XVII
Con las manos cruzadas tras su espalda y mirando con el cejo fruncido de cerca, la joven observaba los intrincados grabados que tenía las barandas de la escalera. No estaba segura del todo, pero apostaba que ese grabado era griego. Las palabras al menos sí lo parecían y estaban en todo lo largo del pasamano de manera fina y reluciente. ¿En serio alguien se había tomado la molestia de dejar plasmado algún tipo de poesía en una baranda? Se preguntaba estupefacta.
Un hombre mayor de aspecto solemne se le acercó posicionándose a su lado y ella, viendo que la miraba con el cejo fruncido y sin emitir palabra, le devolvió el ceño, pero preguntándole:
—¿Esto es griego?
—Disculpe, ¿y usted es?
—¡Oh! Qué descuido, soy Theodora, pero todos me dicen Theo o roja —aclaró tendiéndole la mano, aunque el sujeto no se la estrechó. Solo la miró arqueando una ceja observando su patética mano tendida.
—Identificación —espetó gélido. Ella dejó caer la mano y, recordando situaciones añejas, soltó un suspiro.
—No te daré mi puta identificación, pírate que no estoy haciendo nada malo.
—¿Cómo entró?
—¿Acaso eres un maldito poli? —Él la miró sin mostrar ningún tipo de expresión, al final, la joven tuvo que resignarse y explicarle—: Vine con un amigo, pero ahora él está trabajando, por lo que decidí dar una vuelta —explicó encogiéndose de hombros.
—Tendrá que acompañarme afuera.
—¡¿Qué?! ¿¡Por qué!? ¡No estoy haciendo nada, maldición! Solo estoy viendo, ni siquiera toqué la escalera. ¡Lo juro! —exclamó alejándose cuando el hombre buscó sujetarla del brazo.
—No hay registro de su ingreso y aquí las personas no entran sin dejar firma y con el aviso expreso de parte de los inquilinos.
—Pero... pero... llamaré a mi amigo para que le explique, vine con él. ¡No estoy mintiéndole! ¡Vive en el piso seis!—exclamó buscando en su bolsillo trasero, pero soltó una maldición cuando se percató que su móvil estaba dentro de la mochila, en el departamento de Anthony—. No tengo mi móvil aquí...
—Acompáñeme afuera —dijo apresándola del brazo para arrastrarla.
—¡Juro que no soy ladrona! ¡Solo estaba viendo! ¡Ya suéltame, hijo de perra malnacido! ¡Al menos quiero mi puta mochila!
Pero el hombre, imperturbable por sus insultos, solo la arrastró con más ímpetu hasta las puertas de roble principales.
—¡Maldito ricachón de mierda! ¡Váyanse al demonio, todos!
Theodora buscó con todas sus fuerzas zafarse, pero el hombre tenía resistencia; procedió entonces a insultarlo con todas las vulgaridades que conocía —que eran bastantes— hasta que fue salvada por santo Thomas. Al verla, el muchacho no solo quedó petrificado, sino que contemplaba la escena con una expresión de verdadero terror.
—¡Papá! ¡Suéltala! ¡Vino con el señor Lemacks! —gritó.
El eco que se produjo en todo el recinto la hizo hacer una mueca. Ella, que pretendía mantener un perfil bajo, ahora estaba segura de que hasta las palomas de la terraza se habían enterado.
—¡Oh, por Dios! —exclamó el sujeto soltándola de inmediato y retrocediendo. La joven trastabilló debido a la brusquedad y chocó contra la gruesa madera—. Lo lamento, señorita... yo...
—Ya —masculló con el cejo fruncido y realmente enfadada—. Son todos unos malditos estirados, ¿no? —inquirió sobándose el brazo rogando que no le quedara marca.
—Lo lamento, no sabía. Hay políticas estrictas...
—Como sea —bufó. Thomas pronto se reunió con ella tomándole la mano para observarle la lesión.
