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XXV

La continuidad del día apresuró su accionar sin dar momento para confrontar aquello que la joven había revelado. Si bien el licenciado se mostró taciturno debido a la impresión que lo perseguía, cumplió, como era de esperarse, a cada una de las responsabilidades que la jornada demandaba.

La pila de expedientes que lo esperaron ni bien ingresó a su oficina lo hizo soltar un suspiro, pero quedó asombrado al corroborar que había un porcentaje óptimo de estudiantes que, con el incentivo necesario, podrían acceder a la universidad. Separó varios archivos según los promedios y, junto a una de las secretarias, programaron varias reuniones con los posibles postulantes.

Aquel trabajo minucioso y agotador le llevó toda la mañana y luego de haber recorrido un poco las instalaciones en el breve receso que se permitió, llegó a la contundente conclusión que hacía tiempo que los inspectores educacionales no ponían un pie en las instalaciones que, si bien no estaban en mal estado, había mejoras que se podrían haber resuelto con anterioridad. Sin mencionar que ciertos proyectos estaban estancados, especialmente los referidos al área artística.

—Rector, ¿le traemos el almuerzo a su oficina o prefiere almorzar en la cafetería? —ofreció la secretaria que, tímida, se había asomado a su oficina.

Anthony consultó el horario en su reloj pulsera y soltando una maldición susurrada en italiano se levantó del sillón cerrando y guardando los expedientes en las gavetas.

—Solo Anthony —pidió incómodo de que lo llamara de ese modo—. Gracias, pero ya debo irme. ¿Me envía un correo con las citas de mañana? Así preparo el cronograma —dijo colocándose el saco y tomando su maletín.

—Claro, A-Anthony. De hecho, ya se las envié e hice el cronograma por usted. También organicé la reunión con dos integrantes del directorio pedagógico, está todo especificado en el correo.

—Excelente, señorita. Admiro esa eficiencia —remarcó buscando un documento para luego entregárselo—. Aquí está el itinerario deportivo que me enviaron, adjúntelo en la reunión con el cuerpo académico.

—¿Está aprobado? —señaló dudosa al observar que su firma no estaba en ninguna parte—, porque la reunión es mañana.

—No lo está y mañana lo discutiremos. Que tenga un agradable fin de jornada —saludó dándole una sonrisa para luego retirarse dejando a una secretaria hiperventilando.

Alcanzó a ver a Ryan en los corredores y, el joven, levantó la mano saludándolo efusivamente mientras se abría paso entre los demás estudiantes para alcanzarlo. Como Anthony ya iba tarde a su clase en la universidad, no se detuvo a esperar al rubio que, agitado, lo tomó del brazo para llamar su atención.

—Oye, hablemos... —pidió con la respiración alborotada.

—Ahora no es momento, Ryan —murmuró observando que no hubiera alguien que pueda oírlos.

—Pero fui a pedir una reunión y no me dieron hasta fin de la semana entrante.

—Entonces comprenderás mi prisa, estoy muy ocupado. Hablaremos luego.

—¿¡Cuando demonios es luego!? —exclamó ya irritado.

Anthony quedó estático en el inicio de las escaleras y se apresuró en mirarlo con todo el fastidio que cargaba hacía días.

—Luego es luego. Compórtate —dijo contundente para al fin marcharse.

—¡Vete al infierno!

El licenciado escuchó el injurio, pero no se detuvo; estaba seguro de que en el Hades ya había un sitio reservado para él por todos los tormentos que hizo pasar a esos jóvenes en cuestión de poco tiempo.

Solo esperó que nadie más se haya percatado del tenso momento, era imperativo que hablara con ambos para realizar las actividades que debía dentro de la institución sin temor a que alguno de sus inoportunos comentarios afectara el desempeño y pusiera en peligro legal la relación que los unía.

Su móvil personal repiqueteó con insistencia cuando ya estaba abordando su vehículo, frunció el cejo molesto al llevar las manos repletas por lo que aventó todo sin cuidado en los asientos traseros y al ver que era Marcus activó el altavoz para poder llevar una conducción sensata.

