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El licenciado quedó petrificado observando como la silueta de su amada se perdía entre la naturaleza y comenzó a sentir una extraña opresión en el pecho seguido de la dificultad para respirar.

Al percatarse que había arruinado todo acercamiento por dejarse conducir por la pasión depredadora, el sentimiento repulsivo y la culpa, aquella manifestación que conocía con ahínco, se presentó justiciera clamando gracia y venganza por creer que la había superado.

Carraspeando y sintiéndose mareado, tomó sus objetos y fue tras ella. Al menos se aseguraría que llegara a salvo para luego dejarla en paz. Había entendido que lo quería lejos, pero había aprendido hace tiempo a no dejar solas a las personas luego de un pleito. Pensar que a Theodora le pasara cualquier cosa, lo arrastraría al abismo más hondo del infierno y significaría solo su muerte. No podría soportar una culpa más en su psiquis; por lo que, dejando de lado su estado anímico, corrió tras ella.

—¡Creo que te lo dejé bien claro, Anthony! —gritó ella cuando escuchó sus pasos. Él no dijo nada, solo se mantuvo a una distancia prudente, pero lo suficiente cerca para protegerla de cualquier peligro—. Ya deja de seguirme, maldición —espetó dándose la vuelta.

El licenciado detuvo su andar y bajó la cabeza, amilanado, por la intensidad de sus ojos oceánicos que lograban ahogarlo cuando se lo proponía. Tragó con fuerza y buscó el habla para al menos justificar el avasallamiento que estaba cometiendo contra su deseo.

—Pro-prometo dejarte sola en cuanto lleguemos al claro —aseguró con dificultad.

—No puedo pensar si te tengo cerca —puntualizó para luego continuar su andar.

Anthony no entendió el por qué, pero se ruborizó. Soltó un suspiro y continuó caminando tras ella tratando de pensar en cómo hacer para recuperar su amistad y no en la manera en que Theodora caminaba moviendo sus caderas.

Comenzó a dolerle la cabeza al no entender el sinfín de sentimientos colapsados que estaba experimentando: desde pensamientos trágicos hasta el deseo mismo, eso era lo que su musa lograba manifestar en tan solo segundos.

—Escucha, licenciado —dijo la joven no deteniendo el paso—, espero que no le cuentes a nadie lo que pasó entre nosotros.

—Por su-supuesto que no —exclamó enfático. Anthony jamás compartiría algo tan íntimo con alguien, nunca revelaría la confianza que significaba; él atesoraba mucho ese tipo de entrega.

—No pienses que soy una fácil solo porque me abrí de piernas en el primer beso —masculló.

Él, tremendamente sorprendido, no pudo verle la expresión porque le daba la espalda y caminaba cada vez con pasos más firmes.

—Aguarda, Theodora —pidió corriendo tras ella, quien se detuvo para enfrentarlo. Al notar que sus ojos estaban colapsados en lágrimas, su corazón se precipitó—. No pensaría así jamás de una dama, mucho menos de ti.

—Yo no soy una dama —masculló para limpiarse los ojos con las mangas de su chaqueta.

—Lo eres. No tengo ningún mal pensamiento hacia ti, lo prometo —aclaró estirando la mano para limpiar la lágrima que se fugó de sus hermosos ojos, pero, al notar su error, dejó caer el brazo.

—Te dije un montón de mierdas, no puedes pensar cosas buenas de mí. No me jodas, Anthony —siseó para continuar su andar.

—Estás enfadada conmigo, lo entiendo —puntualizó cerca, siguiendo nuevamente sus pasos y esperanzado porque ella le hablaba y, sobre todo, porque no mencionaba nuevamente con culminar la amistad.

—No estoy enfadada contigo, sino que conmigo —dijo soltando un suspiro—. Soy un desastre, Anthony. Es en serio, no estoy de bromas ni exagerando. Quiero protegerte y tú me sueltas cosas como que estás enamorado. ¿Quién carajos se puede enamorar de mí? O estás demente o estás mintiendo. —Su tono fue en aumento cargado de frustración y el licenciado sonrió al ver que también gesticulaba al aire.

La conversación realmente se estaba desarrollando de forma completamente disparatada y Anthony negó en gesto al saber que con ella todo iba a ser así: un completo caos y él la amaba. Amaba el desorden que hacía en su estructurada vida, amaba la sinfonía que despertaba en su ser con tan solo pensarla. La amaba y solo porque existía.

