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26

Podía entender que, con todo su historial, sea un poco difícil creerle; podía comprender incluso que, viendo la escena que vio, era aún más factible pensar en el engaño que cualquier otra situación; pero dadas las últimas circunstancias, todo los que había hecho por Anaira los últimos días, en especial el haber mantenido su palabra al dormir con ella, creía que tenía por lo menos el privilegio de escuchar sus razones, ¿no?

Por primera vez en su vida estaba al borde de la desesperación, las cosas no eran como las había visto ella y no le dio la oportunidad siquiera de hablar. Se sentía frustrado, no quería perderla por una estupidez como esa. Tamara había jugado sucio, mucho más de lo que él pudo haber hecho durante sus andanzas. Y esta vez no diría que se lo merecía, porque no era así.

En ningún momento le prometió a ella o a cualquier otra, una vida juntos ni nada por el estilo. Trató de terminar aquello por las buenas, llegando a un acuerdo y dejando todo en lo profesional. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué quería destruir lo único bueno que había pasado en su vida? Tratar de separar a Anaira de él era el golpe más bajo y doloroso que le había dado, y no veía razones para ello, menos siendo Tamara.

Sin embargo, el principal obstáculo para remediarlo en ese momento era su padre. Frente a él, ceñudo como siempre y sosteniendo su maldito maletín sin dejar su porte elegante, odiaba eso, detestaba parecerse tanto físicamente a él.

—¿Puedo saber qué mierdas hiciste ahora? —le reclamó enojado—. No me como ese cuento de tener problemas con su familia, ¿qué le hiciste?

—En tu cabeza siempre soy el malo de la historia, ¿no? —replicó Derek con indiferencia hacia su padre.

Lo que Derek menos quería en ese preciso momento era escuchar, soportar y responder a las acusaciones de Daniel. Su mente, concentración e incluso su corazón estaba hecho un manojo de miedo en ese momento. Tenía que hablar con Anaira a como dé lugar, debía explicarle las cosas como habían sucedido en realidad.

—Hablo según lo que demuestras, solo espero que no hayas jugado también con la pobre chica —le advirtió—. ¿Quieres decirme que le hiciste?

—Nada que te...

—No por nada está llorando, o dime, ¿por qué es tan urgente esa reunión con ella? —le interrumpió con severidad.

—No te incumbe —zanjó con dientes apretados.

—Deja la estupidez, Derek, ya no eres un adolescente rebelde, eres un adulto, maldita sea —gritó exasperado—. Dime la verdad, ¿o es que me crees tan estúpido como para no saber de tus mierdas infantiles?

Necesitaba salir de allí lo antes posible, pero cada vez veía más difícil quitarse a su padre de encima, más por el estado de alteración en el que se encontraba. ¿De qué lo iba a culpar?

—Jugar con ella hasta que renuncié por su propia cuenta, sí, me enteré —añadió Daniel como si leyera sus pensamientos.

Un terror frío caló por su espalda, que haya llegado esa información a su padre precisamente, solo indicaba que su poca suerte se había acabado. Eso, y que alguien dentro de allí estaba jugando para dos bandos.

—No lo hice, pero sí me enamoré de ella. ¿No era lo que querías? ¿Que hiciera mi vida con una sola mujer, que me comportara como era debido y formara una familia? Quiero hacerlo, pero solo con ella, ahora si me disculpas voy a...

—Nada, no harás más nada.

Una vez más se interpuso entre él y la salida, entre la posibilidad de perder a Anaira y la salvación. Le obligó a sentarse en su escritorio, escucharlo y terminar con aquello lo más rápido posible. Con desesperación, lo vio sacar de su maletín un par de documentos y un periódico.

—Ya no tienes más oportunidades, Derek, te he dado demasiadas en tu vida y ya se te agotaron —expresó lanzándole el periódico abierto en una página en especial—. Esta es la última, si para dentro de un mes no estas comprometido te quitaré absolutamente todo, incluyendo tu cargo. No quiero más inútiles aquí, le has costado demasiado a esta empresa y no seguiré alcahueteando tus cagadas.

