XVI
Asco, aversión, repulsión... Náuseas. Devino la náusea. Se contempló brevemente y sintió la arcada corromperla.
—Gracias, Anthony —soltó precipitada, desesperada e imperiosa por largarse una vez que ambos bajaron la escalera y se encontraron en la acera—, veré si... veré si te escribo... —La joven llevó una mano a la boca intentando contener la emesis, cerró los ojos por breve tiempo y cuando sintió los dedos de Anthony en su mejilla se crispó—. Te... Te hablo luego —soltó sin mirarlo y dirigiendo sus pies en dirección contraria.
Solo había un lugar al que quería ir en ese momento: al subte, al aseo de damas para contemplarse y delimitar qué tan aberrante era para el otro. Acomodando su mochila y presionando las tiras, dejó que el sol golpeara su rostro porque sus sentidos estaban nublados, tenía la mirada perdida, los músculos tensos y el pitido irritante que no le permitían oír nada, pero a la joven no le importaba. Solo quería contemplar esa náusea, verla desfigurada y proclamada en su rostro. Verla desnuda para saber en realidad quien era.
—¡Te estoy pidiendo que aguardes, por favor! —profirió Anthony tomándola suavemente del brazo.
—Tengo que... —masculló aunque oía sus propias palabras lejanas. Parpadeó repetidas veces, abrió y cerró las manos tratando de encontrar mecanicidad y sus pies se sostuvieron férreamente al suelo recordándole que estaba en realidad.
—Vamos, te llevo donde gustes. Así no irás a ningún sitio —dijo contundente aproximando el rostro a ella, quien no lo veía o no lo miraba, no sabía qué era lo correcto—. Mírame, cariño. —La joven frunció el cejo ante el apelativo recordando el por qué no podía acostumbrarse a ser llamada así: era una vil mentira y era lo bastante realista para saberlo.
—Necesito ir a...
—Te llevo —murmuró lento.
La joven al fin hizo foco mirándolo y no le gustó lo que vio, la expresión de Anthony era francamente de alguien que acaba de recibir una noticia lapidaria. Cansada de generar preocupaciones y malestar en otro se separó varios pasos de él y redirigió la mirada tratando de recordar donde se encontraba, soltó un suspiro al ver aún la construcción del edificio donde habitaba. Pensó que había caminado más, sintió que deambuló por horas.
—No. No te preocupes, luego te llamo —dijo en medio de un entrecejo fruncido y levantando las manos.
—Por favor, Theodora. Puedes hablar conmigo o compartamos el silencio, lo que tú prefieras está bien para mí —pidió buscando su mano. Ella se apartó un paso más realmente enfadada y, con el efecto nauseabundo que ser ella le producía, lo miró con ira haciendo que él bajara los ojos e hiciera ese gesto que ella ya conocía: Anthony se preparaba para ser lastimado. Y la joven, aun sabiendo eso, no pudo frenar el torrente de palabras porque la desesperación era más imperiosa.
—¿Y qué? ¿Acaso crees que me trago algo de lo que me dices? ¿Un tipo como tú siendo tan... tan... —dijo mordaz señalándolo y no encontrando la palabra para calificarlo—, malditamente perfecto quiera estar conmigo? ¡Y no me vengas con el puto discurso del tiempo, de que soy buena y todas esas mierdas! Son unas putas mentiras y lo sabes.
—N-no, cariño. No es así...
—¿Quieres saber lo que sucede? Ustedes, los ricos, están acostumbrados a tener todo. ¿Se te dio la puta gana de andar con una desquiciada pobretona? ¿Eso es lo que sucede contigo, Anthony? ¿Soy un caso de caridad para tu maldito ego? Porque en serio no tiene una maldita lógica.
—No te califiques de ese modo —masculló con las palabras atascadas.
—Pues me califico como se me da la gana porque a diferencia de ustedes que la tienen fácil, nosotros no hemos tenido nada y es en la misma nada donde crecimos. Somos una puta náusea social. Así que lárgate de aquí porque en verdad estoy haciéndote un favor.
—Te amo, Theodora.
