No tarda convertirse también en rutina. Al principio parece un acto rebelde, curioso. Pero, no tarda en volverse asignatura. Se entierra en la juventud como alfiler. Y no puedo sacármelo, me ahogo en tiempo libre. 

Antes veía a los chicos salir, ir a entrenar o para el colegio. Los admiraba ¿de donde sacan la prisa, de donde esa urgencia? No es hasta ahora que me han abandonado, que me doy cuenta. No es extraño. Se siente como si el piso temblara bajo de ti. Es espanto, quiero huir, correr, hablar con alguien. De pronto miro bajo de mi y ya no encuentro a mi mamá, ni a mi papá cuidando de mí. Y uno se siente como cronopio, extendiéndolo los bracitos inútilmente hacia lo otro. Hacia la luz que debe existir del otro lado. Hacia el muchacho en la esquina.

Mis labios sienten en su calor las gotas del cubito de hielo. Buscan un alma, un igual. Y entonces las cosas no se apetecen divertidas. Con la ráfaga de unas míseras semanas en soledad, me parece vivir una extinción. Ya las cuestiones no son lejanas, ni corrientes. Uno se ve en la obligación, en la querencia. De sostener una burla, una discusión, un saludo. Con el fin de sostener algo.

Llega hasta el punto de tener que atarse al brazo la cinta de la ecología, del feminismo o alguna novedad de esas. Es raro volverse profeta. Sentenciar a todo un mundo, porque no se consigue murmurar el: "Te quiero" tan deseado. 

Yo era muy afortunada,