El moreno comenzó a enumerar todas las reuniones que se había programado con Clarissa en un horario extravagante dado el poco margen que tenía él de disponibilidad. El torrente de información que vociferaba lo hizo soltar un suspiro, sobre todo cuando enumeró cifras que, sin los documentos pertinentes, a Anthony no le servían más que de guía. Para fortuna de los inversionistas, de sus acciones y de los trabajadores, la construcción de la nueva cadena en Alabama podría volver a funcionar a principios de mes entrante. Escuchó todo con atención y Marcus, como gerente, le envió todo especificado haciéndolo torcer el gesto al tener muchos documentos que revisar esa noche.

—Recuerda venir a la empresa luego de la universidad. —Como Anthony no respondió, el moreno lanzó un suspiro—. Es mitad de mes, nos reuníamos con recursos humanos. Hay revisión de las leyes laborales de Ohio que, seguramente, querrás saber.

—Sí, estaré ahí —acordó al percatarse.

—Anthony, no sé a qué te estás dedicando por las mañanas, pero hay contratos que no tengo el poder de firmar. Los necesito antes que termine la semana.

—Sí, jefe —accedió irónico.

—Muy gracioso —farfulló tras la línea—. Quiero dejar todo al día y en orden este mes —señaló. Anthony guardó silencio preguntándose qué haría luego de la renuncia de él, porque a pesar de que era en extremo serio, irritante y se la pasaba reprendiéndolo en cuestiones laborales, el licenciado sabía que no encontraría otro gerente como él. Pero ante las decisiones personales de la envergadura que los acunaba, él no iba a imponerse ni aunque haya un contrato laboral especifico—. Nos vemos en unas horas.

—Aguarda, Marcus —pidió antes que cortara comunicación—. ¿Es posible que tengamos una reunión... privada? —inquirió vergonzoso al no saber cómo abordaría el conflicto con su musa que se había atrevido a sobrepasar, pues estaba seguro de que fue él quien había avasallado a ambos jóvenes.

Observó por el espejo retrovisor y se llevó una sorpresa al reconocer el vehículo del director Masson, lo cual le pareció algo extraño. Marcus carraspeó tras la línea y el licenciado, regresando a la conversación, escuchó atento a la espera de su respuesta, no sabiendo que el moreno intentaba controlar el grito eufórico de que él le pidiera reunirse en privado, lo que podría significar un avance aún más pronto de lo que había considerado, pensaba.

—Claro —dijo intentando sonar despreocupado, pero pareció un chillido—. ¿En tu departamento?

—En la oficina —respondió—. Te veo luego, adiós. —Colgó la llamada distraído al percatarse que, efectivamente, el director parecía estar siguiéndolo.

Soltando una maldición, se aventuró a una conducción más arriesgada, por lo que cruzó el semáforo cuando estaba a punto de cambiar a luz roja.

Llegó rápido al edificio de la universidad y, como siempre hacía, compró café en el carro que estaba fuera de las instalaciones llevándose los buenos deseos de la pareja mayor que, con amabilidad, lo trataban.

Con ánimos y un semblante que no denotaba la intranquilidad que lo estaba consumiendo, el licenciado entró a su clase repleta. Varios estudiantes lo regañaron por su demora y él no pudo menos que reír. El salón de conferencias era amplio y él aprovechaba aquel espacio para caminar mientras hablaba o para sentarse cerca de los alumnos mientras bebía el café y respondía preguntas que, a veces, lo confundían por ser extremadamente brillantes.

Varios oyentes se colaban a las clases y hacían de espectadores. Incluyendo a otros docentes que le habían dejado en claro en muchas oportunidades su inclinación socratica. El licenciado reía por eso al saber que en realidad era un insulto para la percepción de ellos.

—Dejaré en la biblioteca los apuntes que deberán leer para la próxima clase.

