XX
—Quiero hablar con Marcus —dijo Theodora ni bien la ausencia de Marc se hizo presente.
A Anthony no solo le estaba faltando la paciencia, sino que también el uso adecuado de las palabras. Por lo que, reacio a responder, apoyó la frente contra la superficie lisa de la pared esperando alcanzar el juicio.
—Me corresponde al haberme inmiscuido —continuó la joven—, siento que, parte de su dolor, es mi responsabilidad...
—No, Theodora. Además, no es momento —susurró haciendo una mueca al ya presentar el dolor terrible de cabeza bien conocido por él. De inmediato se dirigió al aseo en busca de sus píldoras que no tardarían en remitir el malestar que lo perseguía.
—No dije que "ahora" —manifestó irritada por su respuesta contundente.
Al encontrarse ignorada, una sensación furiosa la hostigó haciendo que su cuerpo lo siguiera por el pasillo iluminado, llevándose la sorpresa de un licenciado que revolvía el botiquín en el aseo.
—Lo siento, cariño. No estoy siendo amable —murmuró él mirándola brevemente y a ella se le atoraron las acusaciones al obtener el reconocimiento de él—. Solo que no me agrada que te veas involucrada en... esto. No solo es altamente inadecuado, sino que no te compete.
—¡¿Disculpa?!
—Me refiero a que es un asunto que debemos solucionar Marcus y yo. No quiero generarte problemas, principessa.
La joven, apoyándose en la jamba de la puerta, observó cómo su amado abría el botiquín que estaba repleto de frascos de píldoras; eso la hizo fruncir el ceño y, por otra parte, la dejó atónita. Él tomó rápido un pote pequeño extrayendo una, luego otro pote seleccionando otra e ingirió ambas píldoras sin la ayuda de agua para tolerarlas.
—¿Qué acabas de tomar?
El licenciado la observó por el espejo del botiquín atentamente y, luego de analizarla detectando su irritación, decidió ser medido en sus respuestas.
—Me duele un poco la cabeza.
—¿Sufres jaquecas?
—Cariño, no te preocupes —pidió acercándose a ella para tomarla de los hombros y mirarla directamente a los ojos, pero ella le frunció el ceño aún más—. ¿Te agradaría salir a cenar? —inquirió tanteando otra alternativa.
—A ti lo que te agrada es cambiar de tema —dijo estrechando los ojos y desasirse de su ardoroso toque.
—N-no —masculló ruborizado al ser descubierto en su empresa.
—Ajá —enfatizó irónica y reacia separándose para dirigirse nuevamente a la sala—. Aquí estamos bien, ¿no lo crees? No se me apetece salir —manifestó mirándolo sobre el hombro para nada dispuesta en discutir. Sobre todo al ser consciente que, Anthony, ya había pasado por muchas emociones ese día.
—¿Por qué no quieres que salgamos? —inquirió confundido siguiéndola y observando cómo se recostaba en el sofá, buscando ignorarlo al darle la espalda.
—Escucha, Anthony: no tengo drama en que vayas a cenar fuera si es lo que quieres, no me molesta estar sola. Prometo no hacer desmadre —murmuró con libro en mano porque se había dispuesto a ignorarlo.
—No quiero salir solo —enfatizó confundido por esa respuesta burlesca—. Quiero salir contigo —profirió dirigiéndose al balcón para que el aire del exterior lo ayudara a contemplar mejor su juicio.
—Pues no quiero —murmuró. Theodora ocultó el rostro tras el ejemplar y fingió que leía, pero lo cierto es que estaba alerta a los movimientos del licenciado que deambulaba por la sala, bufando y murmurando palabras en italiano, mientras de vez en cuando se asomaba al balcón—. ¿Cuál es tu drama ahora? —inquirió tratando de ocultar la risa.
—No tengo ningún drama.
—Estás haciendo caprichos como un niño de cinco años.
—No es cierto.
Al Theodora escuchar eso, dicho en tono aniñado, se llevó el ejemplar al rostro tratando de ocultar la risa estridente; pero su risa se transformó en un grito de sorpresa cuando sintió las manos del licenciado tomarle las pantorrillas para atraerla. El movimiento hizo que la playera se le alzara dejando al descubierto su estómago que rápido Anthony se apresuró en lamer.
La joven jadeó y se arqueó dejando caer el ejemplar a un lado para tomarlo del cabello.
