XIII
Anthony no paraba de reír al escuchar a su musa quejarse desde que abandonaron la cabaña para encaminarse al arroyo. Ryan hacía eco de sus quejas que estaba de acuerdo en cada una de ellas, ignorando que todo el grupo prácticamente sentían deseos de estrangular a ambos, pero no Anthony quien observaba al dúo caminar delante de él, enumerar las malas consecuencias por caminar tanto en un día tan caluroso.
—Ya estoy toda sudada, maldición —profirió su musa tomando su enorme playera de los lados pretendiendo que le entrara aire y Anthony no aguantó la carcajada—. ¿Cuál es la gracia? —inquirió dándose la vuelta para mirarlo enfadada.
—Nada, cariño —manifestó de inmediato sonriendo.
—¿Cómo puede ser que no transpires nada? Sabía que eras raro, pero no tanto —acotó arqueando las cejas.
—Estoy acostumbrado al ejercicio —aclaró sonriendo. Ryan se dio la vuelta a mirarlo y cuando el licenciado lo vio exclamó otra risa, parecía que en cualquier momento iba a resentirse—. Aguarda, Ryan. No te ves bien.
—¿Cómo carajos voy a estar bien? Esas frutas me quitaron la energía. —Anthony rio por su comentario absurdo porque, en realidad, estaba depurando todo el alcohol ingerido el día anterior—. Me quedaré aquí.
—Te acompaño —dijo de inmediato Theodora.
—Aguarden, tengo algo que los puede ayudar a ambos. No se den por vencidos tan pronto —dijo mientras rebuscaba en su mochila lo necesario.
—¡¿Qué demonios sucede ahora?! —exclamó alguien del numeroso grupo, ya que Lidia y sus amigos también habían decidido ir. Pronto una morena, Sara y Marcus se acercaron a ellos mientras los demás se quedaron a la espera para continuar la caminata.
—¡Ay! ¡Mi pollito! ¡Estás pálido! —exclamó Sara arrodillándose frente a Ryan. Anthony y Theodora se miraron brevemente tratando de ocultar una carcajada, pero no lo lograron.
—Ya cállense los dos, maldición —dijo quejándose el rubio—. Este con sus extraños desayunos, estoy seguro de que me envenenó. —El licenciado volvió a exclamar una carcajada en lo que preparaba el brebaje energético.
—No te pongas así, pollito —susurró Theodora—. ¿No ves que Anthony te está preparando un... lo que sea eso?
—Es un energizante con vitaminas, minerales, aminoácidos, extractos vegetales y, lo más maravilloso, un activo.
—No beberé esa mierda. Definitivamente, quieres envenenarme porque te molesto siempre. —Anthony no podía parar de reír, pero logró negar en gesto. Tapó el vaso y lo agitó brevemente para luego tendérselo.
—Confía en mí —pidió. Ryan lo miró estrechamente, pero aceptó la bebida y luego de olisquearla arqueó una ceja para beberla.
—Al menos tu veneno sabe bien —confesó.
—Quiero uno de esos también —pidió Theodora.
—Claro, cariño —acordó.
—Cariño —masculló Marcus, quien se encontraba un tanto distanciado, pero todos lo oyeron.
Theodora notó como Anthony apretaba la mandíbula para luego mirar a su amigo que se encontraba de brazos cruzados observándolos.
—¿Sucede algo, Marcus? —inquirió.
—Todo está bien —dijo de inmediato—. Solo nos preguntábamos por qué se detuvieron.
—Como ves, Theodora y Ryan no se sienten bien —aclaró lo obvio.
—Ya, puedo notarlo —manifestó—. Suerte que siempre traes todo en tu mochila —acotó.
A Theodora le molestaba que estuviera todo el tiempo señalando cuanto lo conocía, tenía ganas de gritarle en la cara que no era necesario tanto parloteo porque, al ser amigos, era obvio que sabrían más cosas el uno del otro. Parecía que Marcus le había declarado la guerra, pero ella iba a alzar bandera blanca; no le apetecían esos juegos absurdos.
—Tengo jugo de frutas —ofreció la morena quien estaba arrodillada junto a Sara. Anthony la miró y sonrió.
—Gracias, pero no. Deberán tomar agua hasta que se sientan completamente bien.
