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XIX

Anthony procuró moverse despacio para no despertar a su deidad dormida que, rendida ante el cansancio, colapsó ante Morfeo desnuda y expuesta. Tragó con dificultad admirando la belleza de su cuerpo y, atreviéndose a tocarla, recorrió el vaivén de su cintura en busca de corroborar una vez más que fuera real. Su musa se movió en sueños frunciendo el cejo y se revolvió entre las sábanas blancas creando un contraste para quitar el aliento.

De inmediato, el licenciado tomó las sábanas para cubrirla porque si continuaba observándola no sería capaz de refrenarse e intentaría hacerle el amor nuevamente. Lanzando un suspiro la atrajo a su pecho, y estaba a punto de dormirse envuelto con su aroma a jazmín y el calor que irradiaba su piel mientras acariciaba su cabello, cuando la puerta principal fue fieramente aporreada.

Frunciendo el cejo y preocupado de que ella despertara por la irrupción, se apresuró en cambiarse con lo primero que encontró para atender a la visita inesperada, pero vaya sorpresa que se llevó al ver a su amigo irritado y con el cabello cobrizo despeinado apoyado en la jamba de la puerta.

—Me choca que tenga que venir a solucionar sus dramas —masculló Marc entrando al departamento sin esperar invitación—. ¿Y qué demonios tienes? ¿Acaso estabas durmiendo? —inquirió confundido al ver a Anthony desalineado con aquella playera negra y unos pantalones franela—. Supongo que la discusión con Marcus te afectó al punto de usar esos... ¿Qué se supone que es eso? —preguntó riendo.

—¿Podrías hablar más despacio? —inquirió el licenciado preocupado de que su musa despertara de su sueño por las exclamaciones de Marc—. Sé prudente —señaló.

Marc lo miró confundido y en ese estado se dirigió al frigorífico extrayendo un botellín de cerveza. Anthony, figurándose una larga conversación, soltó un suspiro y se dirigió al sofá esquivando la mirada confusa de Marc, pero se llevó una mano al cejo cuando escuchó su brusca inspiración.

—¡No me jodas, Anthony! ¡No jodas que estás con alguien! —profirió acercándose para posicionarse frente a él, que lo miraba entre asombrado y risueño.

—¿Quieres gritarlo para que se entere toda la ciudad? —susurró molesto y avergonzado.

—Pues sí, quiero gritarlo —dijo enfático—. ¿Quién es? ¿Es una chica? ¿Un chico?

—¡¿Podrías cerrar la boca?! Deja de gritar que la despertarás.

—Entonces es una chica... Cuéntame de ella, ¿por qué no lo sabía? ¿Hace cuánto la conoces? ¿Es linda? ¿Dónde la conociste? ¿Es de esas estiradas profesoras que le gusta encerrarse en bibliotecas como a ti?

Anthony expulsó un suspiro y se recostó en el sofá tratando de ignorarlo, pero fue inútil al estar Marc pendiente de cada uno de sus gestos.

—No me iré de aquí hasta que me cuentes —dijo de lo más calmo sentándose a su lado y recargando los pies en la mesilla ratona.

—Eres insufrible —susurró.

—Sí, me lo has dicho muchas veces. ¿Y bien? Apuesto mi jornal que es una profesora... Al fin se te dio, ¿cierto?

—¿Qué quieres saber?

—Acabo de enumerar todas las preguntas que quiero saber, o tengo que llamarla a ella para que me cuente —dijo haciendo amague de erguirse en pos de ir a la habitación. Pero Anthony ni se inmutó al saber que sería incapaz.

—Su nombre es Theodora y la amo, es todo lo que necesitas saber.

—Por Dios, hombre, ¿perdiste la castidad con ella y ya te enamoraste?

—Muy gracioso —masculló.

—Ya, en serio, me preocupa —dijo seriamente. Anthony frunció el cejo y, reacomodando su postura, lo miró confundido.

