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XXX

La culposa ambigüedad desbarató con solidez y acierto la tarea finita de catapultarse a su más insana proclama que la conducían a mover su cuerpo a lugares no pertenecientes. Esa ambigüedad, donde preponderó la razón, la llevó a dejarse caer en el asiento al entender que él, una vez más, estaba ajeno, lejos, inalcanzable y, brutalmente, azotado por el juicio intrínseco que creó.

Observó con parsimonia como el recinto era desusado por jóvenes codiciosos de saberes y entregados al tribal ritual de reunión donde, seguramente, compartirían risas y charlas magistrales. Soltando el soplo, se advirtió ajena a todo y aquello le dificultó tanto la noción en la que estaba sumida que lágrimas preponderantes incordiaron sus huestes conceptuales sabiéndose una marginada. Fue entonces que se encontró perdida entre la muchedumbre, no pudiendo ni siquiera acaparar algún sitio donde fuera cobijada con verdadero afán de salvaguardarla: la soledad devino y, con ella, la absoluta idea de un indicio de irracionalidad.

Contuvo la mueca que acaparó su perfil y, restando importancia a aquel absoluto, se obligó a contemplar al ser que despertaba su sentido analítico hacia sí misma que tanto temía. Con una sonrisa tensa que derrocaba caminos empedrados y magullados de la tristeza, Theodora apreció el momento exacto en que él reparó en ella por escasos segundos, pues pronto su atención fue acaparada por personas que, fácilmente, a ella la destronarían.

Un hombre de apariencia ladina se posicionó a su diestra, separándolos exactamente tres butacas. Algo en su expresión hizo que la joven lo mirara brevemente, pero al reparar que la estaba contemplando, apartó la mirada martirizada. Se mordió el labio por inercia y alzando sus ojos contempló que aun Anthony estaba en plena charla con personas, seguramente, académicas.

—Y aquí estamos —profirió el hombre haciéndola sobresaltar. La pelirroja de inmediato lo miró incógnita—. Nuestras citas han decidido hacernos esperar —aclaró con la vista clavada en una alta mujer que, riendo, conversaba junto con Anthony y las demás personas.

—No estoy esperando a nadie —espetó a la defensiva y molesta por solo quedar reducida a una mujer que observa parcialmente una escena que siempre le será ajena. Avergonzada por eso, carraspeó mientras se preparaba para irse.

—Me disculpo por suponer —enfatizó aun sin mirarla. Theodora no respondió, puesto que, ante la mentira que antes proclamó, lo mejor era el silencio—. Están ofreciendo vino tinto, ¿le apetece una copa o ya debe irse? —ofreció.

—El vino suena bien —aceptó. El hombre se puso de pie, indiferente a la mirada fría que un licenciado le dedicaba, y, con elocuencia, guio a la joven mujer por la sala casi vacía hasta el recibidor.

Theodora se sorprendió al encontrarla repleta y con charlas fluidas repartidas por todas partes. Alcanzó a ver a Dereck que caminaba de un lado a otro con papeles y bolígrafo, y frunció el cejo preguntándose qué estaría haciendo. Pronto estuvieron ante una mesa repleta de bocadillos salados y dulces, pero la joven, al aún estar sintiéndose incómoda, pues sabía que ese lugar no era apto para alguien como ella, se mostró reticente a tomar algo. Aunque pronto el hombre rubio tomó un platillo llenándolo con variedades y, tomando una copa, le tendió ambos.

—No sé cuál es su preferido —masculló haciendo un gesto atractivo con la boca mientras observaba la comida.

—Es demasiado —concluyó aceptando ambas ofrendas mientras se dejaba guiar a otro extremo—. ¿Usted trabaja en la universidad? —inquirió bebiendo un sorbo del exquisito vino seco que, en su paladar, bailó con gracia.

—¡Oh, no! —exclamó riendo—. Soy reportero, trabajo para Senssacional. —A la joven la expresión se le descompuso y, con mano temblante, dejó la copa sobre la superficie.

—Entiendo. ¿Qué desea? —espetó con frialdad siendo directa.

—Solo unas preguntas inocentes —dijo tranquilo bebiendo de su copa—. ¿Está usted bien? —inquirió estrechamente.