—¡Anthony! ¿Q-qué haces? —profirió cuando sintió su ardorosa boca descender. Pero él no se detuvo, sino que continuó en su ataque fogoso, tomándola con fuerza de las caderas y atrayéndola más a él.
Theodora comenzó a gemir con violencia al sentir el calor líquido de su lengua que se fundía en su piel. Desesperada, alzó las caderas en busca de más mientras lo tomaba del cabello para que no se detuviera. El clamor que la corroía traspasaba la tela de las prendas creando un contraste tan ardoroso que comenzó a molestarla, por lo que, imperiosa, se irguió tomándolo del rostro.
Anthony, al contemplarla, sonrió de lado y la joven, extremadamente caliente por ese gesto, no solo se ruborizó sino que la encendió aún más. Ambos de inmediato se disputaron en duelo cuando se besaron. Sus lenguas se encontraron y, desesperados, buscaron reencontrarse con sus pieles que clamaban por el contacto.
El licenciado tomó el dobladillo de la playera que ella llevaba arrebatándosela y dejándola completamente desnuda. Exclamó un gemido al ver sus senos plenos endurecidos para su deleite, y de inmediato se apresuró en tomar los erectos pezones entre sus labios mientras la apretaba del trasero.
Theodora, completamente expuesta, se sostuvo de él en todo momento dejando que la avasallara cuando la recostó contra la mullida superficie del sofá, y el grito que profirió al sentir su erecto miembro contra su intimidad recubierta, rompió con la quietud del recinto.
Con anhelo, se atrevió a quitarle también la playera y besarlo; besarlo por todas partes, lamerlo, chuparlo y saborear esa piel que hacía que la suya clamara con imprudencia por la necesidad bruta de su contacto.
Ambos estaban incontrolables y a ninguno le costó trabajo terminar de desnudarse para sentirse completamente. La joven, quien se encontraba plenamente desnuda ante su amado, se relamió los labios cuando vio el miembro que le apretaba en el bóxer y, con un rubor pronunciado, lo miró a los ojos cuando se atrevió a tocarlo.
El jadeo de Anthony le dio toda la iniciativa que necesitó porque, subiéndose a horcajadas de él, se apresuró a moverse con lujuria mientras lo besaba. Theodora amó estar ella con el control, se sentía poderosa y victoriosa.
Mordiéndose con fuerza el labio para suprimir los jadeos, observó obnubilada como su amado gemía por sus movimientos. Para ella, Anthony era la visión más perfecta que podría existir en pleno goce. Por lo que, curiosa, fue más osada cuando dirigió la mano a su miembro en busca de darle más placer y el resultado fue verdaderamente insaciable, necesitó más: el licenciado era adictivo con sus expresiones perfectas, gimientes y proclamándose suyo.
Theodora, no pudiendo resistir más, buscó poseerlo. Por lo que, tomando su miembro endurecido, se lo introdujo lentamente en su cavidad jadeando al encontrar la actividad tremendamente deliciosa.
—¡Por dios! ¡Aguarda, cariño! —exclamó Anthony en medio de un jadeo.
—¿Q-qué sucede? —proclamó agitada, tomándolo del cuello y moviéndose sobre su miembro.
Anthony profirió un gemido ronco y ella, ya no soportando más el tormento, lamió esos labios carnosos mientras se deslizaba lentamente en él, quien la agarró con fuerza de la cintura para quitarla con brusquedad.
—Amor, de-déjame ir por un condón —pidió tembloroso, pero Theodora estaba brutalmente desesperada para pensar con raciocinio, por lo que, ansiosa y libidinosa, tomó su pene endurecido en su mano buscando introducírselo nuevamente—. ¡Theodora!
Ambos gimieron con fuerza cuando la penetración fue completa y ella, enteramente sofocada, lanzaba respiraciones jadeantes en la boca de su amado quien gemía. La joven sentía las fuertes manos del licenciado adheridas a su trasero, pero eso solo la calentó más porque de inmediato comenzó a moverse en vaivén sobre él.
Anthony estaba perdido en la pasión, el único hilo coherente que le quedaba de estabilidad se cortó cuando ella lo tomó entre sus manos. Se dejó montar por su musa indómita que exclamaba gozosa, erguida y dejando sus senos a la contemplación de él quien, sudoroso, no estaba seguro de poder soportar más.