—¿A qué te refieres?

—¿En serio preguntas? Después de Camila no estuviste con nadie más.

—Que tú sepas —añadió.

—Estoy cien por ciento seguro que no estuviste con nadie más.

—¿Y qué tiene que ver eso con Theodora? —inquirió molesto.

—Me refiero a que te enamores así de rápido... ¡No es normal, viejo! —profirió.

—¿Podrías dejar de gritar de una maldita vez?

—¿Anthony? —La arrulladora voz cortó con la diatriba de los hombres, dejando la instancia sumida en silencio.

La joven observó al enorme sujeto sentado al lado de su amado e, intimidada, se sostuvo de la biblioteca esperando no haberlo enfurecido. Se cohibió cuando ambos la contemplaron y, ruborizada, bajó la mirada.

El licenciado se levantó de inmediato ignorando el suspiro admirado de Marc y, con los celos inundando nuevamente su psiquis, se acercó a ella, quien solo portaba su camisa blanca. Se apreciaba a simple vista que estaba desnuda bajo la prenda, sus pezones perceptibles y sus piernas desnudas eran un verdadero espectáculo.

—Ven, cariño —pidió tendiéndole la mano que ella aceptó de inmediato y se dejó guiar hasta la habitación donde minutos atrás se despertó asustada.

Anthony la condujo hasta la cama y, redirigiéndose a su vestidor, buscó unas prendas para ella. Consideró, mientras tanto, que debía llamar a Clarissa ordenándole que encargara indumentaria para su musa, así estaba más cómoda en su departamento. Anthony le tendió una playera y otros pantalones franela y ella, realmente avergonzada, los tomó sin mirarlo.

—¿Estás bien? —inquirió tomándola del mentón. Ella lo miró y Anthony vio miedo en sus ojos celestes, por lo que preocupado la tomó del rostro mirándola con aprensión—. Dímelo, amor.

—Me desperté y no estabas —susurró—. Pensé que te habías ido y me habías dejado sola —terminó mascullando para luego sus ojos oceánicos inundarse de lágrimas.

Anthony, estupefacto por haberla herido, se desesperó por no haber considerado el hecho. Pronto la abrazó dejando que su hermoso aroma lo colmara de gracia y, realmente culpable, besó su coronilla para luego hablar:

—Jamás me iré, mi amor. Lamento haberte dejado sola, estabas durmiendo tan tranquila que no quise despertarte. Lo siento —enfatizó abrazándola con fuerza.

—Está bien, solo me asusté —declaró sincera devolviéndole el abrazo—. ¿Quién es el hombre que está en la sala? —susurró casi imperceptiblemente.

Anthony la besó castamente para luego indicarle que se cambiara, pero su musa se ruborizó y le pidió que se volteara; él, sonriendo internamente por su pureza, así lo hizo mientras le explicaba:

—Es Marc. Un buen amigo que en breve te lo presentaré.

—No quiero interrumpir tus charlas —murmuró—. Ya estoy aceptable —culminó luego de un momento.

Anthony se dio la vuelta a contemplarla y quedó encantado al verla con sus prendas que, aunque le fueran holgadas, creaban un magnífico contraste maravilloso con su piel porcelana.

—Siempre estás aceptable... apetecible —dijo acercándose a ella quien, a causa de su declaración, sus mejillas se habían tornado escarlatas.

Theodora contuvo la respiración y contempló extremadamente avergonzada cómo Anthony se le acercaba. Apretó los puños al notar el deseo recorrer su cuerpo para detenerse en su sexo, obligándola a apretar las piernas a causa de la impresión que le causaba su licenciado con solo hablarle. Se preguntó si era muy pronto para volver a hacer el amor y, mordiéndose el labio, contuvo el gemido que amenazaba con escapar cuando esos ojos verdes la recorrieron.

—Y no interrumpes absolutamente nada, amor —murmuró a escaso espacio de ella tomándole un mechón de cabello para juguetear con él entre sus dedos.