—¿Así es su ética de trabajo? —preguntó indignada. Él solo se encogió galantemente de hombros sin dejar de observarla—. No responderé a ninguna de sus cuestiones.

—Como desee —concedió—, aun así, no niegue que el vino está exquisito. —Ella solo asintió consciente de no responder absolutamente nada, pues podría, fácilmente, ser su ruina. Deseó irse, pero aquello levantaría aún más sospechas. Con los nervios a flor de piel, tomó la copa nuevamente y la bebió de un trago—. ¡Vaya! —exclamó—. Eres una caja de sorpresas, ahora entiendo por qué el empresario MacLeòîd se fijó en usted.

—No sé de qué me habla —espetó.

—¡Oh! Disculpe —dijo levantando una palma, pues la diestra la ocupaba su copa—. Sin preguntas ni comentarios personales.

El móvil de la joven comenzó a vibrar de forma insistente en su bolso de mano y, agradecida por tener una excusa, de inmediato respondió sabiendo que Anthony la alertaría de lo que ya sabía.

—Cariño, lo siento, pero debes irte de inmediato. Hay reporteros por todas partes buscando alguna primicia y, por si fuera poco, el director Masson también está. Él ya te vio, vete antes de que te aborde. Ni bien logre desocuparme, te buscaré —dijo precipitado en cuanto respondió—. Te enviaré una dirección, ¿puedes esperarme allí? —pidió acongojado.

—Claro —acordó de lo más calma—. Pasaré por Sara y luego por ti. ¡Nos vemos! —Anthony farfulló una maldición en italiano y, la joven, fingiendo una sonrisa de lo más convincente, colgó la llamada mientras se daba la vuelta a mirar a su acompañante—. Debo irme, ha sido... ¿Un placer? —inquirió arqueando una ceja.

El hombre soltó una carcajada y, negando en gesto, le tendió la mano. Theodora se la estrechó un tanto dubitativa y reticente, el cálido toque la hizo fruncir el cejo, pero solo contrajo los labios y se apartó de inmediato.

—No podrán ocultarlo por siempre, señorita —dijo en un susurro. Ella, molesta por semejante observación, abrió la boca estupefacta—. Además, ¿cuál podría ser el problema? —Continuó con fingida inocencia.

—No me ha dicho su nombre —espetó sin pretensión de negar ni afirmar absolutamente nada.

—Ezra Muss, a su servicio —dijo extrayendo una pulcra tarjeta blanca mientras se la entregaba—. Cuando quiera hablar, de cualquier cosa, solo llámeme, señorita... —dijo haciendo un gesto invitándola a que le dijera su nombre. Ella fingió una sonrisa en extremo falsa e, ignorando su petición, se largó del recinto agradecida de al fin estar fuera.

Pero Anthony, lejos de lograrlo, se encontraba inmerso en el conglomerado que había decidido efectuar sus cuestiones e invitaciones en ese preciso momento. Abordado desde todos los ángulos, se encontró en la obligación que le demandaba su amabilidad y estatus.

Deseoso de acabar con la jornada de una vez, las horas transcurrieron realmente lentas martirizándolo. Pero se mantuvo comunicativo y de buen humor para no despertar ningún tipo de sospechas. Varios reporteros se le acercaron y solo bastó una negativa para que dejaran de incordiarlo, aunque nada pudo hacer ante las fotografías que le tomaron.

Intranquilo, se preguntó si alguien se habría percatado de Theodora escurriéndose de la oficina minutos antes del inicio de la disertación y no tuvo que estar mucho tiempo con la duda, pues, al poco tiempo, Marcus le envió el enlace de una nueva noticia en donde la fotografía de su musa era extremadamente clara. Llevaba un llamativo titular donde rezaba las palabras: "¿Será ella la pareja del empresario? Si algo estamos seguros, es que su cabellera es inconfundible."

De inmediato, apartándose del grupo y soltando una disculpa torpe, marcó a su amigo que al segundo tono respondió.

—¿Estás aún en la biblioteca? —inquirió el moreno alarmado. Anthony solo pudo articular una afirmación al prever el desastre—. Ven directo a mi casa de fin de semana, estoy contactando a Theodora. Dime donde está ella.

—Le pe-pedí que fuera al hotel central —murmuró ahogado. Escuchó el ruido de una puerta ser azotada para luego el fluir del río.

