XXVI
La joven presentaba una ansiedad inmensurable por sentirlo, por adecuarse a sus labios, por tocarlo y por saciar su consciencia de él. Lo necesitaba para ser y, enfadada por esa verdad, se apresuró en ponerse de puntillas para enredar los brazos al cuello de su amado que la miraba asombrado y confundido.
—Theodora, y-yo no...
—Bésame —pidió interrumpiéndolo. El licenciado se ruborizó y carraspeando intentó apartarse—. Por favor, Anthony.
—Te-tenemos q-que ha-hablar —dijo con dificultad. La pelirroja aflojó su agarre y con un rubor magistral, bajó la mirada mientras se apartaba poco a poco—. Tra-traje la ce-cena —susurró afectado al verla así.
—Ya no te gusto, ¿cierto? —inquirió apartándose totalmente.
—¡No! —exclamó presuroso—. No pienses e-eso...
—¿Entonces por qué no quieres besarme? —susurró apoyándose contra la mesa tratando de recuperarse de su rechazo.
—Quiero hacerlo, pero no es... a-adecuado —dijo depositando los paquetes que traía sobre la mesa.
La joven se mordió el labio sabiendo que no podía rebatir eso y, soltando un suspiro, intentó nuevamente otra alternativa.
—Ryan llegará en cualquier momento, ¿qué te parece si charlamos en mi habitación así no nos interrumpe?
—E-está bien —acordó al no querer negarle nada más. Ella le dedicó una sonrisa ladeada y enfiló a la habitación.
La joven sentía la presencia de él tras ella y un calor sexual estaba hostigándola, se preguntó por qué no podía comportarse racionalmente como debería ser y, al saber que no obtendría respuesta a eso, soltó un suspiro. Le señaló la cama para que se sentara y rápido se dedicó a recolectar los dibujos que estuvo haciendo esa tarde.
Anthony alcanzó a ver algo de su impronta muy por arriba y quedó realmente asombrado por el talento replegado. La observó recolectar su utilería de manera rápida para luego guardar todos los dibujos en una amplia carpeta que colocó debajo de su cama. Theodora al fin se subió quedando arrodillada frente a él, quien tragó con dificultad ante semejante visión.
—Bien, te escucho —dijo llevando las manos a sus piernas desnudas. Anthony apartó la mirada de inmediato al saber que, lo que estaba haciendo, era lo más difícil que haría en su vida.
—Sé que e-estas... —Las palabras se le perdieron al observar como ella se tomaba la cabellera con ambas manos para luego alzarla en lo alto, entrecerrando los ojos mientras se abanicaba el rostro.
—¿Que estoy qué? —inquirió mirándolo inocentemente para luego masajearse el cuello con la mano libre.
—E-enfadada. ¿P-podrías...? —pidió avergonzado y removiéndose incómodo al saber la erección que tenía.
—¿Podría qué? —La confusión que la joven fingía era digna de admirar, pues se soltó la cabellera y se llevó ambas manos al cuello para masajearlo, mientras en su rostro no denotó rasgo alguno de picardía.
—¿P-podrías dejar de hacer eso?
—Lo siento, te estoy escuchando, pero es que tengo un terrible dolor de cuello y la pierna —dijo mostrándole la derecha—, me duele.
—¿Qui-quieres...? —inquirió señalándole la zona.
—¡Oh! No quiero molestarte...
—No me molesta —afirmó seguro.
Anthony admiró como un hermoso rubí copó sus mejillas y él, atreviéndose, la tomó de la suave pierna haciéndola guardar la respiración. Apretó la mandíbula al notar que su erección palpitó lujuriosa y, dedicándole unas caricias antes del masaje, contempló las uñas barnizadas en negro.
—¡Oh, dios! Se siente magnífico —exclamó reclinando la cabeza y dejando la garganta expuesta. Anthony notó como sus pezones estaban endurecidos, ya que se percibían a través de la fina tela—. Te escucho —susurró mirándolo de nuevo con los ojos más azules que de costumbre.
El licenciado carraspeó y, apartando la mirada de ella, la enfocó en su nívea, suave, larga y contoneada pierna, intentando recordar qué le estaba diciendo.
—Ambos sabemos que esto no es a-adecuado, sobre todo por el cargo que estoy desempeñando en el colegio que asistes...
—Te ves muy guapo. Eres la comidilla de todas las jóvenes —comentó sonriendo. El licenciado detuvo sus masajes para mirarla con el cejo fruncido—. Me da un poco de coraje, ¿sabes? Pero luego recuerdo las cosas que hemos hecho y me rio de ellas.