Y no lo hizo, ya que sintió su orgasmo llegar cuando ella se tomó con ambas manos la cabellera mientras se movía en vaivén sobre él, entrando y saliendo, matándolo y dándole vida en cada movimiento.
Esa visión, para Anthony, fue demasiado. Incontrolable, se apresuró a tocarla en el centro justo donde ella se correría e, increíblemente, solo necesitó un roce para que su amada lo mirara con esos ojos enormes cargados de pasión, haciendo que ambos llegaran juntos al éxtasis.
Theodora gritó y hundió la cabeza en el cuello de su amado cuando los espasmos empezaron a corroerla, sentir su pene embestirla fue demasiado candente y solo incrementó más su goce los gemidos violentos de él, por lo que su clímax no solo fue duradero e increíblemente depredador, sino que revelador.
Anthony la aprisionó entre sus brazos, descargando toda su pasión en su estrecha cavidad húmeda que lo enloquecía haciéndolo perder el control total de su psiquis y cuerpo.
La respiración jadeante de ambos se mezclaban y la culpa comenzó a correr por la consciencia del licenciado que, aun abrazado, mantenía a su musa que estaba rendida.
—Vas a matarme, cariño —susurró con voz ronca luego que sus respiraciones se había sosegado.
El licenciado acarició la suave piel tentado a más de ella, quien lo miró con los ojos enormes al detectar que nuevamente se estaba excitando.
***
A Theodora le parecía absurdo el accionar del tiempo, quien se había desplazado pulcramente por sus cuerpos y el sitio que los refugiaba dándoles a entender que, de él, no tendrían escape.
Un tanto tardada en aceptarlo, la joven se entretenía observando en como Anthony desplegaba sus conocimientos en el área culinaria en busca de alimentarla. Sonrió gustosa cuando, de vez en cuando, él revisaba un libro de recetas con el entrecejo fruncido para luego continuar con su tarea. Ella, curiosa, decidió que este era el mejor momento de efectuar la conversación que tenían pendiente.
—Tengo una duda —dijo posicionándose a su lado, observando también su habilidad para rebanar verduras.
Anthony la miró deteniendo su tarea y ella no pudo menos que avergonzarse al recordar lo que habían hecho durante toda la tarde.
—Dime —pidió él retomando la actividad, pero un tanto incómodo al prever que su musa nada bueno le diría.
—¿Qué es lo que jamás perdonarías?
Anthony, lanzando un suspiro, decidió dejar la tarea para dedicarle toda su atención. Al verla avergonzada sonrió tomándola de la cintura para sentarla en la mesada y de esa forma estar en el mismo nivel. Le besó la mejilla y su pulso cantó al oírla contener la respiración.
—No lo sé, cariño. Tus preguntas suelen ser demasiado complicadas —susurró apartándole un mechón de cabello.
—Entonces... ¿Qué es lo más horrible que has perdonado?
—Eso es... difícil —comentó reacio a hablar—. ¿Qué es lo que te preocupa, cariño? —inquirió tomándola de la barbilla.
—Na-nada —dijo rápida, pero el licenciado le arqueó la ceja logrando que ella ocultara el rostro en su pecho—. Solo que... suelo hacer cosas hirientes y alejar a las personas. No quiero alejarte a ti —murmuró triste preguntándose si Anthony la abandonaría.
—¿Acaso no crees en mis palabras? —preguntó trémulo por el amor que captó en ella—. Te amo, cariño. No habrá nada que deje de hacerlo.
—¿No crees que es demasiado pronto para que afirmes eso?
Aunque a Anthony lo caracterizara la paciencia y amabilidad, no era ingenuo. Sabía, desde hacía tiempo, que Theodora le ocultaba algo y que aquello —por la intensidad de su reacción— podría ser muy perjudicial para la relación que estaban construyendo. Aun así, siendo conocedor de las irregularidades, sus palabras tenían una veracidad invaluable: el licenciado estaba seguro de que no había nada que impidiera que la amara.
—Dímelo de una vez, Theodora. ¿No te brindo confianza?
—No se trata de eso —dijo de manera rápida intentando deslizarse del mesón, pero fue detenida por él quien la tomó de la mano.
—Entones dímelo. Sé que algo te preocupa y ya está empezando a inquietarme demasiado.