Estuvieron varios minutos más en lo que Anthony preparaba otro energizante para Theodora y aguardaban para que hiciera su efecto que fue, prácticamente, de inmediato. La caminata, entonces, se retomó y todos exclamaron aliviados al ver al rubio completamente recuperado y gustoso, ya que Sara se había enredado a él otorgándole besos relampagueantes por todo el rostro.
La pelirroja notó como la morena, de nombre Emma, se había prácticamente adherido a ellos o más bien a Anthony que, como siempre, se mostró caballero y atento. Eso la enfureció porque cayó en la cuenta que así era con todas las mujeres y ella no era la excepción; entonces, lo que prometía ser un viaje en soledad, terminó siendo en compañía de personas que estaban interesadas por él.
La pelirroja rodó los ojos porque su plan no estaba saliendo como había querido y tomó cierta distancia pretendiendo unirse a los demás del grupo para al menos distraerse con sus charlas.
—Parece que tu chico la está pasando bien con Emma —señaló Clara dándose la vuelta. La pelirroja solo se encogió de hombros, reacia a responder—. Tengo un plan, ¿me sigues?
—Tus planes suelen traerme problemas —murmuró.
—¡Pero qué dices, roja!
—La última vez estuve detenida por un día, tuviste que hacerte pasar por mi hermana... ¿Recuerdas?
—Fue hace mucho, aún eras una cría —dijo haciendo un gesto despectivo con la mano. La joven sonrió al recordar la situación exuberante que pasaron—. El caso es así: Los hombres se sienten seguros cuando creen que nosotras estamos enamoradas, entonces rápido se ponen a buscar a otra al saber que tienen carne asegurada para comer. —Theodora arqueó las cejas frente a la analogía y se preguntó si ella era un trozo de carne. Soltó un suspiro al saber que era muchas cosas, pero nunca se consideró comida.
» Es una regla básica, así son ellos. No hay nada que podamos hacer al respecto, excepto —dijo alzando un dedo—, hacerles creer que todavía no nos han conquistado. Tienes que ser astuta en el juego, roja: un día lo amas incondicionalmente y al otro lo ignoras.
—Suena enfermo —masculló sincera.
—Pues así son las cosas si no quieres resultar herida —señaló mirándola a los ojos. Theodora arqueó las cejas asombrada por su resentimiento y solo pudo asentir—. ¿Ves a esos estirados de ahí? —dijo señalado a los jóvenes amables del día anterior que la hicieron reír gran parte de la tarde—. Están bobos por ti, se la pasan mirándote. Solo ve con ellos y listo.
—No haré tal cosa, no me interesa ser su amiga. No los veré más —dijo confundida.
—No me estás entendiendo, además, ¿qué demonios llevas puesto? Pareces una mojigata con esa playera.
—Es la ropa que uso —dijo frunciendo el cejo y mirando su playera favorita que traía la silueta de un gato negro.
—Es demasiado amplia y no te favorece en nada. ¿Por qué ocultas tu cuerpo?
—Déjame en paz —masculló cruzándose de brazos.
—Dímelo. Sabes que a mí puedes decirme todo.
Theodora soltó un suspiro y asintió, sabía eso. Clara la había aconsejado siempre, fue quien le enseñó a cómo debía desenvolverse en la calle. Gracias a ella literalmente estaba viva porque le enseñó a sobrevivir, a defenderse de los hombres, a ser hostil con aquellos que intentaran sobrepasarse, a informarla acerca de la sexualidad desde temprana edad, de los peligros, del consentimiento. Si bien Clara había hecho el mejor trabajo que había podido con sus recursos, a Theodora le fue muy difícil aplicarlo en su vida.
—Porque soy muy... grande en ciertos lugares. Todas las chicas son delicadas y delgadas. Me siento inadecuada junto a ellas —murmuró.
—Eres muy preciosa, roja. Todos tenemos diferentes cuerpos, no debes avergonzarte por eso. Tienes una hermosa silueta. Ahora hace un calor endemoniado y tu cuerpo necesita respirar, pero solo lo ocultas. No está bien. Escúchame con atención: los estándares de belleza son un asco, son falsos, no existen, solo fueron creados para vender; lo que importa es la seguridad en que te desplaces. Lo demás es simple decorado, créeme. Soy un claro ejemplo: a pesar de que tengo los implantes, mi estructura de hombre no se quita por más hormonas que ingiera, aun así, soy la trans más guapa que verás en tu vida.