—¿Se-seguro? —dijo en medio de un suspiro observándole los labios carnosos que ansiaba besar.

Anthony, con absoluta admiración, curvó una sonrisa al analizar cada gesto corporal de su amada que clamaba por él; pero, siendo consciente que en la sala había alguien ajeno a su intimidad, se limitó a besarla castamente en la comisura de esos labios carnosos para luego extenderle la mano que ella aceptó con un rubor poético.

La joven, avergonzada por estar siendo tan libidinosa, intentó mantener una postura seria y abnegada cuando Anthony, con cordialidad, hacía las presentaciones pertinentes.

Theodora encontró en el fortachón hombre un amigo de inmediato, no supo exactamente qué fue la que la condujo a intercambiar un torrente de palabras olvidándose del miedo que le produjo su primera impresión, pero él la hizo sentir como si fuera su hermana. Aquel trato carente de diplomacia y estructuras, pero con amabilidad y dulzura hizo que la joven se sintiera cómoda de inmediato con Marc, regalándole risas y anécdotas.

—Entonces, cuando estaba en la frontera de Wagah, Pakistán, el sujeto me tomó del cuello con fuerza y me dijo: ¡Maldito yankee, si me inyectas veneno juro por Alá que morirás! —contó el doctor zambullendo un trozo de pay helado mientras bebía cerveza, una combinación para nada apetecible para su audiencia.

—Mientes —farfulló Theodora asombrada y con una sonrisa enorme plasmada en el rostro.

—Claro que no, pequeña —dijo con la boca llena—. Obvio que en ese año las cosas estaban difíciles en ese país...

—Aún lo están —intervino Anthony quien, completamente a gusto y feliz, observaba como su musa escuchaba con atención cada palabra de la conversación.

—Es cierto —concordó Marc—. Estuve... ¿Cuánto? ¿Dos... tres...?

—Fueron tres años y dos meses en el extranjero.

—¡Vaya! Sí que me extrañaste —comentó para luego exclamar una carcajada que fue imitada por Theodora. Marc de inmediato acercó la lata de cerveza a la de ella para brindar y bebieron conformes por su broma contra el licenciado.

—¿Por qué regresaste? —inquirió Theodora.

—Mi esposa esperaba a nuestro primer bebé, era hora que nos quedáramos quietos, al menos hasta que estuvieran grandes.

—¿Eres casado? —exclamó asombrada.

—Para mala fortuna de Melissa ­—acotó Anthony con una sonrisa que fue correspondida por el dúo.

—Hace diez años y tengo dos hermosos niños, mira ­—dijo extrayendo su móvil enseñándole a Theodora la imagen que tenía de fondo.

Ella apreció la fotografía donde Marc y una mujer rubia y encantadora, abrazaban dos niños que solo pocos años los distanciaban.

—Tienes una hermosa familia —susurró la joven preguntándose cómo se sentiría ser uno de esos niños por un día.

—Gracias, pequeña.

—¿Y tu esposa fue contigo a todos esos viajes?

Anthony exclamó una carcajada que hizo de la estancia vibrar. Theodora lo observó risueña, preguntándose qué era tan gracioso y, Marc, lejos de ofenderse, se rio con él.

—Melissa es directora del programa. Ella trabaja en el centro científico de salud y está a cargo del proyecto de infectología de Ohio —dijo orgulloso. Theodora quedó pasmada con la boca abierta y, tomándose el atrevimiento, el doctor le revolvió el cabello haciéndola salir de su estupor—. En pocas palabras, trabajo para ella.

—Es... ¡Vaya! Tu esposa es impresionante... ¡Tú también! —exclamó luego al notar el desliz. Marc se carcajeó para luego hacer un gesto con la mano restándole importancia.