—Es complicado, Anthony. ¡Harás escándalo! —exclamó alarmada. El licenciado frunció el cejo por la elección de palabras e, incómodo, se apartó de ella con la pretensión de continuar en su labor.
Theodora se mordió el labio maldiciéndose por alarmarlo, pero si de algo estaba segura era que lo único que él haría era abandonarla en cuanto lo supiera. Más lo pensaba la joven y más reacia se encontraba. De repente, unas irremediables ganas de llorar la asaltaron, pero suprimió el sentimiento apretando fuerte la quijada.
—Es inútil decirte algo si aún no somos novios —murmuró apenada.
Anthony se ruborizó y se apartó aún más de ella deambulando por el largo de la cocina pretendiendo entender el trasfondo de esas palabras.
—N-no es ne-necesaria una e-etiqueta para comentarnos hechos importantes, ¿no? —susurró.
—Sí, lo sé —dijo precipitada. Theodora jugueteó con sus dedos odiando ser ella quien esté ahora del otro lado. Deseaba que él le pidiera con fervor y amor que fuera su pareja, pero él solo guardó silencio—. Solo que... Todo lo que hemos hecho, ¿no son cosas que hacen los novios?
Anthony cerró los ojos por breve tiempo y pidió a quien sea que le enviara algo de claridad porque juraba no entenderla. Su musa se mostraba irritada, evasiva e inquisitiva, pero nada clara. Honestamente, no sabía qué pretendía de él.
—Cariño, ¿qué es lo que deseas? Porque no te entiendo —aclaró con sinceridad mirándola.
—Nada, olvídalo —masculló molesta.
—Si no eres clara no podré seguirte en la conversación —puntualizó en un susurro acercándose a ella nuevamente—. A veces, es imperativo ser directos.
—Pues tú para ser un licenciado, a veces eres bastante imbécil —espetó molesta.
—Soy licenciado, no vidente —señaló estupefacto por el agravio.
—Eres irritante.
—Está bien: soy irritante e imbécil. ¿Algo más, Theodora?
Ella lo ignoró y, tomando el pote de frutillas con crema del refrigerador, salió del departamento dejándolo enfurecido. Enfiló directo al ascensor porque en la sala de recreación se oían voces y, sabiéndose un desastre de aspecto, no quería causarle aún más pena a Anthony.
Tenía ganas de llorar por no saber expresar lo que sentía porque lo único que sí sabía hacer era estropear momentos luego de enfadarse. Engulló una cucharada colmada del postre y decidió que no todo era su culpa: si Anthony no fuera tan medido en su accionar, ella no temería decirle todo lo que debía y expresarle lo que sentía. En cierta forma, para la joven, que ella no pudiera hablar de lo que estaba sintiendo también era culpa de él.
—¿Qué haces? —inquirió cuando vio a Thomas regando las plantas.
Él de inmediato reparó en ella y al saberla prácticamente desnuda bajo la playera apartó la mirada, el joven sabía que el señor Lemacks lo mataría si osaba propasarse con su chica.
—Solo riego las plantas. Ya me voy, así puedes estar tranquila —dijo precipitado tomando la utilería para irse.
—No digas sandeces. ¿Por qué de noche? —inquirió acercándosele para posicionarse a su lado. El muchacho, tímido, continúo un momento más con la tarea con la excusa de disfrutar más de la compañía que le brindaba.
—Es mejor para ellas —susurró mirándola.
Thomas se preguntó dónde el señor Lemacks la había encontrado y por qué, siendo su pareja, no estaba disfrutando de su compañía. Se la veía exquisita con la piel tersa, blanca y las mejillas sonrosadas. El cabello rojo alzado le daba una apariencia angelical, pero rebelde al tener mechones que se escapaban enmarcándole el rostro. Rápido el joven apartó la mirada al sentirse realmente atraído por ella y, si continuaba observándola, no sería capaz de dedicarle más que pensamientos lujuriosos.
—¿Quieres? —preguntó ofreciéndole un pote repleto de frutillas y crema. Thomas de inmediato negó, pero ella, sin previo aviso, lo instó con la cuchara repleta de postre. El joven bajó la cabeza avergonzado y preguntándose si ella no le estaría coqueteando—. Como quieras —masculló—, tú te lo pierdes.
—Está bien, va. —Pero esta vez Theodora le ofreció el pote, por lo que tuvo que dejar la regadera. Se decepcionó que no fuera ella quien lo alimentara.