—Theodora, la pretensión es hablar seriamente...
—Y lo hago —exclamó apartando la pierna para acercarse a él rápido y quedando a una distancia imprudente—, pero pensé que venías también a... calmarme —susurró en su oído para luego besarlo en el cuello.
Anthony reaccionó como si una descarga eléctrica lo atravesara y exclamando un gemido la tomó de la estrecha cintura con fuerza.
—No podemos —dijo contundente. La pelirroja, audaz, dirigió la mano a la erección de él, mordiéndose el labio al encontrarlo glorioso y sonrió gustosa al escucharlo jadear.
—Lo quiero dentro mío, por favor —pidió moviéndose al notar la resistencia de él flaquear—. Solo esta noche, luego tendremos tiempo para arrepentirnos —ofreció sentándose a horcajadas de él y gimiendo con fuerza al encontrarse con la erección que la calentó a un más—. ¿Qué dices, Anthony? —susurró moviéndose en vaivén, disfrutando de sus gemidos, su belleza y de su excelsa excitación.
—Pagaré cualquier precio con tal de pertenecerte, mi amada —susurró con voz ronca, anhelante y con las defensas ya eliminadas.
Rápido la besó, gimiendo ambos al encontrarse, disputándose en un beso tan carnal que perdieron el sentido de coherencia. Theodora jadeó incontrolable, prendiéndose de su ancha espalda y moviéndose provocativamente encima de él, quien de inmediato la volteó en la pequeña cama, quedando sobre ella.
La joven se apresuró en desnudarlo, le temblaba el pulso no pudiendo controlarse y él, tomándola con delicadeza de las manos, se la dirigió a su cuello mientras, sin dejar de besarla, se quitaba el saco y la corbata y arrojaba todo a un lado, al suelo de madera. La joven gimió al encontrarse con su suave y tersa piel masculina y, mordiéndole el labio inferior de manera suave, dejó que él continuara desvistiéndose, desabrochando la camisa y dejando al descubierto su pecho tenuemente musculado.
Theodora se sofocó al verlo y rápido lo acarició ganándose un gemido como premio. Anthony dirigió la boca al cuello de la joven tratando de devorar ese aroma a jazmín que lo enloquecía.
Incontrolable, la mordió levemente y lamió su piel como un adicto, haciéndola exclamar y arquearse en busca de más. Las uñas de ella se le clavaban sin piedad y, con la necesidad de sentirla, le bajó los tirantes de la camiseta dejando al descubierto sus abundantes senos que reclamaban atención.
—Por Dios, cariño. Eres tan perfecta —profirió afectado para luego tomar entre sus labios aquellos pezones rosados y endurecidos que pedían caricias.
Theodora gritó en medio de un gemido y clavó sus uñas en sus omóplatos haciéndolo sudar por la necesidad de poseerla. Desesperado, comenzó a debatirse en duelo con el short que protegía el paraíso y, al tener la lujuria tan incontrolable, terminó por rasgar la pieza encontrándose con una fina braga roja que apenas cubría su intimidad. La joven se ruborizó y, mordiéndose el labio, intentó cubrir con sus pequeñas manos semejante visión artística.
El licenciado, fuera de sí, acarició su cintura apreciando el estremecimiento que le causó y la miró a los ojos cuando incursionó bajo la pieza para tocar su centro que estaba tan mojado que exclamó un gemido.
—Ya estás lista, amor —susurró haciendo que ella se sonrojara más. Se reclinó a besarla mientras con pericia, continuó su incursión logrando eliminar la vergüenza en ella que pronto comenzó a gemir en sus labios y abrir más las piernas para darle mayor acceso.
La penetró con el dedo medio y ella pronto se prendió de él jadeando en su boca. El fuego que sentía en su vagina era tan intenso que Anthony solo lo incrementaba llevándola a la cima.
Él estuvo atento a cada reacción corporal y cuando notó que estaba por correrse, aflojó el toque para besarla con insistencia nuevamente. Estaba desesperado por saborearla, por lo que, besándola con ahínco, fue masturbándola lentamente mientras con pericia descendía en sus besos hasta llegar a su paraíso.
Theodora, perdida en las sensaciones, no se percató hasta que sintió los labios húmedos de su amado en su estómago y que fue bajando cada vez más. Se tensó de inmediato e irguiéndose, buscó apartarlo, pero él no se lo permitió.
—¿Q-que haces?