La joven miró asombrada a aquel sujeto robusto, de anteojos, barba y aspecto desalineado cayendo en la cuenta que, una vez más, las apariencias engañaban enormemente. Con una desbordante felicidad por haber conocido a una persona realmente interesante, miró de inmediato a su licenciado haciendo que sus ojos se estrecharan mientras su sonrisa se agrandaba.

Él, mirándola con mucho amor, apreció como su amada a veces presentaba comportamientos de niña y entendió aquello como una pérdida que fue arrebatada. Su postura era evidente de un infante aprendiendo: estaba en posición de loto sentada sobre la alfombra italiana, con el oído alerta y la atención dispuesta a cada palabra replegada. Era adorable, pero a la vez, aquello, era peligroso. Sin pensarlo, Anthony le tendió la mano y ella, ruborizada, la aceptó.

El licenciado tiró de ella haciendo que se sentara sobre su regazo y la abrazara de manera cariñosa y posesiva, apreciando aquel aroma a jazmín que su cuerpo despedía sin egoísmo mezclado con el de menta de él.

Theodora, ruborizada, bajó la mirada mientras jugueteaba con sus dedos sin saber qué hacer exactamente, ya que la posición en la que estaban la encontraba demasiada íntima para la visión de otro espectador.

—¿A qué te dedicas, Theodora? —inquirió Marc terminando de engullir la cerveza mientras se levantaba a buscar otra.

—¿Y-yo? —Anthony la notó nerviosa y apenada. Tomó su mano esperando que lo mirara y en cuanto lo hizo él susurró:

—No hay nada en ti de lo que debas avergonzarte, pero nadie te obliga a hablar si no quieres. —La joven le sonrió apenas y, asintiendo, dejó reposar la cabeza en el pecho de su amado para responder la pregunta de Marc cuando él regresó.

—Solo soy una camarera —farfulló. El doctor le extendió una cerveza que Theodora, asombrosamente, rechazó.

—No hay nada de vergonzoso en ser camarera, pequeña —manifestó soltando un suspiro—. ¿Te acuerdas, Anthony, cuando lavábamos cristales para poder comer una maldita hamburguesa?

—Por dios, si —farfulló. La joven miró asombrada a su licenciado irguiéndose en su regazo.

—Además, eres demasiado joven para decirlo de esa manera fatalista —continuó Marc haciendo un gesto—. De todos modos, no hay nada de malo en tener un empleo. No lo olvides nunca.

—Lo sé —susurró la pelirroja dejándose caer nuevamente en el pecho de su amado.

—Bien, Anthony. ¿Puedo hablar frente a ella? ¿Lo de ustedes es serio? —inquirió Marc palmeando sus rodillas.

La joven de inmediato se puso nerviosa y buscó moverse sobre el regazo de Anthony para irse, pero él la sostuvo de la cintura mirándola a los ojos.

­—Ella sabe el conflicto con Marcus —dijo evitando hablar de la seriedad de su relación, pues esperaba que su musa esté lo suficientemente segura con él para poder proclamarlo.

—Si tienen que hablar de sus cosas, los dejaré solos.

—No —manifestó contundente Marc, ya serio—. Mejor que sepas así nos ahorramos melodramas.

Theodora se humedeció los labios y, adoptando una postura de reprimenda, bajó la cabeza. Anthony quiso reír al verla actuar ante la seriedad de su amigo, por ello para relajarla le besó la mejilla haciendo que ella se ruborizara y lo mirara indignada.

—Presta atención —susurró molesta.

—Melissa en este momento está conteniendo a Marcus y creí que yo... bueno... debía venir a contenerte a ti. Bueno, en realidad fue mandato de Mel —dijo mirando a Anthony, pero al verlo completamente enamorado de la jovencita pelirroja no pudo menos que reír—. En fin, nuestro amigo me genera preocupación.

—Lo sé. También a mí, pensaba llamarte en la tarde para buscar una manera de... no sé, ¿ayudarlo?