—Y ahora que ya lo sabes —dijo para posicionarse a su lado viendo que ella lo miró por un momento de reojo—. ¿Qué vas a hacer?

—Podemos conseguir un buen psiquiatra —musitó. Anthony soltó una carcajada.

—Eso no, sino a que estoy enamorado de ti —enfatizó mirándola.

Decirlo le resultaba cómodo y natural. El licenciado jamás se había enamorado de esa forma y no se sentía patético ni débil por expresarlo. Si ella se lo permitía, le diría abiertamente todo lo que pensaba de su persona y como lo hacía sentir, pero sabía que no era buen momento. Theodora no le creería y solo la alejaría más.

La joven lo observó estrechamente, deteniéndose y cruzándose de brazos. Luego de un momento le arqueó la ceja y él se ruborizó al saber que lo que diría sería algo duro para eliminar el momento de empalago, sabía eso de ella y se preparó para enfrentarlo.

—Te diré algo. —Anthony asintió y recompuso su postura para prepararse ante la negativa, aunque su esperanza se mantenía insistente—. Te di el aviso, no me vengas luego con chorradas, ¿está bien? —Él asintió de inmediato con la felicidad plasmada en el rostro—. No me gustan las muestras de afecto, ni sé darlas —señaló acercándose, él asintió de inmediato al ya saberlo—. Tampoco seremos novios o algo así, veremos qué sucede, ¿de acuerdo? —Él solo asentía completamente en las nubes, maravillado de lo que oía—. Necesitamos conocernos más, sabes que soy un desastre, lo has visto y tú eres... bueno... ¿Cómo decirlo sin herirte?... Eres tierno. —Anthony se sonrojó por el apelativo que usó, pero no se molestó, prefirió que lo viera así y no como un sujeto que pudiera herirla—. Y otra cosa, lamento mucho haberte dicho todas esas pendejadas, no las siento solo que mi cabeza no funciona bien y termino hiriendo a las personas que me rodean. No es personal. ¿Lo entiendes?

—Lo entiendo perfectamente —dijo asintiendo.

—Perfecto, prometo que no volverá a suceder —afirmó retomando la marcha como si hablaran del clima. Theodora no tenía idea de que acababa de darle sentido a la existencia del licenciado y él aún estaba conmocionado.

—Sé que volverá a suceder —dijo posicionándose de nuevo a su lado, siguiéndole el ritmo. Ella lo miró de inmediato frunciéndole el cejo—. Hay reacciones que conllevan su tiempo modificar, mejor prometamos que lo hablaremos luego de tomarnos un momento de calma y que cuando cualquiera de las partes diga "basta" debemos frenar. ¿Qué te parece? —Ella lo pensó un momento y luego asintió.

—Suena bien, me gusta —acordó asintiendo. Él sonrió feliz no pudiendo creer como se estaban desarrollando las cosas—. Quiero que me prometas algo a cambio —pidió.

—Lo que quieras es tuyo —proclamó precipitado. Ella rodó los ojos y él sonrió.

—Prométeme que cuando sientas que te estoy hiriendo de cualquier forma me lo dirás —murmuró.

—Lo prometo, prométeme lo mismo —dijo atreviéndose a tocarle el brazo para detenerla en su andar.

—No podrías herirme aunque quisieras, pero si te hace sentir mejor, lo prometo —aseguró—. Lamento también eso —dijo señalándolo y soltando un resoplido.

Anthony frunció el cejo y observó sus brazos que presentaban marcas, algunas profundas y otras no tanto, producto de la evidente pasión que compartieron. El licenciado se ruborizó y la miró sonriéndole.

—No te preocupes, no duelen —informó.

—También tienes en el cuello —manifestó volviendo a caminar—. ¿Seguro que no duelen? Se ven mal. Y te dejé una maldita marca cerca del mentón.

Anthony estaba que se incendiaba de vergüenza y deseo al recordar el beso compartido. Apretó la mandíbula al percibir como su miembro comenzó a apretar en sus pantalones.

—Darás clases repleto de marcas, eso no está bien —continuaba Theodora expresando lo que pensaba en voz alta—. Cuando lleguemos al prado le diremos a Clara que nos preste el maquillaje, comparten el mismo tono de piel. Ocultaremos esas marcas, no queremos preguntas molestas y no hay mentiras para tapar semejante descuido.