—¿Se encuentra bien? ¿Le duele algo?
—Estoy bien —dijo aún molesta—. Deberían tratar mejor a las personas, eso no es correcto —señaló.
—Lo siento, señorita —enfatizó el hombre con la cabeza baja.
—Solo quería hacerle una puta pregunta —espetó.
Ambos hombres se ruborizaron. El mayor volvió a bajar la mirada, completamente martirizado, preguntándose donde llevaría a su familia a vivir luego de semejante trato que le dio a la señorita.
—¿Le gustaría conocer el jardín? —inquirió Thomas removiéndose incómodo.
—Claro, ahora como saben que vine con Anthony me tratan bien...
—Mi padre solo estaba haciendo su trabajo, por favor, no se moleste con él —pidió en súplica—. Si sucede algo mal terminaríamos en la calle... Acabamos de tomar el empleo...
—¿O sea que ustedes no viven aquí? —inquirió relajada al saber que eran trabajadores.
Procedió a apartarse de las puertas y, mientras acomodaba su ropa, se detuvo en analizar mejor el aspecto de ambos sujetos. El mayor tenía la piel del rostro cuarteada a causa del sol y el trabajo duro; y sus manos, que denotaban una fuerza magistral, era prueba de ello. Avergonzada por haber tratado de esa manera a solo unos trabajadores que no hacían más que desempeñar su función, se prometió enmendar la falta.
—Vivimos aquí, pero solo hace un mes... —Continuaba Thomas retorciéndose las manos.
—¡Oh! ¿Rentan aquí? —exclamó sorprendida.
—No, señorita. Se nos da techo a cambio de cuidar el edificio, el salario también es bueno —contó el mayor aún con la mirada baja. La pelirroja asintió sabiendo perfectamente lo que era eso.
—Entonces... ¿Le gustaría ver el jardín? —inquirió Thomas nervioso.
—¡Sería genial! —exclamó olvidándose ya del altercado.
—Después de usted —dijo luego de lanzar un suspiro relajado haciéndole un gesto con la mano. Cuando Theodora enfiló, el joven le lanzó una mirada a su padre haciéndole una seña que el mayor entendió de inmediato.
El licenciado, por su parte, analizaba unos documentos de manera pensante y los comparaba con los del mes anterior. Había algo que no le estaba cuadrando, pero, si debía ser honesto, su mente estaba más pendiente en qué estaría haciendo su musa.
—¿Crees que esto sea rentable? —inquirió Marcus consultando en su tableta digital el mismo papeleo que él tenía en mano.
—No lo sé —farfulló levantándose para buscar en sus antiguos documentos el que pensaba tendría la respuesta.
Marcus, quien aprovechó las vistas, se detuvo en inspeccionar el trasero de su mejor amigo. Sin pretenderlo, se bajó los lentes de lectura para observarlo mejor e hizo un gesto libidinoso al ver cómo se reclinaba haciendo que los pantalones de lana marcaran apeteciblemente su trasero. Carraspeando, se recordó que Anthony estaba fuera de su alcance y, ya no pudiendo postergar más su tormento, se levantó de su lugar aproximándose a él.
—Tiene que estar en alguna parte... Estoy seguro de que eran del mes de septiembre del año... —murmuró el licenciado revisando los archiveros. Al sentir la presencia de su amigo demasiado cerca, lo miró encontrándose con un Marcus completamente desencajado—. ¿Estás bien? —inquirió preocupado.
—Anthony... Yo... Sé que fuiste muy claro y sincero, pero en serio no sé... ya no puedo controlarlo, no resisto —murmuró aproximándose otro paso, haciendo que el licenciado quedara momentáneamente estático y asombrado—. Solo te pido un beso...
—Por favor, Marcus —interrumpió—, no sigas. —Anthony cerró el cajón de manera brusca y se apartó pretendiendo poner distancia en ambos—. Creí que las cosas estaban claras entre nosotros —exclamó en medio de la sala con los brazos extendidos.
