, privilegiados por la posición económica de sus familias. Sin embargo, ninguno llegaba a comportarse al nivel de Fox, como todo un imbécil. Egoísta, prepotente y presumido, la combinación completa de lo que más odiaba de la humanidad en una sola persona.

—Buscaba cualquier motivo para burlarse de mí, molestarme y fastidiar todo lo que hacía —añadió con rabia—, y si no lo encontraba se lo inventaba. Hacía lo mismo con todo el que podía, siempre al que creía más débil o vulnerable y al ser de un estrato inferior a él, se aprovechaba. Hacía de todo por hacerme ver menos, en especial cuando notó que mis calificaciones eran mejores que las de cualquiera en ese grupo, incluso él.

—¿Es en serio? —exclamó Matthew incrédulo.

—Sí, por desgracia —contestó Anaira—. Para su ego no era aceptable que una becada, pobretona y mal vestida como yo lo superara en intelecto, mucho menos siendo mujer, porque hasta actitudes machistas tenía.

—Vaya joyita —replicó este—, pero si te fue tan mal con él, ¿por qué no lo recuerdo?

—Porque... estando tú tan lejos, no quería preocuparte con algo que podía resolver yo misma, o eso creía —aceptó con derrota—. Aquello no duró mucho, no podía soportar más tiempo con él. Así que solo te conté lo básico, después de darme por vencida.

Solo fueron seis meses, un semestre lleno de humillaciones e insultos. Por más que trataba de enfrentarlo, de conversarlo tanto a las buenas como a las malas, Derek nunca escuchó sus palabras y hacía todo lo que le viniera en gana. No tenía apoyo de nadie, no contaba con ningún amigo o profesor que le diera la mano, estaba sola en eso.

—¿Qué hizo? —preguntó Matthew con algo de rabia.

—Cambió mi proyecto final por una ridícula nota, diciendo que no era capaz de poder continuar en una universidad de tanto prestigio y excelencia siendo yo una tonta —aseguró Anaira, recordando todo lo que tuvo que hacer para solucionarlo—. Por su maldita culpa estuve a punto de perder la beca, si no fuese porque el profesor sabía que no pude haber sido yo la autora de eso. Y, aun así, no hizo nada para tratar de averiguar quién había sido realmente.

Con aquel incidente no pudo aguantarlo más, sabía que no iba a cambiar sin importar lo que hiciese. Así que, sin más opciones en la baraja, se vio obligada a cambiar de horario y grupo de estudio, alejándose permanentemente de él hasta casi olvidar su existencia. O eso había creído ella hasta ese día.

—¡Dios! —exclamó Matthew entendiendo la gravedad del asunto— ¿Por lo menos habrá madurado algo en estos años?

—Lo dudo —un deje de resignación escapó en su voz—, me trató como una tonta solo por haber tropezado con él.

Con profunda calma, contó cada detalle de todo lo ocurrido desde que entró a esa empresa, dándose un momento para sonreír al recordar que, pese a todo, no fue tan malo. Esta vez, a diferencia de aquella ocasión, tenía un amigo de su lado, Camilo.

—Y supongo que tu miedo ahora es ser despedida o que haga lo mismo de antes, ¿no? —comentó Matthew— Milagrosamente no lo hizo al verte, o después de contestarle de esa manera. Tal vez haya esperanza, o eso espero.

—En realidad, no sé si sea bueno o malo, pero creo que no me reconoció —sugirió pensativa—, de haberlo hecho lo habría usado para reprocharme.

—Dudo que sirva de algo, ¿sabes? Por lo visto sigue siendo el mismo idiota de antes sin importar si sabe o no quién eres —aseguró Matthew con pesar—. Aunque, si no te ha despedido hasta ahora es buena señal, solo trata de no seguirle la corriente hasta que se acostumbren el uno al otro.

—¿Crees que algo cambie? —preguntó entre suspiros.

—Ni idea, pero la esperanza es lo último que se pierde.

Decidió lamentarse en silencio y dejar el tema de lado, no podía permitir que ese hombre arruinara su vida después de tanto esfuerzo y sacrificio. Se centró en el papeleo que debía leer, organizar las reuniones pendientes en esa semana y asignar un recordatorio para cada una. Y cuando empezó a sentir el dolor de cabeza, dio por terminada la jornada. Se duchó y tomó una pastilla para mitigar el dolor, la espalda también empezaba a reclamar un descanso.

