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XVIII

El tibio tiempo fue prudente en detenerse, piadoso en ampararlos y elocuente para guiarlos. En el momento que los amantes se contemplaron abstraídos, toda desdicha se difuminó, quedando solo los albores de un amor poético.

Anthony, subyugado, dejó conducir su mano a la mejilla de su amada que, clamorosa, exhalaba suspiros que proclamaban entrega y él no podía aún descubrirse tan afortunado. Con la lujuria anhelante, aquella que lo perseguía de hacía semanas privándolo de admirarla con la elocuencia que ella merecía, prosiguió a guardar en su recuerdo bosquejos del momento íntimo que estaban compartiendo.

Theodora, incapaz de pronunciar alguna palabra, dejó guiar su cuerpo que le pedía proximidad al hermoso hombre que la observaba como si fuera lo más invaluable que alguna vez vio. Movida por ese sentimiento de gracia, se aproximó a él tímida, depositando sus manos lentamente en su pecho y acercando su rostro en la espera de ser besada. Había tantos secretos de la carne que la joven desconocía que, sin prudencia, se dejó guiar por sus instintos y deseos que le reclamaban la urgencia de ser salvaguardada.

Él la tomó delicadamente del rostro, guardando la respiración, al sentir el calor agobiarlo cuando fue tocado por ella sensual e inocentemente. Comprendiéndose un verdadero honroso, depositó los labios sobre los carnosos rubíes profiriendo un gemido al encontrarla tan dulce, mágica, verdadera.

Anthony pretendía ser cuidadoso, lento y llevar un ritmo acorde a tan glorioso ser, pero su musa, con aquel carácter indómito y preponderante que la caracterizaba, rompió con cada intensión que se propuso cuando su respuesta fue brutalmente lujuriosa.

Se prendió a él necesitando fundirse entre sus brazos, ser consumida por sus labios y que su fuego, aquel que anidaba en lo más íntimo, fuera menguado por sus caricias voraces y enérgicas. Anthony tenía todo lo que Theodora deseaba, era exactamente la medida justa de sus deseos más profundos y salvajes. Ella, siendo una joven de carácter estridente y que no conocía demasiado de las relaciones humanas, no tuvo problemas en dejarse guiar por lo que su cuerpo pedía. Y su piel lo necesitaba, con tanto ahínco como respirar.

El licenciado con manos temblantes se apresuró en atraerla a su cuerpo en medio de besos húmedos, gemidos y jadeos. La curiosidad de Theodora por descubrirlo no menguaba sino que se acentuaba recorriendo cada parte de su pecho cubierto por la camisa que en el momento resultaba inadecuada.

Desesperado, se separó un poco arrebatándole la enorme playera, dejándola solo en short y en sostén negro; su piel de porcelana impoluta llevaba cicatrices que había descubierto con anterioridad, pero, resuelto a curarlas, se apresuró en besar cada una de sus marcas haciéndola gemir mientras lo tomaba del cabello con fuerza.

Anthony la sostuvo de la pequeña cintura en todo proceso, lamiendo la piel con sabor a pecado y jazmín. Acarició su espalda, tomó su trasero y ella gimió más. Él estaba a punto de estallar por solo escucharla con esa voz melodiosa proclamar jadeos en consecuencia de sus caricias. Se tornó más osado soltando el sujetador que cobijaba a sus exuberantes senos, y se apartó lo suficiente para que la prenda se deslizara silenciosa por su cuerpo que se erizó comprendiendo su desnudez.

La joven, avergonzada de que él la viera, se ruborizó furiosamente, pero al ver su expresión asombrada se sintió hermosa atreviéndose a quitarle también la camisa. Sentir su piel desnuda contra la de ella era algo que ambos estaban deseosos de hacía tiempo y, al saberse que estaban a punto de experimentarlo, ambos se apresuraron haciendo saltar los botones que cayeron al impoluto piso blanco repercutiendo en el aseo.

Anthony de inmediato la levantó del trasero estampándola contra la fría cerámica que, en contraposición con su piel caliente, a la joven hizo exclamar. Ambos sintieron la necesidad de apreciar el momento en que sus pechos se encontraron y, Theodora, prendiéndose de su ancha espalda, exclamó un grito al sentirlo tan vigoroso contra su intimidad.

Ambos se besaron de inmediato, no pretendían desperdiciar ningún espacio, sino que aprovecharían cualquier segundo para estar fundidos. Sus lenguas entraron en duelo y sus gemidos fueron tan altos y calamitosos que quebrantaron con la quietud del sitio.