—Tú no podrás hacerlo, lo siento. —Marc dijo eso y negó en gesto mientras adoptaba una postura pensativa—. El problema, Anthony, está en que él te responsabiliza por haberlo alentado.

—¡¿Qué?! —exclamó indignado haciendo que Theodora se sobresaltara—. Lamento, cariño, el exabrupto.

Marc lo miró arqueando una ceja y, negando en gesto, continuó pensando, pues conocía muy bien a ambos. A Anthony más, ya que prácticamente había vivido con él por años. Y era cierto que era raro con las personas, siendo siempre tan amable, considerado y gentil. Marc había analizado esa conducta por mucho tiempo, había sido testigo de muchos corazones rotos porque Anthony en verdad era un hombre extremadamente guapo y encantador, pero, honestamente, él era de esa manera sin intenciones.

Fueron muchas las veces que Marc lo encontró llorando a causa de su modo de ser, renegando por ser quien era, por querer demasiado y por honrar a las personas; pues estas siempre terminaban por abusar de él o violentarlo cuando se negaba a ejecutar algún acto que los demás creían oportunos. Marc siempre lo alentó a que no dejara de ser quien era por el simple motivo de que personas como él no abundaban y sería un sacrilegio que cambiara porque el otro no podía aceptar un no como respuesta.

—Cálmate, ahora me doy cuenta de que no has alentado a nada —dijo luego de un rato al recordar situaciones pasadas—. Él no entiende tú... forma de ser, ese es el problema.

Anthony y Theodora quedaron en silencio tras esa aclaración. El licenciado avergonzado y Theodora maravillada, porque, en efecto, no se equivocaba al saber que él era un ser extraño de hombre y ahora le pertenecía. Enamorada, le plantó un beso en la barbilla llevándose como premio un exquisito rubor.

—Me conoce hace años —comentó Anthony luego de un momento—. Me ha visto interactuar con otras personas, sabe cómo soy. Es solo una excusa que se creó por su imprudencia —dijo contundente y con el cejo profundizado.

—Mejor haré café —susurró Theodora deslizándose del regazo de su amado.

—Él dice que a la única persona que has dejado dormir en el departamento, fue a él —señaló Marc mirándolo.

—Sí —dijo encogiéndose de hombros—, porque a Federika no le agrado y siempre ha declinado las invitaciones que le he hecho. —Theodora se crispó al oír el nombre de una mujer—. Tú tienes esposa... y, además, no hemos dormido en la misma cama, por dios. —Terminó farfullando molesto.

—No, pero dice que le preparabas unos exquisitos desayunos en la mañana.

—Se llama hospitalidad —dijo confuso.

—¡Ay, por favor, Anthony! ¡Eso se llama coqueteo! —Marc quiso reír al ver el sonrojo en su amigo y como carraspeaba moviéndose incómodo en el sofá.

—Pues... N-no lo tomé co-como un coqueteo —murmuró llevándose la mano al cabello—. Fue simple cordialidad.

—Te conozco de años y esto no había pasado nunca. ¡Juro que también creí que te habías enamorado de él! Debo admitir mi error en todo esto, pues lo alenté.

—¡¿Que hiciste qué?!

—¿Qué quieres que piense, amigo? Nunca te habías comportado así con nadie.

—¡Trabajamos juntos, Marc! ¡Son horas, horas y horas de papeleo, reuniones y malditas firmas, números y chequeos que debemos llevar! ¡Es jodidamente estresante! ¡Hacemos prácticamente el mismo trabajo! ¡Se quedaba a dormir aquí por las largas reuniones en webcam, papeleos y toda la presión que debemos sostener al tener a cargo a más de miles de trabajadores! ¡No he compartido eso con nadie, por eso nunca ha pasado antes, pero que le haya preparado un desayuno o haya permitido que en el agobio se quedara a dormir, no implica que esté enamorado de él!

—¡Está bien! ¡Lo siento! ¡Dios! Aunque eso también es interesante...