—Cierra la boca, Anthony.
—Te amo en verdad. Sé que estás enfadada, sé que no podré saber nunca por todo lo que has pasado y sé también que lo que dices ahora con la pretensión de herirme y apartarme es porque te importo. En cierta forma te estás preocupando por mí.
—Solo estoy adelantando lo inevitable, en un par de días o quizá un mes no sabré nada de ti —espetó.
—Te prometo que no pasará.
—Pues te digo que sí pasará y no habrá nada que puedas hacer al respecto —profirió furiosa porque él tenga que ser un profesor. Furiosa por la vida que tenía. Furiosa por la náusea que descubrió que era y sería lo que restaba de su existencia.
—Encontraré la manera de demostrarte que te amo —murmuró restregándose un ojo a causa de las lágrimas que lo bordeaban—. Solo quiero saber si quieres estar conmigo, tal vez te estoy presionando y...
—Recuerda esto, profesor: hay una brecha muy grande entre el deseo y el deber. Créeme que la conozco a la perfección.
—Lo sé, ¿quieres al menos intentarlo? —pidió tendiéndole la mano.
Si la joven pudiera cambiar de vida lo haría y estaba segura de que había varios inconformes. Lo cierto era que estaba agotada de ser herida y aunque su piel hacía tiempo que no presentaba marcas, su alma no lograba cicatrizar porque cuando creía hacerlo, algo sucedía para que se abriera con ímpetu.
Se preguntó si estaba predestinada a la soledad al ser una persona que no era merecedora de redención y aquello la asustó, si bien fueron muchas las veces en la que se encontró sola, jamás se encontró en soledad absoluta y frente a eso, devino un pensamiento que nunca había tenido: ¿Y si acababa de una vez con intentarlo?
Pensarlo la hizo cerrar brevemente los ojos imaginando en cómo sería, muy pocas personas la extrañarían y Anthony no se daría por enterado al separarse de ella cuando al fin le diga lo que le debía. No sería un problema, no debería preocuparse por ser o no herida y tampoco se cuestionaría nada. Eso, trágicamente, la hizo sonreír de manera irónica porque nunca creyó que su destino fuera ese.
—¿Sabes qué? Qué más da... —dijo sincera y creyendo que tal vez, solo tal vez, unos pocos días felices podrían ofrecer una diferencia.
—No estamos hablando del clima, sino de nuestra relación —exclamó preocupado—. No es bueno que hagas nada de manera resignada y como lo has dicho así entiendo que lo crees.
La joven dejó escapar un suspiro permitiendo que sus hombros se relajaran y frente a eso su cuerpo comenzó a mitigar la tensión reinante.
—Me expresé de la mierda —masculló llevando una mano a la frente y mirándolo, Anthony se veía ansioso y su expresión atormentada no se difuminaba—. Solo... vayamos a tu piso —manifestó contrita a decirle lo que por él sentía.
El licenciado frunció el cejo y se limitó a asentir, ella al fin dejó escapar un suspiro y regresó sus pasos al vehículo negro que tanto conocía estacionado, esperando llevarlos. Cuando sintió la mano de Anthony en la de ella de inmediato se zafó mirándolo con asombro.
—¿No puedo tomar tu mano? —inquirió herido.
—Hay gente —dijo remarcando lo evidente. Él solo frunció más el cejo para luego demostrar una expresión de incertidumbre.
—Pero anoche no te importó...
—Anoche era otra cosa —interrumpió odiando que le recordara su irresponsabilidad.
—Está bien, lo siento —murmuró luego de un rato.
—No, no está bien —dijo cuando estaba por abordar el vehículo y aprovechando que él le abría la puerta—. Pero créeme que es lo mejor.
—Es verdad cuando manifiesto que no logro entenderte —murmuró con media sonrisa haciendo que ella sonriera y negara en gesto.
Ya relajada y a resguardo en el coche, se atrevió a aproximarse a él dejando reposar la cabeza sobre su hombro observando como su mano se movía en la palanca de cambios. La joven arqueó una ceja e hizo un gesto con la boca al ver las venas del licenciado que se extendían por toda su mano ramificándose en su brazo oculto por la camisa, esa visión la hizo remover inquieta porque le parecía de lo más seductora.
