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XXXVI

La joven fue tomada de sorpresa cuando vio la figura de Ryan desplazándose en la acera cruzando la calle. Desde el escaparate de la tienda pudo ver los nervios que conducían al rubio y una intranquilidad ocupó sus pensamientos creando conclusiones seguramente exageradas.

Bernard se posicionó a su diestra y sus ojos se fijaron en el joven. La culpa por haber sido descubierta en pleno trabajo distrayéndose, la hizo mover con rapidez con el objetivo de continuar sus labores, pero el anciano, lejos de darle importancia a eso, solo frunció el cejo observando al muchacho que caminaba de un lado hacia otro, gesticulando y hablando solo. Supo en ese momento en el lío que estaba su amiga y, apiadándose de ella, tomó la estatuilla que apretaba con fuerza entre sus manos y buscó su mirada.

—Así que él es Ryan —dijo sin apartar sus grises ojos de los azules de la joven. Theodora tragó con fuerza y solo pudo asentir. Ambos sabían que lo inevitable se desataría y ella, dispuesta a alargarlo, solo guardó silencio—. Ve, tienes el resto del día libre. —La pelirroja de inmediato protestó negando, pero el anciano levantó su mano para silenciarla—. Anda y soluciona el conflicto, no dejes pasar más tiempo.

—Detesto que intenten hacerme cambiar de opinión, solo es un año. No sé por qué hacen tanto jaleo —espetó furiosa.

—No estoy seguro de que... —Pero Bernard silenció y decidió que era mejor que ella descubriera las intenciones reales del rubio—. Ve, luego me cuentas qué sucedió.

Theodora bufó e, indignada, aceptó que en cierto punto su empleador tenía razón. No era buena idea dar largas al conflicto, sobre todo al compartir vivienda.

Cabizbaja cruzó la calle y reacia se mantuvo cuando Ryan la observó pasmado al verla tan pronto, él esperaba poseer más tiempo para prepararse mentalmente.

—Te quedan unas horas.

—Pues te vimos deambular como un demente, así que me dieron el resto de la tarde libre. —El rubio se sonrojó y murmuró una disculpa que no fue oída por la pelirroja—. Aquí cerca hay un café —dijo comenzando a caminar.

Theodora protestaba de manera interna y aunque ningún vocablo fue dicho, su expresión denotaba fastidio. Ryan, al percatarse, se intimidó por unos minutos, pero luego recordó que solo era Theodora y debía ser honesto de una vez, aunque eso generara conflicto.

La cafetería era un pequeño espacio con pocas mesas y con un patio interno. La pelirroja, aprovechando el buen clima y las pocas personas, se dirigió a una de las mesas en el exterior relajando su humor al ver tantas flores que ocultaban maravillosamente las grises paredes.

—¿Cuál es tu método para intentar convencerme? —dijo extrayendo la cajetilla de cigarrillos. Ryan frunció los labios y, acomodándose, buscó mirarla tomándose de las manos sobre la mesa.

—¿Convencerte? Intentar hacer eso es una pérdida de tiempo —confesó con media sonrisa—. Quiero saber tus planes.

—¿Planes? —inquirió con cigarrillo entre sus labios y confundida—. No sé, ¿trabajar? —dijo y luego rio al ser realmente un desastre con su visión a futuro.

—Es en serio, Theodora, algo habrás pensado u organizado. —Ryan hizo un gesto con la mano indicándole que continuara, pero ella solo le arqueó la ceja—. ¡Es imposible que no hayas pensado en nada! ¡Qué fastidio, roja!

—¿Qué esperas que te diga? —preguntó avergonzada.

—No lo sé, ya que no crees ir a la universidad, me imaginé que tenías otra opción más atrayente.

—En realidad no, solo quiero descansar un poco de las responsabilidades.

—¿Qué opina Anthony de esto? —Theodora dejó escapar el humo del cigarrillo y apartó la mirada enfocándola en un punto inexacto.

—No está de acuerdo, obviamente —confesó—; pero no es mi maldito problema.

Ryan hizo silencio un momento intentando encontrar las palabras exactas, pero como siempre, la carencia de tacto estaba presente en él, por lo que fue contundente cuando dijo:

—¿Eso no te pondrá en una situación aún más dispareja con él? —Al entender que ella nada iba a decir, asintió sabiendo que su observación era cierta—. Te traerá problemas en el futuro. Si piensas seguir con él, deberías llevarle el ritmo...

—Pues mi ritmo es otro. Si me quiere, deberá aceptarlo; yo no lo obligo a que deje sus estudios y trabajos para estar a mi "ritmo".

—No, Theodora, no se trata de eso —dijo ofuscado por su selectiva ignorancia para esquivar el tema—. Sabes que él no va a obligarte a nada, pero ¿no has pensado en los vínculos sociales que tiene Anthony? ¿En cómo te verá su familia...?

—Me vale verga —enfatizó incómoda.

—Todo sería más sencillo si... —Pero silenció y un sonrojo ocupó sus mejillas. La joven lo miró y frunciendo el cejo entendió por dónde quería ir. Fue en ese momento que se percató de la observación inconclusa de Bernard, quiso golpearse por ser tan despistada.

—Hay muchas formas en que todo sería más sencillo, Ryan —espetó duramente apagando la colilla en el cenicero de lata—. Pero me gusta arriesgarme.

En ese momento fue salvada para respirar con liviandad por el mozo que se acercó a atenderlos. Ryan tuvo que pedir por ambos al estar ella ensimismada en sus pensamientos y en la manera en que evadiría el tema para no herirlo.

—Recuerdo cuando todo era más fácil —dijo luego de un largo rato en silencio—, cuando éramos niños y planeábamos nuestros futuros... juntos. —Theodora frunció los labios en una fina línea esquivando su mirada, no iba a rebatir eso porque era cierto que, al menos por unos pocos años, fue feliz en su ingenuidad. Pero fueron los sinnúmeros de ambivalencias que afrontó con su madre la que las llevaron a estar donde hoy se encontraba y en el estado en el que estaba.

—No seas ingenuo, Ryan. Es ridículo ambicionar los deseos de la infancia.

—No lo es, porque no es imposible. —La incomodidad escaló a un nivel descomunal. La joven, quien muy pocas veces se sonrojaba con alguien que no sea Anthony, lo hizo en ese momento queriendo huir del lugar.

—¿Qué pretendes? —espetó luego de tragar la amabilidad con la que se estaba manejando hasta el momento—. ¿Qué dejé a Anthony?

—No lo sé, solo sería bueno que veas que tienes opciones... Al menos una más sencilla.

—Si crees que necesito de alguien para poder construirme, estás equivocado. Sí, ambos me ayudaron enormemente, tú más que nadie, pero quien se ha salvado la psiquis hasta hoy fui yo. No necesito de nadie para ser, ni necesito la aprobación de ningún hombre para hacer. Hago lo que me venga en gana y, repito, si él acepta eso no habrá dificultades enormes.

—¡Estás dejando de lado las situaciones obvias! Tu fortaleza y optimismo es bueno, pero es ingenuo.

—No es ingenuo y tampoco se trata de optimismo, se trata de un hecho. No soy menos que Anthony porque decida no estudiar este año, tampoco soy menos que él por no poseer una maldita empresa y mucho menos lo seré por no frecuentar personas "aceptables". Tu observación es lamentable.

—Como quieras, Theodora, luego no vuelvas a mí con tus malditos dramas.

—Eso es distinto —dijo avergonzada, aunque intentando mantener el orgullo intacto.

—No, es lo mismo. Se conocen hace meses y ni siquiera pueden tener una relación normal por el riesgo que significa para ti y para él. ¿Te crees que graduarte es la solución? Pues no, deberán pasar meses hasta que puedan estar con normalidad. Eso sin mencionar la diferencia de edad y, lo siento, de clase. No es solamente una situación las que los aleja, son muchas y muy amplias.

—Gracias, no lo sabía —dijo irónica.

—Escucha, Theo, no quiero convencerte de nada. —Ella le arqueó una ceja y él se sonrojó a gran medida—. Solo piénsalo, no habría problemas entre nosotros.

—¿Dónde quedaron tus palabras? Dijiste que habías entendido que solo puedo ser tu amiga... Tu mejor amiga, tu hermana... ¡Tu hermana, maldición! ¿Y ahora me sales con esto? Es realmente... incómodo.

—Sé lo que dije, no te estoy pidiendo que ya mismo seamos... algo. Solo te pido que reflexiones en ello y lo imagines.

—No. No funcionará —espetó rápido negando—. No puedo creer que tengamos está conversación.

—¿Cuál es el problema de que me veas como alguien más?

—¡No eres él! ¡No eres Anthony, maldición! ¡Jamás te veré como alguien más, eres mi mejor amigo!

—No quiero ser como él —masculló herido—, solo te pido una oportunidad, Theo, opino que la merezco.

—¡¿Qué?! —exclamó levantándose—. ¿Acaso piensas que te debo algo por haberme ayudado? ¡Lo sabía!

—¡No! ¡No quise...! —Pero silenció y se revolvió el cabello. La joven rebuscó en sus bolsillos traseros aventando unos dólares sobre la mesa—. Perdóname, Theo, me expresé de la mierda...

—Dijiste lo que juzgas realmente y debo decir que me decepciona —sinceró para luego marcharse.

—¡Estoy confundido, Theodora, necesito que me ayudes! —Pero la joven, de espaldas, le mostró el dedo medio dejándolo solo en aquel café inadecuado. Ya todo lugar de confort había desaparecido.

***

Anthony se encontraba en plena junta laboral cuando Collins le efectuó una seña que reconoció de inmediato: Theodora. Disculpándose con los inversionistas se aproximó a él, quien le informó de manera mecánica que, en efecto, la joven se encontraba en su edificio y Leo ya la había acogido en su departamento. El licenciado murmuró un injurio y le ordenó que le cedieran de una vez la llave de su piso.

Sabiendo que no iba a poder deshacerse de la reunión en ese momento, procuró ser escueto y directo al informar los nuevos avances y proyectos. Simple preparativo introductorio para que luego los ingenieros expusieran los informes.

Aunque quiso mantener una postura relajada, le fue imposible no consultar su reloj y sus nervios escalaban al no saber qué había conducido a su musa hasta su departamento cuando esa misma mañana habían compartido unos momentos, entonces supo que algo andaba mal y eso lo llevó a estar aún más impaciente por terminar la jornada.

Fue en todo el camino de regreso a su departamento que cuestionó a Collins con preguntas abiertas. Su acompañante no sabía qué responder a sus dudas murmuradas y enfadosas, por lo que optó guardar silencio. Pero a Anthony lo conducía la intuición de saber que algo importante estaba aconteciendo y que su musa no estaría bien si fue a su encuentro.

Pero entonces la vio sentada en el balcón, leyendo un libro y bebiendo una cerveza; ese panorama lo relajó un poco. Quedó observándola en espera a que se percatara de él, pero los sonidos que hizo fueron opacados por el estéreo donde sonaba un jazz vibrante.

Sei glorioso amore mio. —Ella de inmediato enfocó sus ojos enormes, enérgicos y azules en él, haciéndolo sentir en casa.

Ogni giorno più sensuale, professore —dijo para luego morderse el labio y recorrerlo con la mirada. Anthony experimentó un calor agobiante y, sonrojándose, solo sonrió tímido dejando sus pertenencias en el escritorio.

Sabía que tocarla estaba fuera de las posibilidades y el deseo con la que la recordaba a diario adquiría poder al contemplarla. Soltando un suspiro se acercó a ella y se repitió ser prudente manteniendo el deseo estable.

—Has estado mucho tiempo en la espera, lamento eso.

—Tranquilo —dijo restándole importancia con un gesto y acercando a él el botellín de cerveza—. Me entretuve con Leo y luego leyendo.

Anthony sonrió gustoso por su simplicidad y comprensión, y aceptó el ofrecimiento relajándose al comprender que nada magnánimo había acontecido y que ella solo estaba allí porque deseaba verlo. Eso lo asombró y no se percató que la observaba con extrema felicidad hasta que ella le arqueó una ceja.

—Me sorprende verte aquí —murmuró sonrojado. Ella rio estridentemente ante sus palabras.

—Estaba aburrida y salí a dar un paseo.

—¡Oh! —El licenciado intentó ocultar la decepción al oírla, pero en su semblante fue evidente.

—Es un embuste, tonto —exclamó riendo—. Quería verte de nuevo y supuse que en algún momento debías volver a tu depa —relató—. Ven, estás muy lejos —pidió extendiéndole la mano.

Él sonrió cuando sus manos se conectaron, encontrándose nuevamente con ese calor asfixiante. De rodillas ante ella, la miró a los ojos y admiró como sus mejillas se teñían de leve carmín al ella también sentirlo.

—Déjame darte un masaje —murmuró acercándose a sus labios rubíes siempre tentadores. Ella abrió la boca y dejó escapar el suspiro que estaba conteniendo y tuvo el impulso besarlo, pero él rápido se posicionó tras ella atrayéndola a su pecho.

Un estremecimiento recorrió la piel de la joven al sentir sus tibias manos apartarle el cabello, dejando su cuello expuesto por la brisa primaveral de la ciudad, la contemplación de él y su destacada manera de tocarla.

—¿Tuviste un día difícil, cariño? —Ella cerró los ojos y expulsó un leve gemido al sentir la primera caricia acompañada por esa voz enteramente sexual que solo lograban humedecer su intimidad.

—Sé que terminará perfecto —alcanzó a susurrar en medio del placer que le brindaban sus nobles toques.

El licenciado, atento a los movimientos y sonidos sensuales de ella, le fue imposible no excitarse y tuvo que apartarse de su silueta que se adaptaba a la de él con gracilidad. El cuerpo de Theodora ya presentaban los signos de la pasión y él era en extremo débil a sus encantos de musa.

—No te me escapes, licenciado —dijo quejosa tomando con fuerza sus piernas—. ¿Quién sabe cuándo volveremos a compartir un momento igual?

—Solo necesito...

—¿Espacio? —terminó por él. Se dio la vuelta arrodillándose para enfrentarlo y enredó sus manos en su cuello—. Es bueno saber que aún me deseas.

—Debíamos ser discretos —murmuró sabiendo que le tocaba ser sensato y responsable. Pero, Theodora, cautivada por la prudencia de él, se aproximó más a su rostro, observando detenidamente sus labios, y una sonrisa traviesa curvó cuando deseó lamerlo.

—¿Sí? —cuestionó estrechando más su agarre y atrayéndolo a su cuerpo. Anthony contuvo la respiración, pero tomó con fuerza la estrecha cintura, sabiendo que jamás podría resistirse a sus insinuaciones—. Continúa hablando —puntualizó aproximándose a su cuello para aspirar su aroma—, me excita escucharte.

—Haces que pierda el juicio con dos palabras —confesó agitado.

—Y tú me calientas con solo oírte —acentuó un tanto molesta por el poder que tenía sobre su cuerpo, entonces mordió levemente su mandíbula logrando arrancarle el gemido que tenía contenido.

—Necesito pertenecerte ahora, cariño —gruñó imperativo quitándole la blusa.

Poco les importó estar en el balcón, tampoco las diferencias que preocupaba a ambos. En ese momento solo necesitaban amarse, corresponderse y enredar aún más sus almas

En cuanto sus labios se encontraron, Anthony gimió gustoso al reconocerla. El deleite más impresionante para él era el sabor de su musa, con la capacidad propia de arrancarle el juicio con su cercanía y que su conducta se entorpeciera por el deseo que lo consumía.

La joven gimió entre sus besos al ser partícipe de su calor, musculatura y dureza, por lo que mordió su labio descendiendo en sus caricias, pretendiendo abarcar con su tacto todo su cuerpo. Desenfrenada por sentirlo, comenzó a frotarse contra él haciéndolo exclamar un jadeo que a ella solo la incentivó más.

Pero él, con destreza, la recostó contra el suelo de parquet ansioso por consumirla a besos. La joven exclamó un grito que se convirtió en jadeo al sentir la lengua de su amado en su estómago.

Él descendió recorriéndola con su boca y amando el sabor que encontraba en ella. El tacto no le era suficiente para sentirla y se volvió voraz al saber que estaba entre sus brazos: expuesta y deseosa.

La joven lo tomó del cabello y se arqueó cuando la lengua de él se deslizó por su ombligo recorriendo sus caderas. Sentía su vagina encendida y, desesperada, exclamó imperiosa.

Anthony terminó de desnudarla y tragó con fuerza por el paisaje obtenido: el cuerpo de su musa sonrosado y vibrante, abriendo sus piernas e invitándolo para anidarlo. Rápido se desprendió el pantalón y ella, mordiéndose el labio, tomó su miembro entre sus manos haciendo que exclamara un gemido rasposo.

—Quiero saborearte.

—Primero voy a hacerte mía —dijo apretando la mandíbula y, verla ruborizarse, fue suficiente para que la besara con pasión preparándola para la invasión.

La colmó de besos en sus pechos y clavícula, y, lentamente, fue introduciéndose en su estrechez húmeda y caliente. La joven mordió su hombro con fuerza y enterró las uñas en su espalda, pero Anthony tomó sus piernas con firmeza alzándolas para invadirla más y el grito de ella fue lo suficiente excitante para que la embistiera con fuerza.

—Anthony... ¡Anthony!

—Aún no, cariño —masculló deteniéndose al ver que estaba por alcanzar el orgasmo—. Quiero más de ti.

Ella, agitada y confundida por el intenso deseo que manifestaba su propio cuerpo, lo apresó del trasero obligándolo a moverse y en cuanto la complació se arqueó exclamando. El licenciado, con una sonrisa arrogante, salió casi por completo de su interior para luego embestirla con ahínco. Lo que prometía ser un encuentro romántico y apasionado, terminó siéndolo salvaje y estridente.

El espacio se caldeó a pesar de la fresca brisa que se filtraba por el ventanal. Theodora jadeaba creyendo que perdería la razón entre tanta pasión y no se percató que sus gritos eran enérgicos hasta que la boca de Anthony le capturó el labio enterrándose una vez más en ella quien, sin preverlo, estalló en un orgasmo calamitoso al igual que él.

—No puedo creer que aún lleves la ropa puesta ­—farfulló agitada luego de un rato. Él rio roncamente atrayéndola en un abrazo—. Vamos, necesito probarte —ordenó levantándose y tirándolo de su mano.

El licenciado se dejó conducir hasta el aseo y no fue hasta que su musa comenzó a desvestirlo que él la detuvo en su empresa.

—¿Qué sucede? —preguntó en un susurro. Él, avergonzado, la besó para distraerla, ya que se perdió tanto en las sensaciones que había olvidado su estado.

El beso significó el mundo para Theodora. Le reconfortó saber que había aprendido a amar a pesar las dificultades porque Anthony significa todo anhelo y si había un futuro para ella, lo quería junto a él. Supo en ese momento que serían eternos y no habría brecha de espacio ni tiempo que alejara la expresión resonante de adoración que se tenían.

Lo saboreó gustosa, abrazándolo con delicadeza y fundiéndose a su cuerpo excitante. Sus bocas sabían a comprensión, amparo, amor y deseo; y fue el gusto más honroso que ambos experimentarían en sus vidas.

El licenciado reposó su frente en la de ella, necesitando recuperar el sentido de realidad. Su respiración agitada, era la encargada de evidenciar el nivel de adoración que hacía ella sentía. Su vida y más sería destinada a amarla, se adecuaría a ella y se convertiría en su eterno súbdito si la recompensa era su mirada.

La joven volvió a besarlo y gimiente se deleitó con el sabor a deseo. Sin la necesidad de intenciones, se tornaron pasionales y abstractos al redescubrirse. Theodora se apresuró en tocarlo y reclamarle con urgencia que la poseyera una vez más de manera eterna.

Anthony sostuvo el trasero de su amada con tanta fuerza que en la suave piel blanca quedaron marcados sus dedos. Fue preciso al alzarla y contundente al penetrarla. El grito de ella, clamó satisfacción y fueron cuando as estocadas se convirtieron en salvajes y la joven, víctima del desenfreno, se dejó poseer gustosa una y otra vez.

Anthony tenía ya la camisa rasgada debido a la fuerza con que su musa lo atraía a ella y un grito placentero exclamó al sentir sus uñas clavarse en su espalda, rasgando y marcándolo como su propiedad. Aquello solo lo excitó más y rápido la dio la vuelta, separándole las piernas y atrayendo su trasero turgente a su erección.

—Dime si es demasiado —masculló apretando la mandíbula. La pelirroja asintió frenética y contuvo el aliento al sentir la mano de él preparándola para una invasión que la sofocó.

—¡No! —proclamó nerviosa—. Eso va a...

—Ese trasero será mío, cariño, pretendo muchas cosas con él. —El sonrojo surcó su rostro, pero olvidó la propuesta al sentir el miembro invadirla de pronto.

Gritó con ahínco y él con ambición la tomó de los senos atrayendo su espalda a su pecho, quedando a merced de sus embestidas profundas y placenteras y solo bastó que acariciara su clítoris para que un chillido profiriera estremeciéndose por completa. Ambos habían llegado juntos al clímax, pero fue Theodora quien se derrumbó entre sus brazos.

—¿Ya estás agotada, cariño? Quiero hacerte el amor toda la noche —murmuró contra su esbelto cuello haciéndola suspirar deseosa.

—Déjame recuperar el aliento.

Él se rio y, levantándola entre sus brazos, la condujo a la ducha donde la tibia agua reanimó sus sentidos. Theodora soltó un suspiro y al fin, mirándolo, lo tomó de la mano para que la acompañara. Sonrió al verlo medio vestir, pues la imagen era demasiado inadecuada estando ella completamente desnuda.

—Termina de quitarte eso y acompáñame. —Él frunció los labios y, luego de depositarle un suave beso, se quitó el resto de prendas que llevaba.

Theodora de inmediato reparó en las marcas que le había dejado en su cuello y hombros, pero su cejo frunció al ver los hematomas de sus brazos.

—¿Estás bien? —Su tacto fue directo a sus antebrazos que causaban impresión al verlo tan profanado—. ¿Qué es esto?

Anthony se mortificó a gran escala y se negó a confesarle su debilidad, por ello, negando en medio de una disculpa murmurada, depositó un suave beso en su mejilla y salió del aseo dejándola sola en la tibia ducha.

—¿Quién te ha hecho esas marcas? —inquirió a su actitud reacia a hablar y siguiéndolo a la habitación envuelta en una toalla.

—Nadie, cariño, estoy bien. —Ella vio como extraía ropa limpia y buscaba cubrirse.

—Pero, ¿qué demonios, Anthony? —exclamó impactada. Él frunció el cejo y en cuanto sintió su toque en sus brazos, soltó una maldición—. Tienes hematomas, ¿qué te ha pasado? —inquirió confundida y alarmada.

—Cariño, tranquila —manifestó tomándola del rostro para que desistiera de inspeccionar—. No es nada, no duelen.

—¿Quién te hizo daño? —murmuró acongojada y él, sabiendo que el clímax había menguado en ese momento, se llevó una mano al cejo—. Dímelo, lo entenderé.

—Lo sé, pero no quiero preocuparte. Te repito: no es nada —expresó reacio apartándose de ella.

—¿Quién fue, Anthony? ¡Por qué no me lo dices!

—No fue nadie, ¿está bien? Nadie me ha hecho daño.

—¡Entonces por qué tienes los brazos heridos! —expresó acercándose nuevamente para arrebatarle la prenda que tenía entre sus manos—. Mira, mira como tienes.

—Solo... solo no quiero hablar de ello.

—¡No! —dijo tajante, cansada que la deje a un lado en las situaciones importantes—. Vas a decirme porque no dejaré pasar esto.

—Iré por una copa —murmuró enfadado consigo mismo por no ser capaz de hablar de sus debilidades; iracundo al saber que ella se enfadaría y lo que prometía ser una buena noche, terminaría siendo una en donde la discusión sería la protagonista.

Porque a pesar de que él sabía de las buenas intenciones de ella, no estaba en sus capacidades aún expresar con claridad lo que lo atormentaba al no tener las palabras certeras para ser por completo honesto.

—¿Lo dices en serio? —Theodora observó cómo él se retiraba de la habitación e, impactada y furiosa, se precipitó en su busca maldiciendo mientras sostenía la toalla—. ¡¿Cómo te atreves a dejarme con las palabras atascadas?! ¡No vuelvas jamás a hacer eso! —gritó furiosa.

Él, estando de espaldas a ella, hizo una mueca al oírla gritar y, ocultando la incomodidad que sentía, se atrevió a mirarla.

—Lo siento. Pero en verdad te digo que nada exacerbado pasó. So-solo tuve una pesadilla y bu-bueno...

Ella lo miró confusa y, sabiendo que le costaba hablar del tema, insistió no entendiendo, pues su explicación no tenía lógica alguna.

—¿Estás diciéndome que te las hiciste tú mismo? —Él asintió y bebió de su copa con esmero—. Estás mintiendo y en verdad, Anthony, me exaspera a gran medida que lo hagas.

Él soltó un suspiro y enfadado por su insistencia, la miró duramente.

—¿Acaso no te basta con lo que te mencioné? No estoy mintiéndote, pero tampoco tengo que estar contándote todo a detalle.

Ella abrió la boca para decir algo, pero luego la cerró. Se percató que nada de lo que dijera sería lo suficientemente iluminado para brindarle la confianza y plana fluidez para manifestar en palabras su pesar. Saber que a él lo perseguía algún hecho del pasado, no le sorprendía. Lo que sí le resultaba alarmante era su capacidad para afrontarlo, ya que ella, aun sabiendo que su carácter era extremadamente opuesto al de él, sabía que se encontraba en igual condición. 

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