Theodora se apoyó contra la encimera observando al dúo y la conversación que acababan de tener. Entendía el punto de Anthony, pero también el de Marc. Extrañamente, la joven, comenzó a sentir empatía hacia Marcus. La sala quedó en un silencio tortuoso que solo era cortado por el sonido de la excéntrica cafetera que preparaba la infusión.

La joven observó la espalda de su amado y lo notó tenso, en cambio, Marc, estaba resignado, desparramado en el sillón mientras se revolvía el cabello y se quitaba las gafas limpiando el sudor que perlaba su frente.

—¿Qué es interesante?

—Tratas a Marcus como si fuera tu socio... Él es tu empleado, viejo. ¡Recapacita! Debes tomar la delantera de la empresa. Tienes suerte que haya sido Marcus y no otro quién...

­—No me expliques qué hacer con mi trabajo —dijo contundente interrumpiéndolo y levantándose para abrir los ventanales, dejando que la tibia brisa se filtrara en el departamento—. Todo el mundo me trata de idiota por ser amable —masculló—, estoy hastiado de verlo en sus expresiones.

—No dije eso. Dejemos el tema, ¿sí? —El aludido no emitió nada, por lo que Marc, relajado, prosiguió—: Solo digo que en serio no sé qué hacer y estoy tratando de entender el panorama, ojalá a Melissa se le ocurra algo —masculló.

—No puedo creer que Marcus haya ido a por Melissa. Eso porque sabe que me odia —murmuró Anthony enfadado, volviendo al sofá.

—No te odia, viejo, cree que eres un... pretencioso, pero no te odia.

—¡Genial! Eso soluciona las cosas —farfulló irónico.

—Ten —dijo Theodora tendiéndole una taza de humeante café negro a su amado, quien lo aceptó con una sonrisa tensa que no llegó a sus ojos.

—Has rechazado a cada amiga que te presentó, cualquier ser humano normal se enfadaría por eso.

—No quiero hablar del tema —masculló aún molesto y más apático al recordar aquel tiempo desastroso.

La joven miró a Anthony entristecido y una sensación horrible comenzó a corroerla. Desesperada, dejó su taza de café en la mesilla y se apresuró en acariciarle el cabello en busca de reconfortarlo. Todo aquello que escuchaba era información nueva que se instalaba en su análisis para comprender ciertas conductas de él y de las cuales iba a tener que ser más contemplativas a la hora de abordar, sobre todo en sus discusiones.

—¿Tú crees que sea pretencioso, Theodora? —preguntó Marc, mirándola.

—Y-yo... —dijo titubeante, ya que en plena discusión acontecida en la mañana, era lo que le había gritado—. Creo que es solo una cobardía nuestra —murmuró.

—Está bien, cariño. Estoy trabajando en ello —intervino Anthony evitando que estuviera sumida en una situación incómoda, pero ella lo ignoró al sentarse nuevamente en su regazo con la mirada fija en Marc.

Ambos ignoraron al licenciado y Marc, contemplándola confundido, le pidió con la mirada que continuara.

—El condicionamiento lo tenemos nosotros al no aceptar que nos pueden apreciar siendo como somos y que la amabilidad no tiene fronteras. Estamos tan sumidos en la violencia que cuando encontramos a alguien bueno, tenemos la necesidad de aplastarlo. Porque, aquella bondad, nos significa pretenciosa. Lo siento, Marc, pero tu esposa está equivocada como también lo estuve yo al creer lo mismo que ella. Anthony no es pretencioso, sino que bueno en totalidad. Quienes debemos aprender somos nosotros, no él.

»Es irritante, eso sí —dijo mirando a su amado que tenía los ojos verdes bajos analizando sus palabras. Marc exclamó una carcajada por el apelativo exacto que usó la pelirroja—. Pero, en respuesta a tu pregunta, no, ahora sé que él no es pretencioso ni podría llegar a serlo nunca.

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