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25

Derek llegó a su solitario departamento de soltero bien entrada la noche, pero y aunque seguía siendo el mismo, ya no lo veía de la misma manera que hace solo horas antes de salir. Para él, después de tan maravilloso día a su lado, de besar incontables veces sus deliciosos labios, de sentir el afrodisiaco aroma de su cuerpo y de abrirle por completo su corazón, la visión del mundo había cambiado por completo. Ya no había soledad ni silencio, ahora había colores y una dulce armonía a su alrededor.

Se sentía tonto, pero feliz. Un tanto infantil, pero emocionado. De todo ello lo que mejor le sentía, estar por completo enamorado y por ello se sentía vivo. Ahora no tenía ninguna duda, estaba más que perdido por Anaira, por todo en ella y no iba a desaprovechar la oportunidad que le daba. Valiosa como ella misma.

Durmió como un bebé, cosa que no recordaba haber hecho desde que tenía memoria. Ser parte de una de las grandes y afamadas familias del país no trajo gloria, sino pesadillas. Solo era un niño, uno con ansias de saber lo que era el amor de una madre o un padre. Aquello solo lo recibió de Noa, siendo solo unos seis años mayor que él se hizo cargo de cosas que no debía, pero se lo agradecía. Y de paso, una vez más, le agradecía abrirle los ojos. La mejor decisión que había tomado.

Despertó con las mismas ansias que el día anterior, un desespero creciente por verla una vez más, tenerla entre sus brazos y, ahora que podía, besarla sin cansancio. Se duchó, ordenó su habitación como todo adulto independiente y la llamó.

—Te gusta molestar desde temprano, ¿no? —le saludó con voz somnolienta, pero sintiendo las vibras de una sonrisa.

—Me gusta escuchar tu bella voz desde temprano, y no quise esperar a mañana —le dijo—, allá solo podré regañarte.

—¡Ja, inténtalo, cariño! —se burló.

—¿Lista para una nueva aventura? —sugirió emocionado.

—¿Quieres más?

Una suave carcajada terminada en un largo suspiro pausó la conversación, ninguna molestia para él, por el contrario, deleite auditivo escucharla reír.

—Bueno, déjame contarte un secreto, mi princesa —inició Derek con solemnidad en su voz—. Aparte de ególatra, pedante con complejo de dictador, soy bastante egoísta, aunque eso ya lo sabías, ¿no?

—Tú mismo lo has dicho, cariño.

—Bien, me alegro, porque seré egoísta contigo y no te compartiré con nadie, ve informándole a Matt y al que sea —le advirtió entre bromas.

—¿Pretendes monopolizarme acaso? —expresó con divertida incredulidad.

—¿Por qué no? Dije que te quería de por vida —reiteró sin dejar de lado esa tonta sonrisa—, lo siento mucho por ti, mi sentido pésame, pero tendrás que soportar al amargado de tu jefecito por mucho tiempo.

—Que pesadilla, pero hablando de eso, debería pedir un aumento, ¿no crees? —bromeó.

—Exacto, todos los que quieras, empecemos con tu dulce morada, ¿vale? —sugirió, dejando crecer esa descabellada idea en su interior—. Ofrezco mi departamento, mi casa es tu casa.

La incredulidad se estaba haciendo una con él, muchas veces pensaba y repensaba lo que decía para analizar si de verdad había salido de su boca. Aquello, apresurado e impulsivo, salió de lo profundo de su corazón. Anaira le daba color a su vida, y pensándolo mejor, imaginándose su dulce rostro al despertar cada día, sentía que era una maravillosa idea.

—Espera, ¿qué? —exclamó alarmada e incrédula al tiempo—. No estás diciendo que me mude contigo, ¿verdad? Es una broma.

—Para nada, es en serio, no me molestaría en absoluto.

—Pisa el freno, velocista, estas en pruebas aún, ¿eh? —le recordó.

—Está bien, prometo pasar este examen con la mejor calificación, mi dulce instructora —anunció con seguridad—, pero la propuesta estará en pie hasta que digas que sí.

—Ok, me estas preocupando, pero lo tendré en cuenta.

—Paso por ti en una hora, hoy será sorpresa así que prepárate, te amo.