En aquella página se podía ver su rostro, todo sonrisas y sensualidad, pero al lado una nota con mucha intensión de desacreditar su estilo de vida. Al parecer, nada de lo que estuvo haciendo reunión tras reunión con sus abogados funcionó. Patricia había filtrado hasta lo último, cada detalle de su intimidad y vida privada.

—He trabajado más que bien —rebatió por enésima vez—, un simple tropezón de estos no afecta mi trabajo, pero para ti nada de eso vale.

—¿Esto no vale para ti? —lanzó una vez más otros documentos—. Acabamos de perder dos valiosos accionistas por tu culpa, por tus malditos escándalos, ¿eso no es nada?

Noa se lo había dicho una vez, pero creía que no sería necesario hacer más nada que hablar o hacerle pagar a Patricia. Sin embargo, una vez más las cartas se le voltean drásticamente. Patricia y Tamara lo habían logrado, habían arruinado su vida.

—Estas advertido, tendrás un mes para comprometerte o te caso a la fuerza y de paso dejas de ser un Fox —advirtió con todo el peso de la palabra—, pero conociéndote como eres, mejor voy buscando un remplazo.

Daniel se alejó de él, yendo por fin a la salida y dándole la oportunidad de salir de una vez. Sin embargo, con aquella noticia sus energías terminaron por drenarse de su cuerpo.

—Y por si acaso, ni esperes que Noa te ayude esta vez, no tienes escapatoria.

Cerró la puerta con un sonoro portazo, dejándolo solo con su desolación y un periódico donde era el centro de las críticas más crueles. Los últimos hilos de la cuerda sobre la que caminaba estaban rompiéndose, y solo había uno que podía salvar aún. Uno con el nombre de Anaira.

¿Cómo hacerlo? ¿Cómo podía probarle que lo que vio esta fuera de contexto? Sí, en el momento en que llegó estaba Tamara pegada a su boca como una sanguijuela, pero no porque él hubiese querido besarla. Todo lo contrario.

Había llegado furiosa a su oficina, justo cuando su abogado se había retirado para terminar el proceso legal contra Patricia. Discutieron por un largo y casi eterno momento, pero dada su reticencia por abandonar el lugar y sus intentos por convencerlo de dejar a Anaira, decidió solo tomarla del brazo y sacarla de su oficina. Si por las buena no iba a suceder, entonces debía ser por las malas.

Sin embargo, aprovechó tal cercanía para lanzarse y aferrarse a cuello con un fuerte agarre. Por más que forcejeó, por más que lo intentó, alcanzó a besarlo con furia. Para su mala suerte, Anaira llegó en ese momento. No cuando discutía, no cuando se gritaban mutuamente, sino cuando ella lo besaba en la boca.

Y por eso, solo por ese inconveniente estaba por perder a la única mujer que había amado en su vida. Nada más le importaba, el cargo de vicepresidencia, el poder, el apellido, nada se comparaba con la felicidad que ella le había dado en tan solo dos días que estuvieron juntos. Solo dos días a su lado, lleno de besos interminables, caricias delicadas y risas hasta doler es estómago, todo eso estaba por perderse por culpa de Tamara.

El peso que sentía en el pecho estaba matándolo, no sabía qué hacer con su vida, estaba en el punto más bajo de su existencia y no sabía si había modo de solucionarlo. En su corazón y ojos algo ardía, la vista se le empañó y el respirar se le convirtió en un proceso tan innecesario como tortuoso.

Sin embargo, el estropicio de su puerta abrirse con brusquedad le sacó de sus cavilaciones. Era Luis, dirigiéndose hacia él con la mirada llena de odio y rabia, como nunca antes lo había visto.

—Uno más, ¿por qué no? —dijo para sí mismo.

Esperaba cualquier cosa, insultos y un sin número de amenazas por lo que creía le había hecho a Anaira, pero no eso. Se acercó como toro embravecido, lo levantó de su asiento tomándolo del cuello de su camisa y sin decir nada, le propino un fuerte puñetazo en el rostro.