—¡¿Es que acaso no me ves?! ¡Daría todo por ti! ¡Te amo!
—Ya basta —pidió en súplica—. Somos amigos —murmuró acongojado.
—¿¡Por qué siempre rechazas a las personas que quieren tenerte!?
—¡Porque no soy un objeto! ¡No soy tu objeto!
—Lo eres de esa chiquilla...
—No metas a Theodora en esto.
—Ella romperá, destrozará y violentará tu corazón. ¿Por qué no puedes verlo? ¡Es evidente!
—Es un riesgo que asumí. Lo siento, pero no es tu incumbencia.
—Lo será cuando vayas a refugiarte a mis brazos —exclamó seguro mientras negaba en gesto—. Otra cosa, no podré seguir trabajando contigo, el mes que viene presentaré mi renuncia.
—¡No! ¿Acaso no podremos...?
—¿Qué? ¿Ser amigos? Por supuesto, pero por un tiempo me veré en la obligación de distanciarme de ti. Me has confundido, Any. Y además, verte con ella... me pone enfermo. ¡Sé que algo está ocultando, pero no quieres escucharme! ¡Estás ciego!
Anthony se llevó la mano a la frente tratando de pensar con claridad y no detenerse en los sentimientos. Asintiendo, se dirigió a la pequeña bodega para tomar el whisky escocés que a ambos le agradaban. Marcus observó todo su proceso amando como él era siempre tan cauto, considerado y amable. Estaba seguro de que de haberse enamorado de Marc, este ya lo hubiera echado de su vida; pero no Anthony, él jamás lo haría porque era bueno. Entendía. Lo entendía.
—Si te dieras la oportunidad de conocer a Theodora, sabrías que ella es una joven excepcional.
—No quiero escuchar halagos de ella —espetó.
—No sé qué esperas que haga, Marcus. Mis sentimientos le pertenecen.
—Esa es una cruel mentira, tienes sentimientos por mí —masculló dolido.
—Pero no son amorosos y no lo serán nunca —dijo contundente. Marcus bajó la cabeza rendido y, soltando un suspiro, negó en gesto recogiendo sus cosas—. Lo lamento... No pretendo herirte...
—Si al menos me dedicaras unos pensamientos por no estar tan cegado con ella, te darías cuenta de lo evidente: también me amas y podrías llegar a hacerlo de forma romántica. Solo imagínalo, Any. Compartimos todo... Te cuidaría. ¡Juro que hasta te leería todas las noches, maldición!
—Marcus, lamento mucho haberte confundido, pero no sucederá —dijo pausadamente, no pudiendo creer los desvaríos románticos que oía.
El moreno contempló a su amor y, tragándose las ansias de llorar, se limitó a asentir.
—Busca un remplazo —masculló conteniendo las lágrimas para largarse del departamento que por mucho tiempo fue su propio refugio.
Anthony cerró los ojos cuando la puerta fue fieramente cerrada y, apretando la mandíbula, no supo qué hacer. No quería perderlo, pero tampoco podía darle falsas esperanzas, sería imprudente tanto para Marcus como para él.
De todos modos, estaba negado a perder a un amigo, sobre todo a uno que estimaba tanto; debía haber una solución y no supo a quién llamar más que a Marc, quien lo aconsejaría y podría intervenir para que Marcus no se sintiera solo.
Trató de conformarse con eso prometiéndose llamarlo a lo largo del día porque primero debía encontrar a Theodora, quien se había enfadado al ver a su amigo tan distante con ella o eso suponía.