—Quiero saborearte, cariño.
—P-pero... —La vergüenza pronto se hizo dueña de ella y Anthony, al dar cuenta que era la primera vez para ella, se irguió besándola.
—Te gustará, amor, y si no es así, no lo haremos más. —La joven asintió luego de un momento y él, feliz de que confiara algo tan íntimo, la besó con verdadero sentimiento logrando que ella volviera a relajarse completamente y disfrutara el placer que pretendía darle.
Con una habilidad desarrollada por el instinto y el amor que le profesaba, el licenciado recorrió su cuerpo besándola, lamiéndola y chupándola. Theodora se arqueaba y, a voz en grito, pedía más; él, satisfecho, dirigió su toque a la cavidad mojada y caliente, masturbándola siguiendo el ritmo de su cuerpo para luego, haciendo a un lado la pequeña braga, lamer con delicadeza su punto exacto de excitación.
Theodora gritó y se arqueó suplicando por más y él, realmente conforme, no dejó de masturbarla mientras lamía su sexo encontrándola no solo deliciosa, sino adictiva. Se arrepintió de inmediato no haberla probado antes, su musa tenía un sabor sin igual. Jugueteó con su lengua en su zona sensible y la joven gimiente lo tomó del cabello mientras gritaba su nombre sin parar tantas veces que el mismísimo infierno y paraíso se abrirían.
Theodora jamás imaginó que esa experiencia podría ser tan placentera, el solo saber que tenía a su licenciado besándola en su sexo era lo suficientemente excitante para que se mojara, pero que él lo estuviera ejecutando con una habilidad tan exquisita la hizo perder el juicio sintiendo como su cuerpo se tensaba y luego explotaba en un orgasmo maravilloso y ruidoso, ya que profirió agudamente su nombre.
Anthony, satisfecho, se apartó poco a poco de la intimidad de su musa besando la cara interna de sus muslos, observándola aun jadear debido al orgasmo.
Terminó de desvestirse con manos temblantes por la necesidad inmediata de hacerla suya y tomándola de la cintura con fuerza la dio vuelta en la cama haciéndola exclamar un grito de sorpresa. Tragó con dificultad al ver que la pieza que traía puesta era una tanga y, sin pretensión de quitársela, pasó el brazo por su estómago para alzarla.
—Ponte en cuatro, cariño —pidió extremadamente excitado.
—¿Q-qué? —masculló ella sonrojada mirándolo sobre el hombro con cierta confusión y temor.
—No te haré daño y siempre puedes decirme que pare —susurró al percatarse, también, que desconocía la práctica.
Theodora, mordiéndose el labio, alzó el trasero tremendamente avergonzada y, con ayuda de él, reclinó el pecho hasta que tocó la cama. Anthony, sudoroso, observó semejante maravilla. La mano le tembló al colocarse el condón y, con reverencia, acarició su formado trasero enganchando la tanga para hacerla a un lado. Apretó la mandíbula al verla lista y, tragando las ansias de penetrarla con urgencia, acarició su cavidad haciendo que ella exclamara un grito maravilloso.
—¿Te gusta, amor? —inquirió sabiendo ya la respuesta, pues su cavidad volvía a mojarse con velocidad.
—Anthony... —profirió apresando el edredón con fuerza.
Con la mandíbula tensionada, la tomó de la pequeña cintura y, poco a poco, fue invadiéndola exclamando gemidos incontrolables ante la sensación. Se detuvo cuando ella comenzó a chillar y lo aprisionó del brazo enterrando las uñas causándole marcas.
Tragó con fuerza al saber que ella debía antes adecuarse, pero se le hacía enormemente difícil cuando su conducta salvaje le ordenaba que la embistiera duramente. Los chillidos de su musa menguaron así como el agarre en su brazo y, pretendiendo enloquecerla, salió de su interior lentamente haciéndola gemir.
—¿Más? —preguntó con los dientes apretados por el esfuerzo sobrehumano que estaba haciendo.
Ella solo gimió y movió su cadera buscando que la penetrara y, guiado por ella, fue llenándola poco a poco y ya no pudo detenerse cuando sus gritos comenzaron a ser más enérgicos y su agarre más fuerte.
La penetró completamente, sintiendo cómo su vagina se contraía en torno a él, quien estaba por correrse al sentir semejante sensación poderosa.
La joven sentía el avasallamiento tan extremo que se preguntó si estaría bien luego de eso, pero la sensación remitió y al sentirlo tan imponente incrustado en ella, se desesperó por sentirlo deslizarse en su interior, por lo que movió el trasero exclamando gemidos agudos.
