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L - El reto

Ya de seguro sabrás todo lo que implica vivir en el mismo techo que mi hermana Luan Loud.

Uno, que nunca faltará un comentario agudo, no siempre gracioso, en toda conversación que se efectúe en su presencia.

Segundo, que ella no desistirá en su intento por hacerte sonreír.

Y por último, el valor que ella misma le ha otorgado a su sagrado derecho a hacer bromas pesadas. Esto último tiene una historia que no he contado a nadie.


Fue en una época en que acababa de salir de una enfermedad. Desperté un sábado en la mañana con una sensación agradable. Respiré profunda y lentamente, toqué mis mejillas, y me declaré a mí mismo curado.

Pero la doctora Luan estaba en desacuerdo.

Había entrado abriendo la puerta de mi habitación en silencio y asomando su carita, ahora luciendo una vistosa nariz roja de payaso.

—¡Buenas! ¿Cómo está mi paciente favorito? —dijo en voz baja, pero con una sonrisa desbordante.

—Buenos días, Luan. Ya me siento curado. Gracias por...

—¡Ah-ah-ah! La del diagnóstico soy yo, a ti sólo te toca decir que te sientes feliz como una lombriz —me interrumpió entrando del todo, y con las manos atrás. Usaba una bata de doctor encima de su vestuario habitual.

—Es en serio. No tengo fiebre. Ya no tienes que preocuparte por mí.

Con una mirada inquisitiva, sacó su mano derecha y la puso en mi frente, y luego bajo mi mejilla. Fue agradable sentir esa piel suave acariciándome en la mañana.

—Temperatura normal. Pecas bonitas. Cutis suave. Yo veo aliviado al paciente, pero... ¿qué opina usted, Doctor Cocos?

Y con su otra mano sacó al muñeco, el cual usaba una bata, como ella.

Yo lo miro compungido, Doctora Luan.

—Oh, rayos... ¿En donde sacó su título este médico? Lo veo falso —dije yo.

Señor Lincoln, hágame el favor de ser... paciente.

Mi hermana casi se echa a reír. Luego, llevó el rostro del muñeco a su oído.

—¡Cierto, Doctor Cocos! El paciente necesita algo con urgencia.

Luan se sentó en mi cama, y rápidamente me dio un beso en la frente.

—Al parecer no funcionó. El paciente se está poniendo rojo.

En efecto, el beso repentino me había sonrojado.

—Dile... al doctor que le agradezco por sugerir esa medicina —comenté con dificultad.

No me lo agradezca, señor Loud. ¡Ya le envío la factura!

Fue entonces que tanto ella como yo estallamos de risa. Luan de un salto llegó hasta la puerta mientras reía, y a punto de salir me dijo:

—¡Hay pancakes para desayunar! Te esperamos, Linky.

¡Pancakes! El remedio que cura todas las enfermedades.


La mesa estaba más animada que nunca. Al parecer, toda mi familia estaba feliz de que yo me hubiera recuperado. Leni y Luna fueron las primeras en notar que yo bajaba las gradas. Lucy me dio un sorpresivo abrazo desde atrás, Lynn me dio un suave golpe con el puño en el brazo y Lori sonrió mientras comentaba que había tardado mucho en aliviarme. Yo, por mi parte, me sentía feliz de poder tomar a Lily y a las gemelas en brazos otra vez.

—¡Toma asiento, hijo! Los mejores pancakes te esperan —dijo papá desde la cocina.

Yo obedecí, y fui sorprendido por el estruendo de un cojín de broma en el asiento.

—¡Bonito tema de conversación, hermano! —exclamó Luan, y mis hermanas rieron.

"Hay cosas que no cambian", pensé.

Y creo que debieron cambiar.

El vaso de mi jugo de naranja tenía una calcomanía de una cucaracha al fondo, la servilleta más cercana a mí tenía pegamento, y después del desayuno casi soy sorprendido por un balde de agua a la entrada de mi habitación.

—¿Qué rayos pasa contigo, Luan? —exclamé, sin necesidad de saber adónde se encontraba.

—Es solo una bienvenida para la salud del hermanito que tanto quiero —respondió asomando desde las escaleras. Parecía haber disfrutado con todo mi sufrimiento.

—Uno de tus sustos me puede volver a enfermar, ¿sabes?

—Si te enfermas, tendrás nuevamente a la mejor doctora del mundo. ¡Es una situación de ganar-ganar!

Eso me gustó, pero no lo iba a admitir.

—Como sea... ¡Baja el tono a las bromas! No son nada graciosas.

Entonces a ella se le ocurrió retarme, antes de bajar las gradas.

—¿Ah, no? Quiero ver que me muestres una broma más graciosa. ¡Supérame! Y ahora, si me permites, debo ir a revisar unas tartas. Espero que a tu cara le guste el sabor limón. ¡Jajajaja!

"Así será", pensé.

"Lo de una broma más graciosa. No lo del sabor a limón", pensé a continuación.

Al día siguiente, casi ocurrieron varias cosas. Según me contó Luna, mi bromista hermana evitó ponerse las pantuflas bañadas en aceite que dejé al pie de su cama. Así como esquivó activar el balde de agua en la puerta de su cuarto y detectó el elástico que amarré a su taza de café.

"Creí que la noche de amateurs era de noche", le oyó decir Lynn.

La espié de escondidas mientras sacaba de su caja al Señor Cocos y descubría que yo había puesto algo adentro del muñeco. Salí corriendo tras ver su berrinche y entré a mi cuarto, deseando que ella me viniera a buscar de inmediato. Me quité los pantalones y me arrojé a la cama, fingiendo que leía mis cómics

En efecto, entró furiosa a mi habitación con el muñeco en sus brazos.

—Agárrala al suave, jovencito. Entiendo que estés ávido de jugarme bromas y que seas bastante predecible, ¡pero deja al Señor Cocos fuera de todo esto!

—¿Qué pasó, hermanita?

—¡No finjas! Me has puesto bromas toda la mañana, pero no voy a dejar que mi Cocos salga dañado.

—¿Dañado? Yo lo veo normal...

—¡Le metiste una bolsa de polvo! ¿Qué rayos planeabas? —clamó, mientras sacaba una bolsa de polvo blanco y arrojaba su contenido sobre mí. El ambiente se empezaba a volver blanco.

Llegó mi momento.

Saqué un encendedor y dije:

—Me parece que es azúcar glas. ¿Quieres que te lo demuestre?

Ambos sabíamos por experiencia propia lo que significa sumar azúcar, aire y una pequeña llama: ¡una explosión! Le noté un segundo de terror a Luan mientras mi pulgar se colocaba sobre el pulsador.

—¡Oye, Linc, oye! ¿Qué haces?

—Hago clic.

Clic.

Mi hermana se lanzó hacia un rincón del cuarto, cubriéndose la cabeza y lanzando a Cocos al aire. Tres segundos después, tras atrapar a Cocos, dije:

—Pum. Caíste al suelo, y caíste redondita. No es azúcar. No explotará.

Luan se levantó en silencio, con un asombro en su rostro que nunca había visto. Mi broma funcionó de las mil maravillas, pero eso no parecía haberla enfadado. Se me acercó, quizás demasiado.

—Me superaste... —dijo en voz baja.

—Sólo gané una batalla, no la guerra. Tú eres la máxima reina de las bromas.

—No, en serio. Eso fue genial. No me lo esperaba en lo más mínimo —respondió mientras sonreía con dulzura. —Te has ganado que deje de bromear contigo.

—Vaya... No me esperaba un premio tan bueno.

Entonces ella dijo:

—No tienes idea. Hay premios mejores, Linky.

—¿Mejores? —respondí nervioso. —¿Cómo cual?

Su rostro se veía hermoso. Y esa mirada que me dirigía aceleraba mi corazón. Acercó una de sus manos a mi cara, y acarició mi mejilla derecha.

Con su otra mano, dio un toquecito a mi nariz.

—¡Bup! —dijo ella.

—¡Jaja! Eso fue buenísimo, Luan, Casi sentí como si ibas a...

Me besó en la boca.

Me cuesta describir lo que sentí en ese momento. Algo que se supone que nunca experimentaría estaba sucediendo. Esa sensación dulce y fresca, sumada al roce metálico de sus frenos en mi labio superior, me hacía olvidar que eso no debía estar pasando, y que tampoco tenía que estar disfrutándolo.

Me fue recostando despacio, y el suave toque de sus manos acariciaba mis cabellos. Levanté mis manos, e hice lo mismo con su fino cuello. Su piel era tan suave que me daba la impresión que mis torpes manos la estropearían.

Cuando nos separamos, ella sonreía de forma nerviosa y se veía tan sonrojada como yo el día anterior.

—Lo siento, Linc. Simplemente quise hacerlo.

—Emmm... Luan...

—No me odias, ¿verdad?

—¡No, no, para nada! Fue algo muy bello. Sólo que no debimos hacerlo.

—No. No debimos. No le digas a nadie de esto.

—Guardaré el secreto. Nadie sabrá que... Que tienes una forma muy bonita de besar.

Ella rió con suavidad. Rayos. Mi hermana es lindísima.

—Entonces, creo que mejor me voy. Felicitaciones por la broma.

Se levantó, y con un giro elegante de su esbelto cuerpo tomó al Señor Cocos y salió de la habitación a toda prisa. Verla así me hizo desear que se hubiera quedado un rato más, pero no pude emitir una palabra. Me sentí tan triste, que necesitaba un segundo beso de ella.

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