—Profesor. —La voz de una estudiante interrumpió sus referencias—. ¿Puedo hacerle una consulta antes que termine la clase?

—Por supuesto —acordó sentándose cerca de un joven que, al verlo, le sonrió.

—Entonces, si escritores como George Eliot, Dickens o Hardy, sufren una rotunda crítica por la tradición filosófica que, pensadores como Nietzsche, aplicaron. ¿Podemos decir que la literatura es moralizante?

—Será su tema para el examen final —comenzó Anthony haciendo que todos sonrieran por la pregunta capciosa de la estudiante—. Es broma —aclaró cuando la alumna le sonrió coqueta—, ¿ha pensado usted por qué son clásicos los autores que acaba de nombrar?

—Por su impronta literaria —afirmó con seguridad.

—Está pasando por alto lo fundamental —señaló levantándose de su asiento cómodo para comenzar a caminar—. Lo son porque han sabido tratar temas tales de la condición humana que aun hoy, para filósofos y literatos contemporáneos o no, generaron apertura de cuestiones. Es imposible leer uno de esos clásicos y salir indemne, claro está si disfruta de ese estilo de narrativa; y eso sucederá cada vez que lo lea —dijo dedicándole una sonrisa—. Aun así, la literatura no tiene ningún fin. O sí —murmuró observando a la audiencia que apuntaba con premura.

—¿Y qué me dice de la mirada moral?

Anthony tragó con fuerza e, incómodo, fingió pensar. Pero su explicación no pudo estar exenta de cuestionarse al tener él que afrontar un conflicto moral grave.

—Bueno, continuando con Nietzsche, él afirma que cada ser humano tiene la posibilidad, si así lo decide y trabaja duro por ello, de superar la heteronomía e inmadurez para caminar hacia una autonomía ética —dijo observando a la alumna inquisitiva para luego recorrer con la visión el auditorio. Detectó que una docente lo miraba estrechamente—. En términos coloquiales, señala que la moral solo ha corrompido de manera engañosa a la humanidad.­ —Los murmullos se hicieron presentes y Anthony, aun sabiendo que no debía inmiscuirse en esa área, continuó:

» En este camino, es necesario estudiar el origen de las formas de conocer y valorar con las que convivimos día a día a fin de establecer una crítica informada y ser capaces de superar el nihilismo pasivo, así como el resentimiento en el que frecuentemente caemos cuando sentimos una inconformidad ante la moral a la cual nos encontramos sometidos.

» Palabras contundentes que vienen aparejadas: moralidad y sometimiento. ¿Creen, entonces, bajo este precepto, que la literatura se la puede considerar moralizante? Absolutamente no.

—Entonces se trata de adecuación ante lo establecido, pero con criterio para forjar nuestra ética. ¿Es así como lo está planteando, profesor? —inquirió otro alumno haciendo al licenciado sonreír incómodo por la oportuna pregunta que se adecuaba a su situación.

—Hoy en día, ante las diversas problemáticas sociales que enfrenta el mundo, comprender la función de la reflexión sobre las acciones de uno mismo como individuo, con el objetivo de emprender el camino hacia la autonomía y la madurez ética, resulta de inmensa relevancia. —Hizo una pausa evaluando las expresiones, pues el tema era tan controversial que fácilmente podría desatar un caos—. Este camino comprende un proceso en el que, de inicio, el ser humano pasa gran parte de su vida obedeciendo, sin cuestionar, las figuras de autoridad que le rodean, como son: la familia, los maestros, la cultura, la religión, la ley —masculló la última palabra—, entre otros —agregó haciendo un gesto elocuente para que no se percataran del juicio interior que estaba ejecutando.

—Grandioso —exclamó otro ofuscado e irónico—. Sometimiento no solo ante la moral, sino al poder replegado en todas partes.

—El concepto de poder es preponderantemente abordado por Foucault. Y sí, para estos pensadores vivimos en el sometimiento. Sean críticos y cuestionen todo. Es una manera de desquebrajar ese poder —señaló—. La literatura no puede ser considerada moralizante, pero, de hecho, hemos estudiado que en su época era el fin. Pero, corriéndonos del término literal e inmiscuyéndonos en el filosófico, es una cuestión que ustedes, como futuros profesionales y, además, lectores, deben plantearse.