Theodora sonrió y asintió estando de acuerdo, Clara era extremadamente guapa y a ella le gustaría asemejarse aunque sea un poco a su belleza.
—Entonces, quítate esa playera y ve con los muchachos. Has que Anthony sienta celos por haber preferido hablar con Emma que contigo.
—No puedo hacer eso —masculló—. No está bien.
—Inténtalo. Luego me cuentas.
Anthony caminaba distanciado de su musa que se encontraba hablando con Clara, preguntándose por qué se había separado de él. Hacía rato que desistió de escuchar el parloteo inacabable de Emma porque la mujer le producía dolor de cabeza. A veces, ser amable requería demasiado esfuerzo y él, en situaciones como estas, se lo tenía que repetir una y otra vez como un mantra.
Miró a su lado y se encontró a su amigo observándolo, le frunció el cejo ya molesto porque comenzaba a inquietarlo. Saber sus sentimientos iba a ser generador de una ruptura que no tendría reparación y conocer eso lo hizo lanzar un suspiro. Creyó que fue muy claro la noche anterior cuando le manifestó las cosas de manera objetiva y seria, aunque él no paró en ningún momento de repetirle que lo amaba.
El recuerdo le produjo escalofríos. ¿Tan ciego fue? Se preguntaba. Su musa se había dado cuenta después de compartir solo unos breves momentos con Marcus y él, que había compartido prácticamente muchos años, ni se había dado por enterado. Quiso golpearse por ser tan necio. ¿Lo sabría Marc? ¿Lo sabría su madre? ¿Su hermana? Tantas preguntas le hacían doler la cabeza y la situación empeoraba porque, al parecer, Marcus se había empecinado con él y ya lo estaba haciendo sentir extremadamente incómodo, por no mencionar que a su musa parecía haberle declarado la guerra.
Odiaba que ella estuviera sumida en una situación así, pero no encontraba ningún momento para charlar con ella. Con su amigo volvería a hablar cuando estuvieran en la ciudad, y tendría que considerar qué hacer con el trabajo que estaba ejerciendo, no pensaba despedirlo, pero tenía que tener otra opción por cualquier situación que se desarrollara.
Observó de nuevo a su musa y soltó un suspiro enamorado sintiéndose también el hombre más afortunado, recordar cómo lo recibió en la noche fue realmente alentador. Se notaba que era una persona coherente, comprensiva y atenta porque dejaba de lado sus sentimientos para preocuparse por los demás. Anthony estaba orgulloso de ella y se sentía un afortunado al tenerla tan cerca y que ella quisiera compartir tiempo con él.
No sabía si la relación que estaba comenzando con su musa era efímera —porque ciertamente eso se sentía al estar con una persona casi inmaterial— o si podría ser eterno; esperaba con ansias que sea la segunda opción al estar realmente enamorado y más de ella.
Contempló su inocencia teñida de erotismo y se sonrojó al recordar cada momento íntimo compartido: sus labios rubíes que solo lo hacían ansiar más de su sabor, su exuberante cuerpo que clamaba caricias que él ambicionaba dedicarle con ímpetu y veneración, su voz melodiosa que lo arrullaban recordándole la benevolencia, su hermosa risa, su tibio corazón y su tristeza que no la abandonaba...
—¡Pero qué demo...! —exclamó anonadado cuando la vio quitarse la playera, quedando solo en sostén deportivo y en mallas de tiro alto hasta casi llegar a su estrecha cintura.
El licenciado, que no había sudado ni por el calor ni por la caminata, comenzó a hacerlo al ver la extrema maravilla que contemplaban sus ojos. Tragó con fuerzas y tuvo que detener el paso proclamando maldiciones murmuradas al notar la erección que se presentó clamorosa.
Anthony jamás vio un trasero tan excelso como el de su musa, ni una cintura tan diminuta, ni una espalda tan simétrica... En realidad jamás había visto mujer tan perfecta en todo. Tragó con dificultad al sentir celos que todos vieran lo que le pertenecía y, confundido por ese pensamiento, quedó pasmado por un momento.