—E-está bien —logró mascullar afectado.

—Esperemos que para el lunes estés bien, de lo contrario deberé enseñarte a aplicarte el pigmento —murmuraba pensativa—. No sé qué me pasó, ¿ya ves que soy un desmadre? —exclamaba otra vez gesticulando.

—Está bien, Theodora, estas cosas pasan —dijo precipitado para tranquilizarla.

—¡Oh! Entiendo. —Se detuvo para mirarlo y frunció el cejo—. Entonces ya sabes ocultarlo, no necesitas un maldito tutorial —enfatizó para luego continuar su andar. Anthony notó la molestia en ella.

—No, no lo sé. Me refiero a que nunca he tenido que ocultarlas, ya que no fueron en zonas... visibles.

—¡Y a mí me vale verga! —exclamó tremendamente molesta.

—Lo sie-siento. N-no fue a-apropiado lo que dije —murmuró tras ella, pero no le contestó nada—. ¿Podrías disculparme? —Nada, ninguna respuesta de parte de la joven. Solo se oía sus pasos firmes y la naturaleza que era testigo—. Por favor, háblame...

—No sé qué quieres que te diga. Haces que quede como una pendeja y me refriegas en la cara que tus mujerzuelas son más inteligentes que yo.

—¡No, no es así! Me agrada que te preocupes por mí, Theodora. Y no mencioné a ninguna mujer, solo dije que las marcas que he tenido nunca fueron en lugares visibles, por lo que no tuve que ocultarlas, pero no fueron producidas por ninguna mujer —explicaba tras ella mirando su cabello como se movía al compás de sus pasos, pero Theodora se detuvo abruptamente y él casi choca con su espalda—. Lo siento —susurró alejándose.

—¿Me jodes? —Él negó rápido mirándola y ella soltó un suspiro cansino llevándose la mano a la frente—. ¿Sabes? Haces que me duela la cabeza —destacó.

—L-lo siento...

—Eres realmente encantador —murmuró, pero aún sostenía su frente. Anthony frunció el cejo no entendiéndola hasta que al final cayó en la cuenta y sonrió de manera diabólica.

—¿Te habías puesto celosa? —inquirió. Ella lo miró de inmediato y su rubor le delató la respuesta.

—¡Por supuesto que no! No digas sandeces —profirió.

—Los celos son normales, aunque no hay que dejarse dominar por ellos.

—Y ahí vamos con una maldita clase de autoayuda. No sentí celos, ¿está bien? Y vamos, que ya deben estar preocupados por nosotros —clamó retomando una vez más la caminata—. Eres realmente molesto cuando te lo propones —decía, pero Anthony ya estaba acostumbrándose a su hostilidad, por lo que no le importaba que ella se mostrara así para aparentar fuerza. Sabía que necesitaba mucho cariño y él pensaba dárselo.

—¿Puedo tomar tu mano? —preguntó a su lado.

—¿Para qué? Puedo caminar bien —dijo precipitada.

—Solo para... Está bien, no importa —pronunció sonriéndole.

Estuvieron unos minutos en silencio y caminando a paso tranquilo, pero luego Theodora tomó tiernamente sus dedos para ajustar suavemente su mano a la suya. A Anthony lo conmovió tanto ese acto que la miró, pero ella observaba para un costado fingiendo indiferencia, aunque su rubor era extremadamente evidente.

Una sonrisa enorme copó el rostro del licenciado que se sentía la persona más honrada y dichosa del mundo. Nadie podía ser tan feliz como él en ese momento. Esa sensación de electricidad y magnetismo se apropió de su cuerpo, y esperó poder acostumbrarse a ella para poder actuar con normalidad cuando la tuviera cerca, porque soñaba con tenerla a su lado por el resto de palpitaciones que tuviera y aún más.

***

—Quieto, primor. No te haremos nada, a menos que tú quieras —susurró Penélope cerca de su oído.

—¡Oigan, no se pasen de listas! —exclamó Theodora molesta al ver cómo Anthony era manoseado por las chicas.

—Pues dile a tu chico que no se mueva. —Se excusó Clara.

—Estoy quieto —dijo Anthony con el cejo fruncido dejándose aplicar la base cremosa.