Recorrió todo el piso buscando primordialmente en la sala de esparcimiento, pero solo había una pareja contemplando una película. Soltando un suspiro procedió a marcarle, pero, obviamente, no tomó su llamada. Estaba algo inquieto deambulando ya por todo el recibidor y estando a punto de llamar a Thomas o a Leo, cuando la risa cantarina de su musa lo atrajo de inmediato rompiendo con la quietud y silencio del edificio, y no pudo controlar su asombro al verla carcajearse sentada bajo el castaño de indias, con ambos sujetos.
Presuroso guio sus pasos a su encuentro, no creyendo que se haya perdido semejante maravilla, pero en cuanto la vio de cerca quedó estático a varios metros. Su musa estaba completamente sórdida: tenía hojas en el cabello rojo alborotado, sus rodillas desnudas estaban llenas de lodo y parte de sus piernas tenían tierra, percibió un leve hematoma en su brazo desnudo y sus prendas estaban manchadas.
Se acercó de inmediato interrumpiendo la fluida charla que se desarrollaba entre el trío, ignorando los celos que sintió al ver a Thomas tan embobado con ella y la furia fue en aumento al ver el pequeño ramillete de margaritas que tenía su musa al lado de sus piernas desnudas. Al parecer el jovencito se estaba pasando de listo, pensó.
—Theodora —profirió. Ella de inmediato lo vio y cerró la boca dejando de reír. Ambos hombres urgentes se levantaron de sus lugares dejando descubierto en la mesilla un adorable picnic que al parecer le habían compartido. Era evidente que había conquistado a ambos—. ¿Qué te sucedió? —exclamó acercándose a ella para corroborar que no presentara otra herida.
—Estoy bien, Anthony. Deja el drama. —Padre e hijo se miraron anonadados al escuchar cómo la señorita lo trataba e, incómodos, no supieron qué hacer—. Debes probar estos pastelillos, claro si Leo no tiene problemas. Lo hizo su esposa... son deliciosos. Nunca comí algo tan exquisito. Ya quiero conocerla...
—¿Qué te sucedió en el brazo? ¿Por qué estás manchada con lodo? ¿Y por qué tienes hojas en el cabello? —preguntó interrumpiendo su relajada charla para quitarle las susodichas que resaltaban entre los rojos mechones.
Leo agachó la cabeza pensando que su despido estaba asegurado y se preguntó dónde acabarían viviendo, en un minuto se figuró una vida trágica.
—¿Esto? —inquirió la pelirroja mirando el golpe—. Me choqué la escalera, nada importante. ¿Podrías calmarte? Estoy bien —dijo frunciéndole el cejo—. Thomas me mostró el jardín y he decidido que me dedicaré a ser... ¿Cómo sería la palabra? ¿Horticultora? ¿Thomas? —preguntó mirándolo, pero el joven solo se ruborizó recordando el tierno momento compartido con ella y lo natural y sencilla que era.
—Debes tener cuidado, cariño. Mira cómo te ha quedado el brazo, ¿segura que no te duele? —inquirió molesto de haberse perdido todos los descubrimientos que hizo.
—Ya. Estás siendo grosero, Anthony —reprendió señalándole con los ojos al dúo que aún se encontraba de pie y con la cabeza baja.
—¡Oh! Lo siento, Leo, Thomas —dijo casi ladrando el último nombre—, gracias por atender y cuidar a Theodora.
—Es una joven encantadora —dijo el mayor enfático.
—¿Leo, le compartes a Anthony los pastelillos de Margaret?
—P-por supuesto que sí —dijo precipitado haciendo un gesto para que su empleador se sirviera.
—Gracias —susurró Anthony no creyendo en la situación en la que se encontraba, aunque aceptando un pastelillo—. Has estado explorando el jardín entonces —comentó observando sus piernas repletas de suciedad.
—Es genial, Thomas me estuvo enseñando todo acerca de las plantas... Hay de diferentes tipos...
—Ya veo —masculló mirando estrechamente al joven, quien bajó la cabeza intimidado.