—Anthony, le estaba diciendo a Emma que podemos quedar por unos tragos en el bar del hotel —dijo Marcus a su lado.
—Sí, claro —masculló no oyendo porque solo tenía los pensamientos clavados y la mirada perdida en Theodora.
El licenciado apuró el paso decidido a acercarse a ella, pero una ira insana lo acogió cuando notó que los depredadores pronto se le acercaron proclamando su atención. Escucharla reír lo hizo desquiciar al desear que su risa solo fuera dirigida hacia él, que sus sonrisas sean a él y su maravilloso cuerpo sea para su contemplación.
Pero más se acercaba a ella y más se desesperaba al ver que en realidad estaba fuera de cualquier palabra que pudiera describirla, y no le facilitaba la caterva de manifestaciones al llevar la cabellera enredada en lo alto de su cabeza en un moño desprolijo, que le daba un aura salvaje y erótico con algunos mechones sueltos que le marcaban el rostro.
Anthony estaba sufriendo como un condenado a punto de ser ejecutado y todo era debido a los celos, en especial al ver como esos sujetos la observaban con lujuria evidente e intentaban tocarla al menos de manera breve, estaba seguro de que se preguntaban si ella era real.
—Cariño —profirió con voz enfadosa a escaso espacio de ella. Trató de modificar su tono, aunque estaba seguro de que le sería difícil. Su musa lo miró de inmediato y esos ojos azules enormes y sus labios rojos le robaron el poco juicio que le quedaba—. ¿Puedes venir un momento? —pidió con la mandíbula apretada.
—Primor, ¿te encuentras bien? —inquirió Clara, aunque sonreía. El aludido solo asintió, pero no corrió la mirada de su musa quien, con el cejo fruncido, se acercó a él. La tomó de inmediato de la mano y la arrastró a un lado del sendero, apartándose del grupo para no ser oídos ni vistos.
—¿Estás bien? —preguntó su musa caminando tras él, sosteniendo con fuerza su mano.
Anthony trataba de relajar su expresión, controlar su tono y cuidar muy bien sus palabras para no sonar como un maldito celoso, pero lo cierto era que sentía que estaba ahogándose en ese sentimiento nuevo y nefasto. Al fin se dio la vuelta a mirarla y ella no le simplificó la situación al contemplarlo con sus enormes ojos cargados de incógnitas.
—No creo que... —Cerró la boca al saber que él no podría ordenarle como vestirse, pero se enfurecía que otros vieran lo hermosa que era. No podía creer que estuviera en esa situación. La miró nuevamente y el pequeño sosten no dejaba nada a la imaginación porque sus exuberantes senos casi escapaban de la diminuta pieza y sus pezones eran perceptibles—. ¿Por qué te vistes así? —soltó y se odió al instante cuando ella abrió aún más los ojos y se observó—. L-lo siento, no fue correcto —masculló soltando un suspiro y llevándose las manos al cabello.
—Solo tengo calor, Anthony —dijo con voz enfadosa.
—Lo sé, lo siento.
—No me dirás cómo vestir —acotó.
—Lo sé, no lo haré. Discúlpame... yo... no sé qué me pasa. Te ves muy hermosa... Lo siento, cariño —dijo precipitado al ver el enojo en ella, quien se había cruzado de brazos y lo observaba estrechamente.
—¿Algo más que quieras comentarme? Porque el grupo se está yendo —espetó.
—Creí que... creí que querías caminar conmigo —señaló.
—Pues también pensé lo mismo, pero te veías muy gustoso con Emma. Estaba sobrando en su conversación —manifestó frunciéndole el cejo aún molesta. Anthony se sorprendió por eso y de inmediato se ruborizó.
—No, no es así. Solo estaba siendo amab...
—Cierto, eres amable... eres amable con todas las chicas. Me olvidaba.
—Trato de ser amable con las personas en general.
—Eres amable hasta con los que se te tiran. ¿Sabes qué? ¡No me jodas! —gritó para luego retomar el paso.
—¡Aguarda! —pidió tras ella—. No es así, Marcus es mi amigo. No puedo simplemente ignorarlo.
—No te pedí que hicieras eso —espetó mirándolo con furia.
—Pues no sé qué esperas que haga entonces.
—Ponle sus putos límites porque sus estúpidas miradas y sus malditos comentarios están empezando a irritarme.
—Ya lo he hecho, pero lo haré de nuevo. Me disculpo en su nombre; sé que es una situación en la que no debes estar, pero en serio no sé qué hacer.
—A penas llevamos un día y ya hay problemas que no sabemos manejar. ¿Acaso eso no te dice algo? —exclamó acercándose.
—¿Qué quieres decirme? —murmuró preocupado.
—¿Quieres que te lo traduzca? No es normal, Anthony. Trabajas con él, es tu amigo y no quiero ser la odiada porque piensa que le arrebaté al amor de su vida. Ya me odian demasiadas personas para agregar una más a la lista.
—¡Aguarda, Theodora! —exclamó cuando ella volvió a darse la vuelta para irse—. Volveré a hablarlo con él, te prometo que no te odiará y que no será un problema en el futuro, solo dame algo de tiempo, por favor.
—¿Qué ganas con todo esto? ¡Solo dolores de cabeza!
—¡Gano tu compañía! —manifestó con desesperación—. Dios, Theodora. No puedes simplemente solucionar todo yéndote...
—Hago lo que me venga en gana —puntualizó irritada—. Además, vamos muy rápido.
—Esta mañana me dijiste otra cosa.
—Las situaciones cambian —espetó encogiéndose de hombros. Anthony frunció el cejo y bajó la cabeza—. No olvides que volveremos a las responsabilidades mañana, eso cambia el panorama —dijo pensando en las irregularidades que se vendrían y de las cuales aún no estaba preparada.
—No logro entenderte —susurró.
—Pues no pierdas tu tiempo intentándolo.
—¿S-sientes a-algo por m-mi? —murmuró con dificultad temiendo la respuesta, se atrevió a mirarla al percatarse que no respondía y notó que se revolvía incómoda.
Aquello lo asustó al comprender que, quizá, su musa solo le agradaba lo suficiente para tolerarlo. Bajó la cabeza de inmediato frunciendo el cejo al notar que las lágrimas nuevamente volvían a invadirlo y se odió por ser tan débil frente a ella.
—Ese no es el punto, sino que hay que ser responsables.
—Sí, es el punto. Si sientes algo por mí, podemos construirlo. Las responsabilidades son algo que estarán siempre, pero te dedicaré cada momento que tenga —señaló.
—¡Ay, Anthony! Por favor, ya basta. Vámonos —pidió al no soportar tantas declaraciones. Ella no tenía nada para ofrecer y si él continuaba hablando empeoraba la situación ambivalente en la que estaban.
—S-sí, lo siento —masculló acongojado haciéndole un gesto para que tomara ella primero el paso.
—Eres demasiado dramático. Se nota que te gustan las novelas —señaló tratando de relajar su aura. Aunque sabía que Anthony era sensible, no podía evitar sentirse un tanto conmovida al verlo tan afectado por los sentimientos.
—L-lamento i-incomodarte —murmuró caminando tras ella.
—¿Siempre fuiste así? —inquirió, pero él no respondió, por lo que se dio la vuelta a mirarlo deteniendo el paso.
—Si hay una regla tácita establecida, supongo que la rompo —dijo en un murmullo.
—¿Sufres mucho? —preguntó doliéndole ya la respuesta.
—N-no. —Pero Theodora tuvo la confirmación en su tenue rubor.
—Lo siento. No debería ser así —dijo exhalando para sentarse en un tronco caído. Anthony, luego de un momento, se sentó junto a ella.
—Está bien, son situaciones pasadas. Soy muy feliz en mi presente —aseguró.
—¿Seguro?
—Sí, no tengo dudas —declaró mirándola a los ojos haciendo que se ruborizara.
—¿Te hago enfadar?
—No, para nada —declaró de inmediato—. De todos modos, es muy pronto para saberlo —agregó con media sonrisa.
—Sí, supongo que es verdad —comentó pensante—. ¿Sabes que voy a hacerte enfadar mucho?
—Sí, lo sé. Sé que me irritaré, me frustraré y me lastimarás sin intención. Sé todo eso —murmuró mirando al frente, donde la vegetación hacía su trabajo en ocultarlos.