Su amigo, ese tímido niño que conocía de toda la vida, a quien había molestado millones de veces a lo largo de su amistad, ese mismo le había golpeado como nunca antes alguien había hecho. Nadie se atrevía a eso, y, sin embargo, él lo hizo con toda la facilidad que su ira le dio.

—Maldita sea, Derek, te lo dije, por Dios que te lo advertí —le gritaba alterado—, pero nunca escuchas a nadie ni si tu asquerosa vida dependiera de ello.

Le dolía toda la cara, la fuerza del impacto lo tumbó de su silla cayendo de bruces al suelo. Gotas carmesíes cayeron de su nariz la tenía rota, no estaba seguro, pero sí que la tenía lastimada.

—Habla, imbécil, ¿te quedarás callado como el cobarde que eres? —exigió entre gritos—. Fue lo primero que te dije, lo primero que te advertí y lo hiciste. La engañaste, la hiciste sufrir innecesariamente, y dije que te reventaría la cara por eso.

Se levantó con lentitud, tratando de detener con las manos el sangrado de su nariz. Pero nada de eso le importaba, el dolor físico menguaba un poco el de su alma, pero no lo suficiente para detener un par de lágrimas de sus ojos.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué tenías razón? —replicó Derek con ironía.

—Acepta que la cagaste, acepta que eres tan incapaz de cambiar solo porque eres un ególatra que solo piensa en sí mismo —con cada palabra le daba un empujón hasta hacerlo caer sobre su silla—, acepta de una puta vez que no la mereces, no mereces que nadie te aprecie, mereces estar solo, pero claro, ya lo lograste. ¿Estás feliz?

—No lo haré, porque sé que no es así —determinó Derek, queriendo tomar el control.

—¿Ah no? Te harás el inocente, entonces —ironizó Luis.

—Porque lo soy, todo es un jodido malentendido, pero ella no me ha querido escuchar —gritó desesperado y dolorido.

—¿Para que la llenes de mentiras? —se indignó—. Las evidencias hablan por sí solas.

—No es así, llegó segundos tarde, antes de eso hubiese podido ver lo que realmente pasaba, si tan solo...

—No hablo de eso imbécil —le interrumpió dejando en sus manos el teléfono con un video en plena reproducción—, ¿o me vas a negar que ese no eres tú desnudo envuelto entre las piernas de Tamara?

En el video se podía ver claramente su rostro, así que no podía negar que se trataba de él. Allí, Tamara y él disfrutaban de una de sus intensas sesiones de sexo desenfrenado que tan frecuente eran. Sin embargo, podía jurar que había algo que no cuadraba en todo ese rollo.

—¿De qué mierda...?

—De esta mierda, Derek, de esto te estoy hablando —recriminó con rabia.

Paso el video, asqueado y confundido. No era el único, había varios de ellos y fotos comprometedoras de ellos dos. No hacía falta preguntar de donde salieron, solo una persona pudo haber hecho tal acusación.

—No, eso no... eso es viejo, no es reciente, nada ha pasado entre ella y yo hace tiempo.

—Pruébalo —exigió Luis—, porque esto dice todo lo contrario.

—¡Dios, no! —estaba acorralado, sin salida alguna—. Por favor, Luis, no sé cómo mierdas podré probarlo, pero puedo jurar por mi vida que eso no es reciente, incluso terminé toda relación con ellas, eso no es más que parte de su venganza por hacerla a un lado.

—No te creo.

—No me importa, solo quiero que ella lo haga, de verdad cambié porque la amo y quiero estar con ella —expresó Derek desesperado—. ¿Qué tiene de malo ser una persona nueva? ¿No era lo que tanto querían? ¿Por qué ahora no me creen?

—Alguien nuevo, pero mejor, no la basura por en la que te has convertido —escupió con desprecio—. Solo mírate, eres peor que patético.

Lo era y se sentía de esa manera. No hubo nada que pudiese decir en ese momento para que le creyeran, todo lo que pudo haber pronunciado solo habría de empeorar las cosas.

Luis tomó su teléfono y se encaminó a la salida, no sin antes llevarse la poca estabilidad que le quedaba a Derek. Ya no tenía esperanzas de nada, más que de recibir el golpe final que terminaría con su vida tal y como la conocía. Ya lo había perdido todo.

—Este es el fin, Derek, se te acabó la fiesta.

Por un segundo lo dudó, llegó a pensar que estaba siendo un poco exagerada en su reacción. Era Tamara de quien se trataba todo eso, podía ser un simple malentendido o visto solo una mínima parte de la situación real. Pese a sentirse traicionada en un inicio, al contarle toda la historia a Luis sintió como si estuviese haciendo un tornado en un vaso de agua.

Estuvo a punto, a solo dos palabras de reírse de sí misma y escuchar lo que sea que Derek tenía por decir. Hasta que, una vez más, el alma cayó a sus pies con la llegada de unos mensajes a su teléfono.

—¿Quién es? —indagó Luis preocupado.

—Por fin dio con mi número, después de todo —se lamentó Anaira, y las lágrimas volvieron a ella.

«Espero que con esto no te queden más ganas de acercarte a él, arrastrada. Derek es mío, y siempre lo será, como lo fue hace pocos días»

Después de ese mensaje, una serie de fotos y videos demasiado explícitos se reprodujeron despedazando esa última gota de paciencia, de esperanza y confianza que pudo tener hacia Derek. Ya nada le importaba, no creía que algo de ello podía salvarse o recuperar: su dignidad, su orgullo, todo fue pisoteado y burlado por ellos dos.

Solo vio como Luis, lleno de rabia e impotencia, se levantaba y tomaba su teléfono para dirigirse con toda probabilidad a la oficina de Derek. Pudo haberlo detenido, pero ni ella misma tenía las ganas y energía para decir algo.

Se encerró en el baño, dejó fluir todo su dolor en llanto desconsolado, esperando que con ello el polvo en que fue convertido su corazón saliera con cada lágrima. Pero nada de eso sucedió y la aprehensión en su pecho solo seguía en aumento. ¿Por qué cayó tan fácil? Se recriminó una y otra vez por ello.

La rabia empezó a bullir en su interior, misma que nunca debió abandonar su cuerpo cuando de Derek se trataba. Ahora sentía que podía odiarlo, que debía retomar todo el desprecio que una vez pudo sentir por él. Recordó aquellos días de estudio, su primer semestre de clases y con ello, todo el infierno que la hizo pasar. Y fue más fácil.

Se limitó a salir de su encierro, limpiar su rostro y retocar su maquillaje para que no se notara su debilidad. Si algo debía hacer en ese momento, era regresar a trabajar y enfrentar la situación, pero no por ello demostraría cuando afectada estaba.

—¿Estás mejor? —preguntó Luis preocupado, saliendo de la oficina de Derek.

—Sí, ya no importa de todos modos —contestó tratando de sonar creíble—. ¿Qué paso allá dentro?

—Solo conversamos, nada del otro mundo —se encogió de hombros—. ¿Qué piensas hacer desde ahora?

—Lo que debí desde un inicio, y dejarme de estupideces —determinó ella.

—Bien, ¿nos vemos luego? —sugirió.

—Otro día, ¿sí? Solo quiero desaparecer por un rato —aseguró con una sonrisa triste.

—Entiendo —suspiró—, llámame si necesitas algo, iré enseguida.

—Gracias, eres un ángel.

Con un último y largo abrazo se despidieron.

Luis se veía aún más dolido que ella, no solo había perdido la oportunidad de estar con Anaira, sino que en el proceso también perdió a su mejor amigo. Y todo por nada, posibilidades que parecían imposibles dadas las circunstancias. Por ello, Anaira se sintió más basura de lo que debía. Se culpó por seguir siendo la misma ingenua de hace años, si no hubiese seguido su estúpido juego, ella estaría feliz de la vida con Luis y no llorando por Derek.