—Está atestado de periodistas. ¿Hace cuánto fue esto?

—Casi dos horas —espetó trotando a su vehículo, ignorando varios reporteros que se alzaban ante él.

—Esto es un desastre. Tú ve a mi casa, yo intentaré localizarla. Procura que nadie te siga —dijo oyéndose el motor del coche encenderse—. Y, Anthony, no la llames. Luego te explico.

Aunque Theodora, incapaz de acatar una orden, sea cual sea, se encontraba en el bar más cercano a su departamento con su amigo tomando unas cervezas, ajena e ignorante a lo que estaba sucediendo.

El parloteo de la joven se acompasaba al semblante serio y carácter de pocas palabras que Ryan presentaba. La pelirroja no había dejado en ningún momento de hablar de la disertación y de lo increíble que Anthony era y, a pesar de que el rubio no lo dudaba, no pudo ignorar que sintió envidia por él.

—¿Ese era el café literario que mencionaste? —inquirió con media sonrisa para luego beber de un solo trago el resto de su vaso.

—Sabía que algo ibas a objetar si te contaba —dijo a la defensiva, aunque ruborizada por haberse descuidado en su mentira. El joven solo negó con una sonrisa.

—¿Piensas responder esa maldita llamada? —profirió ya irritado—. Lleva mucho tiempo insistiendo.

La joven bufó y mirando nuevamente la pantalla de su celular, temió responder por si era algún periodista que había dado con ella y conseguido su número. Soltando un suspiro y tratando de mantener una postura serena, respondió:

—Seas quien seas, déjame decirte que eres extremadamente insoportable —proclamó logrando que Ryan la mirara de inmediato con ceja arqueada. La joven escuchó un murmullo que, supuso, serían maldiciones y luego un fuerte bufido:

—Soy Marcus. —Theodora abrió la boca asombrada y estaba por colgar la comunicación cuando él continuó—: No cortes la llamada. Ha surgido un desastre y es imperativo que te reúnas con Anthony. ¿Dónde estás? Pasaré por ti.

—¿Cómo sé que no quieres asesinarme? —inquirió y se arrepintió de inmediato al sonar tan absurda.

—Me lleva el demonio... ¿¡Dónde estás, Theodora!?

—Te enviaré la dirección ­—masculló apenada.

Marcus, enfadado, botó el teléfono al salpicadero luego de configurar la dirección en el GPS. Estaba irritado por tener que encontrarse con la jovencita, pero haría cualquier cosa con tal de que Anthony estuviera a salvo, incluso si eso equivalía ahogar su orgullo y ego.

***

Por insistencia de la joven, Ryan se encontró sumergido en el flamante Audi TT que, con una sonrisa deslumbrante, no dejaba de exclamar que la aventura sería, sin dudas, emocionante. Marcus, a pesar de estar irritado por la situación baja, no pudo evitar sonreír ante la absurda consciencia del joven rubio que, encantado, ya ideaba planes para que su amiga pudiera llevar a cabo la relación con Anthony.

Theodora, por otra parte, se mantenía silenciosa y solo las pocas palabras que Marcus le había dirigido la hizo sentir un poco en paz con su accionar:

—Gracias por hacer lo que se te venga en gana, sino, ahora, estaríamos en problemas —había manifestado en cuanto la vio en la acera esperándolo.

Luego de eso, ninguna palabra fue replegada por parte del moreno. Solo le tendió el teléfono con la noticia que en pocos minutos se había viralizado no solo en la ciudad, sino en otros puntos del país. Tragando con dificultad leyó la amena nota donde las especulaciones estaban tan bien labradas que, fácilmente, podían interpretarse como ciertas.

Comprendió en ese momento que ella, a pesar de los esfuerzos que hiciera por mantenerlo oculto, sería imposible. Con la decepción grabada y admitiendo que Marcus tuvo razón todo ese tiempo, se atrevió a mirarlo. El moreno llevaba una conducción acelerada, pero sensata y su semblante denotaba preocupación.

—Lamento todos los conflictos que ocasioné —confesó soltando un suspiro y dirigió la vista a la autopista atestada.

—Trataremos de solucionarlo —dijo enfático y aunque él dudó eso, no lo manifestó, pues de nada serviría preocupar a la joven.