Theodora soltó un suspiro y volvió a mirar por la puerta asegurándose que ninguno de los chicos haya vuelto aún, todos habían salido a explorar el bosque, pero Clara y Penélope habían decidido quedarse a disfrutar de la tranquilidad que brindaba el complejo tomando vino blanco y bronceando su piel con el cálido sol que estaba cada vez más fuerte.

—¿Cómo dices que te hiciste estas heridas, primor?

—Me caí sobre una mata de arbustos —masculló por la dificultad de mantener la mandíbula quieta.

—¿Un arbusto que tenía uñas?

Theodora vio cómo Anthony se sonrojaba enormemente y rodó los ojos al saber que él no podría mentir aunque quisiera, por lo que intervino antes que continuaran inquiriendo.

—Y el arbusto tiene puño también si siguen preguntando.

—Theodora, sé amable ­—pidió Anthony.

—¿Sabes, roja? Deberías estar agradeciendo y no amenazando.

—Menos pregunta Dios y perdona —argumentó a la defensiva.

—Anthony, después acércate a la cabaña quince, había unas chicas que estaban buscándote a ti y a Marcus. Él está allí —dijo Penélope mirando con una ceja arqueada a Theodora, quién la contempló enfurecida.

—Está bien, gracias. —La pelirroja se removió sumamente molesta por la aceptación de él, pero optó por no decir nada.

—Listo, primor. Ya estás guapo de nuevo —exclamó Clara en medio de aplausos.

—Muchas gracias, señoritas. Les debo un favor.

—¡Uy! Ya sabemos lo que queremos —dijeron arqueándole la ceja repetidas veces.

—Ya, ya, ya —exclamó Theodora acercándose a Anthony para inspeccionarlo—. Te ves bien —acordó contemplando su perfecto rostro donde el maquillaje cubría de manera magistral el daño que ella le causó. Él le dedicó una sonrisa de hoyuelo y ella no pudo menos que sonrojarse.

Anthony invitó a todas a acompañarlo a la cabaña quince, en especial a Theodora, pero las mujeres declinaron la propuesta porque querían continuar con su día de relajación y la pelirroja optó por acompañarlas.

El licenciado se despidió del trío agradeciendo su ayuda y partió en busca de su amigo, dejando a una jovencita preocupada por lo que podría desarrollarse con esas jóvenes que había notado que no dejaron de mirarlo.

—Deberías venir a Chicago, nena. Pasar un fin de semana con nosotras hará que se te pase el mal humor que siempre tienes —dijo Clara estirándose sobre la manta que había extendido en la hierba. Penélope acordó de inmediato.

—No estoy de mal humor siempre —masculló la aludida.

—Sí, lo estás. Cuéntale a la tía que está pasando y quítate esa maldita chaqueta que me haces dar más calor —exclamó bajándose los lentes de sol para dedicarle una mirada ceñuda.

Theodora, que se encontraba en posición de loto bebiendo cerveza, le enseñó el dedo del medio y la ignoró. Lo cierto era que estaba sofocada, pero estaba reacia a desprenderse de la prenda porque no tenía una playera adecuada, era demasiado infantil y no la cubría lo necesario.

—Si no te la quitas, lo haré yo —dijo Penélope sirviéndose otra copa de vino blanco mientras sostenía su sombrero de ala ancha.

La joven soltó un suspiro indignado y se desprendió de su preciada chaqueta, haciendo que las chicas asintieran por el resultado.

—Dime, roja, ¿estás saliendo con el chico lindo? —inquirió Clara.

—Solo somos amigos —enfatizó.

—Amigos con derechos, me gusta —dijo Penélope—. No hay compromiso de por medio.

La joven se ruborizó y miró en la dirección donde el licenciado había ido, pero no se lo veía por ninguna parte. La cabaña quince estaba demasiado apartada para escuchar cualquier ruido o risas que se produjera.

—Debiste haber ido con él, alguna de esas harpías te lo quitará y le dará un buen oral —indicó Clara de lo más relajada.

—No soy una maldita tóxica y él puede hacer lo que quiera ­—confirmó tremendamente enfurecida imaginando la escena.

—Solo digo que si tuviera semejante hombre para mí, no lo dejaría solo en ningún momento —continuó.

Theodora no dijo nada, se mantuvo en silencio y procuró confiar en Anthony, sobre todo porque él siempre se mostró atento, caballero, honesto y prudente. No lo veía de la manera en que Clara manifestaba, además que le había dicho en dos oportunidades que estaba enamorado de ella, algo extremadamente irracional según su concepción, pero que la pelirroja había optado por creer para sostenerse de algo que la mantuviera a su lado porque la sola idea de separarse de Anthony, no verlo más y, sobre todo, no oírlo, hacía que su corazón repiqueteara acobardado.

—Confío en él —puntualizó al fin.

—No lo hagas —dijo enfática Penélope—. Nunca confíes en los hombres, nena. Terminan lastimándote, incluso cuando dicen amarte.

La tristeza que percibió en sus ojos fue oculta por las gafas que se colocó de inmediato. La joven se preguntó qué penurias habían acontecido para que se mostrara así, pero fue prudente y solo asintió mostrando respeto al dolor e historia que demarcaban aquellas palabras testigo de carencias y momentos dispares.

Clara de inmediato guio la conversación a otros temas para menguar el aura triste que se había formado en su amiga, pero Theodora fue consciente que las alegrías estaba reservada para los bienaventurados y no para los marginados.

El jolgorio de los chicos al aproximarse, interrumpió la fluida charla que estaban manteniendo. Theodora se sorprendió al ver que Ryan iba abrazado con Sara mientras reían y hablaban animadamente. Pero más se sorprendió al ver a Lidia que iba con Rick, Spencer, Tobías y dos sujetos más que no sabía quiénes eran, pero sí pertenecían al grupo de la rubia. No estaba el idiota por ninguna parte.

Todos se acercaron a ellas y se dejaron caer cerca contándoles emocionados todas las cosas que habían descubierto y hecho. Tal como supuso Theodora, Lidia la ignoró completamente, aunque se alegró de que haya hecho las paces con su amigo y que esté disfrutando el día como se merecía.

La joven se estiró sobre la hierba, tratando de no ser grosera con los chicos desconocidos que se le acercaron y comenzaron a hablarle. Se recostó junto a Clara, quién hablaba con Rick en un parloteo sin fin. Cerró los ojos y dejó que el sol acariciara sus mejillas, sus brazos y su estómago desnudo, disfrutando de la calidez y el confort que ese momento le estaba brindando; procuró, aun así, mantener oído atento a la conversación que los dos jóvenes le estaban impartiendo.

Pensó en Anthony y en lo extraño que resultaba el tiempo, quien se había detenido en el bosque cuando estropeo el beso, pero él había reiniciado el minutero con tan solo unos pasos cuando fue tras ella. El tiempo era sin duda extraño y tenía manías groseras de ser brusco.

Desconocía el arraigo que la sostenía al licenciado y ni siquiera quería ahondar en ello porque no estaba en su juicio entender la grandeza de lo que sentía por él, por alguien quien era prácticamente un extraño, pero quien le brindaba armonía. Se preguntaba si era normal sentir tanto en tan poco tiempo, y esa incógnita, cargada también de verdad, la llevó a incomodarse porque aún no se atrevía a decirle aquello que podría ser dañino para él.

Por otra parte, Anthony, relajado por al fin librarse de las jóvenes que ya le habían agotado la paciencia, fue con el grupo que divisó a lo lejos. Se despidió con prisa y su amigo, viendo la oportunidad, también fue con él.

—Lamento eso, pero le pedí expresamente a Clara que me salvara, no que te enviara a la horca —susurró Marcus a su lado.

—Creo que fue Penélope quien nos tendió la trampa —dijo murmurando.

—¡Dios! Nunca escuche decir tantas necedades —exclamó tomándose el rostro como queriendo eliminar todo lo que había oído.

—Fueron cinco las veces que te dije que debíamos irnos —puntualizó mirándolo desde arriba, ya que su amigo era más bajo de estatura, pero más corpulento.

—¡Pero ya viste cómo nos detenían! ¡Nos contaban cualquier cosa, que espanto!

—Escucha, Marcus... —dijo dubitativo tomándolo del brazo para detenerlo—. No menciones lo que pasó ahí, en especial a Theodora. —Él lo miró arqueando una ceja, pero asintió luego de un momento.

Continuaron el andar cada uno pensativo, Anthony en extremo incómodo y Marcus queriendo saber qué le sucedía a su amigo con la pelirroja, porque lo notaba distraído de hacía tiempo y ahora podía a llegar a entender el por qué.

—¿Acaso estás saliendo con ella y no me lo habías dicho? —preguntó en tono enfadoso. Anthony frunció el cejo y lo miró brevemente, al notarlo molesto su confusión fue más grande.

—No estoy saliendo con ella. Solo somos amigos, pero mi intención es ser alguien más en su vida. Para ello tengo que hacer las cosas bien, y si se entera lo que sucedió en la cabaña se molestará y echaré todo a perder.

—Pero si no hiciste nada —dijo confuso.

—Una de las chicas se sentó en mi regazo, ¿eso te parece nada?

—La apartaste de inmediato —señaló.

—Debí haberme ido en ese momento en vez de quedarme. Estuvo mal, Marcus. Hay cosas que sencillamente no se hacen. Me di cuenta cuáles eran las intenciones de las mujeres y, aun así, me quedé. Hay una diferencia entre la amistad y el coqueteo y yo ni siquiera conozco a esas chicas. Distinto es que lo haga Federika como muestra de confianza y fraternidad. —Terminó murmurando y pensante.

—Federika es tu hermana, no una amiga, por el amor de dios. Y ella no hará eso ni en un millón de años, te odia —señaló sin tapujo—. Me parece que estás exagerando, solo fue un jugueteo no correspondido. Ni que hayas tenido sexo, además ni siquiera son novios. Relájate un poco.

—Pues a mí me parece que está mal y si mi conciencia me lo dice es por algo.

—Estás exagerando como siempre, Anthony. Pero si te hace sentir mejor no diré nada, de todos modos, algo me dice que terminarás diciéndoselo tú porque no soportarás tu "conciencia" —terminó haciendo un gesto.

—No, no lo haré. Se enfurecerá —murmuró.

—¿Acaso le tienes miedo? —inquirió asombrado y un tanto molesto.

—No es miedo, Marcus. Es respeto a su integridad psíquica. No necesita que la cargue con más inseguridades, Theodora no sabe lo maravillosa que es.

—Entiendo —susurró pensativo. Marcus detuvo su andar y sumergió las manos en los bolsillos de su pantalón—. Entonces... ¿Te gusta en serio? —inquirió mirando al grupo—. Estoy... ¡Vaya! Estoy asombrado.

—¿Por qué? —cuestionó revolviéndose el cabello, no gustándole para donde estaba yendo la conversación.

—No es nada —dijo apresurado mientras negaba—. Vamos, los lobos te están acechando la presa —comentó.

—Ella no es mi presa, Marcus —señaló molesto de que nombrara de esa forma a su musa. Pero, a su vez, dirigió la mirada a los jóvenes que la rodeaban, haciéndola partícipe de un extraño juego absurdo de piruetas.

—Pues la está pasando muy bien con los muchachos y no creo que se esté cuestionando su "conciencia" —señaló. Anthony le frunció ahora el cejo a Marcus e, ignorándolo, continuó con el lento andar—. Está bien, elude lo evidente —exclamó tras él.

—No sé qué insinúas.

—Lo sabes perfectamente.

—¿Tienes algún tipo de problema con Theodora? —espetó enfurecido por sus comentarios cargados de malicia.

—No. Pero sé cómo eres afectivamente, solo desearía que quisieras a las personas correctas —señaló—. Apenas la conozco y pienso que es una chica fuerte, no necesita que la estés cuidando como si se fuera a romper, la espantarás, viejo. Relájate un poco, hay personas que no le agrada el afecto desmedido. Aunque si no ve lo que tiene al lado es en verdad una idiota. —Anthony le frunció el cejo molesto por el comentario que hizo de su musa y se dispuso a encararlo, aunque él continuó—: Me refiero a que se nota que estás "interesado" de ella—dijo encasillando con los dedos la palabra—, eres un excelente hombre, Anthony. El mejor que he conocido en mi vida.

» Desde que te conozco has hecho las cosas bien y jamás has dañado a nadie, ayudas a todo el mundo y siempre eres amable, caballero, honesto y agradable. Cualquiera se enamoraría de ti —murmuró—. La única afortunada aquí es Theodora que logró capturar tu atención —dijo sonriéndole a medias para luego palmearle el hombro y unirse al grupo que estaba a escaso espacio de ellos.

Anthony observó ruborizado como Marcus se sentaba cerca de Spencer y Ryan, preguntándose si lo que había mencionado su musa en la roca era cierto: ¿Su amigo estaría enamorado de él? Y en cuanto se formuló la pregunta, la respuesta fue evidente.

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