» Esta obediencia más que derivar de un ejercicio racional, responde a lo que Kant denominó, en su momento, como imperativos hipotéticos, los cuales indican que las acciones humanas se encuentran condicionadas por miedos o inclinaciones; es decir, que obedecemos ciertos preceptos éticos ya sea porque queremos evitar algún castigo, en el plano de lo religioso, de lo jurídico, o lo cultural; o porque queremos recibir alguna recompensa por nuestros actos. A esto se le denomina heteronomía ética, la cual es un fenómeno inevitable y hasta cierto punto necesario cuando el ser humano forma parte de una sociedad; el problema se presenta cuando este tiempo de heteronomía se extiende por un periodo prolongado y en muchas ocasiones durante toda la vida de una persona, impidiéndole, definitivamente, cuestionar aquello a lo que se encuentra sujeto y, por consecuencia, privándole de la posibilidad de desarrollar una creatividad ética que le conduzca hacia la construcción de virtudes propias y originales.

Todos los presentes quedaron en silencio y Anthony, ya sufriendo el dolor de cabeza bien conocido, decidió terminar con la clase antes que lo despidieran.

—Es todo por hoy —finalizó dirigiéndose al escritorio.

—Entonces, moviéndome bajo ese yugo —continuó la alumna quien había iniciado el tema—, y aceptando que moral y éticamente es incorrecto por lo establecido, diré de todos modos que usted, profesor, es extremadamente atractivo.

Un silencio sepulcral se hizo en el auditorio y Anthony, con bolígrafo en mano, quedó momentáneamente perdido al comprender que la estudiante lo había involucrado en un debate interesante para decirle una simpleza.

—Es usted brillante —comentó riendo y llevándose las carcajadas de todos en el auditorio—. La clase finalizó, recuerden leer los apuntes bibliográficos que dejaré en biblioteca.

—Profesor, ¿no nos va a invitar a su conferencia? —inquirió un joven logrando que varios de los estudiantes estuvieran de acuerdo.

—¿Cuál conferencia? —preguntó confundido guardando sus apuntes de clases en su portafolio.

—Te dije que era un rumor... —murmuró una joven a otra.

—La de la consciencia —subrayó el muchacho caminando al lado suyo, quien fue seguido por varios estudiantes.

—Pero no es una conferencia, es solo una disertación. Y por supuesto que están invitados, sería un honor verlos allí.

—¿Lo dice en serio? —exclamó sorprendido por el reconocimiento.

—Claro, varios profesores irán, quieren verme colgado —murmuró—. Necesitaré una cerveza luego de eso —comentó a modo de confidencia haciendo reír a los jóvenes que le palmearon el hombro y asintieron entusiasmados.

Anthony aún reía cuando abordó nuevamente su coche directo a la empresa, que, en cuanto llegó, fue recibido por un enorme pastel de chocolate, guirnaldas y música jazz. Jubiloso por semejante muestra de afecto, abrazó a más de uno de sus empleados que le confesaron que el pastel era por el altercado del viernes.

El licenciado, avergonzado, solo asintió y estaba cómodamente escuchando anécdotas y riendo por las ocurrencias de sus empleados, que no se percató que un Marcus, extremadamente enfadado, estaba tras suyo hasta que Lisa, la jefa de comunicaciones, se lo señaló con la barbilla.

—¿Qué hace, señor Lemacks? Tenemos una reunión —señaló con la mandíbula apretada.

—Sí, pero en una hora. ¿Quieres pastel? Está delicioso.

—¡No! —profirió haciendo que todos quedaran estáticos—. No quiero pastel —dijo bajando el tono considerablemente.

—Entonces, si vienes a interrumpir nuestra agradable distensión, será mejor que te retires. Te veré en una hora. Gracias.