El viaje se tornó lúgubre y Theodora contempló el paisaje de una ciudad orillándose. El Río Ohio pronto apareció ante ellos, creando facetas en el agua por las luces de la ciudad. La joven, que nunca había estado en esa parte, se percató sorprendida al apreciar lo hermoso que era la noche alta con el río infranqueable que delimitaba ciudades.

Pronto llegaron a un barrio opulento con vista al río y Marcus exclamó aliviado cuando vio el vehículo de Anthony aparcado dentro de la propiedad. Una gruesa e impenetrable valla de arbustos impedían la visión del exterior, pero ambos jóvenes aguardaron la respiración cuando el vehículo se detuvo tras el Chevrolet negro.

Ryan soltó un silbido apreciativo en cuanto descendieron y se encontraron con la monstruosa construcción. Toda la planta baja era vidriada y en el interior, la joven, percibió a Anthony deambulando con el teléfono pegado al oído.

Con el corazón acelerado, miró a Marcus para que se apresurara a ingresar, ya que ver a su amado solo la instaba a correr a sus brazos, pero el moreno estaba muy ocupado dentro del coche revisando unos papeles. Ryan, sin ningún problema, subió los escalones principales y golpeteó la enorme puerta de vidrio, logrando que pronto Anthony reparara en ellos dirigiéndose a recibirlos.

Theodora de inmediato se abrazó a él embebiéndose de su embriagador aroma. El temor los cobijó siendo padrino de ambos seres agotados de tanta inquina y, sabiéndose derrotados, se observaron largo tiempo a los ojos manifestando el amor que cada uno se profesaba: Anthony de manera eterna y Theodora apremiante.

No ignoraban el caos que su relación significaba. Eran conscientes de lo inadecuado que era, pero se amaban.

Anthony intentó refrenar la necesidad que se le despertaba por ella, de pertenecerle y adorarla. Sabiendo la situación ambivalente, el licenciado había pasado por un proceso de contemplación y revisión tanto en su accionar como en su ética. Sus estructuras y creencias fueron fieramente golpeadas, alegando que fue muy pronto levantar objeción al no antes vivenciarlo. Su musa, quien era una joven estudiante, representaba aquello que, para él, lo ilusionaba. Se preguntó, incluso, si era un carenciado de afecto, pero, sabiendo amar y ser amado, desarraigó ese justificante para proclamar y aceptar que estaba realmente enamorado.

—Tendremos esta conversación y será ahora, porque, lo lamento, su relación afecta a muchas personas. —Marcus ingresó a su hogar con bastos papeles en mano y, mirando al dúo, se hastió con el panorama, pues él no se lo explicaba. Conocía a Anthony lo suficiente para afirmar que siempre fue estricto, duro e inflexible ante las normas, pero ahí estaba. Al límite de perder todo por un amor altamente imposible.

—¿Tienes algo fuerte? —preguntó el rubio posicionándose a su lado en la caminata por la amplia sala. El moreno lo miró estrechamente, de arriba hacia abajo, evaluando su juventud.

—Eres mayor de edad, ¿cierto? —inquirió irónico. El joven se carcajeó y, luego de palmearle el hombro, tomó lugar en la amplia mesa de madera precedido por la pareja que aún llevaban las manos entrelazadas.

El cuarteto se miró sabiendo que los unía, de diversos grados, el amor. Por ello, todos inspiraron bruscamente y decidieron cuidar sus palabras, en especial Marcus, quien contempló que nada aportaría hacer comentarios maliciosos.

—Expongamos los hechos —dijo el moreno una vez que terminó de servir coñac en cada copa.

—Tienen la fotografía de Theodora, y el equipo nada puede hacer para eliminarla. Se viralizó —expresó Anthony cargado de frustración—. Ya hablé con mi abogado, levantará una demanda a la revista que de nada servirá para revertir el hecho.

—Pero sí para detener que se siga creando información absurda —señaló Theodora. Marcus asintió estando de acuerdo y, bebiendo un trago, fue honesto:

—Es cuestión de tiempo que adquieran tu identidad, si no lo hacen los medios por tener los abogados involucrados, sí lo hará alguna persona que te conozca y vea la noticia. Frente a eso, ¿qué hacemos?