La joven sonrió feliz al oír el sonido gustoso que Thomas hizo y, tentada, tomó la cuchara que él sostenía para también engullir. Ambos terminaron sentados en la hierba, hablando animadamente y comiendo el postre que rápido se acabó.
Anthony, por otra parte, respondía el llamado de Marcus que, con voz mecánica y profesional, le informaba un desbalance en la bolsa que afectaba las divisas que ellos habían invertido días atrás. El licenciado, preocupado por la repercusión en los proyectos de construcción, se apresuró en enviarle un correo a Jack, quien era el ingeniero encargado de la obra, porque hasta que no estuvieran los valores restablecidos y corroboraran el porcentaje de pérdida debían detener todo momentáneamente.
—¿Qué sucederá con los trabajadores? —inquirió Marcus que, en su casa de fin de semana, tecleaba el informe que elevaría a los abogados para que luego ellos hicieran los procesos legales pertinentes.
—Tienen el salario cubierto por los cuatro años estimativo de la obra —susurró revisando la redacción del correo—. Ellos no quedarán sin nada. Enfatiza en eso, bajo ningún modo será considerado pérdida.
—Anthony, si los valores siguen cayendo, la obra deberá ser detenida haciendo que sea imposibilitado el trabajo al no ser rentable.
—Lo sé, pero hay un contrato.
—Con cláusulas.
—Marcus, mi decisión es inamovible.
—Si quieres perder dinero no es mi problema, te avisé. Prepárate para que te llamen los abogados.
—Está bien. Ya le envié un correo a Jack, mañana seguramente tengamos la junta. Prográmala con Clarissa y me avisan.
—Entendido.
Anthony dejó el móvil en sonido sabiendo que el desastre lo esperaría en pocas horas, pero lejos de preocuparse, solo soltó un suspiro y revisó la carne que estaba asándose en el horno. Al percatarse que estaba lista, de inmediato preparó todo preguntándose dónde estaría Theodora a altas horas, vestida como lo estaba y enfadada.
Revolviéndose el cabello, fue en su busca recorriendo, una vez más, el área de esparcimiento, pero al no verla supo que estaría en el jardín. Y si ya estaba enfadado por tener que estar buscándola a cada momento, su enfado creció exponencialmente al verla coquetear con el chiquillo.
—Theodora —profirió pretendiendo sonar sensato, pero al verla arrodillada sobre la hierba prácticamente desnuda frente al jovencito sintió deseos de gritarle—. ¿Vamos? La cena está lista.
—Sí —dijo presurosa—. Gracias por la charla, Thomas. —La joven se levantó deprisa y le revolvió el cabello azabache al joven que, incómodo, apartó la mirada cuando Anthony lo examinó altivo.
El licenciado apretó la mandíbula al verla descalza y solo portando su camiseta. Furioso dio un fiero toque a la pantalla del ascensor que los llevaría al departamento, pero ella no dejaba de balancearse sosteniendo el pote vacío que, en su terquedad, se había llevado.
Anthony le hizo un gesto mordaz para que tomara la delantera y, una vez que estuvieron encerrados, ella se recostó en la pared observándolo analítica con aquellos ojos enormes y azules que él tanto amaba.
—¿Algo que quieras decirme? —preguntó mirándola con el cejo fruncido. Apreció como se asombró por su tono y un rubor escarlata pronto copó sus mejillas haciéndola cohibir. Aquella actitud, a Anthony, no solo lo enardecía sino que lo excitaba—. Mejor así —puntualizó midiendo su reacción que no fue más que apretar el pote vacío contra su pecho.
—Estás molesto —señaló.
Anthony no dijo nada, solo volvió a indicarle que tomara la delantera cuando las puertas se abrieron nuevamente y ella se dirigió con prisa hasta la puerta del departamento que al encontrársela cerrada lo miró.
Theodora sabía que estaba en problemas, la postura de Anthony era bastante evidente y si bien él continuaba siendo amable, cuando se molestaba podía ser verdaderamente frío. En cuanto entraron, la joven apreció el aroma a verduras salteadas y al contemplar el preparativo de la isla para que cenaran se ruborizó con furia por su romance: había colocado incluso velas.
—Te pedí de manera expresa que no ingirieras dulces antes de la cena —dijo tomando el pote de sus manos para botarlo.
—Pero me agradan las fresas —susurró tomándose las manos.