—¿Estás mejor? —preguntó sobre su coronilla cuando frenaron frente a un semáforo.
—S-si —masculló avergonzada por los pensamientos lujuriosos que ahora tenía. Él la contempló brevemente con confusión y su cejo profundizado.
—Eres cambiante, amor, como las tormentas tropicales —señaló para luego exclamar una carcajada.
—Muy gracioso, profesor —profirió irónica rodando los ojos—. ¿Eso no debería alertarte?
—Debería... pero lo cierto es que me fascina —confesó mirándola para luego volver a volcar su verde mirada en el tránsito colapsado.
Pronto Anthony dirigió el vehículo hasta estacionarlo frente a un edificio enorme y antiguo. La joven observó la arquitectura con sus ornamentos poderosos y magistrales. Los ventanales en forma de arcadas le daban el estilo greco aunque italiano a la vez por los intrincados ramilletes de adusta naturaleza que copaban el frente. Estaba tan sumida contemplando semejante maravilla que se sobresaltó cuando Anthony le abrió la puerta tendiéndole la mano.
—¿Qué? ¿Ya llegamos? ¿Vives aquí? —exclamó asombrada. Él asintió dirigiendo la mirada para contemplar lo que su musa estaba apreciando—. Es hermoso, Anthony. En primavera debes tener el departamento inundado por el azar de las flores.
—Y algunas abejas también —dijo riendo—. Vamos, cariño. Dentro te gustará más.
—¿¡Me estás diciendo que condujiste solo siete cuadras!? Pudimos haber caminado —señaló riendo.
—Me hubiera perdido tu expresión —comentó para luego exclamar una carcajada. Ella lo miró con la boca abierta tratando de contener la risa.
—¡Agh! ¡Eres un... un... ragazzino! —espetó haciendo que él arqueara la ceja para luego carcajearse aún más imperioso.
La joven, ignorándolo, se colocó los anteojos de sol para encaminarse al edificio. Lo cierto era que pretendía hacer una entrada triunfal, pero pronto fue todo interrumpido por los fuertes brazos de Anthony que la apresaron de la cintura levantándola sin ningún tipo de problema sobre su hombro.
—Dove va, ragazza? —inquirió y ella solo pudo exclamar un grito seguido de una carcajada al encontrarse en una situación tan ridícula.
—Lasciami andare, stronzo! —exclamó en medio de risas incontrolables. Pero él solo le palmeó el trasero haciéndola ruborizar y agradeció que pronto entraran al lugar, ya que las personas comenzaban a contemplarlos con atención.
Anthony abrió la enorme puerta de robusto roble con un lector que a ella le pareció inadecuado dada la arquitectura del lugar, pero supuso que así era seguro. Pronto el sonido eléctrico seguido de una luz verde les indicó que podían ingresar. El licenciado empujó la gruesa puerta de doble hoja y, dejándola de pie en el recibidor, le indicó que se sumergiera. Quedó pasmada en cuanto entró, con la boca abierta y los ojos que no le alcanzaban para contemplar todo.
—Esto no puede ser real —masculló cuando sintió la mano de él en la suya.
El suelo era de un mármol impoluto y las paredes, de una tonalidad beige tenue, contenían unos cuadros grandes y antiguos. A un costado había una cabina vidriada que supuso sería donde habitaba el correo. En el otro extremo había un asesor del mismo tenor que el edificio que si bien parecía moderno —ya que había una pantalla instalada en la pared— tenía las puertas asemejadas al roble. Pero lo que más le llamó la atención fue la enorme escalera caracol de madera, hierro y mármol. Nunca creyó ver una mezcla tan pulcramente lograda como aquella, continuó la mirada perdiéndose al ver lo alta que era y se preguntó quién demonios podía usarla y por qué mirarla producía un sentimiento caótico y laberíntico.
