XXXV
Emanaba desde el bosquejo un cándido color de desesperanza y con la suspicacia que lo caracterizó alguna vez, aspiró el nuevo aroma y dejó que lo poseyera; aunque, de esa forma, el niño ya estaba con la sentencia firmada. Si bien no era algo nuevo, comprendió en ese momento de qué se trataba al mirarla: gozaba del infortunio y él fue solo un espectador donde la esperanza lo abandonó dejándolo lánguido y eternamente efímero.
Algo en él se truncó en cuanto contempló a la persona más importante ser realmente humana. La creía maga, hada, estaciones y sonrisas; pero todo perdió brillantez una vez que sus lamentos se tornaron abstractos, bestiales y confusos.
Anthony la observó con una sapiencia no apta para un infante, con un entendimiento que hizo entornar a sus verdes iris y con un semblante digno de ser cuestionado. Estaba de pie con su camiseta roja y sus pantalones cortos, no había zapatos que adornaran sus pies que solo conocían de hierba, aire y lodo. Tampoco había lágrimas en sus enormes ojos. Solo cuerpo petrificado que observaba y que no podía hablar.
La veía bailar. Danzaba esa melodía cómica y grosera que no se adecuaba al panorama. Los brazos níveos de la dama se agitaban con sutileza en lo alto, donde sus dedos señalaban un punto finito que jamás encontró.
Los gritos del otro menor repercutían con aspereza en el estrecho espacio, rompiendo la exacerbada manía de carecer de responsabilidad. El infante, casi desnudo, se encontraba sentado en el sillón destartalado, completamente asustado y mirándolo con énfasis para ser salvado mientras sus gritos y lágrimas hacían del espacio un reducto aciago.
Anthony miraba sin repulsión por abarcar todo. Fue ese día que conoció la demencia y aprendió lo efímero. El alma de la mujer con cabello cobrizo se despedía, manifestándolo en cada movimiento, y nada de lo que fue quedaría materialmente, solo en el juicio escurridizo de la niñez. Cada gemido angustioso en medio de la música y cada una de las palabras que le dedicaba a alguien que ya no estaba, hicieron honor en su comprensión; porque, invariablemente, esas dicciones se amoldaron en él y lo dejaron con la incógnita que perduraría por siempre.
El licenciado en letras despertó y abrió los ojos como un animal acorralado.
El miedo destilaba dictamen en cada una de sus partes dejándolo inmóvil, petrificado y mudo. La respiración se convirtió en una alerta cuando detectó su fin; el sentimiento era calamitoso y su corazón no lo resistiría. Lo único que en ese momento le quedó fueron las lágrimas que dibujaron andenes rotos que surcaron su rostro. Observó con miedo el cielo raso en espera de la muerte y lamentó, en ese preciso momento, no haber contemplado a su musa una vez más.
Su cuerpo no respondía y su respiración se alteraba a ritmo peligroso. El lamento angustioso estaba en lucha con sus labios que no se abrían para dejarlo en libertad, sus manos no eran capaces de apresar absolutamente nada que le diera algo de estabilidad y sus piernas, férreas, se negaban a salvarlo.
La respiración, eso que era tan importante para él por su valor estético, se convirtió en fuertes espasmos que sus fosas nasales no digerían ni querían procesar. Perdió toda credibilidad de autónomo en esos eternos minutos donde escuchaba las manecillas del reloj contarle lapidariamente que el tiempo, en ese momento, era escurridizo de las reglas.
El miedo estaba escalando tan dictador que, en verdad creyó, sucumbiría. Lo acaparó abrazándolo tan raudamente que lo dejó entumecido al sofá donde, sin esperarlo, se había dormido. Pero aquello que lo sostuvo inmóvil al fin lo liberó, y sus lágrimas rodaron con más énfasis en cuanto pudo mover sus falanges y sostener con fuerza el libro que había estado leyendo. La odisea había durado unos minutos y fueron lo suficientemente infames para destrozar su compostura.
Su expresión se transformó trágica cuando sus labios se abrieron, soltando el grito y los gemidos tortuosos que lo estaban asfixiando.