­—Esto no puede ser cierto —profirió largándose furioso por el comportamiento del dueño de la empresa. Iría a quiebra con ese criterio de trabajo, pensaba Marcus. Sintiéndose responsable por si eso pasaba, consideró, solo por un momento, no renunciar.

—Creo que está enfadado —comentó Anthony, logrando así que todos se relajaran nuevamente riendo—. Pero siempre me perdona —confesó.

Anthony ya sabía lo que le esperaba en cuanto ingresó a la sala de reuniones acompañado por Lisa y dos encargadas del área de comunicaciones. Ya los esperaban el jefe del departamento de recursos humanos con tres encargados, el abogado laboralista del bufete, el contador con sus asistentes y Marcus, a la derecha, como siempre fue.

El moreno le dedicó una fiera mirada que al licenciado lo hizo soltar un suspiro y, después de los saludos pertinentes, se llevó a cabo la reunión que fue más extensa de lo esperado. La junta conformada por quince personas resultó alentadora, no solo por las cifras sino por la viabilidad. Todo se estaba haciendo perfecto, no había dudas que el empleo de fidelidad estaba instalada en la empresa y, realmente orgulloso por las personas que la conformaban, Anthony agradeció enfáticamente el desempeño.

—¿Ya tienes pensado quién me suplantará? —inquirió el moreno cuando la sala quedó vacía.

—Como si eso fuera posible —señaló—, sabes que nadie hará el trabajo como lo haces tú. No quieras inflar tu ego —puntualizó. Consultó la hora en su reloj y se sorprendió que fuera tan tarde, la noche ya se replegaba en la ciudad y los enormes ventanales daban un paisaje para quitar el aliento al perderse en la abundancia—. Tal vez Clarissa... —murmuró levantándose de su asiento para posicionarse a su lado, tomándose las manos por la espalda.

­—¿Y el orden jerárquico? No puedes suplantarme por Clarissa —espetó estupefacto mirándolo asombrado. Anthony ocultó la sonrisa y, sin mirarlo, se justificó.

—Es una excelente trabajadora, honesta y jamás ha tenido un error. Además, es licenciada.

—Pero... pero yo soy ingeniero civil.

—¿No ibas a renunciar? Porque el puesto aún lo conservas —señaló sabiendo que Marcus estaba reacio a abandonar su empleo, era feliz en la empresa—. Puedes tomarte el tiempo que quieras, el lugar siempre será tuyo —musitó estrechando los ojos contemplando el paisaje—. En fin, ¿gustas cenar algo?

—No te entiendo, Any. ¿Qué planeas?

—Nada —dijo confundido tomando su saco—. Solo tengo apetito y te estoy invitando a cenar.

—Mira, te conozco. Sé que lo que vas a decirme es difícil, por eso das tantos rodeos y estás siendo extremadamente amable. Ni siquiera me señalaste que te haya reprendido frente a tus empleados.

—La sutileza no es una de tus cualidades, ¿cierto? —El rubor de Anthony era impecable y Marcus suspiró por él, deseando que algún día lo amara tanto como él lo hacía.

­—Sabes que no —farfulló apartándose de su lado, no soportaba tenerlo todo el tiempo tan cerca y sin posibilidad siquiera de tomar su mano.

—Está bien. —Anthony se revolvió el cabello y aún reacio a creerlo, lo buscó con la mirada encontrándolo sirviendo dos copas de escocés—. Dime honestamente qué tanto te involucraste con el conflicto legal que podría llegar a tener con Theodora. —El aludido dejó bruscamente la botella en la superficie haciendo un ruido sordo y, apretando la mandíbula, bebió de un trago el brebaje para luego servirse más.

—Hablaste con ella —susurró enfadado.

—Irrelevante —dijo acercándose a él, quien aún esquivaba mirarlo—. No estás respondiéndome.

—Fuiste a verla aun sabiendo todos los riesgos —masculló para al fin mirarlo. El licenciado, sabiendo el dolor de su amigo, guardó silencio por un momento, pero era imperativo esclarecer la situación.