—Si sabes todo eso, no entiendo que...
—Solo pido, si sientes algo por mí, que confíes en el tiempo porque te lo demostraré. Las palabras no son suficientes, Theodora.
—Hay algo que tienes que saber —comenzó, pero de inmediato calló al saber en ese momento que le era absolutamente imposible separarse de él. Lo miró sorprendida por esa verdad y Anthony aún observaba al frente de manera pensante, pero luego, cuando ella no continuó, al fin la contempló.
—¿Qué sucede, cariño? —preguntó en murmullo.
—Temo que si me enamoro de ti, termines por abandonarme.
Parte de la tergiversación de sus palabras fueron para asegurarse de las futuras consecuencias que esperaba mantener ocultas. Se consideraba una persona astuta en esos embrollos y, con un par de mentiras y excusas torpes, saltearían el tiempo en que ella al fin se graduara para estar libre del conflicto legal y moral en que estaba sumergiendo a Anthony. Tragó con fuerza al comprender que si eran descubiertos él fácilmente podría ir a prisión, pero se prometió ser cautelosa y guardar todos los recaudos necesarios para mantenerlo a salvo. Su parte egoísta, aquella que no pudo diezmar, le imposibilitaba confesar y permitirle a él tomar la decisión necesaria.
—No podría hacerlo —dijo luego de un momento recordándole la declaración patética que había soltado—. Eres mi musa, Theodora, y nadie terrenal abandona a las musas —murmuró.
Quedó pasmada al oírlo y, con una sonrisa y los ojos vidriosos, lo miró comprendiendo que quizá Anthony estaba allí, para ella, con el fin de ser amada y amarlo. Se permitió dejar reposar la cabeza en su hombro y, en completa liberación, soltó aquello que le estaba costando digerir:
—Bueno... pues... siento que estoy enamorándome.
Anthony cerró los ojos y bajó la cabeza tratando de figurar aquello que oía. No lograba concebirse tan afortunado, merecedor de benevolencia y querido por un ser divino. Divagó por un momento recordando en todas las veces que pensó en el sentido del ser y que lo encontró en cuanto la vio aquella vez en el bar contemplando sin ver. Lo había salvado, había contenido su alma con su sola existencia y, ahora, la tenía a escaso espacio declarándole que estaba enamorada de él. ¿Podía ser iluminado por la divinidad, sea quien fuera? ¿Podía al fin aquel poderoso haberse apiadado de sus dolencias antiguas y haberle entregado la oportunidad de amar y, quizá, ser amado? ¿Sería acaso racional experimentar lo que sentía?
—Dímelo de nuevo —pidió en súplica tanteando la necesidad de corroborar que no fue víctima de su imaginario.
—Eres irritante. —Anthony rio de forma ronca, aun con los ojos cerrados y la cabeza baja. Agradecía que Theodora fuera hostil y directa, de lo contrario pensaría que ella en verdad no era persona sino una deidad. Al fin se atrevió a mirarla encontrándola gloriosa, el bosque solo le daba el marco necesario para contenerla en el sitio justo y darle el aura irreal que a veces ella despedía. Acarició sus mejillas sonrosadas observando la majestuosidad impoluta y suspiró completamente embelesado—. Pero estoy enamorándome de ti.
—No sabes cuan confundido me tienes —masculló.
—¿Eso es bueno o ma...? —Pero su pregunta fue acallada por los labios del licenciado que la reclamaron con premura.
La joven exclamó por la invasión y él se apartó de inmediato, observando su reacción, quien contemplándolo con los ojos sorprendidos y los labios entreabiertos, se lanzó a sus brazos para besarlo con ímpetu y salvajismo.
Anthony, gustoso, la rodeó de la cintura desnuda, atrayéndola a su cuerpo y acariciando su silueta de ensueño con manos temblorosas, no concibiéndose tan afortunado. Pero los gemidos de su musa y sus respuestas cargadas de libido, lo traían a la realidad recordándole que sí existía y que, sobre todo, la tenía entre sus brazos degustando su sabor exquisito a fresas y pecado.
Theodora acercó su pelvis a la erección de Anthony y le mordió el labio al querer exclamar un jadeo al sentirlo tan glorioso. Estaba tan caliente que se sentía arder, en especial allí, donde no concibió, antes de él, que sentiría algo.