—Planeaba objetar que estoy trabajando en un proyecto guiado por ti —dijo la pelirroja de inmediato mirando a Anthony. Él la contempló con el cejo profundizado y comenzó a negar, reticente ante la sugerencia.

—No. Solo complicaría las cosas.

—Anda, rector, utiliza tu poder para salir de esta —señaló Ryan alegre, pues la idea de su amiga le parecía perfecta.

—¿Rector? —inquirió Marcus alarmado.

—¿Disculpa? —preguntó inquieto Anthony mirando a Ryan, pues su comentario lo desquició.

—¡¿Eres rector de estos jóvenes?! —profirió el moreno estupefacto—. ¡¿Cuándo demonios sucedió eso?!

Anthony arqueó una ceja y lo miró impasible, no pretendía darle más poder de influenciar o criticar sus acciones.

—En el momento que estaba por salir a la luz el fraude con las becas —señaló impasible, mirándolo.

—¿Sabes que eso solo complica aún más las cosas? —dijo el moreno llevándose las manos al rostro—. Tenías a los abogados pertinentes para solucionar el conflicto, Any —exclamó lánguido, agotado de que no quisiera delegar responsabilidades.

—Quería hacerlo personalmente y es una decisión de la cual no me arrepiento.

—¡Pues ahora lo harás! ¡Es un maldito desastre! —exclamó el moreno. Theodora abrió levemente la boca ante su arrebato y de inmediato observó a Anthony y Ryan que lo miraban de ceja arqueada.

—En serio que te agrada el drama —señaló el rubio.

—Cualidad que no aporta nada a la situación —enfatizó Anthony.

—¡Bien! ¡Parece que tienes todo planeado, ya que te muestras tan medido! ¡Ilumínanos, a ver qué sugieres!

Anthony no pudo evitar soltar una risa al ver a su amigo tan irritado con él y luego de guiñarle un ojo observó a los jóvenes:

—Eliminaremos toda comunicación. —A Theodora la expresión se le descompuso y, molesta, miró con furia la mesa—. El director Masson te ha visto en la disertación, cariño, y la fotografía es cuando salías de la oficina, por lo tanto, es comprometedora. —Ambos jóvenes asintieron estando de acuerdo.

» Trabajas con Bernard, eso nos ayudará para salir de este embrollo. Pues si manifiestas que estás abocada a un proyecto escolar no tiene sustento: las actividades referidas al área literaria están truncadas en el instituto. Es una mentira que solo empeorará las cosas.

» Bernard es un cercano conocido de mi familia, lo considero mi tío. No tendrá problemas en... cubrirnos —dijo y luego carraspeó—, aunque no creo que sea necesario aclarar ciertas cosas. Solo menciona que me entregaste un tomo de su librería y que, la curiosidad por escuchar de qué se trataba la disertación, llevó a que te quedaras. Nadie dudará eso por dos motivos: es una respuesta subjetiva y tu promedio, especialmente en el desempeño en las artes, te avala.

» ¿Estamos todos de acuerdo?

El trío, remitente, asintió aceptando que, verdaderamente, era la única opción viable. Ryan dejó descansar el cuerpo sobre la mesa y miró a Marcus que, con el cejo fruncido, consultaba la tableta digital.

—¿Cuándo terminas en el bachillerato? —preguntó el moreno.

—En unas semanas no será necesaria mi presencia. Aún estoy resolviendo conflictos.

—En ese tiempo, ¿es imposible que se mantengan apartados? —inquirió lentamente mirando a ambos. Anthony exhaló un suspiro y miró a su musa quien parecía enfadada.

—Sí, será lo mejor —acordó sabiendo que era lo sensato.

—¡No! —exclamó Theodora enfática—. ¡No pueden negar que nos veamos!

—Cariño, es lo mejor.

—Lo mejor sería que se mantuvieran apartados todo un año —susurró Marcus terminando el coñac de su copa. Theodora de inmediato lo miró con el cejo fruncido.

—Lo mejor sería que te metieras en tus malditos asuntos —espetó. El moreno le arqueó la ceja y, cuando estaba por responderle de manera mordaz, Anthony intervino:

—Que ambos comiencen a discutir no cambiará la situación. Marcus, compórtate y, Theodora, no maldigas—pidió.

—Sabes que él empezó —dijo Theodora señalando a su rival. El rubio, no soportando más, exclamó una carcajada.