—No sabía que fuera necesario tantos cuidados para tener unas flores, pero así es. Oye Thomas —dijo mirándolo—, deberías ser un especie de jardinero o algo así. Se nota que te gusta todo esto, quizá terminemos siendo ambos jardineros y tengamos nuestro propio jardín.
—Gra-gracias —titubeó el joven ruborizado.
—Bueno, ya —espetó Anthony ya no controlando sus celos. Su musa lo miró con la ceja arqueada y, luego de tomar el ramillete de flores, se levantó del asiento.
—¿No van a sentarse? Margaret se pondrá triste si ve que no han comido todas esas delicias.
—Nosotros ya debemos volver a nuestro trabajo, pero los pastelillos son suyos —dijo Leo—. Eres bienvenida cuando quieras al departamento, mi esposa la recibirá encantada.
—¿Cuál es el de ustedes? —preguntó siguiéndolos y dejando a Anthony a un lado con el cejo fruncido y realmente molesto.
Theodora en solo una hora había empatizado más con sus empleados que él en un mes. Simplemente, era mágica e irresistible.
—Es el PRB2 —aclaró Leo. Theodora lo miró con la ceja arqueada, preguntándose si era real lo que escuchaba.
—¿Se supone que deba entenderte? —Thomas soltó una carcajada y Anthony contuvo la furia al ver al chiquillo tan colado por ella.
—Es la segunda puerta yendo por ese pasillo —aclaró señalando el más joven, el estrecho corredor a la derecha.
—Así es más fácil. Los veré luego, gracias por los pastelillos.
Ambos hombres se despidieron y Theodora regresó junto a Anthony, que la observaba con la mandíbula tensa.
—Son personas geniales —dijo con una sonrisa luminosa—. ¿Terminaste con tus responsabilidades?
—S-si —dijo mintiéndole y a la vez sintiéndose incómodo.
—¿Seguro? —inquirió mirándolo con sospecha.
—Vamos al departamento así puedes darte una ducha, parece que las has pasado bien —soltó sin poder controlar su tono acusatorio.
—Oye, ¿qué te pasa?
—El muchacho... —masculló tenso luego de un momento.
—¿Thomas? —Él asintió—. ¿Qué tiene?
—Le gustas —dijo lentamente, ella le rodó los ojos y volvió a sentarse en la banca.
—Porque sea amable no significa que le guste, Anthony. ¿Qué debería pensar de ti? —espetó.
—Yo no estoy mirando y sonriéndole a las personas de esa manera. Tampoco le regalo flores —señaló posicionándose frente a ella.
—¿De qué maneras hablas? —inquirió ya molesta—. No me jodas, ¿quieres?
—¿Estás haciéndolo adrede por Marcus? —inquirió picado.
—¿Qué? ¡No! ¿¡Qué demonios te sucede!? ¿Acaso debería preocuparme por Marcus? ¿Sucedió algo?
—¿Y piensas ir a su departamento? —Continuó con la mandíbula tensionada, ignorando adrede sus preguntas.
—Pues claro que iré, quiero conocer a Margaret.
—No me agrada la idea —masculló. Ella le arqueó la ceja, sonrió y se levantó de manera lenta para acercarse a él.
—¿Y qué te hace pensar que me importa un carajo si te agrada o no?
—No me hables de ese modo —farfulló molesto.
—Te hablo como me venga en gana. No pienses que me dirás a quién puedo ver —espetó.
—No digo eso, solo menciono que no me agrada.
—Está bien —dijo encogiéndose de hombros.
—Pero, aun así, irás, ¿cierto?
—Claro.
—No puedo creerlo —profirió llevándose la mano al cabello.
—Escúchame, pendejo, que estés en tu territorio no implica que me vas a dar órdenes. A mí no me mandas, si quieres a alguien así puedes ir eligiendo a Marcus que bien claro te dejó que obedecerá cada cosa que le digas. Al parecer eres un maldito dictador de mierda.
—No me insultes, Theodora. ¿Y de dónde sacas esas cosas? —inquirió nervioso.
Anthony contempló como sus mejillas se sonrojaban a causa de la furia y, soltándole una maldición en italiano y murmurada, lo apartó para encaminarse al ascensor. El licenciado expulsó un suspiro y, revolviéndose el cabello por haber manejado la situación de la peor manera, siguió sus pasos posicionándose a su lado a la espera del ascensor.
Su musa no lo miró, solo se quedó de brazos cruzados esperando que las puertas se abrieran para ingresar con furia y apoyarse contra las paredes frías de acero. Anthony, frunciendo los labios, la miró evaluando si era buen momento para disculparse.
—¿Estás enfadada? —inquirió despacio.
—No —espetó sin mirarlo.
—Lo siento, no debí decirte eso. Y tienes razón, no soy nadie para sugerir a quien puedes o no ver. Trataré de medir mejor los modos en los que te comento...
—¿Sabes que me importa un carajo tus putas disculpas? —preguntó mirándolo completamente enfadada. Las puertas se abrieron y ella lo rebasó tomando la delantera. El licenciado se llevó la mano al entrecejo buscando la calma, pero su musa se lo hacía difícil cuando hablaba de ese modo.
—Aguarda —pidió pasando la tarjeta por el lector al ver que ella se frustraba por no poder abrir. Cuando entraron, ella de inmediato se aproximó a su mochila tomándola y recargándosela en el hombro—. ¿Acaso te vas?
—No soporto a los tipos que pretenden darme órdenes —dijo imperiosa—. Ya tuve suficiente de eso con Patrick. Así que me iré, así podemos pensar ambos.
—No te vayas, por favor —pidió en súplica—. ¿Es que no podré decirte cómo me siento que esa será tu respuesta?
—No me jodas, Anthony, y no busques confundirme.
—Hablemos —manifestó aproximándose un paso a ella—, luego decides si te vas o te quedas.
—Está bien —acordó mirándolo estrechamente—. ¿Vas a decirme qué sucedió con Marcus?
Anthony quedó estático frente a la pregunta y, cerrando la boca, reacomodó su postura para luego dirigirse al escocés olvidado en la isla. Sirvió dos copas invitándole uno a ella, quien se cruzó de brazos y lo contempló altiva. Avergonzado por ser un canalla, optó por la verdad sabiendo que se enfadaría.
—Estábamos revisando unos documentos —comenzó. Ella le arqueó una ceja y, ruborizado, continuó—: Pero luego todo trabajo se terminó cuando volvió a declarárseme —susurró.
—Ya veo. ¿Esta vez qué hizo? —espetó.
—¿A q-qué te re-refieres? —murmuró incómodo.
Theodora estrechó los ojos y, destrabando su postura, se acercó pausadamente a él temiendo corroborar por verdadero lo que temía.
—¿Intentó besarte? —Cuando la joven vio el rubor de él, en verdad que sintió unos celos enormes, profundos y fulminantes recorrerla enteramente.
—N-no —musitó avergonzado y revolviéndose incómodo.
—¡Estás mintiéndome, Anthony! Y no soporto las putas mentiras —señaló con la hipocresía pendiendo de un hilo.
—N-no mi-miento —dijo desesperadamente. Avergonzado, él intentó tomarla de la mano, pero ella se apartó entrecerrando los ojos y conteniendo las ansias de gritarle—. S-solo lo sugirió, pero no l-lo intentó.
—¡Genial! ¡Eso me hace sentir mejor! —exclamó irónica apartándose de su lado al obtener ya la respuesta sincera que buscaba.
—Aguarda, cariño, ¿qué piensas que hice? —inquirió sorprendido—. Sabes que lo rechacé.
—Bien, asunto aclarado y charlado. ¡Adiós! —dijo con una sonrisa irónica para dirigirse nuevamente a la salida.
—¿Unas horas no podemos estar tranquilos? ¿Acaso vamos a malentendernos en todo? Estás siempre molesta y no puedo decirte nada que te enfadas. Me preguntaste y estoy respondiendo...
—¡Vete a la mierda! —gritó.
—No me insultes, Theodora.
—¡Te insulto lo que me venga en gana, maldito! Traes a tu... tu... lo que sea que Marcus signifique para...
—¡Es mi mejor amigo!
—¡Ay, por favor! El tipo babea por ti y tengo que soportar esa mierda...
—También tengo que ver cómo todos quedan prendados por ti. Y, para colmo, tú te muestras demasiado complaciente con ellos —agregó.
—¿Qué estás queriendo decir? —susurró acercándose a él nuevamente.
Por un momento el licenciado se intimidó por la furia de su musa, pero, resuelto a expresarse, organizó muy bien sus palabras para no cometer faltas.
—Digo que eres tan amable que no te das cuenta de que atraes a muchas personas.
—No fue lo que dijiste. ¿A caso me llamaste histérica?
—¿¡Que!? ¡No!
—Lo sugeriste —dijo de manera estrecha—. ¿Sabes qué? —inquirió levantando las manos y retrocediendo—. ¡Vete al carajo, maldito!
—¡Ya basta! —exclamó—. Estás hiriéndome con tus insultos.
—¡No utilices nuestras palabras de seguridad para salir de esta, pendejo!
—Quiero mantener una conversación decente, pero estás gritando e insultándome. Así no podemos...
—¡Pues me largo, demonios! ¡Me tienes hasta la madre!
—¿Y piensas salir así? ¡Estás completamente sórdida!
—¡Oh! ¡Lo lamento! —exclamó gritando irónicamente—. ¡Lamento herir tus estúpidas reglas de decoro! ¡Maldito pretencioso y estirado!
—¡Pues discúlpame por preocuparme por ti!
—¡Lo único que te preocupa es que no vean tus estirados vecinos que metiste a una pordiosera a tu lujoso departamento!
—¡No es así! ¡¿Por qué piensas eso?! ¡Dios! ¡Haces que pierda el juicio!
—¡Bien! ¡Así ya te vas dando cuenta que esto no funciona ni va a funcionar nunca!
—No digas eso...
—¡Eres... eres... molesto e irritante! ¡Un engreído y un... un maldito pomposo hijo de...!
—¡Ya basta! —profirió Anthony dejando bruscamente la copa sobre la isla.
Theodora cerró la boca admitiendo interiormente que se había pasado, por lo que agachando la cabeza ocultó el rubor que su comportamiento le produjo.
—Soy un hombre paciente, Theodora —dijo él de manera calma aunque con furia, su tono era evidente. Ella tragó y se removió incómoda cuando él comenzó a aproximarse—. Conmigo puedes hablar y manifestar todo lo que te moleste, pero no me agradan las faltas de respeto —culminó parado frente a ella.
La joven, nerviosa, se removió incómoda y con manos temblorosas reacomodó la mochila sobre sus hombros.
—¿Y bien? —inquirió tomándola de la barbilla. Ella se sobresaltó por el calor que su cuerpo manifestó por aquel leve e inocente roce y, frente a eso, su rubor solo aumentó haciendo de su pulso cantar—. ¿Se te han acabado las palabras?
—N-no —masculló tímida al contemplar sus ojos verdes que estaban oscurecidos a causa de la furia.
—¿Tienes insultos floridos aún para dedicarme? —preguntó con la mandíbula apretada acariciándole la mejilla. La joven, avergonzada, bajó los ojos—. Mírame —pidió contundente—. ¿No vas a responder?
—N-no te i-insultaré más —aclaró con dificultad.
—Eso espero porque ahora es un aviso, la próxima será un castigo —susurró reclinándose sobre ella, quien guardó el aliento cerrando los ojos a la espera de que la besara, pero cuando no sucedió los abrió encontrándose con un licenciado aún enfadado.
—¿Castigo? —inquirió avergonzada por sus hormonas que estaban disparadas a causa del ardor que le producía la situación.
—Sí, castigo. Ahora, me gustaría que te dieras una ducha, así luego ingieres algo de comida. La discusión ha terminado.
—P-pero...
—¿Si? —proclamó frunciendo el cejo haciendo que ella bajara la mirada.
—No tengo hambre —murmuró avergonzada retorciéndose las manos.
—Algo vas a comer y me refiero a comida, no a panecillos dulces —señaló contundente.
—¿Aún estás enfadado? —preguntó en un leve, casi imperceptible, murmullo.
—Sí, estoy enfadado.
—No me gusta que me des órdenes —enfatizó también molesta. Él volvió a tomarla suavemente de la barbilla.
—Pues es tu premio por insultarme. Así aprenderás.
La joven, ardorosa, pero molesta, le corrió la mano de un empujón y, altiva, se desprendió de la mochila dejándola sobre la isla. Rebuscó entre sus pertenencias extrayendo unas bragas y una amplia playera. Anthony, sin mediar palabras, le hizo un gesto elocuente con la mano para que lo siguiera.
La joven quedó impresionada al traspasar el pasillo que interrumpía la biblioteca y las luces pronto se encendieron ni bien pusieron un pie. Contempló con calma todo aprisionando sus cosas contra su pecho y lo siguió apreciando su ancha espalda mientras pensaba en cómo hacer para que no siguiera enfadada con ella.
Cuando entraron al impoluto y gran lavabo blanco, ella se mordió el labio cuando él comenzó a explicarle el mecanismo de la ducha. Le señaló los jabones, esponjas y toallas, también le facilitó un cepillo de dientes nuevo y una pasta. Ella lo escuchaba atenta, aunque estaba más pendiente en cómo su hermoso rostro, con sus facciones perfectas, estaban endurecidas a causa de la furia que ella le despertó.
—Si necesitas algo solo llámame —murmuró—, pero creo que tienes todo —farfulló contemplando a su alrededor. Ella asintió y bajó la cabeza tímida cuando Anthony se le acercó—. Te prepararé un almuerzo ligero.
—Dije que no tengo hambre —manifestó en tono molesto, pero sin mirarlo.
—Pues debes ingerir algo, así que tendrás que complacerme.
—No quiero —susurró.
—Theodora... ¿Acaso pretendes continuar discutiendo?
Ella soltó un bufido y rodó los ojos en lo que se apartaba para desprenderse de sus prendas.
—¿Me darás privacidad? —inquirió molesta—. ¿Y por qué carajos sueltas órdenes? ¡No me agrada! ¡Sabes que tenemos que hablar de la situación con Marcus! Pero prefieres estar aquí, dándome órdenes como si fueras...
—El orden, cariño —expresó interrumpiéndola y acercándose haciendo que chocara contra la impoluta pared blanca y fría y exclamara un jadeo—, es necesario para una estructurada vida. Son simples reglas que obedecerás.
—N-no quiero —masculló con dificultad.
Anthony solo estrechó los ojos y se limitó en su observación, decidiendo que callar era lo más sensato para no volver a provocarla, pero ella en verdad era un ser indómito. Resistente a un simple pedido con la pretensión de su cuidado.
El licenciado debía admitir que, vergonzosamente, estaba excitado. Discutir con ella no solo era frustrante e irritante, sino que altamente vigorizante y lujurioso. Dejándose conducir por las ansias, tomó un mechón de su suave cabello rojo entre sus dedos y contempló anhelante cómo ella guardó la respiración. Acercándose aún más con el deseo en súplica, apreció sus exquisitos labios carmesí incapaz de resistirse y murmuró la pregunta que a ella la dejó enmudecida aunque dispuesta:
—¿Te agradaría compartir la ducha?
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