—Lleva a la terraza —aclaró él siguiéndole la mirada—. Y esas puertas —dijo señalando las que tenían frente, eran unas enormes puertas de vidrio enmarcadas con roble y con persianas igual—, llevan al patio exterior. —La luminosidad era sobrecogedora, tanto que iluminaba pulcramente el recibidor no necesitando de energía eléctrica.
Caminó lentamente acercándose y sus pasos resonaron en el suelo impoluto, aquello le erizó la piel. En efecto, tras aquellas puertas de vidrio se encontraba un jardín con pérgola y fuente, incluso había árboles, enredaderas y flores a montones y se preguntó cómo ese pequeño paraíso estaba escondido en una ciudad tan gris.
—¿Podemos be-beber café bajo ese árbol? —pidió señalando uno de copa majestuosa que brindaba una sombra esplendorosa, además que bajo de él había unos bancos y mesa de madera talladas y pulidas.
—Claro que sí, cariño.
—¡Señor Lemacks! —exclamó un joven que se acercaba a ellos. Theodora se sobresaltó al no percatarse de dónde había salido—. ¡Qué bueno verlo! Lamento interrumpirlo, pero tiene cientos de llamada en espera de... —dijo tomando del bolsillo de su jean un papel todo arrugado.
—Lo sé —interrumpió. La joven le sonrió tímida al reparar que el muchacho la observó por un breve segundo para luego volver a mirarla asombrado.
—E-esto... tenía algo más... —masculló revolviéndose incómodo llevándose la mano al cabello, le lanzó una nueva mirada a ella y Theodora notó como Anthony soltaba un suspiro con pretensión de ser oído.
—¿Algo importante? —inquirió en tono enfadoso haciendo que Theodora se ruborizara.
—S-sí. El señor Levs ha venido en repetidas ocasiones en lo que va la mañana, no sabría decirle si está o no en su departamento esperándolo. Si me permite decirlo, estaba enfadado. Me dijo: "Cuando veas a Anthony, dile que le patearé el trasero", palabras textuales señor, so-solo transmito el mensaje —murmuró lanzándole una nueva mirada a ella.
—Bien. Gracias, Thomas. Puedes retirarte —agradeció. El joven asintió y sonriéndole a ella se retiró rápido al pequeño habitáculo que había visto antes—. Bueno, al parecer has enamorado a alguien más —señaló dejándola momentáneamente estática.
—Estas demente, licenciado —dijo estupefacta. Él la miró por un largo minuto y al final lanzó un suspiro.
—¿Vamos? —La joven asintió dejándose guiar hasta el ascensor observando cómo presionaba el número seis en la pantalla táctil.
—¿Quién es el señor Levs? —inquirió mientras esperaban.
—Marcus.
—Fantástico —dijo irónica en un susurro sumergiéndose dentro del asesor, y cuando las puertas estaban a punto de cerrarse pudo atisbar como Thomas la miraba con curiosidad.
La pelirroja observó el semblante de Anthony y lo notó tenso, se preguntó si estaba preocupado por la información que Thomas le dio y eso la llevó a reprenderse por haberlo prácticamente obligado a olvidarse de sus asuntos. Se revolvió incómoda ya no agradándole la idea de estar allí al saber que él era un hombre ocupado porque suponía que los ricos debían serlo o al menos algunos.
—¿Estás preocupado? —inquirió temerosa. Él de inmediato la miró y ella notó como su expresión se relajó de inmediato.
—No, cariño. ¿Por qué debería estarlo?
—¿Por tu trabajo? —tanteó un tanto confundida.
—Se resuelve con unas pocas llamadas, tú no te preocupes.
Las puertas se abrieron y fueron recibidos por un ancho pasillo iluminado por la luz natural de un largo ventanal cerrado al extremo de la pared izquierda, pasando el vacío donde se podía apreciar la escalera caracol. Curiosa, se asomó a la barandilla asombrada del panorama al ver el mármol donde minutos atrás estuvieron parados. Observó por el ventanal y, la ciudad, ya era el paisaje dejando el jardín al refugio del primer piso.
—Esta arquitectura es rara, pero me encanta —dijo eufórica. Anthony rio y la acompañó con calma mientras ella observaba todo a su alrededor.