Se lo merecía por tonta, por masoquista, por ingenua, y lo sabía a la perfección.

Respiró profundo, antes de seguir debía hacerle frente y tomar una decisión. Ya la había tomado, solo faltaba saber si era capaz de decirla en su cara.

—Derek, hay que... —se detuvo en seco, la nariz sangrante y amoratada de Derek se sobresaltó— ¡Rayos! ¿Si notas que te estas desangrando?

—¿Ibas a decir algo? —indagó con voz ñata.

—Mejor ni pregunto, no quiero, pero igual podría saber la respuesta —se quejó.

Se acercó apresurada a él, rebuscó en las gavetas bajas del escritorio hasta dar con un pequeño botiquín. No sabía qué hacer en eso caso, salvo limpiar y tal vez detener el sangrado.

—An, por favor —rodeó su cintura aprovechando su cercanía—, te lo ruego, escúchame solo un...

—Ni medio segundo, Derek —le interrumpió, peor no se alejó de él—, te escuché demasiado y no sirvió de nada. Deberías ir a un médico, puedes tener la nariz rota.

Anaira tanteaba su nariz con cuidado, limpiando con algodón húmedo la sangre que ya manchaba su camisa. Sin embargo, era preocupante ver que no dejaba de salir más.

—Eso dolió —lloriqueó Derek.

—Que bien, ahora deja de llorar —le riñó, tomando el teléfono y marcando un número encontrado dentro del botiquín.

—¿Qué haces? —indagó curioso.

—Llamo a tu médico —contestó con obviedad y el teléfono entre su hombro y oreja.

—Estoy bien, no hay...

—Buenas tardes, doctor, ¿cómo le va?... —saludó con formalidad—. Verá, Derek al parecer metió mal su nariz donde no lo llamaron y terminó rompiéndola. O eso parece, ¿podría venir a chequearlo? Esta desangrándose.

El médico hablaba sin parar, primero quejándose por la falta de cuidado y le hecho de tener que salir corriendo por sus caprichos. Mientras, Anaira limpiaba y observaba preocupada el color que estaba tomando su nariz. Además, se le estaba hinchando.

—Sí, ¿cómo lo hago? —siguió las indicaciones, tocó suavemente el puente de su nariz y la recorrió toda en busca de anomalías—. Un momento.

—¡Dios! Pasito —se quejó.

—No, esta normal —aseguró—. Listo, eso es todo. Gracias, que tenga un buen día.

Los quejidos de Derek no se detuvieron, pero tampoco sus intensas observaciones. Aunque no le haya permitido hablarle, seguía solo mirándola con añoranza y los ojos húmedos. Pero no creería en nada de eso, ya estaba segura de sus dotes de actuación.

—No saldré —dijo él al verla colgar.

—No es necesario, solo llama a alguien para que te traiga ropa limpia, inclínate hacia delante y no te saques esto de la nariz hasta que dejes de sangrar —con cuidado, insertó dos bolitas de algodón por sus fosas nasales esperando detenga la hemorragia.

—Solo si me escuchas por un momento —suplicó con la mirada.

—Entonces muérete.

Se alejó de él recogiendo el desastre de algodón y sangre, debía deshacerse de ello y lavar sus manos. Más que eso, debía hacer lo que se supone fue a hacer realmente.

—An, no me hagas esto, por favor —insistió Derek casi en un hilillo de voz.

—Lo haré, porque así debió ser desde el inicio.

—¿Qué ganamos con esto? —replicó ofuscado—. Se supone que el niño soy yo, pero ni siquiera me escuchas y solo evades el tema.

—¿Qué ganamos? —repitió ella con nueva rabia burbujeando—. Yo nada, por desgracia, tú, en cambio, sí ganaste algo.

—¿Qué?

—Tu juego, felicidades, Derek, ganaste —ironizó.

—No entiendo.

—En cuanto el evento termine, lo primero que tendrás sobre tu escritorio será mi carta de renuncia —anunció con determinación—, disfrútalo.