Al igual que el día anterior, no esperó siquiera desayunar para ir a buscarla. Se conformó, de momento, con un café suave y una galleta. De todas formas, le tocaba hacer su compra semanal. Ese día, aunque no tuviese mucha experiencia en citas románticas, aceptaría la sugerencia de su hermano y haría lo posible para que resultara aún mejor que la anterior.

La idea, llevarla a un parque natural casi a las afueras de la ciudad, en los alrededores de uno de los lagos más imponentes y hermosos de su bella ciudad. ¿Había algo más romántico que eso? Puede ser, pero para ellos había mucho más tiempo por delante para explorarlos, o eso deseaba con su corazón. Tener mucho más de Anaira para toda la vida.

—A ver, Derekcito de mi alma —canturreó divertida a su lado—, dame tu definición de sorpresa.

—Dícese de que no te diré hasta que lleguemos, así podré ver en tu linda carita una gran expresión de sorpresa —se burló—, ¿te satisface?

—No, así que... ¿A dónde vamos? —insistió con un puchero.

—Por ahí —contestó con simpleza, haciéndose el duro.

—¡¿Amerito llegamos?! —bromeó imitando la voz del mismo personaje.

—¡¿Cómo dices?! —exclamó entre risas.

—No me digas que no reconoces la frase —se indignó al no entender la referencia—. ¡Te falta infancia, hermano, eso es cultura general!

Las fuertes carcajadas de Derek sobrepusieron a sus quejas, al parecer era imposible no reconocer toda una saga de películas infantiles por solo una frase, una de todo el largo guion trabajado para ellas.

—¿Me dirás? —insistió curioso.

—Mejor todavía, te ilustraré en el bello arte del cine —solemnizó.

—Cuando quieras, soy todo tuyo.

—No me digas mucho —se burló con cierto gesto provocativo que le encantó.

—Yo me dejo abusar —sugirió Derek con el mismo gesto.

—Hay pobre...

Una vez más las carcajadas sonaron dentro de aquel vehículo, esta vez siendo ella la principal protagonista, y él, aprovechando un semáforo en rojo, se deleitó con su bella imagen. Así como estaba, muerta de la risa, con sus mejillas coloradas y sus ojos cerrados con fuerza, le era tan adorable como sexy. ¿Se podía tener tal combinación?

Cuando se está enamorado, se ve todo de distinta manera.

Cuarenta minutos de viaje empezaba a pesar, no por lo aburrido, eso lo tenían más que cubierto, pero el hambre apremiaba y aún faltaba camino por recorrer. Por la ventana, Anaira se deleitaba con los nuevos y diferentes paisajes que veía. Derek por su parte, recordó que ella seguía siendo una turista en aquel lugar, alejada de su familia para trabajar y seguir adelante.

Pero al mismo tiempo, estaba la excitación de ver cosas nuevas. Él, aunque ya ha recorrido incluso países fuera de su continente, seguía sorprendiéndose de lo grande que era su ciudad, donde nació y creció. Los cada vez más verdes paisajes quedaban atrás, dando paso a grandes extensiones de naturaleza y aire fresco.

—¿A que hueco me estás llevando, Derek Fox? —indagó extrañada.

—Uno bastante lindo, ya verás —contestó, observando con detenimiento los alrededores y sonriendo, para luego sacar un pañuelo de una gaveta—, mientras, colócate esto en los ojos, ya estamos llegando.

—Sospechoso a niveles galácticos —dijo con cierta sorpresa y diversión—, déjame y le mando la ubicación en tiempo real a Matt por si acaso. Precaución.

—Me hieres —replicó con fingida indignación.

—Me dejas ciega.

Se detuvo solo unos segundos, se acercó a ella para colocarlo él, asegurándose de quedar bien puestos sin maltratarla. Pero, al tenerla así de cerca, antes de taparlos por completos solo se quedó embobado viendo el brillito de sus ojos. Y antes de que dijera algo más, la besó suave y dulcemente, tanto como se le estaba siendo adictivo.

No conforme con ello, su sola expresión de satisfacción le dio un nuevo impulso, uno que hasta ese no había tenido en su vida: ser tierno. La besó incontables veces más por todo su rostro: mejillas, frente, nariz, todo. Una y otra vez mientras ella, entre risas, le seguía el juego.

—Ya, contrólate —expresó enternecida—, yo sí lo hago, aprende.

—Qué bueno que lo hagas tú, porque yo no quiero.

Con un último beso continuaron el viaje, llegando a su destino e impresionándose aún más con tal espectáculo. La entrada era un arco de madera decorado con enredaderas de flores violetas, un cartel tallado con el nombre del parque y una verja alta con el mismo decorado. Era de entrada libre, así que podían entrar a la hora que quisieran. Al retirar la venda de sus ojos, la expresión de Anaira fue mejor de lo que imaginó, ganándose un beso adicional por ello.

Entraron y se dirigieron al restaurante del lugar, una pequeña cocina ecológica rodeada de mesas al estilo picnic al aire libre, una completa maravilla. Desayunaron, conversaron y reposaron detallando lo que desde ahí podían ver. Recorrieron parte del lugar tomados de la mano, guiados por un pequeño mapa y un poco de curiosidad. Gracias las indicaciones, pudieron comprar algunas cosas antes de empezar su viaje, como alimento para algunas de las aves que pudieron observar y ardillas.

En medio de risas, Anaira no pudo aguantar la curiosidad y diversión después de verlo un poco asustado ante la presencia de aquellos roedores. Podía ser estúpido para algunos, pero Derek no pudo jamás olvidar aquel incidente cuando era solo un niño de cinco años. La cicatriz en su pierna se lo recordaba todos los días, y el ver aquellas ratas trepadoras de árboles empeoraba la cosa.

Aun así, y solo porque ella le ayudó a sobrellevar la situación, se atrevió a ofrecer algunas nueces a aquellos animalitos. Nada del otro mundo, pero seguía con su renuencia a tocarlos. Se alejaron de ellos esperando poder llegar al punto central y principal de aquel parque, el lago. Allí, con todo gusto, podía alimentar a los patos y peces.

Rentaron una pequeña canoa, escucharon con atención las indicaciones y trataron de seguirlas al pie de la letra para poder avanzar. Al inicio, solo dando vueltas junto al pequeño muelle, reían y seguían cometiendo el mismo error; hasta que, después de respirar profundo, tomaron el ritmo adecuado y se internaron en las tranquilas aguas del lago.

El agua un poco cristalina le permitía ver algunos movimientos bajo las primeras capas, por ello se detuvieron de momento y lanzaron un poco de las migajas, esperando ver con más cercanía los peces. Luego, con el alboroto provocado, la llegada de los patos fue repentina, teniendo que alimentar a ambos por igual.

Así, entre risas, migajas y un casi volcamiento de la canoa, terminaron su recorrido por aquel hermoso lugar justo a la hora del almuerzo. Flores de todos los colores, arboles enormes y viejos, pero con una frondosidad increíble, aire fresco y el delicado trinar de las aves. El ambiente, todo el lugar, les producía una tranquilidad inimaginable, algo que casi no experimentaban en la ruidosa ciudad.

—Este lugar está increíble, te estás esforzando, ¿eh? —comentó Anaira con una radiante sonrisa, pegándose a Derek en un sutil y algo tímido abrazo—. Gracias, de verdad.

—De ahora en adelante haré todo por ti, así que esto es solo el inicio —se dio cuenta de sus intenciones y solo la complació: la abrazó con dulzura.

—Y te sale lo poético, ¿no? Interesante —bromeó, apoyando su rostro en su pecho y dejándose llevar por la emoción.

—Contigo me ha salido otro yo, realmente, así que debería agradecerte yo a ti, mi chaparrita.

—Ay no —se quejó entre risas, separándose de él haciendo pucheros—, mataste el encanto, púdrete.

No dejó que se marchara, la tomó de la mano para jalarla y envolverla en sus brazos, dándole un nuevo y embriagante beso en los labios. Por cada uno que le daba, más intensidad tomaban estos, llegando a calentar más allá de sus corazones. Después de una larga pausa entre besos y mordiscos, terminaron su estancia allí almorzando en el mismo restaurante, una delicia.

Regresaron a la ciudad, llegando a uno de los centros de juegos más conocidos; grande, variado y entretenido. Como dos niños, pasaron el resto de la tarde riéndose y jugando como nunca en sus vidas. Derek lo tenía claro, solo quería verla feliz y complacerla en lo que quisiera. No por querer comprar su amor de alguna forma, sino porque le gustaba verla disfrutar de las cosas como en ese momento, además, no había nada de malo en hacer ese tipo de cosas. Las primeras veces existen, incluso para él.

—¿Qué tal si terminamos el día con una cena en mi casa? —sugirió Derek—. Pero me tienes que ayudar a cocinar, ¿va?

—Es un trato justo, voy.

Pese a la gran diversión del día, ambos coincidieron en que la mejor parte de todo ello fue esa, estar a solas en su casa con toda la intimidad que dos personas podían tener. No hablando de lo sexual, esa intimidad iba mucho más allá de solo lo carnal. El reconocimiento de dos almas, dos corazones que tratan de mostrarse tal y como son: Anaira siendo una chica fuerte por fuera, pero dulce y tierna por dentro en busca de un amor sincero; y él, un adulto con corazón de niño herido y olvidado que solo quiere conocer el amor real, lleno de miedo e inseguridades.

—¿Te puedo pedir un enorme favor? —preguntó Derek, sentados en el sofá, abrazados mientras veían una película.

—Te escucho.

—¿Podrías... quedarte a dormir esta noche? —suplicó, viendo cierta inquietud en sus ojos—. Solo será eso, dormir, no pasará nada más que eso.

—¿Por qué quieres...?

—Me sentiría solo si solo te dejo ir después de pasar todo este día juntos —insistió con dulzura—, confía en mí, jamás haría algo en contra de tu voluntad.

—Está bien, dormiré contigo —aceptó nerviosa, pero confiada—, solo te advierto que si roncas te mando al sofá.

—No será necesario, pero buen intento.

Aquella noche, aunque nada fuera de lo normal haya pasado, fue la mejor que en la memoria de Derek quedaría grabada. Su aroma, la suavidad de su piel, el sentirla respirar a su lado, toda su presencia junto a él le llenaba el pecho de felicidad, tanta que estaba un poco asustado por lo mismo.

Anaira le estaba creyendo, le dio la oportunidad de estar con ella todo el fin de semana, la ha besado incontables y deliciosas veces, tanta buena racha le hacía pensar que algo malo estaba por suceder. Pero no esa noche, solo silenció aquellas palabras de su interior y disfrutó de su compañía. De todas formas, tal vez no hubiese podido evitar nada de eso.

Debía ocurrir, debía tocar fondo.

Al inicio la duda la carcomía, estaba creída que el aceptar quedarse a dormir con Derek había sido un terrible error, más porque no confiaba en poder resistirse si llegaba a insinuarse de alguna forma. En su cabeza, Anaira estaba segura que el sexo prematuro entre ellos, sabiendo los antecedentes de Derek, sería como sepultar aquella relación aun no oficializada. Estaba en pruebas, aún no eran una pareja real. Sin embargo, cuan equivocada estuvo con ello. La dejó impresionada, se sintió orgullosa de él por haber mantenido su palabra, y, además, le dio el último motivo que necesitaba para terminar de creerle.

Llegaron a la oficina después de haber pasado por una boutique y adquirido una nueva muda de ropa, con lo que había llevado a su cita podía presentarse a trabajar. Él mismo había insistido en solo comprar algo de paso, ir hasta su casa sería desperdiciar tiempo y llegar tarde, cosa que, siendo él el vicepresidente y ella su asistente, no podían darse el lujo de hacer. Sin más que aceptar aquello, cedió ante su sugerencia.

Por un momento se separaron, él debía hacer una muy inesperada visita a su hermano mientras ella se dirigía a su escritorio. No sin antes, claro está, recibir cientos de miradas curiosas al verla llegar al mismo tiempo y en el mismo vehículo que Derek. Pero por supuesto, los únicos que se atrevían a preguntar por ello aún no la veían.

(M) Amorcito mío, que ya no sea el único hombre en tu vida no significa que te olvidarás de mí, infeliz.

Sí, aquel dramático mensaje no podía ser de más nadie que de Matthew. Era la primera noche que no pasaba en casa desde que se mudó, así que era de esperarse que hiciera una de sus escenas.

(A) Calma bombón, aún eres el amor de mi vida, pero ya estoy en mi escritorio así que debo trabajar.

(M) Nos vemos en el almuerzo, ¿no? Tenemos una larga sesión de chisme por escuchar.

(A) Era de esperarse, ya seas tú o la mugrosa de Alice.

(M) Te leyera ella.

Dejó el teléfono de lado, debía revisar los correos y la contestadora automática, porque nunca falta el que cree que están a su disposición las veinticuatro horas de los siete días de la semana. Y sí, por desgracia, al no tener su número personal y sabiendo que era ella quien contestaba, dejó una enorme cantidad de mensajes lanzado improperios e insultos a diestra y siniestra. Tamara estaba más que cabreada y creía tener una idea del por qué.

—No has ganado nada, zorrita, verás que la dicha te durará solo un par de días, no es la primera vez que pasa, ¿sabes? —decía enojada—. A papito Daniel se le da por presionarlo, él se aburre del vejete y solo le sigue la corriente con la primera ingenua que caiga, hasta que se harta y regresa a ser el mismo de siempre. No te creas especial, solo eres una más, nunca alcanzarás mi nivel.

—¿Café? —sugirió Derek, llegando de improvisto.

Estaba tan concentrada escuchando aquellas palabras cargadas de odio, de amenazas que no lo sintió llegar. Se sobresaltó un poco, los nervios la invadieron y decidió solo borrar aquellos mensajes. Las cosas estaban saliendo de maravilla entre ellos, ¿para qué darse mala vida con algo que no valía la pena? Solo era una mujer resentida, nada más.

—¿Pasa algo? —indagó extrañado.

—Nada, solo escuchando los mensajes del fin de semana —contestó apresurada—, lo mismo de siempre.

—Ok, pero, ¿está todo bien? —insistió acercándose a ella, dándole un suave beso en los labios.

—Sí, ahora ve a trabajar, ¿quieres? —exigió entre risas.

—Yo debería decir eso —se burló—. Nos vemos al rato, te amo.

No creía cansarse de escucharlo decir aquello, pero aún no se atrevía ella a decirlo pese a sentirlo con intensidad. ¿Debía esperar? Eso creía, aún era muy pronto para ello.

Iniciaron la jornada con lo normal: arreglando la agenda, reorganizando reuniones, esperando avances del proyecto y de la organización del evento. Solo dos semanas faltaban para el gran día, el más importante de su carrera y tal vez, la salvación de Derek. Por ello y mucho más, debía salir perfecto.

—Camilo me dice que ya han hecho pruebas de casi todos los actos que se presentarán en el evento —decía Anaira—, pero quieren hacer unos ajustes a varios de ellos, así que debes verlos y aprobarlo.

—¿Solo eso tenemos pendiente? —indagó.

—De momento.

—Perfecto, en ese caso... —sugirió con una amplia sonrisa— ¿Qué tal si almorzamos juntos?

—Me encantaría, cariño, pero tienes reunión con tu abogado —le recordó un con deje de preocupación—. ¿Todo está bien?

—Sí, no te preocupes, mi amor —le tranquilizó con una sonrisa—. Pero igual no quiero salir, ¿podrías decirle que venga?

—Está bien, lo haré, nos vemos al rato.

A diferencia de los días anteriores, con todo el trajín de la primera prueba de la página web, ese día fue tan tranquilo que se rindió ante su buena racha. Almorzó como de costumbre con sus amigos, sin poder evitar la larga retahíla y preguntadera sobre sus últimos acontecimientos, empezando con el día de la fiesta.

—Son una partida de traidores, ¿saben? —les reclamó—. Pero como yo sí soy una buena amiga, les diré, pero ustedes también me cuentan sus andanzas, cochinos.

Tal como exigió, cada quien contó el cómo terminaron aquella noche. Como de costumbre, se reían de sus propias desgracias y anécdotas. Sin embargo, notó un silencio poco usual por parte de Alice. ¿Qué la tendría tan pensativa?

—Disculpen, ¿estás muy ocupada, Anaira? —indagó uno de sus compañeros de Marketing.

—No, ya estoy por terminar mi horario de almuerzo, ¿qué necesitas?

—Estos son los cambios y una grabación de los ensayos que se tienen planeado para el evento, ¿podrías...? —con algo de vergüenza, dejó inconclusa la sugerencia.

—Sí, claro, ya se lo llevo a Derek, no te preocupes —contestó.

—Gracias.

—¿También haces recados? —se burló Matthew al verlo lejos—. ¿Me haces uno de paso?

—Cierra el hocico —se quejó.

Se dirigió una vez más a su escritorio, esperando poder entregar aquello con la idea de ver a Derek ya desocupado. Las reuniones con su abogado no siempre eran largas, por lo que intuía estar cerca de resolver ese problema. Sin embargo, escuchó voces alteradas provenir de su oficina, por lo que se apresuró a ver que sucedía.

—¿Qué está pasan...?

Se detuvo en seco, así mismo como se le detuvo el corazón y toda su confianza se rompió en mil pedazos. Allí, frente a ella junto a su escritorio, estaba Derek tal y como lo había dejado, con la única diferencia que en ese justo momento tenía como garrapata adherida a su cuerpo a Tamara. Lo besaba y jalaba de él hacia ella, acaparando todo su rostro como si quisiera arrancárselo.

—Ok —susurró carraspeando—, me avisan cuando terminen, ¿no?

—An, es... —trataba de decir Derek con desesperación, pero Tamara lo apretujaba cada vez más—. ¡Suéltame, maldita sea!

Escuchó sus quejas mientras salía de aquel lugar, todo lo que había creído hasta ese momento quería salir a la fuerza de su cuerpo, en forma de una fuerte torrencial lluvia de lágrimas. ¿Pero por qué? Se trataba de Derek, era algo que pasaría, ¿cierto?

—An, por favor, espera —suplicó, reteniéndola de la mano—, déjame explicarte, no es lo que piensas. ¡Te lo juro!

—Tranquilo, no tienes por qué darme explicaciones, puedes hacer con tus amantes lo que quieras —dijo zafándose de su agarre—, pero no conmigo.

—Mi amor, por favor, te lo suplico, escúchame un minuto...

—¿Para qué? Es innecesario que me expliques, ya lo sé —le interrumpió con rabia—. Hagas lo que hagas, hay cosas que simplemente no cambian y siempre te va a seguir. Como ellas, por ejemplo, al parecer no eres capaz de dejar eso atrás.

—Las cosas no son así, yo había terminado con...

—Sabes —volvió a interrumpirle, cerrando sus ojos con fuerza evitando salieran las primeras lágrimas—, con todo el respeto que te mereces, pero no quisiera darte, ¿podrías, por favor, no mezclar tu vida sexual descontrolada con la laboral? En serio me tienes harta con eso, no me dejas hacer mi trabajo.

Intentó irse, necesitaba hacerlo y desahogar todo ese peso que estaba por estallarle en el pecho. Pero una vez más, con la desesperación a refulgiendo en su rostro, Derek vuelve a retenerla.

—Solo escúchame, por favor, confía en mí por una sola vez.

—¿Para qué? Ya vi que eso no me sirvió de nada, todo este circo del fin de semana solo fue una jugarreta más —expresó en medio de un sollozo que no pudo detener—, pero gracias por el paseo, fue divertido mientras duró.

Se alejó por fin dejándolo atrás, esperando hacerlo de forma definitiva en algún momento de su vida. ¿Renunciar? Lo veía cada vez más factible y tentador. Sin embargo, sería como darle el gusto de la victoria. En ese juego, por más que odiara aceptarlo, había perdido.

Pasó por una sala de juntas vacía, entró en ella y salió al balcón para tomar un poco de aire fresco. Pero después de un par de inhalaciones, la frustración empezó a salir en forma de sollozos. Le ardía el corazón, se recriminó por haber sido tan estúpida y no hacerle caso a Matthew. En guerra avisada no muere soldado, y ella había sido ejecutada a quemarropa.

Trató de tranquilizar su llanto, nada lograba con ello ni cambiaba lo sucedido. Tampoco debía malgastar su energía en ello, no tenía ningún sentido. Salió de allí, limpió su rostro y esperaba poder ir al baño a limpiar el desastre que sus lágrimas provocaron.

—¿Te pasó algo, cielo?

Fuera de la sala estaba Daniel, cruzándose con él cuando iba caminando hacia la oficina de Derek. La sorpresa de verlo allí justo en ese momento le asustó.

—Lo siento, ¿te asusté? —se veía apenado.

—No se preocupe, señor, solo me sorprendí un poco —respiró con más calma.

—¿Puedo saber que ocurrió? Espero que Derek no haya tenido que ver —expresó con cansancio.

—No, no es eso —mintió dejando entrever parte de sus nervios—. Es solo que... cosas pasan en mi casa y yo no puedo hacer nada, estando por acá y ellos allá es difícil.

—¿Segura? —insistió.

—Sí, gracias por preocuparse —dijo cada vez más nerviosa—. ¿Quiere ver a Derek? Creo que en el momento está un poco ocupado.

—Si no es nadie importante, puedo intervenir.

—Ok, permítame anunciarlo.

Caminó por delante de él con calma, limpiando su rostro lo más que podía para no darle el gusto a Derek de verla llorar. Aún tenía su orgullo, no lo aplastaría por algo tan insignificante como debería ser eso.

Entró primero, dejando a Daniel esperando fuera. Al verla, Derek trató de acercarse con desesperación y hablarle. Sin embargo, solo fue necesario levantar su mano para detener todos sus falsos intentos.

—Limítate a dirigirme la palabra solo si es estrictamente necesario, ¿quieres? —exigió con rudeza.

—Pero...

—Afuera está el señor Daniel esperando poder verte, le dije que probablemente estabas ocupado así que me dejó anunciar su llegada primero...

—No quiero, necesito hablar contigo y vas a escucharme —exigió esta vez él.

—No tienes el derecho de exigirme nada, así que lo verás a él y te comportarás, ya hizo el viaje hasta aquí, recíbelo —ordenó con autoridad.

—Ok, bueno, dile que fallecí —sugirió.

Suspiró con cansancio, ladeando la cabeza y mirándolo con reproche. No estaba para juegos infantiles, había trabajo que hacer.

—No quiero mentirle a Daniel —dijo con determinación.

—No puedes desobedecerme, An —rebatió Derek.

—Tú no debes poner el mal ejemplo, Derek —intervino Daniel, entrando a la oficina.

Sin disimulo alguno, Derek hizo gestos de desagrado al ver a su padre frente a ellos. Alarmada, Anaira trató de hacer algo para evitar alguna discusión. Pero fue como si nada, Daniel solo lo vio con la misma decepción de siempre.

—No puedes solo llegar y esperar que te atienda cuando se te da la gana —se quejó Derek—, ¿y si tuviese una reunión importante?

—Esperaría —contestó con naturalidad.

—Ay por favor, la paciencia no es lo tuyo —bufó molesto—. En el momento no puedo atenderte, tengo una conversación de carácter urgente con Anaira, si me permites...

—Con permiso señores, los dejo para que charlen... —le interrumpió Anaira, zanjando el tema allí— con tranquilidad.

Salió de la oficina ignorando las quejas de Derek, no sin antes, regresar la mirada y gesticular algunas palabras cargadas de advertencias. Sabía la relación de esos dos, así que esperaba no tener otra reunión problemática que interrumpir.

—Compórtate, Derek —gesticuló.

—¿Debería?

Cerró tras de sí, esperando poder alejarse y perderse de la vista de Derek por el resto del día. El dolor en su pecho no desaparecía, solo crecía y se convertía en rabia pura. Se sentía estúpida, como una niña ingenua con la cual todos juegan, se burlan y pisotean. Había dejado que Derek lo hiciera, fue muy inocente para su nivel de cinismo y actuación, al creer que podía jugar a su mismo ritmo.

Y en su camino al baño, una nueva visita inesperada salió de la nada. ¿Lo peor? Con él no podía, tampoco debía, ni mucho menos quería guardarse aquello. Con solo verlo, fue suficiente para que sus ojos volvieran a nublarse y las lágrimas salieran sin control.

—¿An? —exclamó Luis preocupado—. ¿Qué pasó, mi amor?

—Tenías razón, soy una ilusa —sollozó.

Y yo creyendo que las cosas no podían estar saliendo mejor

Anaira: vámonos alv

¿Qué dicen, pulguitas?

Se lo esperaban, es una trampa, o mero drama más y ya

Los leo
Insulten si quieren

Se abre espacio para desahogarse

Los amo
Voy pa clases
Echenme la bendi 💞

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