Theodora comenzó a mascullar palabras incoherentes al sentir su piel como se fundía en contacto con los labios húmedos de su amante, que trasgredió la longitud de su cuello mientras sus manos la sostenían con fuerza del trasero, atrayéndola más a su exclamativa erección.

El licenciado necesitó de todo su dominio psíquico para despegarse brevemente de ella y contemplarla, le había propuesto algo y él era un hombre de palabras. No pensaba perder la oportunidad de deleitarse con la visión del cuerpo desnudo de su musa, ser acariciado por la pureza del agua.

Con decisión y el pulso disparado, la dejó de pie amando su expresión confundida cuando se arrodilló ante ella. Pero Anthony sabía que su nobleza estaba fuera de creerse adorada y él la amaba. Amó estar de rodillas ante ella, quien con su sentido lírico, no merecía menos.

Contempló obnubilado su respiración alterada, su cabellera ardiente, larga y salvaje, enmarcarle su bello rostro, sus senos turgentes y abundantes clamando por caricias y besos, su piel de porcelana suave y exquisitamente dulce ser agraviada con cicatrices que a él solo le recordaban que era real y lo que más lo alteró fue la manera en que Theodora lo miraba. A él. Un simple hombre merecedor de su cuerpo, su goce y sus ojos. Quiso llorar ante semejante gracia divina, pero se atrevió a tocar aquella diminuta cintura que formaba colinas por caderas que despertaban el instinto lujurioso hasta de la persona más marchita.

Theodora contuvo la respiración y se mordió con fuerza el labio para no exclamar el tibio gemido que le provocaba ver a su amado ante ella, adorándola y sirviéndola. La miraba con emoción y en sus ojos verdes solo encontró amor. Ella, quien jamás se creyó merecedora de tal entrega, tenía a aquel ser perfecto contemplándola como si fuera invaluable.

Su libido no controló al sentir las manos de él ascender por sus piernas y, sin pensar, lo tomó del cabello arqueándose cuando en sus caricias encontró un tormento tan placentero que planeo velar allí por siempre. El gemido brutal que profirió fue en aumento cuando esos labios que sabían del pecado tocaron su piel, reclamándola, subiendo por sus muslos y deteniéndose a un palmo del lugar donde necesitaba contención.

Estaba exultante e irremediablemente excitada, cualquier mínimo roce era suficiente para alterarla. Exclamó sorprendida cuando sintió las manos de él en la cinturilla de su short con la pretensión de quitárselo. Intimidada por la vergüenza, lo soltó de inmediato poniendo las manos sobre las de él, quien de inmediato la miró con esa expresión de amor. Las mejillas la delataban, estaba muy avergonzada sobre todo por estar en plena luz artificial alumbrando cada una de sus partes sin mácula.

—Prometo no hacerte daño, mi adorada —aclaró con voz ronca y ella, incapaz de negarle nada, lo soltó lentamente dejando que la desnudara.

La prenda se deslizó por sus piernas dejándola solo en bragas que, para aumentar su vergüenza, eran de color rosa, nada adecuado dado el momento. Pero él exclamó un gemido con verla y Theodora, más mortificada, procedió a intentar cubrirse con sus pequeñas manos.

Anthony, quien era amante del arte, estaba seguro de que jamás observaría un símil a su musa. Ella contenía todo. Tragó con fuerza al ya sudar por poseerla y, desesperado, se levantó bruscamente para besarla y acabar con su vergüenza.

—Vamos a la ducha ­—masculló entre sus labios intentando despegar sus manos de su glorioso cuerpo. Pero los gemidos de ella, eran los cánticos de sirena para él. No podía concentrarse en nada más.

­—¿Tú también? —­inquirió enredando sus brazos en su cuello y mordiéndole levemente el labio, haciéndolo jadear. La tomó del trasero desnudo y apretó maravillado ante la suavidad y abundancia. De solo imaginar las situaciones en el sexo con ella, sentía que iba a correrse—. ¿Veré al tímido chico desnudo? No puedo ser tan jodidamente afortunada —decía ella en medio de su risa cantarina besándolo en el cuello.

Anthony no sabía si podría refrenarse, por lo que, apartando sus manos, se desprendió de inmediato de la prenda que ya lo estaba desquiciando quedando solo en bóxer. Los ojos de Theodora lo devoraron de inmediato y se llevó las manos a la boca tratando de ocultar su asombro cuando comprendió que Anthony era en extremo bien formado. Tenía músculos en las piernas, un trasero envidiable y su delantera... la joven se ruborizó al sospechar que no habría manera en que ella se adecuara a él.