Con desenfreno y aun miedo, volteó su cuerpo que aún tardaba en responder cayéndose al frío suelo de parquet. Sus gritos fueron capaces de alertar las conciencias dormidas e, ignorando eso, gateó por refugio en una de las esquinas donde los ventanales le mostraban la ciudad vívida.
Aún lloroso y gimiente, se apoderó de su cuerpo abrazándose para que el miedo no busque profanarlo y fue tanta la fuerza que ejecutó que marcas quedaron en sus brazos, la presión con la que se sostenía era para obligar a su alma quedarse en su sitio.
—¿Señor Lemacks? —dijo una voz gruesa tras la puerta principal y luego un golpeteo de nudillos—. Señor, si no responde deberé entrar, los vecinos...
—Estoy bien —musitó, pues su voz estaba rasposa y sin tono. Carraspeó y se obligó ser coherente—. Estoy bien, Leo. Lamento haberlos importunado.
—¿Está seguro, señor? ¿Desea que llame a alguien?
—¡N-no! —gritó asustado—. ¡Estoy bien!
Varios minutos pasaron hasta que al fin Leo volvió a hablar:
—Llámeme si necesita algo, señor. —Anthony asintió aun sabiendo que no podía verlo.
Poco a poco fue relajando su cuerpo y, con un último suspiro, miró por los ventanales sabiendo que trabajar era lo mejor para olvidar el momento.
***
Theodora, con el cejo fruncido e ignorando a Ryan con clara intención, pretendía no oír las reprimendas que este dictaba. Agotada de escucharlo, se recostó en el frío suelo del gimnasio y su mirada abarcó el amplio techo que los cobijaba. El parloteo y bullicio de los adolescentes solo la hacían desear estar en el cálido refugio de la tienda de Bernard, donde el silencio o las palabras y música calma eran los principales invitados.
La reunión de los alumnos de último año estaba en proceso; el comité de estudiantes estaban emocionados por el final que se avecinaba y requerían de la participación de todos para que la fiesta y la ceremonia fuese gratificante.
La pelirroja desde un comienzo se había negado rotundamente en participar de cualquier manera, pero ahí se encontraba, pues, su mejor amigo no dejó de fastidiarla en días para que al menos finja un poco de interés. Y Ryan en verdad no entendía la antipatía de su amiga, creía que, al faltar pocos días para el fin, la emoción haría estragos en ella y se movería en busca de la cooperación, pero una vez más se equivocó. Theodora simplemente era rara, pensó.
—Vamos —dijo el joven tomando la mano de la pelirroja—. Tenemos que hablar.
Theodora, al saber lo que se vendría, no objetó ninguna resistencia, pero sí exclamó un suspiro cansado. El muchacho se precipitó sobre ella de inmediato, reclamándole su falta de colaboración para encajar con las personas, su desinterés que rayaba lo egoísta y pedante; y su grosera conducta para con sus compañeros. Pero la pelirroja ni se inmutó por lo que oía, aunque estaba un tanto furiosa porque al parecer, su amigo, no recordaba lo que aconteció año tras año.
Entonces solo se limitó a asentir y, haciéndolo a un lado, salió de los pasillos vacíos de estudiantes encontrándose de bruces con Anthony que salía de uno de los salones. Él de inmediato la miró y su sonrojo fue tan estrepitoso que bajó su verde mirada al piso. Theodora frunció el cejo al verlo tan ojeroso y, mirándolo de lado, soltó:
—¿Acaso hemos dormido juntos que no me saludas?
—The-Theodora —susurró impactado mirando por el corredor desolado—. Lo siento, pero...
—¿Qué te ha sucedido? —inquirió cruzándose de brazos y observándolo con atención.
—Luego hablamos, ¿está bien? —Ella frunció el cejo y decidió llevar a cabo el plan que se le había ocurrido.
—¿Me das las llaves de tu coche? —Pidió de manera relajada. Anthony la miró confuso, pero asintió mientras buscaba en su bolsillo trasero.
—¿Qué vas a hacer?
—Esperarte —dijo tomándolas con rapidez para no ser vistos.
—No puedes hacer eso... Tienes clases —puntualizó tras ella en susurro, pues ya se estaba apartando de su lado.
—Para los de último año no. Eres el rector, ¿y no lo sabes? —manifestó sin mirarlo, dirigiéndose a las puertas que la llevarían al estacionamiento.
Anthony se quedó de pie observándola y, sonriendo, negó en gesto dirigiéndose a su despacho.
La pelirroja jugueteó con las llaves en sus manos y observó el panorama en busca de encontrarlo vacío, al ver que había unos cuantos estudiantes, optó por sentarse en el cofre del coche de Ryan y encendió un cigarrillo. Ignoró a conciencia que varios jóvenes la observaban hablando entre ellos y supo que era cuestión de tiempo para que se le acerquen. Armándose de una paciencia que no tenía y de una amabilidad que era reciente, miró cómo se les aproximaban.
—Aquí está la chica de mejor promedio —dijo uno de manera jovial jugueteando con un balón de baloncesto.
—¿Qué dices, pelirroja? ¿Vienes a la fiesta que se hará en la autovía? Seguro ya te enteraste, es sensación —comentó otro sentándose muy cerca de ella y mirándola con lascivia, pero ella lo estudió altanera soltando lentamente el humo del cigarrillo.
—Estoy ocupada. —Fue lo único que dijo sin apartar la fría mirada de él, quien retrocedió un poco por su escepticismo.
—¿Nunca te diviertes? —Se bufó el que poseía el balón.
—Estoy ocupada —repitió.
—Sabemos que te ocupas de acosar rectores y golpear hombres, pero nos preguntábamos si te interesan otras diversiones. —Ambos rieron por su broma y chocaron sus puños mientras se adulaban. Ella solo sonrió de lado y, llevándose el cigarrillo a la boca, respondió:
—Me encanta divertirme, pero no lo hago con imbéciles. Ahora muevan su maldito trasero asqueroso de aquí. —Los jóvenes se miraron entre ellos por su inesperada respuesta y, dedicándole un ademán despectivo, se marcharon dejándola al fin en paz—. Malditos enfermos degenerados —murmuró.
Disfrutó el resto del cigarrillo y en ese estrecho tiempo contempló el aparcamiento. Al detectar que nadie más había, corrió hasta el vehículo del licenciado, zambulléndose y cerrando con prisa. Se alegró de que tuviera los vidrios tintados y, sabiendo que quizá él no iría por un largo rato, se recostó en el asiento trasero apartando varios archivos y libros que allí había.
La joven quedó un tanto sorprendida al ver que el vehículo de Anthony estaba completamente desordenado, por lo que, dando paso a la curiosidad aun sabiendo que era incorrecto, tomó varios documentos para leerlos. Pero luego de un rato desistió de comprenderlos con totalidad, pues eran, en su mayoría, cifras con porcentajes y estadísticas que, sin el documento preciso de ejecución, no entendería. Dejando aquellos papeles de lado, continuó revisando encontrándose con apuntes manuscritos repletos de esquemas de sus clases, había notas dentro de los libros y los leyó con cuidado y con el cejo fruncido. No sabía que su licenciado tenía un abordaje filosófico en sus clases, por lo que acaparó el libro de Heidegger hasta que su vista se centró en la tableta digital que se encontraba en el asiento del copiloto.
Mirando hacia los lados porque sabía que ya estaba pasando los límites, la tomó con rapidez y pronto se encendió festejando con una enorme sonrisa al comprobar que no poseía clave. El fondo de pantalla la hizo alzar una ceja, pues la ilustración de Botticelli, El abismo del infierno, era la protagonista; su licenciado era demasiado obvio, pensó.
Contemplando otra vez por la ventanilla para asegurarse de que él no estaba próximo, se recostó aún más y se sumergió en la violación a su privacidad. Encontró varias aplicaciones de la bolsa de mercados y de distintos bancos y cuando entró a una de inmediato le solicitó la clave de acceso, rápido salió al sentirse avergonzada y continuó en su minuciosa búsqueda de algo inusual.
Entró al navegador y no notó nada extraño más que estuvo investigando por el estado de California, ¿acaso se iría de viaje y no se lo había mencionado? Torció el gesto, preocupada, por esa incógnita que se formuló.
Y pronto vio que su correo estaba allí, se apresuró en mirar el exterior una vez más por las dudas e ingresando a su buzón, frunció el cejo a ver la cantidad de correos que recibía. No reconocía el nombre de ninguna empresa ni de ninguna persona que leía hasta que colocó en el buscador el nombre de su ex. Tragó con fuerza al ver que habían intercambiado varios hacía solo unos días. Rápido se propuso leerlos y aunque él no respondía a sus insinuaciones, sí era claro que ella pretendía algo con él. Comprobó que se trataba de una reunión laboral acerca de un colegio primario donde, además, involucraba una ampliación edilicia. Pero su estupefacción ascendió cuando ella, en los pocos correos que intercambiaron, insistía en que debía verse personalmente de nuevo.
La pelirroja, completamente furiosa, aventó la tableta digital y se cruzó de brazos con ira. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, sabiendo que nada podía decirle porque se descubriría, tomó nuevamente el artefacto para colocarlo en el mismo sitio en que lo encontró.
Se sobresaltó cuando la puerta fue abierta y con rapidez volvió al asiento trasero, observando como él se sumergía dejando su portafolios encima de la tableta, en el asiento de copiloto.
—¿Sabes que es muy inadecuado y peligroso que estés aquí? —dijo mirándola. Ella se encogió de hombros y apartó la mirada realmente furiosa con él. Sabía que en ese momento nada podría decir porque lo único que quería hacer era gritarle—. Todos los jóvenes están abocados a la graduación, ¿por qué no estás con ellos? —Ella arqueó una ceja y él la miró aún más enfurruñado—. Debes dedicarte a hacer actividades acordes a tu edad, no infiltrándote en sitios donde peligra tu juicio.
—¿Por qué no entras y dejas de reprenderme como si fuera una niña? —soltó irritada mirándolo con furia. El licenciado la observó duramente y al final, soltando un suspiro, ingresó al vehículo.
—El cinturón de seguridad, Theodora —señaló molesto observando cómo estaba recostada sin cuidado en los asientos.
—Ya deja de fastidiarme, eres insoportable. Y más tardas en irte, más posibilidades hay que nos descubran.
—Por el amor de Dios —farfulló encendiendo el vehículo y saliendo del aparcamiento—. Quiero que sepas que estoy férreamente en contra que, en estos momentos, estés salteándote las actividades. No puedo creer que esté cediendo a los caprichos de una jovencita.
—¿Disculpa? Esta jovencita de quien hablas es tu novia, así que menos charla y más conducción.
—¿Novia? —inquirió sorprendido arqueando las cejas, no pudo evitar soltar una carcajada—. Resulta que ahora, como te es conveniente, eres mi novia. —La joven se mantuvo en silencio, pero se hundió aún más en los asientos, escapando de la mirada de él y evitando responder su comentario cargado de veracidad—. Dime por qué no estás siendo partícipe de la organización junto a tus compañeros.
—Porque no me interesa. —Anthony se llevó la mano tomándose la frente y cerrando brevemente los ojos; la paciencia se estaba fugando junto al tránsito.
—¿Por qué no te interesa?
—Solo quiero el maldito diploma y largarme de una vez. ¿Para qué mierda voy a fingir algo que nunca me interesó? ¿Por qué a ti se te ocurre? Será que te desagrada como soy, pero descuida, me vale verga —manifestó mirando el techo del vehículo pensando en lo altamente atractiva e inteligente que sería Camila.
—Theodora, no me desagrada como eres. Solo opino que no deberías perderte ningún evento acorde a tu edad.
—La edad transcurrió distinto conmigo —murmuró—. No me fastidies.
—¿Esa es tu respuesta para todo? ¿Qué no te fastidie? A ti todo te fastidia.
—Pues sí, y en este momento estás encabezando la larga lista. —Anthony bufó y negó; y maldijo interiormente cuando quedaron atascados en el colapsado tránsito—. No sé qué tan pesado te pones —continuó ella—; acepta de una vez que sales con una adolescente y nos ahorramos todo este cargo de conciencia. O será que solo estás experimentando.
El licenciado frunció el cejo no comprendiendo su comentario completamente erróneo y rápido se dio la vuelta para mirarla molesto.
—No sé por qué tienes esas apreciaciones tan equivocadas. Aceptar el hecho que la diferencia es estrepitosa no es tan fácil de asumir, pero no eres mi objeto de prueba. Y ahora me dirás por qué estás tan molesta.
—Vete al infierno.
—¡Genial, Theodora! —estalló tomando con fuerza el volante para serenarse—. Teníamos un acuerdo acerca de los insultos. —Al ella no responder, volvió a mirarla—. Es más sencillo que me digas qué es lo que te molesta y lo solucionaremos.
—Me molesta que estés hablando.
—Incredibile, messo a tacere da una signorina —susurró.
—¡Te escuché, maldición!
—Cariño. —Comenzó luego de un rato sabiendo que sus comentarios solo la enfurecían más—, sé que algo te molesta enormemente, puedes decirme todo y lo solucionaremos.
La joven decidió serenarse porque de esa forma no obtendría una confesión de él, así que inspiró una bocanada de aire y, contemplando su perfil simétrico, frunció el cejo molesta. Aunque sus palabras salieron calmas, se percibía la dureza en su voz.
—La semana pasada te reuniste con Camila, ¿no? —Lo vio fruncir el cejo contemplando el tránsito que avanzaba lentamente. Asintió estando de acuerdo—. ¿Qué fue lo que sucedió?
—¿Estás molesta por eso? —inquirió confundido—. No lo estabas cuando te lo mencioné.
—Estoy esperando la respuesta, Anthony —dijo apretando la mandíbula y sentándose erguida para contemplarlo con minuciosidad.
—No pasó nada extraño... Fuimos a beber una copa, me contó un poco de su presente y ya... eso fue todo.
—Si eso fue todo, ¿quieres explicarme por qué tienes correos con ella? —Él de inmediato la miró con incertidumbre y luego su mirada se posó sobre la tableta digital.
—¿Acaso estuviste revisando mi dispositivo?
—¿Lo ves? Ahora te conviene enfadarte para evitar mi pregunta.
—No puedo creer que hayas hecho eso —murmuró lastimado. Ella se avergonzó un poco debido al tono de su voz, quien no mostraba molestia, solo decepción, y estaba por excusarse cuando él prosiguió—: Lo que leíste no es más que una reunión laboral, Camila es pedagoga y quiere trabajar con mi madre en la escuela primaria en la que es directora. Se necesitan fondos para llevar a cabo el proyecto que tiene en mente y, como la jurisdicción a la que pertenece Millersburg no le ha otorgado beneficios, está buscando inversores por otra arista.
—Entiendo —dijo aceptando que eso era lo que había leído—. Pero, ¿por qué se toma el atrevimiento de hacerte insinuaciones? Las leí, Anthony. Ella insiste en que se vean de forma privada e incluso sugirió un "momento de distracción" —espetó molesta.
—No puedo controlar lo que ella manifiesta, pero sí puedo decidir en aceptar o no sus insinuaciones y claramente no lo hice.
—¿Acaso no sabe que estás con alguien?
—No y no tiene que saberlo —dijo mirándola con determinación—. Camila es... totalitaria.
—¿Por qué demonios vas a trabajar con ella sabiendo cómo es?
—Porque es excelente en su trabajo. Ya hablé con mi madre. En situaciones laborales, las relaciones interpersonales deben quedar de lado. Camila será buena en su puesto, se necesita de sus innovaciones en el ámbito en un pueblo como Millersburg; incluso se aprecia que quiera quedarse en el pueblo en vez de acudir a algún colegio prestigioso de cualquier ciudad.
—¿Y tienes que encargarte tú? ¿No puede hacerlo alguien más?
—Así será. No me reuniré con ella, Theodora, pero es por una decisión que ya tomé desde el primer encuentro. Solo estoy recabando datos y luego se encargará alguien más.
—¿Por qué no puede saber que estás con alguien? —Anthony torció el gesto y a Theodora no se le escapó su expresión, estrechó los ojos al ver eso.
—Estuvimos prometidos antes de acabar la relación —susurró y ella abrió la boca asombrada—. Escucha, cariño —dijo rápido, titubeando—, hace años no era el mismo que soy ahora. La relación que teníamos era... dispareja. Cuando nos separamos, estaba tan frustrado por no ser nunca suficiente para ella, que le prometí esperarla.
—Y lo hiciste por seis años... —susurró impactada y con el corazón lánguido.
—No, lo hice hasta que regresé de Italia. No estuve completamente solo por ella, sino que estaba preocupado por otras situaciones, mi madre biológica, por ejemplo. No supe hasta que los meses sin ella pasaron, que jamás volvería a estar a su lado. Pero, conociéndola, ella me lo recordará en cualquier momento y que tú seas de bachiller le servirá para extorsionarme. Por eso no debe saberlo, al menos hasta después de que te gradúes. ¿Entiendes?
La pelirroja susurró una afirmación pensando en toda la información que, en pocas palabras, le había cedido.
—Jamás debes preocuparte de ella ni de nadie. No hay otra mujer que tú en mi presente y futuro. ¿Está bien? —Theodora asintió y volvió a recostarse contra los asientos sabiendo que había muchas cosas en la relación pasada de Anthony que fueron turbulentas.
—¿Tus padres saben de esto? —Él frunció el cejo y luego negó—. ¿Por qué no se lo has dicho?
—Porque nada magnánimo pasó.
—Ella te lastimó psicológicamente, ¿eso te parece nimio?
—No, pero pude sobreponerme sin estropear el vínculo que mantienen con ella. Camila es buena con mi familia y ellos la aprecian mucho. No seré el culpable de estropear una amistad —murmuró. Él sabía que conflictuó mucho la relaciones entre ellos cuando llegó, no sería responsable una vez más y estaba determinado a ello—. En fin, ¿he aclarado tus dudas?
—Sí, aunque ahora la detesto más —dijo tomando un libro para juguetear con él.
—Cariño, ese no era el punto. Debería serte indiferente. No te preocupes por ella, ¿está bien? —La joven asintió dispuesta a olvidarse de la mujer que ya la había imaginado como una harpía sin sentimientos.
—Camila solo te creará problemas —murmuró.
Él no mencionó nada hasta que llegaron al edificio y condujo el vehículo hasta el estacionamiento subterráneo que los recibió en cuanto presionó un botón desde su celular. La joven entendió que de esa manera era más seguro y sintió un poco de pánico cuando la oscuridad se presentó unos segundos para luego unas luces incandescentes resplandecer. Había solo tres coches aparcados y en cuanto él estacionó el suyo, Theodora salió del interior sin esperar a que le abriera la puerta.
—No sabía que había cochera subterránea.
—Es tedioso llegar al departamento, pero es seguro —murmuró tomando varios objetos del interior del vehículo. La joven lo ayudó tomando los ejemplares y apuntes que había leído con anterioridad, y ambos se dirigieron a unas escaleras largas que lo llevarían al primer piso desde otro extremo.
El recorrido les llevó diez minutos y ella estaba a punto de bufar indignada cuando percibió un ascensor de aspecto anticuado frente a ellos.
—Gracias, Dios —murmuró ingresando. Anthony sonrió sin quererlo y, dejando las cosas en el piso de hierro, tuvo que cerrar las puertas manualmente para luego apretar el botón correspondiente a su piso.
—No suele usarse este ingreso —explicó.
—Entiendo el porqué —aseguró apoyándose contra la reja que los anidaba. Lo observó con naturalidad y mordió su labio al encontrarlo tan apetecible. Con aquel perfil simétrico de labios generosos, se imaginó varias cosas que ansiaba hacerle y sus deseos se incrementaron al notar que en verdad era posesiva y necesitaba dejarle en claro a quien pertenecía.
En cuanto ingresaron al departamento, Anthony dejó todos los objetos que en sus manos ocupaba en el escritorio, ella lo imitó y en cuanto estuvieron de frente su respiración se alteró.
—Estoy esperando una disculpa, cariño —murmuró tomándole un mechón de cabello.
—No me disculparé por confirmar mis sospechas.
—¿Y cuáles eran tus sospechas? —inquirió molesto dejando caer la mano.
—Que mantenías una relación "profesional" con tu ex —dijo encasillando con los dedos la palabra.
—Entiendo que estés celosa, pero no hay nada en lo que debas preocuparte —explicó con detenimiento.
—Eso dicen todos —espetó estrechamente para luego apartarse—, y luego ¡oh, sorpresa!
—Theodora no sé de qué hablas. Y parece que no te preocupa en lo más mínimo que esté molesto contigo.
—Pues no, me deja sin cuidado. No me arrepiento de haber esculcado tus cosas —dijo encogiéndose de hombros y él la miró boquiabierto.
—Supongo que bromeas —señaló incrédulo—. ¿Cómo te sentirías al respecto si revisara tu móvil?
—¿Quieres verificarlo? —preguntó altanera rebuscando en su amplio jeans—. Ten. —Acercó su móvil a él.
—¡No! No quiero comprobarlo y no lo haré nunca, confío en ti.
—Si no tienes nada que esconder, no entiendo cuál es el drama que haces —dijo, aunque sabía que estaba cavando su propia tumba.
—Por supuesto que no tengo nada que ocultarte, pero ese no es el punto. Se trata de algo primordial en todos y es la intimidad. No debemos sobrepasar eso y debemos respetar al otro en cualquier aspecto. No necesitas revisar mis cosas personales para saber algo de mí, siempre puedes preguntármelo y te otorgaré la verdad.
—Está bien. Te preguntaré algo y luego habrá más preguntas...
—Siempre y cuando el otro quiera hablarlo —señaló rápido por temor a que inquiriera en sus dolencias añejas. Ella estrechó los ojos y, mirándolo por un eterno minuto, asintió.
Anthony la observó apartarse y dirigirse a los ventanales, estaba de brazos cruzados con la vista clavada en el afuera. Tragó con fuerza al encontrarla exquisita aún en su enojo. Con el cabello rojo suelto se veía indómita y su expresión siempre era la de una rebelde que no atiende a los dictámenes de otro.
Se deshizo de la corbata y el saco; y decidió darle un espacio de tranquilidad, pues sabía qué pensaba en los hechos. Con detenimiento preparó café y en el transcurso pidió que le llevaran el almuerzo.
—¿Hace cuánto sufres de insomnio? —murmuró tras suyo. Anthony soltó el teléfono y contempló la blanca porcelana de la pared pensando en cómo eludir el tema, pero supo en ese momento que de nada serviría. Theodora siempre lo supo y que intente minimizar el hecho solo subestimaría su capacidad.
—Desde que era niño —confesó dándose la vuelta y ella lo miró asombrada.
—¿Nunca te has tratado? —Anthony asintió al recordar todas las revisiones médicas que sus padres lo habían sometido.
—Claro, con terapia. No ha funcionado, entonces no hay nada que se pueda hacer más que ingerir píldoras.
—¿Y las jaquecas? —Él frunció el cejo y asintió para confirmar su cuestión.
—Desde la universidad, más o menos —dijo pensante.
—Muchas responsabilidades y obligaciones —murmuró más para sí misma—. ¿Anoche no has podido dormir? —preguntó mirándolo. Él sonrió de lado y decidió ser honesto.
—He dormido, al menos unas horas, pero he tenido una pesadilla y ya me fue imposible conciliar el sueño.
—¿Tienes pesadillas muy seguidas? —Él negó y ella lo miró estrechamente.
—No te preocupes, aprendí a vivir con ello.
—No es sano, Anthony. ¿Insomnio, jaquecas y pesadillas? Suena a una película de terror. —Él soltó una carcajada y negó en gesto.
—Si te hace sentir mejor, he dormido de maravilla a tu lado. Supongo que mi cerebro sabe que está seguro —dijo riendo.
—No es gracioso —señaló frunciéndole el cejo—. Si duermes mejor conmigo, deberé quedarme más seguido.
—No es tu responsabilidad, cariño. No dejaré que estas condiciones afecten mi conducta, al menos no completamente.
—¿Recuerdas las pesadillas? —Él negó rápido, mintiéndole. La joven se dio cuenta, más no dijo nada. Supuso que en algún momento le contaría, por ello solo se limitó a asentir.
—Ahora quiero que me platiques de ti —dijo tendiéndole una taza de café—. ¿Ya has pensado en la universidad? —El sonrojo de ella no pasó desapercibido para él y, con la paciencia que lo caracterizaba, decidió esperarla.
—No —dijo luego de un rato—. Creo que no iré. Me va bien en la tienda de Bernard —señaló encogiéndose de hombros—, puedo pagar la renta y...
—Theodora, supongo que bromeas —espetó duro. Ella enmudeció y contempló la taza como si fuera su objeto de estudio.
—No soy una chica de universidad, Anthony —susurró casi imperceptiblemente—. El director tiene razón, allí no podré hacer las cosas que hago en el instituto, como dormir.
—El bachiller no está a tu nivel —señaló molesto—. Puedes ir a la universidad que quieras y estudiar lo que prefieras, no muchos tienen esa posibilidad.
—No puedo costear una universidad, Anthony, ni siquiera tengo una beca... —Cerró la boca y tomó la taza con fuerza avergonzada por estar diciéndole eso a él.
—El dinero no es problema ni excusas, cariño.
—No tomaré tu dinero —soltó rápido mirándolo con extrañeza.
—Podrías tomar la beca, sabes que te la mereces por el promedio que tienes. —Ella lo pensó un momento y aceptó sabiendo que no tenía una excusa real.
—Simplemente, no quiero ir —susurró avergonzada, pero con honestidad.
—Está bien —acordó tratando de mantenerse calmo—. ¿Puedo saber por qué?
—Porque estoy agotada —murmuró—. Nunca he tenido tiempo para mí, reflexiono que tomarme un año no está mal.
—Puedes solamente ir a la universidad, no tienes por qué trabajar. Es más, deberías no hacerlo.
—¿Qué dices? Amo mi trabajo...
—Adoras a Bernard. Él seguirá siendo tu amigo, Theodora.
—Ya, pero quiero tener mi dinero. Que sea realmente mío. Me sentiré de la mierda tener que usar el tuyo. —Anthony se llevó una mano a la frente suponiendo en cómo convencerla de lo contrario.
—Debes ir a la universidad, Theodora. Te arrepentirás si no lo haces.
—Lo dices porque tú eres licenciado y un empresario. Disculpa, pero hay personas que esas cosas no les interesan.
—No te estoy diciendo que hagas lo que hice yo, sino que tomes las oportunidades que se te presentan y las explotes para tu futuro.
Theodora frunció el cejo pensando en esa palabra, pues antes nunca tuvo que preocuparse de ello al solo tener que sobrevivir diariamente. Fue en ese momento que se imaginó siendo alguien profesional, segura y exitosa, con un departamento propio y un gato. ¿Podría ella serlo? Se preguntó y supo que si en verdad lo quería, debía trabajar duro para obtenerlo.
—Cualquier universidad te aceptará, aunque hay que investigar cuáles tienen matrículas abiertas.
—No me iría de la ciudad, Anthony —susurró asustada por ese hecho.
—¿Por qué?
—¿Qué hay de ti? —dijo impactada.
—Puedo ir a verte las veces que quieras —accedió de inmediato.
—N-no... No tengo familia, no tengo más amigos que tú y Ryan. No quiero —espetó asustada por tener que separarse de ellos. Anthony, al verla tan acongojada, la comprendió de inmediato.
—Entonces iré donde tú vayas, y podrás viajar a ver a Ryan cuando quieras.
—¿Qué hay de tus trabajos? ¿Dejarías todo sin más solo para que yo no esté sola?
—Si es lo que quieres, sí. Además, sería extremadamente feliz de estar a tu lado. Y mi trabajo puedo hacerlo en cualquier parte del país, es hora, además, que delegue responsabilidades.
—¿Y qué pasará con tu familia?
—Ellos lo entenderán, cariño. No te preocupes por eso. Dime que al menos lo pensarás. —Pidió buscando su mano. Ella observó el gesto y sonriendo asintió, pero sabía que su decisión ya estaba tomada.
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