—Y a mí me agradaría que obedecieras al menos algo de lo que te pido —espetó molesto. Ella se ruborizó y bajó la mirada mordiéndose el labio—. ¿Qué hacías coqueteando con el muchacho? —demandó.
—No coqueteaba con él —susurró sorprendida mirándolo. Anthony supo que no le mentía, pero debía darse cuenta de que había acciones que, sencillamente, a él le molestaban—. Solo hablaba con él —explicó.
—¿Te agradaría encontrarme en plena noche, en un jardín, semidesnudo, compartiendo fresas con otra mujer?
—No —dijo frunciéndole el cejo.
—¿No? Pero si solo estaríamos hablando —dijo irónico—. No tendrías por qué enfadarte.
—Está bien, ya. Entendí el punto. —Theodora, completamente mortificada, se removió incómoda al saber que él tenía razón.
—¿Recuerdas que te mencioné que la primera vez era un aviso? ¿Qué sucedía si lo hacías de nuevo?
—P-pero, p-pero era p-por insultarte... No lo hice...
—¿No? Me llamaste imbécil... ¡Ah! E irritante. Sin mencionar la escena que acabo de presenciar y sin mencionar —agregó altamente irritado—, que te marchaste dejándome sin posibilidad de diálogo.
—N-no fueron un-unos insultos gra-graves —masculló avergonzada.
El licenciado se sostuvo de la isla buscando serenarse, la conocía lo suficiente para saber que ella ya había entendido su error. Era cuestión de confiar en que no volvería a cometerlo y aunque su pensamiento racional sabía eso; aquella otra parte, la insaciable y lujuriosa por ella, lo guiaba en ese momento al imaginársela a merced de él.
—Ve al escritorio —dijo y señaló el mueble apretando la mandíbula.
—P-pero...
—Ve —demandó sin apartar la mirada de ella.
Anthony estuvo atento a cada una de sus reacciones corporales para estar seguro de proceder o no, pero decidido en su accionar contempló como ella, soltando un suspiro nervioso, se dirigió con paso lento al escritorio. Sabía que su musa era en extremo curiosa y eso la llevaría a todos los lugares que él tenía planeado inmiscuirla.
—Apoya las palmas en la superficie —demandó. Ella lo miró asombrada, pero, aun así, lo obedeció quedando de espaldas a él.
El licenciado contempló ese trasero que solo era cubierto por la playera y, apretando la mandíbula, se acercó a ella tomándola de las caderas con fuerza logrando que jadeara. El calor de sus manos traspasaba la prenda y, Theodora, de inmediato lo miró sobre su hombro con las mejillas sonrosadas, la respiración alterada y los labios entre abiertos.
—Te daré tres nalgueadas —susurró tras ella cerca de su oído. Al oírlo, la joven contuvo la respiración y su piel se erizó—. Luego cenaremos, ¿está bien? —La joven solo podía respirar con dificultad preguntándose si sufriría mucho y aunque estaba confundida, debía admitir que también sentía curiosidad—. Respóndeme —demandó ejerciendo más presión en sus caderas, haciéndola calentar por tenerlo no solo tan cerca, sino que furioso y tocándola con ese ardor.
—S-sí —afirmó con dificultad.
—Ahora quiero que te recuestes.
—P-pero n-no traigo na-nada debajo de la playera —murmuró avergonzada de que vea su trasero desnudo y expuesto.
—Debiste pensarlo antes. Recuéstate.
La joven tragó con fuerza y, avergonzada, obedeció lentamente. Sintió como la playera se le alzaba y como su licenciado aflojaba su agarre en las caderas para luego acariciarle los muslos.
La joven cerró los ojos con vigor y se mordió el labio intentando reprimir el gemido. Pero él continuó con su invasión, acariciándola lentamente en las piernas, en su cintura, la espalda... Un gemido se le escapó al encontrarlo tan maravilloso, pero luego fue suplantado por un grito cuando sintió la primera nalgada.
Theodora, sorprendida y avergonzada, lo miró sobre su hombro preguntándose si el enfado ya se le había difuminado. Pero toda curiosidad quedó opacada cuando él la acarició suavemente donde la bofetada fue dada. Gimió con fuerza al sentir el ardor en su piel contrastada con las caricias que ahora le brindaba.
Anthony comenzó a sudar al escucharla gemir y mover su trasero en busca de más. Estaba seguro de que fracasaría en su misión porque Theodora no solo era la mujer más hermosa que existía sino la más sexual y él era un simple hombre rendido a ella.
—Abre las piernas —masculló con voz ronca al saberse perdedor ante ella. Apretó la mandíbula al verla obedecer de inmediato y su necesidad por ella creció tanto que se apresuró en tomarla posesivamente de las caderas desnudas—. Eres mía, Theodora —susurró acariciándole el redondeado trasero.
La respiración agitada de ella y sus movimientos impacientes hicieron que sonriera arrogantemente y, con lentitud, direccionó su toque a la cavidad mojada e inclemente de su amada.
—¡Anthony! —gritó cuando introdujo un dedo en ella—. ¡Por favor! —exclamó moviendo sus caderas sobre su mano.
El licenciado se dedicó a masturbarla apretando con fuerza su increíble trasero que se movía al compás de sus embestidas. Escucharla gemir solo le hacía la tarea más difícil y cuando ella incrementó sus gritos y súplicas, rápido salió de ella para abofetearla con fuerza nuevamente, llevándose como premio su nombre en grito rogándole que la calmara.
—Di que eres mía, cariño —pidió para luego lamer su espalda desnuda y acariciar su trasero enrojecido a causa de la bofetada.
—¡Por favor, Anthony! —gritó como lamento—. ¡Por favor!
—¿Qué quieres, amor? —inquirió acariciando su clítoris haciendo que ella se sostuviera con tanta fuerza del escritorio, que sus nudillos se pusieron blancos.
Anthony, agitado y extremadamente excitado, observó como ella cerraba con fuerza los ojos para gritar mientras él la tocaba en el punto exacto, pero cuando detectó el inicio de su orgasmo se detuvo para halagar su piel sonrosada y caliente.
Ella gritó de frustración y comenzó a moverse inquieta, por lo que tuvo que sostenerle las manos donde las tenía.
—Si te mueves, no obtendrás nada. Quédate quieta, cariño.
—Por favor —pidió en súplica mirándolo con desesperación.
Él la tomó de la barbilla y, acercando el rostro, le susurró:
—Este es tu castigo, Theodora. Hasta no obtener lo que quiero, no tendrás nada.
—¡No! —exclamó—. Házmelo, por favor —pidió con desesperación. Anthony la tomó de las caderas y apoyó su miembro recubierto sobre su intimidad.
—Te deseo todo el tiempo —confesó jadeante. La joven solo exclamó un gemido estridente y movió las caderas en busca de él quien, presuroso, se colocó un condón en busca de satisfacerla solo un poco.
Se posicionó en su entrada húmeda, estrecha y caliente, y solo bastó penetrarla un poco para que ella exclamara gustosa un gemido que a Anthony lo enardeció. Tomándola con ímpetu de las caderas, apretó con fuerza la mandíbula intentando refrenar las ansias de enterrarse en ella.
—Di que eres mía, cariño —masculló con dificultad.
Pero ella solamente gemía incontrolable buscando que terminara de poseerla, por lo que, colocando una mano sobre su pequeña espalda y sujetando su trasero con la otra, Anthony la penetró un poco más haciéndola gritar y rogar por más de él.
—Dilo.
—¡Soy tuya! ¡Anthony! ¡Toda tuya!
El licenciado solo entonces la penetró de manera brusca haciéndola chillar estridentemente. Él jadeó y sintió que estaba a punto de correrse, pero dispuesto a que su musa no se olvidara de él, salió de su interior casi por completo para volver a llenarla.
Las estocadas se convirtieron salvajes, haciendo que el escritorio chirriara y se moviera por los movimientos. Era tanto el placer que estaban experimentando, que los jadeos de ambos se mezclaron entre la pasión, llevando a ambos a la cima.
Pero Anthony, cuando sintió que su musa se contraía en torno a él, salió de su interior para asestarle la última bofetada pendiente logrando que, increíblemente, alcanzara el orgasmo. El licenciado, maravillado al verla exclamar gozosa, volvió a penetrarla bruscamente dejándose ir en su interior y prolongando el placer de ella que, agitada, continuó gimiente aun cuando ambos habían alcanzado el clímax.
Anthony salió del estrecho interior y se apresuró en tomarla entre sus brazos, ya que su musa estaba exhausta y se sostuvo de él cuando la ayudó a incorporarse.
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