—Vamos —pidió tomándola de la mano para arrastrarla tras la mampara de vidrio. La joven quedó silenciosa y pensante al no saber qué hacer con un cuerpo que no esperó y, tímida, se atrevió a mirar nuevamente su trasero al estar él ocupado en regular la ducha.

La respiración en conjunto con los pensamientos de la joven se alteró al punto de no saber si estaba haciendo lo correcto. Los temores comenzaron a acaecer al saber que ella era prácticamente una frígida en cuestiones sexuales y si no despertaba el interés sexual de Anthony en la cama, pasaría lo mismo que sucedió con Patrick.

Asustada, se sobresaltó cuando cascadas de agua desde todos los sitios comenzó a salir y pronto unos ojos verdes con unas pestañas pobladas humedecidas la contemplaron.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó acariciando su barbilla. Theodora asintió en espera de no preocuparlo y arruinar el momento, pero lo cierto era que estaba aterrada—. Dímelo —pidió apartándole los mechones empapados del rostro.

Ella no se había dado cuenta, pero sus brazos cubrían sus senos y estaba en posición defensiva. El agua estaba exquisitamente templada, pero su cuerpo solo tenía frío al imaginarse varios escenarios catastróficos: ella llorando luego que Anthony saciara sus apetitos, o él insistiéndole para hacerlo a cada momento, ella tener que fingir aunque por dentro solo deseara que acabara de una vez...

­—Cariño... —La joven parpadeó y lo contempló notando preocupación real en su expresión. Asustada ahora también por eso, intentó fingir una sonrisa.

—Estoy bien. Tienes una ducha hermosa —dijo patéticamente creyendo que así se excusaría del comportamiento abstraído que tuvo por un momento.

—Cariño, no quiero presionarte a nada —murmuró él tomándola del rostro para luego besarle la frente—. Dejaré que tomes tu ducha e iré a prepararte el almuerzo. —La besó tiernamente una vez más, preocupado por haberla avasallado de ese modo y reprendiéndose por no controlar su lujuria, era evidente que ella no estaba preparada.

—No te vayas ­—pidió tomándolo de la mano. La joven tenía sentimientos contradictorios, estaba asustada y confundida, aun así, estar con él era la dicha que jamás consideró poder experimentar. Tal vez él no la tratara como hacían los hombres, pensaba—. So-solo n-no s-sé...

—Tranquila, amor —manifestó dichoso porque le permitiera estar a su lado en un momento tan íntimo—. Hablaremos todo y no haremos absolutamente nada que no estés lista o no quieras, ¿confías en mí? —Ella de inmediato asintió y él pudo notar como su cuerpo comenzó a relajarse.

Se permitió besarle su mejilla sonrosada, pero se sorprendió cuando ella se puso de puntillas para darle un casto beso en los labios. Aquel acto, colmado de gracia, le enterneció el corazón y sonriendo le enseñó el envase de champú con el fin que le permitiera lavarle el cabello.

La joven se rio por su extraño pedido, aun así, lo complació dándose la vuelta para que él tuviera mejor acceso. Anthony observó maravillado como el cabello abundante y rojo le llegaba hasta el inicio del trasero, ya que al estar mojado sus ondas desaparecían. Tragando con fuerza e intentando mantener la mirada apartada de sus pecaminosos muslos, procedió con aquel acto emblemático y de entrega. Se complació al escucharla suspirar relajada y se preguntó si era el primero en realizar aquel acto, deseaba que sí.

Su cuerpo cubierto de espuma, era un paisaje sin igual y el agua que se deslizaba por su superficie a Anthony solo le quitaba el aliento.

—¿Puedo? ­­—inquirió mostrándole la esponja de baño. Ella lo miró sobre su hombro con aquellos ojos absolutamente celestes y, ruborizada, asintió.

Tragando con dificultad, Anthony colocó jabón en la esponja y con manos temblorosas comenzó a recorrerla. La tocaba a través del objeto, pero a ambos la respiración le estaba fallando.

El licenciado fue bajando, recorriendo toda su espalda y cuando llegó al inicio de su trasero apartó la mano como si se quemara. Con dificultad, le pidió que se volteara y al notarla tan afectada por el calor del momento tuvo que recordarse ser prudente, por lo que contuvo la respiración cuando dirigió la esponja a su delicada clavícula, observándola en todo momento, mientras descendía a sus turgentes senos que estaban endurecidos.

Theodora lanzó un tímido gemido y él apreció cómo apretó las piernas; aquel acto hizo que su erección volviera a resentirse de la ansiedad por poseerla, enterrarse en ella y que gritara su nombre sin piedad.

Descendió aún más buscando en su expresión algún signo de incomodidad, pero solo halló placer encubierto por un salvaje rubor. Su musa pronto se sostuvo de los brazos de él mordiéndose el labio cuando descendió y bastó preguntarle con la mirada para que ella asintiera dándole permiso en su exploración. Pronto se encontró navegando en sus piernas, cerca, muy cerca, del paraíso recubierto por la diminuta braga que se atrevió a enganchar con el pulgar para bajarla y dejarla completamente desnuda.

Theodora no se resistió, estaba tan ardorosa que no pensaba en absolutamente nada racional. Solo quería que él la tocara como hizo en el bosque y la hiciera experimentar esa maravillosa sensación nuevamente. Reflexionaba a diario en ello y venía un calor sofocante al recordar el momento tan íntimo compartido.

Ahora era distinto, estaba desnuda ante él porque sus bragas pronto quedaron rendidas entre sus pies completamente mojadas a causa de su semen y la ducha. Anthony estaba anonadado con lo que observaba, era perfecta. Sin mácula y enteramente suya, al menos por ese tiempo. Atesoraría el momento por siempre en su memoria. Dejó caer la esponja en el descuido y se atrevió a acariciar sus piernas llevándose un jadeo bravo como premio.

Pronto, Theodora, separó instintivamente las piernas mientras él, con pericia, continuaba con su recorrido audaz pretendiendo ser suave, aunque su musa volvió a hacérselo complicado al mover su cadera en busca de satisfacción.

El agua golpeaba el cuerpo de ambos y, sin pretensión, ahogaba los gemidos de ella y los suspiros agitados de él, quien deslizó su diestra mientras con la otra tomaba su barbilla para besarla. Theodora le devolvió el beso de inmediato, fue húmedo, gozoso y esplendoroso; pero ambos gimieron cuando Anthony exploró su cavidad. Ella sosteniéndose de su espalda desnuda exclamando un grito de goce cuando la invasión fue llevada a cabo, y él jadeó descontrolado al sentirla tan caliente y mojada. La cavidad de Theodora estaba anhelante a la espera de él, quien ya estaba impaciente por anidarla.

La tocó con pericia dejando que sus dedos se adecúen a la demanda de su cuerpo, quien, sin saberlo, lo guiaban en cómo debía hacerlo para su satisfacción. Theodora gemía, lo rasguñaba y pedía más. Anthony bajó a sus senos chupándolos y lamiéndolos de manera posesiva mientras la sostenía del trasero enterrándose en ella quien, exclamativa, profería gozosa.

Anthony estuvo atento, a pesar de su propia excitación, del placer de ella y previno cuando los primeros espasmos antes del orgasmo comenzaron a aparecer. Acarició su clítoris suavemente llevándose un rasguño en su espalda que solo lo enardeció más, pero su libido casi explota cuando ella pidió gritando que le hiciera el amor.

Sin perder tiempo la tomó del trasero con fuerza alzándola, apagó la ducha y sin dejar de besarla la condujo a su habitación que se encontraba bien iluminada por el enorme ventanal horizontal que enmarcaba la ciudad y sus parques.

La joven exclamó un gemido cuando sintió la mullida superficie y se removió ansiosa al verlo parado ante ella, no fue capaz de contemplar donde estaba. Solo lo quería sobre ella, necesitaba saciar el apetito que le despertó y juraba que se desconocía. Aún seguía gimiente al sentir aquel fuego recorrer su vagina para extenderse por todo su cuerpo.

—Por favor —pidió en súplica irguiéndose para observar como él se arrebataba el bóxer para luego rebuscar en la mesilla un profiláctico.

La joven cerró instintivamente las piernas al ver su virilidad en todo su esplendor y se mordió el labio al comprender que sufriría una vez más a causa del dolor. Pero a esas a alturas no le importó, quería saciar su excitación y Anthony tenía el remedio.

El licenciado observó a su musa que se removía entre las sábanas blancas con ansias y, con manos temblantes debido a la desesperación, sostuvo el profiláctico para luego recostarse a su lado. Theodora de inmediato lo atacó besándolo con ardor y desespero, moviendo sus caderas cerca de él, incitándolo y pidiéndole con su cuerpo que acabara su tormento.

Apresurado, rasgó el pequeño paquete con sus dientes y se dejó conducir por ella que se estaba comportando una vez más indómita. Estaba ardoroso al tenerla así entre sus brazos y, sin dejar de besarla, se colocó el condón con rapidez dispuesto a hacerla suya de inmediato.

Las manos de ella le acariciaban la espalda con empeño y sus gemidos se volvieron más violentos cuando él comenzó nuevamente a tocarla, a recorrerla y asegurarse que no estuviera soñando. Ella soló gemía fuerte, moviendo sus caderas e incitándolo a que no perdiera tiempo. Rápido se posicionó sobre ella sin dejar de besarla y cuidando de no agobiarla con su peso, pero su musa rápida se prendió a él enredándolo con brazos y piernas y buscándolo con su vagina.

—Anthony... —exclamó cuando la rozó con su pene pretendiendo enloquecerla mientras la sobrecargaba de besos en el cuello y los senos, chupándolos y apretándolos—. ¡Por favor!

El grito repercutió en toda la habitación y en su ser. El licenciado tomó del rostro a su amada, quien no paraba de gemir y revolverse, para decirle:

—Mírame, mi amor —pidió observando como sus ojos se encontraban fieramente cerrados, presa del deseo carnal. Ella parpadeó seguidamente y lo que vio Anthony lo colmó de gracia—. Te amaré por lo que me restan de suspiros y más.

—Te amo —susurró ella dejándolo subyugado.

Él la besó con premura, deslizándose en su cavidad húmeda y estrecha, aunque de inmediato se detuvo al ella clavarle las uñas con fuerza y proferir un grito agudo. La colmó de besos y aguantó gracias al amor que le profesaba que ella se adecúe a él para seguir con su invasión.

Pronto sintió que se relajaba para él y como sus besos eran respondidos más fieramente; se enterró más, penetrándola gimiendo al sentir que iba a desfallecer de placer y ella gritó cuando se enterró completamente. Se quedó quieto, sintiendo a su vagina que se contraía en torno a él, haciéndolo sudar por la necesidad de moverse.

—Cariño, ¿estás bien? —masculló con dificultad besándole la barbilla.

Theodora asintió apresando la ancha espalda de su amado con fuerza, sentía la invasión plena, un poco dolorosa pero placentera. Se quedó quieta un momento y cuando la incomodidad remitió se atrevió a moverse un poco logrando que él exclamara un gemido tan sexual que le subió la excitación nuevamente.

Anthony se apartó un poco para besarla en el momento en que salía de su interior solo para volver a embestirla y el bravo gemido de ella en conjunto con el de él se enredó en sus bocas. Comenzó a moverse con más intensidad, deslizando la mano por su pierna desnuda y suave para levarla, ella gritó entre sus labios ante la sensación y su rubor era motivo de generar un poema.

Theodora, maravillada por la sensación tan hermosa, no le alcanzaba el tacto para sentirlo completo, y recorría cuanto podía de él con sus manos. Pero sus embestidas solo la hacían arquear y pedirle desvergonzadamente que no se detuviera y le diera más. Tenía la boca de Anthony en su seno, una mano en su pierna y otra la sostenía de la cadera mientras se enterraba en ella con un desenfreno que hacía de la cama chirriar.

El silencio del departamento era cortado por los gritos de ella y los gemidos de él que revelaban la pasión que estaban descubriendo.

La joven comenzó a sentir que se incendiaba. Ante cada embestida dura que él arremetía, ante cada lamida, beso y caricia percibía que su centro estaba a punto de estallar. Se prendió con fiereza de sus hombros cuando notó próximo el orgasmo, aún más intenso que aquel momento del bosque, y, desesperada por no saber qué hacer con su cuerpo, buscó su boca en busca de ayuda para controlarse.

—Anthony... —gritó desesperada ante la inminencia, él solo se enterró más en ella, haciéndola gritar con más ímpetu—. Anthony... Creo que...

—Córrete para mí, cariño —dijo con voz ronca sobre su boca.

Aquella voz cargada de sexo fue lo último que necesitó porque, enterrando la cabeza en el cuello de él, un orgasmo calamitoso hizo mella en su cuerpo extendiéndose por todas sus extremidades. Profirió el nombre de su amado cerrando con fuerza los ojos, dejándose guiar por los placeres carnales que no creyó que existían.

Anthony estaba tan excitado sintiendo como la cavidad de su musa se contraía que se dejó ir en cuanto ella alcanzó su clímax, exclamando un jadeo y enterrándose más profundo en ella.

La respiración de ambos era un lío y los jadeos de la joven aún estaban presentes en la habitación. El licenciado necesitó mucha fuerza para salir de su interior y dejarse caer a un costado, estaba agitado, pero se debía a los sentimientos.

Rápidamente, la atrajo a él envolviéndola entre sus brazos y ella, agitada, dejó descansar la cabeza en su pecho para rápido dormirse.   

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