—Y solo es el primer día, maravilloso —se burló con ironía.

Hubiese deseado poder descansar un poco más, pero había llegado el momento de enfrentar su nueva y dura realidad. Llegó unos minutos antes a su puesto de trabajo, ahogando una gran maldición salir de su boca al encontrarlo repleto de más carpetas y algunas notas esparcidas como sea. No solo debía organizar y limpiar, al parecer también tenía que hacer de redactora y trascriptora.

—Ese hijo de... —se mordió la lengua, observando con cuidado a su alrededor, estaba sola— Inmaduro, ni teniendo toda una gran empresa bajo su cargo puede actuar como un adulto.

De momento dejó sus cosas a un lado, recogió y apiló en un solo lado las carpetas según su volumen y etiqueta. Leyó con atención las notas escritas por él, órdenes y más tareas fuera de lo que debía hacer según su cargo. Al parecer, más que ser un apoyo laboral para él y la empresa, debía hacer de niñera y organizarle la vida.

—Maravilloso —resopló.

Quería tomar todas aquellas carpetas e irse a la sala de trabajo, poder estar lejos del idiota de su jefe y estar rodeada de personas más agradables que él. Sin embargo, dudaba el poder hacerlo tan libremente sabiendo que, en cualquier momento y por cualquier estupidez, podría estar necesitándola. Tiene su propio escritorio, bastante cómodo, amplio y equipado con todo lo que quiera usar, se supone que no debería necesitar otro lugar para hacer sus tareas, o esa era la idea.

Sin embargo, no podía negarle el deseo de ir por una taza de café antes de empezar con su martirio. Dejó todo perfectamente organizado, limpio y se marchó a la sala de descanso. Empezaba a encariñarse con ese lugar, más teniendo una cafetera tan completa como aquella.

—¿Por qué la carita? —susurraron a su espalda sorprendiéndola un poco.

Se había perdido en sus propias lamentaciones mientras esperaba su café, alegrándose al ver una cara conocida y agradable. Pese a tener sus contactos, no se habían contactado desde su separación en la capacitación.

—Hola, Camilo, ¿Qué tal todo? —preguntó curiosa, sintiéndose aliviada de poder verlo y conversar.

—Por ahora todo bien, la pregunta aquí es... —se acercó un poco más con expresión coqueta— ¿Qué te tiene tan triste?

—Bueno... ¿Puedo considerarte mi amigo? —indagó con dramatismo— Necesito un favor urgente.

—Sería un honor, ¿en qué puedo ayudarte? —le siguió el juego sin ocultar su sonrisa juguetona.

—¡Mátame! —expresó Anaira, escuchando la mal disimulada carcajada de Camilo—, no importa si duele, yo aguanto.

Se dejó llevar por la carcajada de Camilo, dejando salir gran parte de ese estrés que ya empezaba a acumular en su interior. Respiró con un poco más de tranquilidad, relajó la tensión en sus hombros y se permitió un par de minutos más de charla.

—Cuéntame tus desgracias, soy todo oídos —dijo con curiosidad—, también sirvo de pañuelo para tus lágrimas.

—¿Recuerdas el idiota sin modales de ayer? —preguntó con normalidad, viendo como asintió con lentitud— Es el vicepresidente de esta empresa y mi jefe directo, soy su torpe asistonta.

—¿Qué clase de casualidad desgraciada es esa? —se quejó por ella— No pudiste haber iniciado peor, creo.

—Lo sé, y gracias por tus condolencias.

Regresó a su puesto de mejor humor, con el delicioso sabor del café espumoso en el paladar y la resignación de teclear hasta el cansancio. Lo primero que hizo fue contestar un par de llamadas, desviar otras según las indicaciones de la lista del día anterior y liberarse de la primera carpeta llena de papeles. No eran más que informes viejos del proyecto y las ideas que se han ido descartando, muchos de ellos con más de un mes de existencia.

Lo veía cada vez más innecesario, pero de cierta forma sentía que leerlos le podía ayudar de cierta forma. Estaba mejor informada sobre el proceso del proyecto en el que, por lo que le explicaron en capacitación, estará bastante presente siendo Derek el encargado de dirigirlo.

—Hola, buenos días —saludó una muchacha—, ¿eres Anaira?

—Sí, mucho gusto —contestó un poco extrañada— ¿en qué puedo ayudarte?

—En realidad será lo contrario —aseguró con una sonrisa—, soy Alice, asistente de presidencia.

Aquel nombre le parecía conocido, recordando de golpe que debió hablar con ella al llegar a su puesto, pero dada la discusión del momento lo olvidó.

—¡Ah, sí! ¡Lo siento, debí buscarte ayer, lo olvidé! —se lamentó con vergüenza.

—No te preocupes, entiendo tu posición a la perfección —suspiró—. Fui asistente temporal de Derek hasta desde hace como tres semanas, más o menos, porque la anterior fue despedida. Por eso estoy aquí, se lo difícil que es tratar con él, así que debes ponerte al corriente. ¿Qué has hecho hasta el momento?

Escuchó sus palabras como el sonido de los mismos ángeles, viendo un rayo de luz al final del túnel tenebroso al que se había metido. Lo sintió tan irreal que casi podía jurar ver un halo de luz a su alrededor, el viento de la Rosa de Guadalupe mover su cabello y música celestial. Pero fuera de exageraciones melodramáticas, era justo lo que necesitaba.

—En serio te lo agradezco —expresó con gratitud.

—Tranquila, será un gusto evitarte algunos dolores de cabeza —bromeó, aunque sabía que detrás de ello estaba la cruda verdad.

Le mostró la lista y el resto de notas escritas por él, subrayando algunas cosas mientras ella explicaba qué tanto de ello debía hacer realmente y que otras solo ignorar.

—Derek tiene una muy mala costumbre, evita a algunos de los inversionistas solo porque considera que Noa es mejor negociando con ellos —le explicaba—. De ahora en adelante debes pasar las llamadas de estos sí o sí, cualquier cosa puedes escudarte diciendo que es orden directa del presidente, es la única persona que puede obligarlo a entrar en razón.

—¿En serio? ¿Así de intimidante es? —preguntó asombrada.

—No creas, es literalmente todo lo contrario a Derek y aun así le obedece —comentó entre risas—. Todavía me sorprende que sean hermanos, son como agua y aceite. Pronto lo conocerás, y es mejor que con él te lleves bien.

Revisó la mayoría de las carpetas, ayudándole a separar los que ya estaban mecanografiados con los que necesitaban una revisión. Con rabia, se dio cuenta que algunos de los que había transcrito estaban hechos y guardados en su mismo computador. Le dio algunos tips, las claves que usaba para diferenciar uno de otro y saber si están listos.

—Algunos de sus contactos querrán venir sin previo aviso, así que solo debes tener en cuenta esta misma lista para saber a quién dejar entrar y a quién no —explicó, endureciendo su semblante de un momento a otro—. Esto debes grabarlo en tu memoria como sea, hay tres personas en especial que estarán constantemente tratando de contactar a Derek, y créeme, te harán la vida imposible si no accedes a sus caprichos.

Con solo aquella advertencia sintió el miedo erizar su piel, pensando que podrían ser incluso peores que el mismo Derek.

—¿Quiénes? —preguntó temerosa.

—Yo les llamo las Moiras, porque dependiendo del día y de su humor, pueden hacer que quieras morirte —añadió—, son...

—Anaira, entra de inmediato —demandó Derek mediante el contestador.

Ambas se sobresaltaron con su estridente voz, no esperaban aquello ni mucho menos el fuerte tono de su voz.

—Está molesto, será mejor que vayas —dijo esta con preocupación—. Respira, sé que es irritante y últimamente no le ha ido bien, así que no te dejes llevar por el momento y mucha suerte.

—Gracias por todo, Alice —suspiró.

Recogió su libretita releyendo las notas que había tomado, debía cumplir con su trabajo sea cual sea el humor de su jefe.

—Buenos días, se...

—Solo escucha, esto será breve —le interrumpió tajante—. Desde hoy te daré solo quince días de trabajo, asumo que será tiempo suficiente para conseguir un buen remplazo. Para este cargo necesito alguien que sepa respetar, no una insubordinada que no puede mantener su boca cerrada.

Respiró profundo apretando con disimulo sus manos, estaba más que furiosa por sus palabras. No tanto por el despido, de cierto modo se lo esperaba, pero no podía tolerar que la tratara de esa manera. Así que, haciendo caso al consejo de Alice hizo uso de todo el autocontrol que tenía y su buena educación.

—Disculpe, señor, pero, ¿me está despidiendo? —indagó incrédula.

—Es más que obvio, señorita Baret —sonrió con malicia.

—Con todo respeto, ¿no cree que se está tomando demasiado personal esta situación? —se atrevió a preguntar con calma y serenidad.

—Justo por esa actitud la estoy despidiendo —aseguró molesto—, agradezca que le di tiempo, por mi parte podría irse de inmediato, pero también soy consciente que estamos en un momento de bastante trabajo. Antes de irse, que por lo menos sirva para algo de utilidad.

Le pareció escuchar un crujido, seguido de un pitido agudo y la rabia subir a su cabeza. Tiró por la borda los consejos de Alice, de todas formas y tal vez para su suerte, no trabajaría de por vida en esa empresa.

—Estoy tratando de ser lo más respetuosa posible, porque sé que no fue sensato de mi parte contestarle de esa forma ayer —empezó con su retahíla—. Sin embargo, tampoco voy a permitir que me trate de esa manera, señor. Desde un inicio intenté disculparme con usted, desde el momento del tropezón e incluso después. Pero créame, si le molesta mi actitud debería dase crédito por ello también, ¿no le parece?

—¿Me está retando, señorita Baret? Al parecer vuelve a olvidar que aún soy su jefe, ¿no? —exclamó incrédulo ante lo que escuchaba.

—No, solo quiero que entienda una cosa, señor Fox, para su bien y el de su próxima asistente o cualquiera que trabaje con usted —continuó Anaira aún más molesta—. El poder que su apellido y posición le da, no le otorga el derecho de pasar por encima de los demás. No todo el mundo tiene la capacidad de hacer algo útil con ello, y por lo visto usted es uno.

Vio con algo de satisfacción como tragaba con fuerza, apretaba la mandíbula y se intensificaba la rabia en su rostro. Sin embargo, no restaba al miedo que ella misma sintió en ese momento. Sus piernas le pesaban, controlando cualquier movimiento involuntario que delatar su estado frente a él. Sería su perdición.

—Por última vez le advierto...

—Por cierto... —le interrumpió, desviando su mirada a la libretita— Dentro de una hora y cinco minutos con exactitud tiene reunión con los inversionistas de Johnson & Karlson, en la sala de juntas del tercer piso, expondrán las nuevas ideas que tienen para el proyecto.

—¿Johnson & Karlson? ¿Acaso no sabe leer? En la lista dice...

—Orden directa de presidencia, señor —volvió a interrumpir, recordando lo que dijo Alice—. Debe estar diez minutos antes que empiece la reunión, no olvide anotar los detalles. Por el momento regreso a mi puesto, si se le ofrece algo más, puede llamarme. Que tenga buen día.

—No te atrevas... —advirtió Derek entre dientes.

Sin embargo, Anaira hizo oídos sordos a sus reclamos y salió de la oficina tratando de no trastabillar. Las piernas le temblaban, por lo que casi cae al estar a solo centímetros de su escritorio. El subidón de adrenalina había sido fenomenal, pero después de este y sabiendo lo que le espera, las ganas de llorar borraron cualquier sensación de satisfacción que pudo tener. Pronto volvería a ser una desempleada más, habría fallado y desperdiciado todo el esfuerzo realizado hasta ese justo momento.

Podía conseguir uno nuevo, en esa misma ciudad o de regreso con sus padres, pero aquella mancha de fracaso no se borraría jamás de su expediente. Eso solo si contaba con suerte, conociendo el temperamento de Derek, podría creerlo capaz de hablar mal de ella en el mundo laboral arruinando por completo su vida. Lo intentó una vez, podría volver hacerlo.

Trató de tranquilizarse, no se permitiría caer más bajo llorando por su culpa. Debía ser fuerte, pensar con cabeza fría y mente clara, más ahora que estaba en la cuerda floja. Limpió las lágrimas de sus ojos, lo primero que debía hacer era conservar la calma y trabajar. Una cosa era segura, debía usar esos quince días para darlo todo y tratar de salvar su empleo.

Si quería sobrevivir, debía usar cualquier cosa que le dé alguna ventaja.

