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La alarma sonó estridente como cualquier otro día, aunque para ella no sería uno común y corriente. ¿Cuántas veces se tiene un primer día de trabajo en la empresa de tus sueños? Y solo por ese acontecimiento debía salir todo perfecto, así que colocó bastante empeño en su apariencia. La primera impresión es la más importante, más si la idea es empezar con el pie derecho. Salió justo a tiempo, llegando solo cinco minutos antes que la capacitación empezara y siendo recibida por un bastante atractivo joven.
—Buenas tardes, señores y señoritas —saludó aquel joven—, mi nombre es Spencer, soy psicólogo de recursos humanos y el encargado de instruirlos el día de hoy. No se preocupen, no será algo demasiado extenso, pero sí importante, así que presten atención. Primero lo primero, bienvenidos a la familia Fox Technology.
En aquella habitación habían más de veinte personas, la mayoría jóvenes entre los veinte tantos. Encajaban a la perfección con el lugar, elegantes y de porte refinado, muy diferente a ella en ese aspecto.
—Nada de suposiciones, solo enfócate —susurró para sí misma.
Sin embargo, notaba que muy mal disimulado, un chico desviaba su atención de la conferencia para mirarla a ella. Podía anexarlo a la lista de cosas que le incomodan, ser observada sin saber los motivos.
—Como muchos sabrán, Fox Technology es de las empresas pioneras del mercado tecnológico en el país, comercializa y crea toda clase de accesorios y aparatos del uso diario —explicaba Spencer—. Desde su inauguración, ha ofrecido miles de empleos en sus diferentes sedes a todo el que cuente con las capacidades necesarias, así como ustedes. Por el momento son el primer grupo de esta gran convocatoria, durante toda la semana estarán entrando otros tantos para diferentes áreas. Para iniciar, ¿por qué no me acompañan a recorrer las instalaciones?
Nos levantamos en orden, recorriendo los sectores más importantes del complejo y escuchando la breve descripción de Spencer. Era increíble, paredes de un blanco azulado, con ventanas azul oscuro y un ambiente fresco. Cada área decoraba según los gustos de cada quien, personalizando su propio espacio de trabajo. De pasar media vida dentro de aquellos edificios, no la pasaría nada mal.
—Todo se ve de maravilla por aquí —dijo aquel chico llegando a su lado de forma casual, sorprendiéndola un poco—, hasta parece de películas.
—Vaya que sí, saben de decoración —contestó, dejando salir a flote un poco de su entusiasmo.
—Soy Camilo, mucho gusto —extendió su mano con una tímida sonrisa ladeada.
—Anaira, el gusto es mío.
Las vibras iniciales fueron desapareciendo, sintiéndose cada vez más cómoda con su nuevo compañero. Y en medio de una casi susurrada conversación, recorrieron la mayor parte del edificio. Las oficinas más importantes, las salas de conferencia, salas de descanso y de trabajo común para el personal, había de todo y perfectamente equipado.
Camilo se le hizo una persona bastante agradable, un poco coqueto y sin duda alguna, bastante apuesto. Su rostro era muy lindo, de mejillas sonrosadas y ojos almendrados, facciones delicadas e incluso tierno. Con ese corte de cabello y sonrisa dulce, parecía más joven de lo que es, ocultando esa parte traviesa de su personalidad que dejaba entrever con su forma de actuar. Y eso le gustaba, aunque no quería confiar demasiado pronto.
—¿A qué área vas? —preguntó Camilo con sumo interés.
—Administrativo, seré solo una asistente, ¿y tú? —contestó con una sonrisa.
—Marketing, parte de la nueva área de trabajo —explicó con orgullo—, pero ojalá nos asignen una asistente así de linda como tú.
—Gracias, pero suerte con eso —se burló con complicidad.
Regresaron a la misma sala de juntas sin dejar de conversar, esperando al nuevo reclutador quien los dividiría por secciones y explicaría el área de trabajo al que están asignados. Se sentaron esta vez juntos, escuchado la última parte de la conferencia de Spencer y esperando la siguiente.
—Dentro de un rato llegará el siguiente reclutador, mientras tanto pueden adelantarse e ir a almorzar, regresen en exactas dos horas a esta misma sala —anunció Spencer—, no lleguen tarde.
El grupo se fue dispersando poco a poco, muchos vagando momentáneamente por el lugar sin saber a dónde ir con exactitud, mientras otros tantos buscaban emparejarse o buscar algo de compañía. Anaira había contado con suerte, aquel muchacho no se había alejado de ella y mantenían una muy animada conversación. Fluido, divertido y bastante refrescante.
Encontraron una mesa libre en la cafetería, misma que empezaba a llenarse de pequeños grupos de trabajadores, todos con sus gafetes y trajes. El bullicio le reconfortaba de cierta manera, siempre se había acostumbrado a estar en espacios así, el silencio se le hacía desesperante.
—¿Qué quieres almorzar? —preguntó Camilo.
—Me voy por la pasta, es mi debilidad —bromeó Anaira.
—Anotado, ya vuelvo.
Como todo un caballero, se levantó a por sus almuerzos. No solía apresurarse con las cosas, pero el ver a Camilo haciendo fila y sonriéndole desde su lugar, le llenaba de una sensación de calidez que no podía evitar sentir.
—Una orden de pastas en salsa bechamel y pollo a la... no sé qué —anunció Camilo—, se ve bueno.
—Y huele bien —contestó ella entre risas—, gracias y buen provecho.
Almorzaron mientras hacían uno que otro comentario, dejando de momento el coqueteo y riendo como amigos. Estaban conociéndose apenas, así que era obvio que apresurar cualquier cosa diferente a un compañerismo sería mala idea. Además, recién empezada su carrera en aquella empresa, no podía darse esos lujos, sería solo una distracción de su verdadero objetivo, seguir escalando.
Pero no podía negarlo, sentía bien ser notada por el sexo masculino, en especial si es tan atractivo como Camilo. No muy seguido le pasa aquello, por el contrario, siempre había tenido la mala suerte de conocer hombres tan desagradables, como aquel que hizo su primer semestre en la universidad una completa pesadilla. Un patán de tiempo completo.
Al terminar, con ánimos y energía recargada para trabajar, regresaron sus pasos por los amplios pasillos dirigiéndose a la sala de juntas. Iban muy entretenidos conversando, esquivando a los demás transeúntes y conversando entre ellos mismos. Sin embargo, antes de girar en una esquina, Anaira choca con fuerza. Sus manos tantean un duro pectoral bajo la suave tela de algodón, el cual le causó un pequeño dolor en su cabeza debido al impacto. Deseando que sea solo la pared, se da cuenta que esta lleva puesta un traje bastante elegante y costoso. Frente a ella, un altivo y bastante imponente hombre la miraba con furia.
La semana anterior fue una maldita tortura, aún después de despedirla seguía molestando con llamadas y mensajes de texto. De alguna forma consiguió colarse varias veces dentro de la empresa, atosigándolo incluso ahí dentro. Sin embargo, esta vez aceptó sin mucha discusión las sugerencias de Noa, su hermano mayor.
—Orden de restricción, no puedes acercarte a mí por más de cien metros ni contactarme por ningún medio —explicó a detalle, viendo cómo se desfiguraba por completo su rostro por la sorpresa—. Que esta sea la última vez que te vea, de lo contrario la siguiente será frente a un juzgado.
—No puedes hacerme esto...
—Claro que puedo, ya te despedí y estoy a punto de demandarte, ¿quieres algo más? —le interrumpió tajante— Supéralo, maldita sea.
—Pero yo te amo...
—Solo amas lo que hay bajo las sábanas, no te confundas —replicó con seriedad—. Ahora vete y no regreses, por favor.
Derrotada, salió de aquel despacho donde tantas veces hicieron más que trabajar, solo que esa vez sería definitivamente y sin un recuerdo agradable.
A pesar de haber solucionado la raíz de todos sus recientes problemas, Derek seguía intranquilo y furioso. Algo tan simple había causado demasiados inconvenientes, no solo en su vida laboral, sino en la personal. Su padre seguía riñéndole por el desorden que hay en ella, reprochaba constantemente su promiscuidad y falta de compromiso con el linaje familiar. Él, por su parte, no veía aquello tan importante. Además, se libraba de eso usando como excusa a su hermano, quien ya estaba casado y con un bebé en camino. ¿Por qué exigírselo a él también? Es feliz tal y como está.
—Señor, tiene un mensaje de los inversionistas de Johnson & Karlson —anunció Alice sacándolo de sus cavilaciones—. Dicen que se han cansado de llamarle para confirmar la cita de hoy, así que la dejarán para mañana a la misma hora, pero que será la última oportunidad de socializar las ideas del proyecto.
—Mierda —susurró irritado, sabiendo la reprimenda que le esperaba—. ¿Mi padre ya sabe?
—No, señor.
—No le digas, ni siquiera a mi hermano, por favor —suplicó.
—No se preocupe, le mantendré al tanto por el día de hoy —explicó Alice sonriente—, ya dentro de unas horas vendrá su nueva asistente, debe estar en capacitación.
—¿Tan rápido? —exclamó sorprendido.
Había esperado tener una semana más de gabela, aunque no le gustara mantenerse tan cargado y estresado. Se sentía fuera de lugar con su propio trabajo, como si lo desconociera por completo. Por más que no lo quiera, sabía que era necesario tener alguien que le asista.
—Sí, encontraron a alguien con un buen perfil y una recomendación bastante interesante —añadió.
—Ok, gracias por todo, Alice —suspiró.
—Un gusto.
Solo por ese día y al verse despejado de las recientes reuniones, decidió darse un respiro para poder tomar un café y estirar las piernas. Debía despejar ese mal humor que lo había endemoniado esas últimas semanas, no podía seguir desquitándose con el personal solo por sus errores. Lo aceptaba, enredarse con su ex asistente fue la peor burrada que pudo cometer.
Recorrer los pasillos de su empresa siempre le calmaba, tanto los colores como la armonía que se respiraba en cada lugar. Sin embargo, la llamada de su padre sacó a colación ese mal carácter que siempre ha tenido. Lo mantenía a raya, sabiendo que su posición requería de toda seriedad y calma, pero seguía habiendo cosas que solo le provocaban estallar. Y una de esas era Daniel, su progenitor.
Prefirió no contestar, pero los mensajes le llovieron como un diluvio.
(D) Por una maldita vez has lo que se te dice.
(D) Johnson & Karlson ya me llamaron, ni te preocupes por disculparte con ellos, ya lo hice.
(D) Espero mañana los recibas como se debe, no quiero más errores como estos.
(D) Una falla más, Derek, y será lo último. Ni tu madre y ni siquiera Noa podrán hacer algo por ti, ¿entendido?
La mayoría de las veces sus amenazas le daban igual, pero esta vez no pudo más que maldecir todo y tirar por la borda su paciencia. Si el viejo quería ponerlo a prueba, él no se quedaría con los brazos cruzados.
Ya no esperaba más nada de ese día, nada podría bajar esa tempestad de rabia que su padre había despertado. Sin embargo, se mordió la lengua al saber que se equivocaba incluso con eso. Una chica, tan bajita como una preadolescente y de expresión dulce, había chocado con él. Aunque no le afectó el impacto, se sentía tan alterado que solo eso fue el detonante para soltar todo el veneno acumulado en su lengua.
—Discúlpeme, señor, de verdad no lo vi —se apresuró a decir ella mientras acariciaba su frente.
Su expresión de terror casi le hace reír, pero de cierto modo le causó satisfacción el saber que aun podía imponer autoridad pese a todo lo acontecido.
Una lástima por aquella chica, pero lo topó en el peor momento posible.
—Discúlpeme, señor, de verdad no lo vi —se apresuró a decir ella mientras acariciaba su frente.
—Eso es notable, niña, fíjate por donde vas caminando —replicó este con rabia—, ¿acaso tienes los ojos en la espalda? Úsalos para algo de utilidad o salte del camino.
—¿Disculpe? Me estoy disculpando, fue un accidente que cualquiera puede tener —contestó Anaira un poco molesta por aquella actitud.
Sin embargo, y al verse confrontado, solo la mira con el ceño fruncido y se inclina un poco hacia ella. Acción que intimida un poco a Anaira, ya que se trataba de un hombre no solo bastante alto y atractivo, sino con un aura dominante y altanera. Su mirada se centró en ella, tan oscura como el color de sus ojos.
—No cualquiera trabaja aquí, niña, si es que de verdad es así, ¿tu gafete? —amenazó con tono frívolo y cabeza ladeada.
Y fue ello lo que le llamó la atención, aquel gesto le era preocupantemente familiar. ¿lo habrá visto antes o en alguien más? Era irritante, pedante y grosero. ¿Dónde vio todo ello?
—Estoy en capacitación, de todas formas, un tropezón no es motivo para que trate a alguien de esa manera, no le pasó nada...
—Le aseguramos que no volverá a pesar —intervino Camilo, viendo la situación saliéndose de control.
—Claro, con esa estatura muy poco podrías provocar, niña...
—¿Podría dejar de decirme niña? —exigió exasperada.
—Que tenga buen día, señor —volvió a intervenir Camilo, tomando a Anaira de la mano antes que volviera a replicar.
Caminaron algo apresurados, aquel altercado solo restó minutos preciados provocando que casi llegaran tarde al resto de la capacitación. Aún había gente entrando, el reclutador estaba en la puerta recibiéndolos a todos y revisando estén en la lista de admitidos. Mientras tanto, se sentaron un poco más calmados a esperar.
—Gracias por sacarme de esa —logró decir Anaira apenada.
—Fue un gusto ver ese lado tuyo, ¿sabes? —aseguró Camilo con una sonrisa burlona en su rostro— Pero creo que deberías dejarlo para más adelante, si queremos conservar el trabajo es mejor no hacer enojar a nadie.
—¿Sin importar lo idiota que sea? —indagó ella siguiéndole el juego.
—Lamentablemente sí, sin importar eso —reía por lo bajo—. Es el primer día, evitemos más subidas de adrenalina. ¿Va?
—Tocará, por ahora.
Después de revisado y anotado todo el mundo, fueron divididos en varias salas. Los de marketing y administrativo estaría por separado, pero con la promesa de seguir viéndose por ahí. Intercambiaron números, esperando de verdad poder mantener el contacto y verse de vez en cuando en la sala de descanso.
—Procura no pelear con nadie mientras tanto, ¿sí? —se burló Camilo.
—Mmmm... trataré —contestó entre risas—, mientras no me tope con ese pedante de nuevo, será fácil.
—Dios te oiga.
Tan solo quedaban seis personas en la sala, entre ellas cuatro mujeres. Cada quien era llamado por su nombre y cargo, le eran explicadas las tareas de su labor, su jefe directo y con quien debían conversar para ponerse al día con lo pendientes más urgentes. Así fue hasta que llegó su turno, asistente de vicepresidencia.
—En este justo momento estamos en medio de un proyecto de lanzamiento, por lo que tendrás bastantes tareas y reuniones con el presidente, accionistas e inversores —le explicaban mientras mostraba una serie de documentos—. Por el momento y mientras te ajustas, puedes iniciar llevando la agenda del vicepresidente, sus reuniones y llamadas. Su nombre es Derek Fox, hijo menor del fundador de la compañía y heredero.
—Entendiendo —dijo con calma, tragándose toda la nueva preocupación que le generó aquello.
Sabía que era un cargo muy importante, pero no era consciente que trabajaría directo de la mano del heredero de la compañía. Aquello solo ponía un costal más de presión sobre sus hombros, siendo así sentía que debía esforzarse aún más para dar muy buena impresión de su trabajo, de sus habilidades y capacidades. Como también lo veía como una oportunidad más, un plus en el ascenso a su carrera.
—Bien, en estos momentos me parece que Derek está en su oficina en medio de una videoconferencia que está por terminar en contados minutos —continuó—, así que mientras tanto puedes revisar la agenda en su escritorio y si puedes, habla con Alice, ella podrá ayudarte en lo que necesites.
—Gracias.
Al salir de aquella oficina respiró profundo, tranquilizó su acelerado corazón y se encaminó a lo que de verdad iba, a trabajar. Tomó valor y llegó a su nuevo puesto como toda una mujer empoderada, segura de sí misma y con todas las ganas de aprender. Tenía experiencia en eso, había sido la mano derecha del gerente de una pequeña empresa, su primer trabajo. Sabe lo que es el estrés laboral, encargarse de dirigir proyectos y negociaciones de vital importancia para la compañía. ¿Qué diferencia había aquí?
Una empresa mucho más grande, más importante y por ende más complicado. Sin embargo, no estaría sola en el trayecto, tenía a todo un equipo trabajando mano a mano con ella y su jefe.
Se acomodó y organizó el escritorio, una mesa redondeada y amplia con un computador de mesa, una impresora y los accesorios necesarios para hacer miles de papeleos. Tal y como le dijeron, había una serie de carpetas con montones de papeles y encima de todo ello, una lista de quehaceres hecha a mano con una caligrafía pulcra.
Revisar reuniones de la semana.
Escuchar y hacer listado de los mensajes de la contestadora.
Enviar informes a jefe de marketing (ya está redactado).
Repasar propuestas y resaltar las más atractivas.
Cancelar reuniones semana entrante.
Contestar todas las llamadas y desviar a los siguientes contactos:
Tamara Benavides. Cristal Gómez. Penélope Sanz.
Y la lista seguía, con tareas que parecían más de índole personal que laboral, desde conseguirle un café expresó cargado hasta enviar un mensaje a su hermano para evadir la cena familiar de esa noche. Suspiró, al parecer el trabajo sería más agotador por las razones que menos esperaba.
Revisó las demás carpetas, en una de las cuales se encontraban agrupadas todas las propuestas para el proyecto Greensite, la idea más innovadora y compleja que había tenido la empresa desde sus inicios. Leía con atención, tomando algunos apuntes en una pequeña libretita con el nombre de la empresa.
—Si ya estás ahí, entra —dijo una voz por el contestador, asustándola sobremanera—, pero antes trae el café de la lista, sin eso no vengas.
Aquella voz le era familiar, pero dejó a un lado eso para poder calmar la irritabilidad que el susto y el descaro de su nuevo jefe le causó. ¿Sería su asistente o sirvienta? Esperaba, con todo su corazón, que solo sea una idea apresurada sobre el hombre tras la enorme puerta de madera, de lo contrario sufriría más de lo esperado y de forma innecesaria.
Apretó un botón de aquel aparato y contestó: —Sí señor, enseguida.
Regresó a la sala de descanso de empleados, recordando haber visto una cafetera bastante sofisticada allí. Con algo de torpeza, logró dar con la combinación correcta para el expreso cargado. Mientras esperaba, observó todo el lugar con más detenimiento y asombro. Era hermoso, cómodo y había café gratis. ¿Qué más podía pedir? Una buena dosis de cafeína nunca estaba de más, mucho menos para iniciar un pesado día tras un computador.
Terminado el café de su jefe, se permitió servirse uno para ella misma, cremoso y dulce como tanto le gustaba. Caminó con calma, tratando de no derramarlos ni volver a chocar con nadie. Dejó el suyo en el escritorio, con la esperanza de poder disfrutarlo antes de enfriarse y esperando poder ir de vez en cuando a aquella sala. Tomó su nueva libretita, un lapicero y el café de su jefe. Suspiró, toco un par de veces para anunciar su llegada y entró.
—Buenas tardes, señor, mi nombre es...
«Mierda» pensó aterrada, deteniéndose en seco. No podía procesar lo que veía, no lograba imaginar la magnitud de lo mal que era la situación para ella. Todo un cumulo de desastres por venir.
—Mi nombre es Anaira Baret, seré su nueva asistente de ahora en adelante —continuó con calma—. Quisiera volver a disculparme por el altercado de este medio día, fue mi culpa por no estar del todo atenta. Sin embargo, solo fue un tropezón, no ameritaba tal respuesta de su parte.
—De verdad esto es el colmo —exclamó él, sentado en su gran silla tras el escritorio con las manos apoyadas en el mismo, sin quitar sus escrutadores ojos de ella—, ¿ahora me darás clases de ética?
—Le faltan —susurró.
Lo peor de todo, es que alcanzó a recordarlo. Era la misma mirada fría, de ojos oscuros casi negros, el mismo cabello color caramelo y tan liso que muchas veces deseó pasar sus dedos sobre él. Se maldijo por dentro, por no haberlo reconocido antes y no haber relacionado su nombre siendo ahora tan obvio. Tal vez eso le habría evitado la conmoción inicial de ver que su nuevo jefe, por desgracia, no era un completo desconocido, era el mismo idiota que puso en peligro su carrera universitaria con solo iniciar.
—Dígalo en voz alta, ¿no era muy valiente para contestarme? —le retó Derek con enfado.
—Esto no puede estar pasando —susurró en un lamento.
—¿Algo más que decir... señorita Baret? —indagó este con dureza.
Se veía un poco diferente que hace seis años, más fornido y bronceado, con la expresión de su rostro más serio sin dejar de ser intimidante. Era la misma barba, los mismos labios que intentaron seducirla, los mismos brazos fuertes, pero también la misma boca que tantas injurias y burlas lanzaron en su contra. Su reciente encuentro, aquel tropezón de hace un rato, solo le demostró que seguía siendo el mismo pedante de antes, incluso más que en ese entonces. Sin importar cuan maduro aparentara ser, seguía siendo un imbécil.
Derek Fox no era solo su nuevo jefe, sino la primera y única persona que ha logrado sacarla de sus casillas por completo, a quién más odió y al parecer seguirá odiando.
—Aquí está su café, expreso y cargado como indicó en la lista —comentó Anaira, apretando los dientes de rabia para contenerse.
—¿Qué es esto, de la maquina vieja esa? —le reprochó con cara de asco— Para algo tenemos cafetería en cada sector del complejo, ¿se le hizo complicado caminar hasta allá?
—Es para el personal, supuse que usted también entraba en esa categoría —trató de contestar con calma.
—Soy el vicepresidente de esta compañía, lo que me hace...
—Un trabajador como todos aquí —le interrumpió con la misma dureza—, recibe un sueldo como todos, cesantías y demás. No por tener tal posición puede tratar a los demás como quiere, señor. Somos sus empleados, no sirvientes.
Derek se sorprendió un poco, al parecer no esperaba una respuesta a la defensiva aun conociendo su posición privilegiada por sobre la de ella. Sin embargo, solo supo contestar como sabía, con sarcasmo y altanería. Todo un experto.
—A ver, niña, mi posición me permite dar órdenes a todos los que trabajan en esta compañía, incluyéndote en el paquete. No por casualidad tengo el apellido Fox, estás enterada de eso, ¿verdad? —argumentó, con hombros firmes y mucha seguridad— Así que sí, puedo tratar a los demás como se me antoje.
—Me apena decirle esto, señor, pero los modales no pelean con estatus, dinero o linaje —replicó Anaira con la poca paciencia que le quedaba—. Sin importar que tenga el apellido del mismísimo presidente de la república, no le da derecho a tratar a los demás como si fuesen poca cosa. Sigue siendo un ser humano con demasiados defectos, como el resto de esta compañía, no es Dios.
—¿Quién crees que...?
—Y si me disculpa, le dejo su bebida y empezaré con mi trabajo —le interrumpió con firmeza—, tengo toda una lista por hacer. Con permiso.
Dio media vuelta y salió de aquel despacho con fingida calma, pero al estar fuera de su campo visual, mordió su propia mano evitando soltar un grito de frustración y rabia. Por desgracia conoció a Derek mucho antes, sabía el tipo de persona que era, de lo que era capaz y que no jugaba para nada limpio.
Pero también notó algo bastante particular, al parecer no la reconoció en lo absoluto, solo como la chica que tropezó con él en el pasillo con tan mala suerte que terminó siendo su asistente. No estaba del todo segura, pero eso podría marcar un punto a su favor, aunque no supiese aún como aprovecharlo.
Tomó su café aún tibio, tratando de calmar su rabia y centrarse en lo que debía hacer de verdad. No debía dar más motivos para ser despedida, aunque temía que con solo esa primera y breve conversación fuese más que suficiente para marcar un fin en su carrera. Lamentaba eso, el miedo estaba apretujando su corazón, pero por más que fuese uno de los cargos más importantes no podía permitir que pasara por encima de ella.
No de nuevo y mucho menos por él.
Con enfado, tachó el café de la lista centrándose en el resto de las tareas. Revisó los mensajes de la contestadora y con ello se distrajo hasta calmar sus nervios, notando que no todos eran de inversionistas o socios.
Primer día de trabajo casi culminado, pero iniciado con el pie izquierdo, cinco gatos negros caminando bajo una escalera y tres espejos rotos. Demasiada mala suerte junta, solo esperaba poder sobrevivir siquiera el primer mes.
Excelente primer día de trabajo, ¿no?
Ya tiene un nuevo amigo, un sueldazo por ganar y un enemigo...
Awebo así no era
Efe por Anaira pero bueno...
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