—Q-quiero... —No alcanzó a terminar de formular su pedido que sintió cómo su amado se deslizaba fuera de su interior para luego embestirla nuevamente con ahínco, arrancándole un grito que le disparó el pulso al licenciado.
Pronto las estocadas se convirtieron tan brutal que en el pequeño cuarto solo se escuchaban jadeos, gemidos, exclamaciones y respiraciones agitadas.
Anthony ya no podría resistir mucho más, por lo que tomando a su musa de la cintura la atrajo a su pecho, tomando uno de sus senos entre sus manos, besándola con lujuria y tocándola en el clítoris. De inmediato, la joven sintió cómo su vagina se contraía y el licenciado guardó en su memoria, obnubilado, como su musa comenzó a gritar que no se detuviera y pidiendo más sosteniéndose con fuerza de su cuello.
Llegaron juntos al orgasmo quien se presentó calamitoso como esclarecedor.
Ambos cayeron exhaustos a la pequeña cama y, Anthony, aun unido a ella, se deslizó de su interior arrancándole un gemido lastimero.
—Cariño, ¿estás bien? —inquirió apartándole el cabello del rostro.
—Perfecta —confesó con voz patosa. Él sonrió y atrajo su cuerpo desnudo encima de él, la pequeña cama no era adecuada para ambos cuerpos exhaustos—. Fue... Dios, fue jodidamente maravilloso.
Un golpeteo en la puerta hizo fruncir el cejo al licenciado, pero su musa soltó un suspiro apoyando la frente en su pecho.
—¿Qué quieres, Ryan?
—Quería decirles que todo el maldito edificio se enteró de que acaban de tener sexo, dos veces vinieron a pedir que cierres la boca —profirió el rubio tras la puerta.
—Esto no puede estar pasando —lamentó el licenciado tremendamente avergonzado llevándose la mano a los ojos.
—Que se metan en sus asuntos —exclamó Theodora irguiéndose y al observar a Anthony tan afectado tuvo que ocultar una carcajada.
—Eso les dije. —El rubio hablaba de lo más normal—. ¿Cenamos? Esa comida que trajiste, rector, me abrió el apetito.
—Ryan, ¿podrías por favor darnos un poco de privacidad? —pidió Anthony sofocado por estar oyendo semejantes comentarios.
—¿Aún más? Primero cenemos, luego vuelven a tener sexo —farfulló molesto—. ¡Tengo apetito, maldición! —profirió volviendo al sofá para intentar ver la película que le dificultaron apreciar por completo.
—Cariño, dime que está bromeando. —Anthony realmente mortificado, no comprendía semejante diálogo.
—Pues... Con Ryan nunca se sabe —dijo intentando tranquilizarlo—. Tiene hambre, se pone molesto cuando eso pasa —aclaró.
—Tú también debes cenar —puntualizó irguiéndose para buscar su bóxer abandonado a un lado de la cama. Theodora observó los glúteos de su amado con la boca abierta y, curiosa, se sonrojó preguntándose si podría tocarlo, pero rápido la prenda negra le impidió la visión llevándose un descontento que se le plasmó en el rostro—. Ya debería irme —murmuró—, debes estar agotada.
—Pero si acabas de llegar —señaló con el cejo fruncido. Él la miró sobre el hombro y sonrió al verla molesta.
—Mañana tienes clases —remarcó—, y no debes llegar tarde.
—No lo haré —aseguró enfática arrodillándose ante él. Anthony contempló su cuerpo desnudo y, revolviéndose el cabello, desistió de volver a tocarla como ansiaba—. Tenemos que hablar, no puedes simplemente irte.
—Está bien —dijo figurándose una discusión, por lo que el tono se le escapó cansino—. Te escucho.
—No me hables así —farfulló cohibida.
—Quieres hablar, hablemos. Pero ponte algo encima —pidió sin mirarla. La joven extremadamente ruborizada buscó su camiseta encontrándola cerca de la almohada. Se levantó de la cama buscando sus pantalones cortos y, Anthony, apretaba la mandíbula para refrenar el impulso de tomarla—. ¿Podrías...? —inquirió haciendo un gesto con la mano señalando sus piernas desnudas.
—No encuentro mis shorts —murmuró arrodillándose en el suelo haciendo que el licenciado se levantara de golpe de la pequeña cama para evitar verla.
—Están rotos, consigue otros. Mañana te los reemplazaré —dijo con la voz estrangulada.