Derek no entendía que le sucedía con Anaira, no le atraía en ninguno de los sentidos, mucho menos sexualmente. Sin embargo, esa misma actitud rebelde que tanto le estaba causando dolores de cabeza, le provocaba un cosquilleo interno que no sabía interpretar.

No negaba que era muy atractiva, sus expresiones transmitían una dulzura muy singular y adictiva, pero sumado a su baja estatura le hacía ver como una niña. Y no, la pedofilia no era lo suyo. Entonces, ¿Qué no encajaba con esa apariencia tierna? Su carácter.

Podría incluso compararse con él, fuerte y rebelde, no se deja llevar ni controlar por nadie, y eso representaba un problema. Su primer encuentro, aunque nada agradable, le dio una idea de lo que podría esperarle de permitirle ser su asistente. Por un lado, lo veía como un punto a su favor, no tendría el mismo inconveniente que la anterior; pero no estaba seguro si eso compensaba el mismo estrés, enfocado en otro asunto. Sus discusiones.

Tan solo el primer día fueron dos veces, dos ocasiones en las cuales desafió su autoridad y posición, en las que dijo lo que se le vino en gana y de la forma que quiso. Ese, solo ese pequeño detalle, describe el tipo de personas que menos tolera.

Vicepresidente de Fox Technology, heredero del linaje Fox y uno de los solteros más codiciados de la ciudad, ¿por qué debía permitir que una simple asistente le hablara de esa manera? Su porte y expresión imponía autoridad, intimidaba, pero por lo visto y para su mala fortuna, con ella no funcionó.

Y era eso lo que le cabreaba aún más, no podía controlarla. Decidió optar por el camino fácil, despedirla, pero también era cierto que no podía soportar una semana más sin algo de apoyo. Podía decirle a Alice, le parecía agradable y buena trabajadora, pero ya era asistente de presidencia y no podía abusar de sus capacidades. Sigue siendo humana, y eso era algo que él, con todo y su actitud arrogante, aún comprendía.

Aun así, no podía echarla como si nada estando recién contratada, su padre lo tomaría como un acto más de su rebeldía. Quería evitar eso, que se viera obligado a intervenir en sus asuntos personales y laborales, si era posible.

—Estoy de manos atadas, no puedo echarla hasta conseguir a alguien más —se dijo así mismo—, pero mientras tanto puedo jugar un poco.

Por primera vez en semanas se permitió sonreír, pero de una manera maquiavélica y un tanto caprichosa. Al parecer, las viejas costumbres no estaban olvidadas del todo.

—Tráeme un café expreso, cargado, con dos de azúcar y crema —exigió Derek en el intercomunicador—, y que esté caliente. Para ya es tarde.

Por un momento sopesó lo que acababa de hacer, era un poco inmaduro de su parte volver a ello. Desde que salió de la universidad no lo hacía, creía que había madurado en ese aspecto de su vida, pero la rabia lo había atontado un poco. Sin embargo, en contados diez minutos lo tenía en su escritorio, tiempo récord sabiendo que por su estatura no podría abarcar mucho espacio con cada zancada.

Pero el verla allí frente a él, respirando casi con dificultad, con sus mejillas sonrosadas por la carrera que tuvo que hacer y esa mirada penetrante llena de ira, le hizo reconsiderar aquello. en pocas palabras, le había fascinado la escena. ¿Por qué no seguir y darle una lección?

—Aquí lo tiene, señor —dijo con algo de dificultad, notando como apretaba los labios evitando decir algo más.

—Ya no lo quiero, te demoraste demasiado —añadió con calma, recostándose en su asiento y observando su expresión anonadada con satisfacción.

—Como usted diga, señor —respiró profundo y recogió el café.

—Quiero los informes de todo este mes redactados y corregidos para dentro de media hora —agregó.

—Sí, señor.

La vio salir con esa fingida calma que le quedaba tan creíble, pero que con él no pasaba desapercibido. Estaba haciendo todo lo que le pedía, incluso si eso no estaba dentro de sus obligaciones, y con ello podía verla tan enojada como lo había estado él.

—Esto será divertido —susurró.

Y su castigo empezó.

Ideas pendejas, desgraciadas y absurdas que se le ocurre a la gente igual de pendeja

¿A poco no raza?

Que diga...

Derekcito esta bien bonito *cofcof*

Ta chikito hay que cuidarlo

Anaira mood: cuidarlo, pero en un psiquiátrico

Besos, mis pulguitas.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro