XXXI
—¡Absolutamente no! —profirió Anthony en extremo horrorizado.
La joven rodó los ojos al contemplar su reacción exagerada. Sabía que él actuaría de aquel modo, fue por ello que no se sorprendió en absoluto por su contundente negativa. Un fuerte tirón en su brazo hizo que perdiera estabilidad y, furibunda, contempló a su amigo de inmediato.
—¿Acaso estás demente? —inquirió Ryan estupefacto.
—En realidad no tengo ganas de soportar los comentarios que seguramente harán. Ya me los imagino cotilleando por los pasillos —comentó mirando un punto inexacto recreando la escena y un fuerte escalofrío corrió por su cuerpo—. Terminaré golpeando a alguien —predijo—. Y no veo lo malo en tomar clases de verano si lo que hacen es dormir en los pupitres. Es aplazar lo que hago a diario.
—¡No, no y no! ¡Bajo ningún precepto harás eso! Te graduarás en tiempo y forma —dijo estrechamente Anthony mirándola con fiereza. Cuando ella estaba por abrir la boca para contradecirlo, él continuó—: Fin de tu sugerencia. Queda totalmente desechada.
—¡Oye, tú no me mandas...!
—Theodora, ¿acaso piensas abandonar a pocas semanas de graduarte? Deja de decir pendejadas, recupera el juicio y vámonos que tengo sueño —pidió Ryan empujándola.
—Es una jovencita, no se puede esperar una sugerencia seria de alguien así —dijo el moreno posicionándose a la diestra del licenciado.
—Marcus, por favor, ya basta. No es momento de tus absurdos e incongruentes comentarios. No le faltes el respeto.
—Sí, cierra la maldita boca si no quieres...
—¡Theodora! —reprendió Anthony—. Será mejor que todos vayamos a descansar. Ha sido un día extremadamente largo y no estamos en condiciones de hablar.
—Llevas razón, me harté de ver sus caras de amargados, estirados y pomposos —farfulló la joven molesta tomando la mano de Ryan para largarse de la vivienda—. Por cierto —dijo volteando el rostro para mirarlo con una sonrisa realmente hermosa—, felicitaciones, licenciado. Maravillosa disertación.
Nuevamente, al recibir un halago inesperado y proveniente de ella, a Anthony lo emocionó haciendo que se ruborizara y sonriera como un niño con sus hoyuelos presentes.
—¿Tu seguridad los llevará? —inquirió ya compuesto Anthony a Marcus sin mirarlo, ya que su visión era ocupada por la indómita mujer que bajaba las escalinatas, de lo más campante, y se dirigía al sendero que llevaba al exterior.
—Sí, no te preocupes. Estarán a salvo —dijo palmeándole el hombro. Él asintió y sumergió las manos en su pantalón de lana, sabiendo que el no preocuparse no estaba dentro de sus posibilidades.
Y Theodora, siendo una experta en lo que desastres se referían, sabía que lo que la esperaba el lunes sería insoportable. Optó por prepararse mentalmente y tomaría la experiencia de ser observada y criticada como una prueba a su temple. Era momento de demostrarse que había cambiado y que ya no le afectarían cuando palabras cargadas de agravios iban dirigidas a ella.
Pero no esperó que todo fuera tan desastroso, llegando incluso al extremo de expulsiones, sanciones, comunicados y ella encerrándose en el aseo de damas como una cobarde.
—¡Si alguien me hubiera dicho que iba a ser tan malditamente estresante, no me hubiera acercado a él aquel día en el bar para acusarlo de haber estado siguiéndonos! —exclamó la pelirroja el lunes, dejándose caer en el sofá. Pero en el momento que pronunció aquello, supo que era bazofia. No lamentaba ni por un segundo haber conocido a Anthony.
Ryan, riendo de forma disimulada al saber que hablaba bajo el dominio de la ira, se sumergió en su habitación pretendiendo cambiar sus prendas por las del trabajo. Pero los gritos de su amiga, eran audibles aún con la puerta cerrada. El rubio sabía que el caos duraría, por lo menos, lo que restaba de la semana, y si Theodora no era lo suficientemente fuerte para soportar las miradas de los demás, terminaría por estallar y de la peor forma.
—¿Qué te dijo el consejero? —inquirió puesto que al estar solos, eran libres de hablar sin temor a ser oídos.
—¡Fue un desastre, Ryan! ¡Mañana el maldito director quiere reunirse conmigo! ¡Y para empeorar la situación, creo que habrá una evaluación psicológica! —gritó ofuscada—. ¡A mí! ¡Quieren evaluarme a mí! ¿Sabes lo que eso significa? ¡No solo se darán cuenta de que estoy demente, sino que descubrirán todo porque se me da de la mierda mentir!
—En realidad no —proclamó Ryan intentando tranquilizarla—. Eres buena para recrear situaciones. ¿Quieres que llame a Sara para que nos preste ayuda? Ella está estudiando psicología, tal vez pueda guiarnos.
La pelirroja, pensando en la sugerencia, se dirigió al frigorífico extrayendo un botellín de cerveza y, sin prudencia, bebió pretendiendo olvidar el día tan complejo que la atosigó.
En la primera hora de la mañana, el rubio la había obligado a abandonar el estacionamiento. La joven ya no se podía permitir más vistazos ni saludos que ocultaban mensajes ocultos, por lo que de mal humor, tuvo que hacerle caso y pretender que ignoraba las miradas que los adolescentes le enviaban. No eran para nada discretos al hablar de ella, ni en observarla, ni mucho menos en juzgarla.
Como Theodora jamás tuvo contacto con nadie en la preparatoria, excepto su amigo, no tuvo que soportar los rumores directamente, pero sí escuchaba sus murmullos y comentarios. Aquello comenzó a hastiarla, y estaba a punto de golpear a varias personas esa mañana de no ser por el recuerdo fustigante de ser una persona prudente, sensata y buena.
Pero todo esfuerzo que la joven se había impuesto se fue por la borda cuando, en plena clase, un patético sujeto que compartían mesa de laboratorio, de la nada, la tocó sin su consentimiento y cuando lo alejó, la llamó ramera trepadora. La pelirroja se asustó y reaccionó por inercia al abofetearlo, pero recuerdos de situaciones pasadas fueron las causantes de no permitirse reaccionar de otro modo. Eso la hizo sentir culpable por un momento, pues, de no haber hecho drama, las consecuencias posteriores no hubieran existido. El sujeto fue enviado a detención y ella a ver al consejero.
La reunión fue realmente incómoda. Se notaba a simple vista que el pobre hombre no sabía cómo abordar el tema y Theodora se preguntó por qué no calificaba una mujer, quienes eran aptas para hablar de sexualidad. A veces, los hombres eran los más depravados en cuestiones sexuales, pero cuando se debía hablar de ello, se mostraban moralmente asaltados por la prudencia y el recato. Odiaba eso.
—Cuénteme cómo está hoy, señorita Anderson —había pedido el robusto sujeto quien el sudor, le complicaba la tarea de ocultar su nerviosismo.
—Como siempre. A excepción del imbécil que me tocó el trasero en plena clase. Ah, y de todos los idiotas que dicen que me acosté con el rector. Al margen de eso, mi día es como siempre —espetó cruzada de brazos, realmente molesta con la situación.
El consejero emitió un carraspeo incómodo y ella le arqueó la ceja preguntándose si había dicho una palabra que alteraba su virginidad. Patéticos, pensó.
—Quiero que sepa que tomamos el asunto muy en serio. No permitimos el acoso en nuestra institución.
La joven no había dicho nada, pues sabía bien que la detención solo era un castigo que de poco servía. Reflexionaba golpear al sujeto que la tocó en cuanto tuviera oportunidad y de inmediato, al presentársele esa certeza, se preguntó qué haría Anthony.
—No importa. Supongo que en unos días se aburrirán y pasarán a algo nuevo.
—De hecho, sí importa. El rector Lemacks, lanzó un comunicado con el afán de proteger su integridad. Verá, el objetivo de esta y todas las instituciones educativas es la de proteger a sus estudiantes. Espero que eso sea conforme para usted, señorita.
—Supongo que sí. Aunque me interesa más el asunto de la universidad, ¿esto arruinará mi futura carrera?
—¡Oh, no! Solo es un rumor, no hay nada que indique algo... ya sabe...
—Claro que no —profirió fingiendo incredulidad—. Solo fui a la biblioteca a...
—A mí no me tiene que explicar nada, señorita —interrumpió nervioso—. Mi deber es saber cómo está.
Theodora le había arqueado una ceja otra vez y, realmente confundida, asintió lentamente. Había algo que se le estaba escapando, pero como no estaba dispuesta a arruinar nada más, terminó asintiendo.
—Aunque si ha habido algún tipo de... ya sabe... —El hombre había carraspeado y acomodó el cuello de su camisa que parecía asfixiarlo—, intento de... —soltó al fin y parecía que iba a desvanecerse—, o extorsión, usted puede confiar en que mantendré su integridad...
—Aguarde, aguarde —había interrumpido harta de escucharlo no poder decir una oración sencilla—. Apenas conozco al rector, solo me encargaba de una diligencia. No es mi maldita culpa que sea un empresario —espetó encogiéndose de hombros.
—Lo siento, no quise suponer que...
—No supuso, solo sugirió la alternativa y se lo agradezco.
El consejero había soltado un suspiro relajado y dejó sus hombros descansar. La joven había querido carcajear al verlo, pero sabía que aunque el sujeto parecía no tener maldad, no estaba capacitado para el puesto. Con una sonrisa tensa, la joven se despidió de él y no supo quién estuvo más aliviado de que la reunión acabara.
El resto de la mañana tuvo que soportar diversos comentarios dirigidos a su persona y aspecto. Muchos muchachos comenzaron a observarla descaradamente y si antes lo hacían, ella no se daba por enterada. Esa mañana no fueron precisamente cautos: le miraban los senos, el trasero e incluso hacían boberías delante de ella para detenerle el paso y así contemplarla más detenidamente. Y si eso no era poco, muchos comentarios sexuales llegaron a sus oídos regándole la conciencia de ser ultrajada.
La pelirroja comenzó a experimentar aún más antipatía por su cuerpo y, avergonzada, el aseo de damas se convirtió en su refugio gran parte de la jornada. Era eso o terminaría golpeando a alguien. Como la segunda opción la había desechado al haberse encaminado por el sendero de la templanza y amabilidad; no le quedó más escapatoria que la migración momentánea a sitios fronterizos alejados de miradas perversas que prometían vulgaridades y afanes sucios.
Y aunque Theodora arremetió contra su aspecto estirando aún más su playera extremadamente grande y tratando de ocultar su trasero ya oculto por los jeans holgados que utilizaba, no se le ocurrió considerar que la cosificación no discrimina vestuario y no importaba qué usara ella. Los medios la habían tildado a manera de la "fogosa" supuesta novia del empresario y solo eso quedaba en la memoria del público, pues no había una verdad mejor impresa en las mentes precarias que la estigmatización de una mujer por su apariencia.
Cuando decidió salir de su refugio ya habían pasado varias clases. Se enredó el cabello en lo alto de su cabeza con pretensión de ocultar el rojizo evidente y solo entonces consideró la idea de pintarlo de un color más sobrio como castaño o hasta negro, pensando que cualquiera era mejor que el que tenía.
Frunciendo el cejo, recargó la mochila vieja y desgastada sobre su hombro y, agotada de tener que hacer al menos un poco de acto de presencia, se había dirigido a su aula encontrándola atiborrada, pero todos de inmediato hicieron silencio cuando ella ingresó. Pero desconocía que, tras ella, un licenciado extremadamente pulcro con un traje estilo italiano se paraba con cejo fruncido y, sus ojos, que al llevar gafas solo resaltaban aún más sus verdes de un tono extraño, observaba a los estudiantes con frialdad.
Todas las jóvenes suspiraron y lo miraron embelesadas, no creyendo que aquella chica de apariencia corriente haya captado la atención de él.
Anthony tuvo que hacer un trabajo enorme para no mirar a su musa que, a paso lento y ofuscado, se dirigía a su pupitre. Al parecer había llegado tarde a su clase otra vez, pensaba el licenciado.
—Señor Meyer, señor Alamis, señorita Judkis, por favor, acompáñenme —pidió mirando al trío que se habían encargado de hostigar a Theodora. Los jóvenes le fruncieron el cejo y luego de exclamar un suspiro enfadoso, tomaron desganados sus utilerías de clases—. Y sin complicaciones —dijo tratando de mantenerse sereno.
Todos contemplaban la escena, la pelirroja, compuesta de ver a su licenciado tan atractivo usar ese tono autoritario y no con ella, se contuvo de carcajearse y se distrajo fingiendo que buscaba su libro de apuntes.
—Lo que sea que haya dicho, no le crea —dijo uno de los jovencitos señalándola—. Ya ve lo que quiso hacer con su vida metiéndose en su oficina. Seguro lo despedirán luego de eso...
—Señor Meyer, no lo pediré de nuevo. —El joven lo miró con odio y, dirigiéndose a Theodora, captó la atención de esta.
Anthony, al prever que él no podía tocar a ningún estudiante, asintió al guardia de seguridad que esperaba tras la puerta por cualquier altercado.
Era bien sabido que en la preparatoria, la diferencia de clases hacía del lugar hostil y peligroso. Una de las medidas que el licenciado implementaría era un detector de metales en el ingreso y más guardias. El índice de delincuencia y delitos con arma blanca escalaban a cifras terribles en los barrios donde provenían la mayoría de los estudiantes, incluso algunos detenidos eran alumnos de la preparatoria. Prevenir la violencia y hacer actividades de concientización era menester para otorgarles al menos un sitio seguro en el cual estar. Era un trabajo arduo y lento, pero Anthony pensaba llevarlo a cabo.
—Cuídate la maldita espalda, ramera —espetó acercándose a su pupitre.
—¿Ah, sí? Cuídate el asqueroso cuello, tal vez me dé la gana de cortártelo —dijo Theodora alzándose para enfrentarlo.
—Señorita Anderson, vuelva a su asiento. —Anthony miró a ambos y tragó con fuerza al ver la reacción fría de ella, pero mantuvo un porte seguro y duro. El guardia solo tuvo que tomar al joven del hombro y nada grave más pasó que alterara el curso de la mañana, el licenciado agradeció eso.
Theodora frunció los labios al recordar aquellos sucesos y creyó que, definitivamente, ese día debió quedarse en el departamento. Volvió a enfocarse en el presente cuando Ryan la empujó levemente del hombro.
—¿Y qué dices? ¿Le hablo a Sara?
—¿E involucrar a alguien más? —preguntó en un hilo de voz a la sugerencia y fue en ese momento que se percató de algo fundamental—: ¡Todos los que fuimos a las cabañas lo saben, Ryan! —gritó asustada.
El rubio quedó estático frente al refrigerador y con la expresión horrorizada, acordó con ella. Ambos se precipitaron al teléfono e hicieron un desastre en el intento de llamar a Anthony. Al final, el móvil terminó en el suelo alfombrado y ellos golpearon sus cabezas el uno con el otro cuando se lanzaron a recogerlo.
—¡Déjame a mí! Trata de tranquilizarte, por dios —profirió el rubio tomando el aparato y sentándose en el suelo mientras se sobaba la frente. La pelirroja de inmediato se arrodilló a su lado con pretensión de oír y lo obligó a ponerlo en altavoz.
Después de varios intentos, Theodora comenzó a pensar que Marcus le había facilitado ese nuevo número con el código de área de California mal. Pero, cuando el resultado obtenido era el acusatorio tono que solo los ponían más nerviosos, Anthony respondió:
—Escúchame, jovencito, estoy en plena clase en la universidad. Espero que tu insistencia sea por algo importante.
—¡Los chicos de las cabañas! ¡Ellos lo saben! —habló con desesperación y, Theodora, se llevó la mano en forma de puño para morderse los nudillos a causa de la impresión. Los nervios en su anatomía la estaban privando de ser alguien racional.
—Cálmate, trata de formar una oración con contexto para que pueda entenderte.
—¡No estoy para tus putas pendejadas ahora, Anthony! —gritó Theodora con manos temblantes—. ¡Es cuestión de tiempo que todos lo digan! Podría ser Lidia...
—¡Oye! —exclamó Ryan en defensa de su hermana.
—¡O el idiota que golpeé cuando insultó a Penélope!
El licenciado se llevó una mano a la frente y, tratando de serenar a unos adolescentes hormonales, catastróficos, e impredecibles, habló con calma:
—Pido temple para ambos. —Ryan y Theodora se miraron estupefactos—. Ese asunto está solucionado desde el momento que supe que estudiaban en una preparatoria. —Anthony saludó con una inclinación de cabeza a un colega que, mirándolo curioso, caminó lentamente a su lado dirigiéndose a su clase. Bajando aún más la voz, continuó—: Fue gracias a Marcus. Él se encargó de todo: cámaras de seguridad, registros de llamadas, y cada uno fue notificado por los abogados y —carraspeó— remunerado para que guardaran silencio.
—¿Estás diciéndome que Sara recibió dinero de ti y no fue capaz de comprarme la maldita chaqueta que vimos en el centro comercial? —dijo Ryan herido. Theodora lo miró con expresión incrédula y, por su parte, Anthony no pudo evitar sonreír.
—Ryan, hace rato que dispones de una cuenta. Podrías haberte comprado la chaqueta tú mismo.
—No tengo una maldita cuenta, ni siquiera tengo un puto seguro laboral —dijo mortificado.
—Sí, lo tienes. Debo irme. Theodora, ¿estás bien? Sé que hoy fue difícil para ti.
—No te preocupes, unos comentarios vacíos no me intimidan —mintió—. ¡Pero tú! ¡No puedes decir todas esas malditas cosas y esperar que fuera normal! —profirió la pelirroja anonadada. Ryan, por otra parte, vitoreaba festejando por poseer una cuenta bancaria—. ¡Haces estas cosas de demente y abusivo y crees que puedes salir indemne!
—Ryan, ¿te opones a tener una cuenta a tu disposición? —preguntó sabiendo la respuesta, pues sus gritos de felicidad se escuchaban con estrépito.
—¡Por supuesto que no!
—¿Ves, cariño? Hay ciertas cosas que deberían ser más sencillas. Ryan es feliz. Es lo único que importa.
—¡Pues está mal!
—Deberíamos hablar del bien y del mal, otra vez.
—No me convencerás con tus discursos de... de... profesor pedante.
—Trataré a que no suene como un discurso pedante. Debo irme, cariño, trata de no enfadarte mucho. En la distancia, te amo más.
—¿Cuándo te veré? —preguntó tratando de sonar enfadada y no una patética enamorada—. Ya sabes, para hablar del bien y del mal —aclaró hundiéndose aún más. Anthony sonrió y negando en gesto, miró el cielo descubierto que acunaba unas nubes clamorosas.
—Antes de que me extrañes.
—Pues ya estás tarde —susurró. El licenciado se sonrojó y conteniendo una sonrisa luminosa, respondió:
—Entonces lo remediaré, mi amada. Hasta pronto.
Pero el concepto de extrañeza, tiempo y remedio comenzó a inquietar a la pelirroja. Pues los días pasaron y ella no tuvo noticias de él. Y si no fuera porque lo veía de forma diaria en el colegio y las miradas furtivas que se dedicaban le alteraban el pulso, hubiera creído que todo entre ellos había acabado.
Theodora no sabía que Anthony estaba siendo extremadamente puntilloso, metódico y astuto en construir la forma en que se encontrarían, pues aunque la extrañaba con ahínco, la seguridad de ella era primaria y no se permitiría un desliz más que le afectara los días.
El licenciado tuvo que ser objetivo en las decisiones en cuanto la sanción final que sentenciaría en contra de aquellos que la habían hostigado de forma grave, pero no dudó en desafectar hasta que la graduación culminara al sujeto que se atrevió a abusar de ella. La oposición que recibió del director ante decisión tan magnánima por un hecho poco trascendente, según la perspectiva de él, hizo que Anthony se replanteara cómo fue posible que un sujeto así esté a cargo de tantos estudiantes.
Por otra parte, pasó el resto de la semana esperando nervioso que la junta directiva de la universidad lo llamara por los fuertes rumores, pero nada pasó y él, relajado aunque aún alarmado, pudo continuar con sus jornadas sin altercados más que algunos periodistas que lo esperaban en el edificio de la empresa o en el de su vivienda. Fue necesario incluso que contratara a un guardia de seguridad, pues el insistente acoso no lograba que se desplazara con la normalidad en la que antes disfrutaba.
La noticia se ahogó rápido y solo quedaban rastros en redes sociales que confabulaban teorías irrisorias. En el mundo de la abundancia informativa, una noticia así de menor, no tardaría en remitir el impacto, sobre todo al no haber pruebas contundentes. Eso fue un gran alivio para Marcus y los abogados que aunque notaron un aumento notorio en los hoteles principales de la ciudad, no podían dejar de desear que todo culminara.
—Creo que ya pasó lo peor. Ahora es momento de ser precavidos —dijo el moreno caminando al lado de su amigo, dirigiéndose al edificio. Pisándole los talones, Collins, el agente, los seguía.
Habían decidido salir a almorzar a un restaurante cerca del departamento, tomándose así, un descanso entre tanto trabajo pendiente.
—Señor Lemacks, Leo me informa que una visitante está en el edificio. Su nombre es Camila Rodríguez —dijo Collins tocando el auricular que llevaba—. Espero indicaciones.
Anthony se petrificó y, deteniendo el paso, se llevó una mano a la frente ocupándose de asimilar la aparición de Camila. Nervioso, dubitativo y compungido, miró a Marcus que lo evaluaba tratando de contener la carcajada, y él solo quiso huir de semejante encuentro vergonzoso.
—¿Señor? —Collins lo miraba evaluando si aquella visita era o no segura y, frunciendo el cejo, comenzó a ordenar que la despidieran.
—Aguarda, Collins —dijo el licenciado con un hilo de voz, por lo que tuvo que carraspear—. La recibiré.
El guardia de seguridad lo estudió por unos segundos y al final asintió. Marcus, por otra parte, lo empujó levemente haciéndolo reaccionar y riendo realmente divertido, se despidió del licenciado marchándose en dirección contraria.
—¡Tienes tu vehículo en el edificio! —gritó Anthony al verlo cruzar la atestada calle.
—Pediré un taxi porque no quiero presenciar esa vergüenza —exclamó para luego carcajear.
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