—Tal vez, si no fueras tan irresponsable, no tendríamos que estar viéndonos —refutó el aludido.

—¡Ya basta! —exclamó el licenciado harto de que la antipatía de ambos lo incomodara—. Entiendo que no se toleran, pero ¿podrían, por favor, comportarse? La situación ya aconteció, que estén... —dijo haciendo gestos, pues no le salía la palabra—, impugnándose, no aporta absolutamente nada.

—El que no aporta nada es él —señaló la pelirroja en un murmullo cruzándose de brazos y mirando a otra parte.

—Cariño, ya basta, por favor. Marcus nos ha ayudado hasta el momento, ¿sí?

—¡¿Ayudado, dices?! ¡Me abordó en mi departamento e hizo toda una estratagema para distanciarnos!

—Que obviamente no funcionó —susurró el moreno.

—¡¿Lo ves?! ¡Ni siquiera tiene la decencia de negarlo!

—Cariño —comenzó Anthony mientras la tomaba de la mano—, no justifico su accionar y él sabe que lo repudio; pero hay explicación tras el acto. —Theodora lo miró boquiabierta y luego a su amigo que asentía, aunque de inmediato frenó el gesto al saber que la joven estallaría.

—¡Supongo que bromeas! —gritó. Anthony apretó la mandíbula y se preparó para el estallido—. ¡Sería genial que te pusieras de mi parte, pendejo! El maldito va a mi departamento y me amenaza con enviarme a prisión y, aun así, ¡¿lo defiendes?!

—Dije y repito que repudio su accionar, pero hay explicación. Mi postura es de mediador, cariño. Nada iba a pasarte, no lo permitiría. Aunque entiendo el avasallamiento y la impotencia que sentiste, lo siento.

—¡Te la pasas disculpándote tú y él no! ¿Acaso eres...?

—Ya —dijo Marcus—. Lamento, Theodora, haberte dicho esas cosas. No debí hacerlo, pero estaba preocupado: las consecuencias de que esto se sepa son incontables.

La joven, enfurruñada, volvió a sentarse ignorando a ambos hombres que lograron ponerla de los nervios. El licenciado se revolvió el cabello y mirando al rubio, arqueó una ceja al verlo contener la carcajada.

—Falta poco para graduarnos, roja. Hasta entonces, lo mejor es mantenerse apartados, ¿no?

Todos estuvieron de acuerdo a excepción de la joven que reacia solo bebió de la copa acabando el licor de un solo trago.

—No estoy de acuerdo, pero entiendo que no quieras verme.

—No se trata de lo que quiero. Hagamos las cosas de manera correcta, ¿sí? Es demasiado perjudicial para ti.

La joven se levantó de su lugar y haciéndole un gesto a su amigo, le indicó que era hora de irse, pero Anthony la detuvo tomándola de la mano cuando estaba a medio camino.

—Aguarda. No hemos hablado correctamente...

—Hace un rato estabas proponiendo ir a Grecia, ahora me pides meses. Hubiera aceptado la cita con el otro sujeto, de seguro es menos insoportable que tú. ¿Sabes qué? Quizás aún quiera retomar... —espetó deshaciéndose de su toque.

—Cariño, estás enfadada...

—Estoy molesta —aclaró—. Las putas contradicciones me... irritan.

—¡Te fotografiaron! ¡Es mi deber cuidarte y hacer lo necesario para que estés bien! —exclamó ahogado.

—¡Pues nunca me preguntas! ¡Solo supones lo que a mí me afecta o no! ¡Terminamos! —Anthony exclamó un suspiro mirando el cielo raso en busca de la paciencia.

—Esta es la cuarta vez que quieres terminarme.

—¿Ah, sí? Pues esta vez es en serio. No sabrás nada de mí.

El licenciado, reticente a perderla, se aproximó a su cuerpo y le acarició la mejilla arrebolada. Contempló, con absoluto descaro, sus labios rubíes, sabiendo con certeza lo apetecibles que eran. Pero, desvirtuándose de siquiera tocarla, se apartó nuevamente y pretendiendo hallar paz donde claramente era imposible, se tomó el entrecejo para formular la pregunta que a él lo descolocaría la respuesta:

—¿Qué es lo que sugieres, cariño?  

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