—No, espera, An. No lo hagas...

Salió de su oficina sin mirar atrás, sin escuchar sus insistentes llamados cargados de desesperación, tomó sus cosas y se fue una vez más al baño. No podía con todo eso, el corazón le dolía demasiado como para tenerlo cerca, aunque quiera volver a sentir el calor de su cuerpo y sus deliciosos besos.

Debía ser consciente de algo, nada de eso fue real ni sucederá de nuevo, por más que lo deseé y lo haya disfrutado. Por el momento solo quedará eso, los buenos recuerdos, o los pocos que pudo obtener. Le será difícil, pero no imposible.

De esa forma, ignorando sus suplicas y evadiendo muchos de sus intentos, pasó toda la semana en la que cada día era una tortura diferente. Tamara seguía yendo a la empresa, por desgracia estaba demasiado avanzado el evento como para despedirla o cambiar de periodista, pero tenía prohibido acercarse a la oficina de Derek. ¿Para qué? Inútil.

Solo restaba una más, una semana de estrés y tortura viendo a Derek todos los días, y después sería libre. No tenía seguro que hacer, si buscar un nuevo trabajo allí en esa ciudad o solo regresar a casa. Extrañaría a todos sus amigos, claro que sí, a Luis en especial. Y por ello, solo por tener que sopesar el alejarse de ellos, odió aún más a Derek.

—An, te necesito —suplicó Derek—, Daniel quiere hacer una cena en su casa y necesito que asistas conmigo, es urgente y realmente necesario.

—Paso, tus problemas familiares no me incumben —determinó ella.

—No es solo familiar —insistió desesperado—, Alice también irá porque se tocarán temas de la empresa, sigue siendo de él después de todo.

—¿Por qué debo ir? —se quejó.

—Porque eres mi asistente, estas obligada a hacerlo —se escusó.

—Solo por ahora —replicó y salió de allí molesta, pero soltó una risilla al estar fuera de su visión.

A pesar de casi no notarse el golpe en la nariz, seguía estando solo un poco colorada y dolorida, por lo que seguía hablando un poco extraño. Y eso, solo ese detallito insignificante, le hacía perder la seriedad del momento e incluso, en su propia cara, se le rio un par de veces. Pero nada de eso arreglaba nada, por el contrario, solo dejaría que se enfriara hasta poder marcharse.

—¿Segura que quieres hacer eso? —le preguntaron muchas veces, no solo Matthew y Camilo, el mismo Luis le cuestionaba aquello.

—Sí, estoy más que decidida —contestaba ella con dudas.

La cena, según palabras mismas de Alice, sería al salir de esa jornada de trabajo. Tocaban temas propios de la empresa, los futuros proyectos que se tenían en familia y los avances de ellos mismos, tanto el señor como la señora Fox. Sin embargo, nunca faltaban los regaños en medio de la conversación, la mayoría eran dirigidas a Derek. Por ello, ella sabía tanto de la familia como de sus negocios, porque tal vez por desgracia estaba inmersa en ellos. Y como su nueva asistente, ella también debía hacerlo.

Claro está, Derek nunca quiso meter a Patricia en eso dado que, en su mente, ella no era más que solo una empleada de su empresa y no debía estar en ese tipo de reuniones. Eso sí, estaba más que claro que ni él mismo quería asistir, pero se veía indiscutiblemente obligado a ello.

Por obvias razones, ella debía ir con Derek en su auto. Momento de gran tensión, un poco de incomodidad y mucha, demasiada tentación. Debía mantener su fachada, molesta e indiferente para con él, y si era posible cerrar sus oídos a cualquier sonido durante todo el trayecto.

Así, solo de esa manera, tal vez pueda soportar todo aquello.

A veces uno intenta algo y sale otra completamente diferente, ¿no?

Como ejemplo este par

Pero bueno, por más que quiera cambiar su pasado no desaparecerá de la nada

La magia solo está en Howard mis pulguitas

Besos

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