—Por Dios, cariño. Estoy demente por ti —masculló Anthony apretándola del trasero para atraerla aún más a su erección. Ambos ahogaron el gemido entre sus besos que se volvieron voraces y la desesperación por no hallarse en un sitio adecuado comenzó a inquietar al licenciado que, levando del trasero a su musa, la embistió suavemente contra un grueso árbol cuidando de que no se lastimara.
—Quiero que me hagas el amor —murmuró sobre sus labios.
Anthony comenzó a sudar al imaginársela desnuda para su placer, besando y lamiendo cada parte de su cuerpo, disfrutando de su delicada piel y penetrándola lenta y profundamente para proclamarse enteramente suyo. Pensar en eso estaba desquiciándolo y deseó estar con ella en su departamento, tenerla en su cama y oírla gritar cuando alcanzara el orgasmo.
—No sabes cuánto lo deseo, mi amada —proclamó con voz ronca.
Ella gimió en sus labios y él descendió en sus besos por su esbelto cuello mientras acariciaba sus exuberantes senos. Su musa volvió a acercar su intimidad a él y, ya no pudiendo resistirlo, la alzó de una pierna para tener más acceso. Inmediatamente, sintió el calor y la besó con ímpetu cuando ella profirió un jadeo.
El licenciado se movió provocando gemidos que quebraban la naturaleza y aunque fue lo más difícil que tuvo que hacer, se apartó brevemente tratando de hallar la compostura.
No era el lugar, ni el momento para estar exhibiendo a su musa de esa forma. Cualquiera podía verlos. Apretó la mandíbula y cerró los ojos por un momento tratando de serenar su cuerpo, le dolía la ingle ante tanto deseo acumulado y se removió incómodo al saber que no había nada que pudiera hacer al respecto, al menos hasta que no estuviera en la cabaña, solo y encerrado en el aseo.
—¿Estás bien? —inquirió Theodora agitada.
—Solo necesito un momento —masculló con dificultad intentando ordenarle a su pene que se relaje, pero el maldito tenía vida propia.
—S-si quieres... —dijo ella despacio haciendo que él la mirara confundido, parecía apenada—. Puedo ha-hacerte e-eso —masculló.
—Cariño, ven —pidió con el ceño fruncido y tendiéndole la mano. Ella se acercó luego de un momento soltando un suspiro y, al parecer, preparándose para hacerle una felación. Anthony casi se descompone al verla—. ¡Aguarda! —exclamó tomándola del rostro—. Bajo ninguna circunstancia harás nada que no quieras, cariño. Nada, mucho menos en el sexo. Solo estoy buscando la compostura.
» Te deseo, pero no por eso me aprovecharé de ti, jamás haré eso. —Anthony se encontraba desesperado y acongojado por ser espectador de esa huella de abuso—. Desearía que entre nosotros haya confianza antes de hacer cualquier cosa que involucre nuestros cuerpos, pero entiendo que la conexión que sentimos excede lo carnal, ¿lo sientes también? —Ella asintió de inmediato—. Mi tarea es cuidarte y protegerte. No quiero que te preocupes por mi placer porque me lo das con solo existir. Ahora solo estoy incómodo porque sé que no tenemos intimidad y el lugar no es adecuado para ti, me agradaría poder besarte en sitios donde no tenga que preocuparme que nos puedan interrumpir y, sobre todo, quiero hacerte el amor donde estés cómoda y donde tú prefieras. Aquí estás muy expuesta, cariño.
Ella lo abrazó y hundió la cabeza en su pecho. Anthony de inmediato le devolvió el gesto y besó su coronilla deseando que creyera en sus palabras.
—Vas a pensar que soy una fácil —masculló ocultando más su rostro.
—No, amor. No pensaré jamás eso de nadie, ya te lo dije. Mucho menos lo pensaré de ti. ¿Quieres saber qué creo? —El licenciado aguardó a que ella asintiera para continuar—: Creo que te han obligado a hacerlo bajo cualquier táctica de persuasión y eso en realidad es terrible. Lo siento mucho, cariño.
Ella no dijo nada y su silencio, le confirmó su premisa.
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