—Pero...
—Cariño, si sigues tardando te lo haré duro ahora.
—L-lo si-siento —profirió corriendo a su pequeño mueble rescatando otros de algodón—. Entiendo que tu decisión cambió.
—Nunca te hablé de mi decisión, aunque sí entiendo que estabas molesta, pero ahora estamos bien, ¿cierto? —preguntó patéticamente el licenciado, pero cuando ella lo miró confusa él se apresuró en aclarar—: Me refiero a que hicimos el amor, estamos bien.
—Fue solo sexo, Anthony —espetó cruzándose de brazos, reacia a dejar pasar tan fácil los días de incertidumbre en que la sumergió.
—¿So-solo se-sexo? —inquirió lastimado—. P-pero...
—¿Cómo te enteraste? —La joven preguntó arrodillándose en la cama, ignorando a consciencia su estupor. Anthony soltó un suspiro y se levantó comenzando a caminar por el pequeño espacio recordando momento tan fulminante—. Fue Marcus, ¿cierto?
—No te precipites en pensar que es por un asunto personal —comentó, Theodora le arqueó una ceja, aunque no emitió comentario alguno—. Marcus es gerente general de la sede central de la empresa, si él detecta cualquier peligro, me informa. Trabajamos en conjunto —explicó recordando que pocos días quedarían para seguir compartiendo eso—. Él se dio cuenta de que... algo andaba mal y pidió que te investigaran, ese domingo recibí el informe.
—¡Vaya! Qué tranquilidad es saber que tienes hasta mi grupo sanguíneo —señaló molesta e irónica.
—Algo que se hubiera evitado si tan solo me hubieras dicho tu edad —comentó tranquilo sin ánimos de responsabilizarla, aunque era su deber, también, comprender a Marcus.
—¿Quieres que hablemos de lo que no nos dijimos?
—No creí relevante hablarte de mi fortuna —murmuró.
—Digo lo mismo con respecto a mi edad.
—No, sabías de un principio que soy docente y, siendo tan inteligente, sabes las implicancias legales.
—¡Y ahí estás excusándote! Mandas a tus malditos abogados, me envías a Marcus para que me amenace...
—Espera... Eso no fue...
—¡No terminé! —gritó enfurecida, interrumpiéndolo y haciendo que el licenciado se cohibiera—. ¡Te atreves a tomar un puesto en mi maldito colegio y, encima, ofrecerme una puta beca con tu maldito dinero!
—¿Terminaste de gritar? —Anthony habló incómodo, pues se ponía nervioso ante el grito—. No me das posibilidad de que te explique...
—Considero que está todo más que claro —espetó furiosa.
—¿Qué? —susurró anonadado—. No hay nada claro en todo lo que me dijiste, Theodora.
—Querías imponerte, mostrar tu poder... pues lo lograste, pero a mí no me intimidas.
—No es así, no me interesa el poder —susurró lastimado—. Si no quieres escucharme, será mejor que me vaya. —Él comprendió que la joven fuera de todo aspecto podría aun hablar del tema con normalidad, por lo que, tomando su saco, se preparó para marcharse—. Fueron una secuencia de hechos desafortunados, y es, en estas ocasiones, que la palabra es realmente importante.
—Entonces es sencillo, te vas y así se soluciona todo —exclamó levantándose.
—No se soluciona nada, pero evidentemente no quieres escucharme. Lo podemos charlar en otro momento —murmuró tanteando la posibilidad—, cuando no estés tan enfadada.
—¿¡Y piensas que así se me pasará el enfado!? ¿Acaso oyes las idioteces que sueltas? ¡Si estoy enfadada es por tu maldita culpa!
—Theodora, ya basta —pidió.
—¡Lárgate! ¡No quiero verte nunca más! —profirió enfurecida.
—¿No prefieres que te explique y luego me marcho?
—¡Que te largues! —gritó.
—¡Está bien! ¡Dios! Es realmente difícil llevar una conversación contigo —exclamó dejándola sola en la habitación.
—¡Maldito pendejo idiota! —profirió a la puerta con rabia.
Anthony soltó un prolongado suspiro y se llevó la mano al cejo, su musa era imposiblemente terca. Estaba agotado de los insultos y se preguntó cuándo alguien lo trataría bien. Mantuvo ese pensamiento patético a raya, pues él sabía que su musa era irritable y aceptó eso en cuanto comenzaron a involucrarse. Se propuso que si en el caso de que recuperara su estima nuevamente, trataría de ser cuidadoso en sus comentarios; porque debía aceptar que cuidó egoístamente los intereses parciales y no fue subjetivo con ella.