—Vuelves a no responderme.

—Anthony —exclamó en medio de un gemido llevándose la mano a la frente—, dime que no fuiste a verla.

—Esta conversación no está yendo a ningún sitio —espetó incómodo—. Espero, sinceramente, que no te hayas involucrado, Marcus —dijo en medio de un suspiro.

—De lo contrario, ¿qué? ¿Piensas despedirme? Recuerda que mis días están contados aquí —señaló precipitado.

—No reflexiono hacer eso, la decisión es solamente tuya en lo que respecta la empresa —subrayó—. Pero mi estima por ti declinará considerablemente, creí que nos confiábamos absolutamente todo.

­—¡Y así es! —exclamó asustado. El moreno no podía considerar lo que escuchaba, que él le dijera eso era peor a que lo insultara o, incluso, que lo despidiera—. Hice lo que juzgué necesario para que no te vieras afectado, solo quería cuidarte.

—Soy un hombre adulto que puede tomar decisiones, no necesito que estés reprendiéndome como si fuera un niño. No quiero que te involucres con Theodora o Ryan a no ser que ellos, expresamente, te lo pidan. No se trata de mí, ¿lo entiendes? Si enviaste esos abogados a su vivienda fue un atropello a su integridad. Si fuiste a importunar a Theodora es inaudito. De esa forma no se actúa bajo ninguna excusa.

—¿Y entonces que piensas hacer? ¿Verla como si fuera normal?

—No creo que merezcas que te confié algo tan personal. Y no te preocupes por los riesgos que, según tú, estoy ejecutando. Me haré responsable de cada uno de ellos.

—Anthony, no te enfades conmigo, ¿sí? Solo quería cuidarte, hablemos —dijo con cierta desesperación.

—Que tengas una buena noche —murmuró para luego marcharse, dejando a un hombre con expresión sombría y el corazón lánguido.

El licenciado intentó comunicarse con Theodora, pero al no recibir respuesta nuevamente, se percató que, seguramente, el ingeniero algo había hecho con su señal. Arrojando el móvil al salpicadero, pasó por un restaurante a por comida y, con incertidumbre, fue al bar, pero luego de no verla allí no le quedó más opción que el departamento.

Aparcó el coche a varias cuadras en dirección contraria y, pensante, caminó el trayecto que lo distanciaba. Preparó varias frases imaginando la escena en que ella abriera la puerta, se preguntaba cuál sería la adecuada. ¿Qué le diría? ¿Buenas noches, principessa, estás hermosa como siempre? Pensaba, pero negó al no gustarle semejante estupidez. Quizá un "buenas noches, traje la cena", pero volvió a negar frustrado.

Bufó furibundo al no saber qué decir cuando ella lo recibiera, porque lo recibiría, ¿cierto? Comenzó a cuestionarse. Ella le había pedido que vaya a su departamento... ¿Y si lo enviaba al demonio otra vez? Anthony supuso eso y temeroso detuvo su andar. ¿Qué haría si ella solo le dijo que fuera para luego humillarlo y terminar con él de manera contundente? ¿Estaba listo para esa posibilidad? No lo estaba aunque sabía que era lo más probable y, realmente confundido, dudó en subir la escalera exterior que ya se alzaba ante él.

Soltando un suspiro temeroso, acomodó su corbata, se revolvió el cabello y comenzó a subir sabiendo que, el resultado que obtendrían esa noche, era quien los definiría.

Realmente nervioso y con un estremecimiento no propio de él, carraspeó para luego golpear suavemente con los nudillos. Casi de inmediato su musa abrió la puerta, se encontraba perfecta con la cabellera suelta, unos shorts y una camiseta de tirantes que se ajustaba a su perfecto cuerpo.

Ruborizado bajó los ojos a sus pies tratando de encontrar la voz.

—Bu-buenas no... —Lajoven lo tomó de la corbata obligándolo a entrar para luego cerrar con fierezala puerta.

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