Había candelabros que colgaban desde el techo de vigas anchas y resistentes, también una serie de grabados al óleo en las paredes con una luz que los alumbraba pulcramente. La joven se preguntaba si estaba en una muestra de arte o un edificio de apartamentos. Apreció también que había varias plantas coníferas en macetas grandes esparcidas a lo largo del pasillo y eso la hizo reclinar levemente la cabeza.
—Al dueño debe gustarle mucho la naturaleza —señaló. Anthony no dijo nada, aunque asintió ante su observación—. ¿Sabes cuántos inquilinos hay?
—Por piso somos cinco.
—¡¿Solo cinco?! Los departamentos deben ser enormes —señaló cuando se detuvieron frente a una gran puerta, obviamente de roble.
—En realidad no. Pero al ser una edificación vieja, las paredes son extremadamente gruesas, lo que reduce mucho el espacio para más departamentos —explicó—. Además, cada piso tiene lavandería y un espacio común de distracción.
—¿Espacio común? —inquirió mientras él volvía a apoyar aquella tarjeta sobre el lector.
—Sector de esparcimiento: hay billar, una especie de cine, bar... eso —murmuró encogiéndose de hombros.
—¡Wow! Es increíble —exclamó asombrada de que los ricos tuvieran tanto.
—Se llevó a cabo una votación sobre qué hacer con el salón sobrante en cada uno de los pisos y aquí, casi por unanimidad, han elegido eso —comentó.
—¿Me estás diciendo que el dueño preguntó a los inquilinos qué les gustaría?
—Sí, así es —dijo sonriendo y haciéndole un gesto para que pasara.
—Cuando lo veas dile que es un innovador considerado.
—Se lo diré —afirmó riendo.
Lo primero que hizo la joven al reparar donde estaba, fue refrenar el parloteo y volver a quedar estática. Tragando con dificultad maravillada y emocionada ante lo que veía, se atrevió a dar un paso mientras sus ojos se adecuaban a todo.
Anthony tenía demasiados libros, fue lo primero que pensó en cuanto entró. Los había por doquier, incluso la pared izquierda era cubierta de piso a techo con estanterías embutidas repletos, le recordó de inmediato a las bibliotecas. Aquella pared solo era interrumpida por una abertura que conducía a un pasillo que ahora se encontraba oscurecido. Observó maravillada lo preponderante que era aquello y el techo era su límite siendo extremadamente alto, incluso tenía una escalera corrediza como las que había en las bibliotecas para capturar los que se ocultaban en la colina.
Recorrió aún más la mirada y frente a ella, estaban los esperados ventanales cubiertos de cortinado blancos, eran enormes y se percibía los balcones, había una alfombra frente al ventanal donde reposaba una mesilla con más libros, los anteojos y unos papeles. Un sofá enorme, aparentemente cómodo, con una lámpara curva de lectura estaba enfrentado a la biblioteca, aunque también dirigido hacia el ventanal, sin duda la vista sería impecable.
A su derecha se encontraba una reluciente isla y detrás se ocultaba toda la cocina, ese sector era más moderno y, además, estaba elevado con piso de porcelanato, ya que donde estaban ellos era de parquet. Percibió a su izquierda un escritorio con una laptop cerrada y una estantería con archiveros y muchos, muchos papeles que estaba posicionada en la cara opuesta al ventanal.
—¿Me permites? —pidió él por detrás tomando las solapas de su chaqueta.
—¡Oh! Si —masculló desprendiéndose—. Dios, Anthony, vives en un maldito cuento de hadas —señaló atreviéndose a caminar más por la inmensa sala. Estaba anonadada por la enorme biblioteca, nunca había visto algo así en una casa, ni siquiera se lo había imaginado.
—¿Te sientes cómoda?
—¿Preguntas en serio? ¡Este lugar es perfecto! —exclamó mirándolo y notando como él se relajaba visiblemente—. Te juro que no tendré problemas en invadírtelo —advirtió.
—No habría nada que me guste más —dijo acercándose a ella para besarla.
Ella se prendió a su cuello de inmediato, respondiéndole con ardor y deseo, recordándose adorarlo por el tiempo que le quedaban.
—Tu enorme... —dijo sugerente apoyando su cuerpo a él haciéndolo exclamar un gemido—... biblioteca me enloquece —culminó.
—Eres diabólica, principessa —murmuró sobre sus labios tomándola del trasero y aproximándola a su virilidad. La joven exclamó un jadeo y se dejó guiar por su pericia en el arte de los besos.
Los labios de Anthony eran realmente adictivos para ella, los encontraba suaves, cálidos y de un sabor inigualable. Queriendo más de él, se atrevió a recorrerlo con la lengua, haciéndolo exclamar un jadeo y llevándose como premio que la levantara en volandas para guiarla al sofá.
Cuando cayó laxa, su cuerpo entero vibró proclamando un gemido de placer al observarlo completamente sexual y tentador. No podía creer que aquel hombre, tan hermoso y sexy, estuviera besándola con aquel ardor desesperante. De inmediato el licenciado volvió a reclamarla y ella, sin perder espacio ni tiempo, se enredó a su cuerpo con sus extremidades, moviéndose en vaivén por el absoluto placer que le brindaba cada una de sus caricias.
Escucharlo gemir solo incrementaba su deseo que estaba desbordado y, desesperada, se apresuró en quitarle la camisa con manos temblantes, pero Anthony le facilitó la tarea al ella no poder hacerlo a causa del nerviosismo. Tragó con fuerza al contemplarlo con el torso desnudo comprendiendo que era lo más hermoso que había visto.
Con las puntas de sus dedos acarició sus pectorales, descendiendo cada vez más hasta encontrarse con el inicio de sus pantalones de lana. Se mordió el labio al ver su virilidad apretar y cuando lo observó a los ojos notó que tenía la mandíbula tensa.
Él volvió a besarla y ella exclamó gustosa sintiendo como sus fuertes manos la sostenían de la cintura y buscaba levantarle la playera, algo absolutamente sencillo porque era enorme. Él de inmediato descendió con sus besos y la joven se arqueó cuando sus calientes y húmedos labios rozaron su estómago.
Sus manos continuaban acariciándole la cintura ascendiendo y buscando, y ella ya no soportaba más semejante encuentro glorioso, por lo que comenzó a exclamar jadeos incontrolables y a moverse necesitando no sabiendo con exactitud qué.
Ambos estaban tan sumidos en su nube de placer, perdidos en los sentidos y dedicándoselos a cada uno de sus cuerpos que no oyeron el casi imperceptible sonido de la alarma de la puerta ser abierta.
—¡Vi tu vehículo! —exclamó Marcus entrando al departamento—. ¡No sabes todo lo que...!
—¡Por el amor de dios, lárgate! —profirió Anthony irguiéndose y observándolo con furia en sus ojos verdes.
El moreno quedó estático por unos segundo tratando de asimilar lo que veía. Parpadeó seguidamente para luego, sin decir nada, retroceder en sus pasos y cerrar la puerta de manera suave.
—Lo siento, cariño. Lo siento mucho —proclamó desesperado el licenciado al contemplar como la joven había quedado pasmada.
—¿Qué demonios acaba de ocurrir?
—Es Marcus, pero no te ha visto, tranquila.
—¿Y por qué carajos entra a tu departamento como si fuera dueño? ¿Vives con él? —inquirió irguiéndose y apartándolo.
—¡N-no! Es mi amigo y tiene la llave...
—¿Le das la llave de tu piso a tus amigos? —preguntó poniéndose de pie mientras acomodaba sus prendas e intentaba acomodar el lío que era su cabello.
—Solo a él.
—¿A él? ¿Me jodes, Anthony? —exclamó estupefacta, no creyendo lo que oía.
—¿Podemos hablarlo luego?
—¿Ahora estás incómodo porque llegó tu amante? ¿O la amante soy yo? —profirió molesta.
—Cariño, n-no es así —dijo colocándose la camisa y mirándola—. Re-recuerda que trabajamos juntos.
—Cierto —acordó con fingida calma—. ¿Sabes qué? Iré por ahí. Te dejaré con él... a solas... —Sentía el rostro arder a causa de los celos negros que la estaban devorando.
—¡No! No te vayas —pidió acercándose para tomarla de la cintura—. Veré qué necesita, serán unos pocos minutos, por favor.
—Si tienen que trabajar no quiero interrumpirlos —dijo exclamando un suspiro buscando relajarse y no ser tan infantil.
—No lo harás, el departamento es tuyo. Eres libre de hacer lo que quieras. ¿Te quedarás?
—Está bien —masculló luego de considerarlo un momento.
Anthony asintió relajado y le dio un breve beso. Theodora se llevó la mano a la frente cuando lo vio encaminarse a la puerta sintiendo que estaba realmente en el maldito triángulo amoroso que mencionó Penélope.
—Pasa, siento el arrebato —dijo palmeándole el hombro. La joven no pudo no sentirse celosa, ya que los ojos de Marcus en verdad lo miraban como si fuera lo único que veía, se preguntó si así de patética se contemplaba ella.
—Hola, Theodora —saludó al reparar en ella. La joven solo pudo asentir y Anthony, completamente incómodo, le señaló el escritorio mientras se dirigía al área de la cocina, supuso que a preparar café.
Ella, por su parte, decidió distraerse con la biblioteca observando las cubiertas de los libros, esperando reconocer alguno. Se asombró ver que muchos estaban en italiano, algunos en francés y español. Arqueando las cejas, tomó uno en español y resignada volvió a dejarlo en su sitio al entender muy pocas palabras de lo que decía.
En todo momento sintió la mirada de Marcus sobre ella, pero decidió ignorarlo y portarse de manera correcta para no incomodar a Anthony en su propio hogar, por lo que tomando un ejemplar al azar en su idioma, fue hasta el sofá que minutos atrás estaban a punto de hacer el amor y se recostó pretendiendo fingir que leía.
—Aquí tienes, cariño —murmuró Anthony dejándole una taza de café con leche sobre la mesilla. Ella le sonrió en respuesta y observó con disimulo como tomaba lugar en el escritorio tras la laptop y comenzaba a hablar con Marcus, a quien también le había preparado una infusión.
En un momento, luego de pasado un rato, la joven oyó cómo la voz de Marcus había bajado considerablemente y, astuta como lo era, agudizo el oído.
—Te enviaré un expediente, tal vez el domingo a más tardar. Es importante que lo leas. ¿Me has entendido? El correo estará cifrado.
—¿De qué hablas?
—¿Podrías por una vez escucharme? Aún no lo he leído, pero mis fuentes dicen que es importante. Así que, por favor Anthony, léelo ni bien lo recibas.
—Está bien —dijo el licenciado confundido aunque relajado. La joven notó como Marcus la miró y de inmediato bajó la mirada al libro—. ¿Podrías hacerte cargo de la empresa por dos días? No quiero interrupciones.
—¡Dios, Anthony! —exclamó llevándose las manos al cabello—. No tengo problemas, pero...
—Genial, gracias. Te deberé una.
—Es mi trabajo —espetó—. ¿Dónde tienes la cabeza?—inquirió mirándolo serio.
Theodora ya no soportaba oírlo, algo le parecía extraño en su tono, pero lo asoció a su enamoramiento a él. Soltando un suspiro, la joven se levantó del sofá dispuesta a marcharse a recorrer el edificio.
—Iré a ver qué hay por ahí —farfulló tomando la manilla de la puerta e ignorando el pedido de Anthony cuando la llamó.
No sabía el por qué,pero Marcus le daba mala impresión. Tenía algo contra ella y eso no hacía másque intensificar su recelo hacia él. ¿Acaso el tipo no podía comportarse comoadulto? ¿Era necesario que le lanzara esas miradas? Pensaba la joven ofuscadamientras presionaba la pantalla táctil con furia dispuesta a ir al jardín quehabía visto al principio, tal vez un poco de vegetación le haría bien paramitigar su malestar.
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