—Te invitaría un trago, pero no tengo. —La voz de Ryan le recordó que, en el departamento, no estaban solos.
—Ryan, lamento eso...
—Ya —interrumpió comiendo directo del empaque—. ¿Mañana te veremos en el instituto? —inquirió de lo más calmo.
—Con respecto a eso, debemos ser cuidadosos, ¿está bien?
—¿Es una forma de disculparte por haberme ignorado hoy? —dijo frunciéndole el cejo.
—Escucha, Ryan, no sé qué es lo que pasó con los abogados, Marcus y no sé qué asunto más, pero no estaba enterado. Ahora me pondré a hacer las averiguaciones pertinentes y, cualquier cosa que los hayan hecho firmar, queda anulado. Tienes mi palabra. Lamento, en verdad, el avasallamiento.
—Ya se me hacía raro que te refugiaras tras esos gorilas —dijo pensante—. ¿Quieres decir que seguiremos siendo amigos? —Anthony miró instintivamente la puerta tras él preguntándose si su musa aprobaría eso, dudaba que lo hiciera en ese momento—. No te preocupes por ella, se le pasará en un rato. Se siente despechada —aclaró encogiéndose de hombros.
—Sí me preocupo por ella, ¿y por qué se siente de esa manera? —farfulló impactado.
—Vamos viejo, no tuvo información tuya en días. Solo vinieron esos abogados y Marcus a amenazarla y a tratarla de interesada. Lo único que tenía de ti era silencio, luego te ve en la preparatoria... Tienes suerte de aun respirar —dijo riendo entre dientes.
—¿Entonces no es por no haberle mencionado...?
—¿Que eres uno de los millonarios más exitosos de Cincinnati? —Anthony se ruborizó y asintió—. Esa es la excusa que toma, pues ella también te ocultó que es una pendeja que la sobrepasas en catorce años y ahora eres nuestro rector... Por cierto, ¿podrías hacer algo con la comida asquerosa que sirven en esa jaula? —El licenciado lo miró asombrado y, como recurrentemente le sucedía al estar con ellos, no tuvo palabras ante su simpleza y brusquedad.
—¿¡Terminaste de soltar el chisme!? —profirió su musa haciéndolo sobresaltar. Anthony detectó que estuvo llorando y, frunciendo el cejo, se acercó a ella—. ¿Qué haces aún aquí? —inquirió mirándolo con furia.
—Ya Theodora, deja de discutir y cenemos. Los tres. Como una familia normal —señaló Ryan molesto, dejando a ambos atónitos por el uso de aquella palabra.
El joven se levantó en busca de utensilios y, Anthony, miró a su musa que, cruzada de brazos, lo contemplaba con el cejo fruncido.
—¿Recuerdas el sábado, un día antes de todo esto, cuando estábamos en mi departamento preparando la cena? —inquirió tratando de eliminar su enfado por otra arista. La joven se ruborizó y, contrayendo los labios y estrechando los ojos, asintió.
—¿Te refieres a cuando te hiciste el pendejo y no me pediste ser tu novia? Sí, lo recuerdo —espetó apartándose para sentarse.
—N-no me hice el p-pendejo —profirió asombrado—. ¡Ni siquiera sabía que querías eso!
—¡Claro que no quiero eso! ¿Ser tu novia? Por dios, ni que estuviera demente... —dijo incómoda.
—¿Y entonces por qué lo señalas? —inquirió confundido y dolido.
—Porque fue cuando me di cuenta de que no quiero nunca, jamás, ser tu novia —espetó sin siquiera inmutarse.
—Theodora, te pasas —dijo el rubio en la cocina.
—¿Ahora ser honesta es pasarme?
—No discutan —murmuró el licenciado—. Lamento importunarlos, que tengan una agradable cena —concluyó en un murmullo para luego retirarse, dejando a ambos jóvenes sumidos en un tenso silencio.
—Vas y te disculpas —profirió Ryan señalando la puerta.
—No haré eso —dijo tercamente, aunque se moría por ir tras él.
—¡Ve! Te pasaste, Theodora. No hay excusa para lastimar a alguien de ese modo. ¡Mueve el puto trasero y ve! El tipo arriesga su maldita carrera al venir aquí —profirió tremendamente molesto. Pero la joven solo le mostró el dedo del medio y se dirigió a su habitación.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro