Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

IX

—Maldita idiota —masculló dejándose caer sobre una gran roca mohosa—. ¿Qué demonios me pasa en la puta cabeza? —blasfemó.

Theodora había logrado escabullirse del grupo cuando todos estaban muy ocupados armando la mesa para servir los aperitivos. Luego de la charla con Ryan y Anthony, la incomodidad no se desprendía de su cuerpo, por lo que sabedora de necesitar tiempo a solas, decidió buscarlo en cuanto pudiera.

No pensaba dar paso a las lágrimas porque no se sentía culpable de haber golpeado a aquel sujeto, pero sí se sentía repulsiva. Ella no solía ser así, hacía tiempo que no golpeaba a nadie y las veces que ocurrieron siempre fueron en defensa de los suyos. Cuando a ella la insultaban o golpeaban no importaba porque sabía que, en cierta forma, lo merecía, pero no entendía por qué a ellos también les sucedían esas cosas. Solía pensar en ello y, sencillamente, concluía en el absurdo de que las injusticias se repartían en todas partes.

La joven soltó un suspiro y contempló la naturaleza que la ocultaba; se había internado en las profundidades del bosque para no ser hallada y tampoco oír los jolgorios de los demás.

Se insultó una vez más por haber creído que, precisamente ella, iba a tener un fin de semana especial. Ni siquiera había impresionado a Anthony; solo lo había espantado con semejante brutalidad que él seguramente desaprobaría fervientemente. Debió haberlo sabido, debió quedarse en la ciudad y no pedir los días en el bar; ahora estaría tranquila, con dinero y se mantendría ocupada.

Tarareó una canción negando a que los conceptos que la construían la abordaran en ese momento, no era la ocasión propicia estando lejos. La joven no pensaba arruinarle el día a nadie solo porque ella se sentía nefasta. Se preguntó si Anthony continuaría siendo su amigo o a partir de lo sucedido tomaría distancia y, frente a cualquier decisión que tomara, no supo cómo debía reaccionar.

Theodora sabía que le debía una verdad, y sabía también que aquella honestidad podría ser la desencadenante para que él optara irse para siempre; pero saber eso solo hacía que se negara a decírselo porque, aunque a ella le pareciera apresurado hasta pensarlo, debía admitir que se sentía en paz cuando estaba con él. Sentía que podía a llegar a ser buena.

Arrancó un poco de musgo de la roca y lo trituró en sus dedos, haciendo que el verdín los manchara. Ese acto la hizo reflexionar, ya que ella tal vez era lo que hacía con las personas: herirlas hasta quitarles su ánima. Así pasó con su madre, luego con Patrick... ¿Haría lo mismo con Anthony?, pensaba.

Definitivamente, la joven estaba convencida de que la multiplicidad de errores que cometió en sus cortos años, eran los que le estaban devorando el juicio. Ella sabía que fue maltratada de niña, pero también reflexionaba y concluía que ningún hecho de los siguientes que se desencadenaron tenían que ver con eso. Ella era mala por naturaleza, quizá su madre no tuvo oportunidad de corregirla y se agotó. Para Theodora, era el único modo de entenderlo.

Prendió un cigarrillo y comenzó a fumarlo pensando en eso. Ella se había cansado de culpar a todo el mundo por cómo era y nunca había considerado su mala naturaleza. Estrechó los ojos mirando un punto inescrutable y, encogiéndose de hombros, se maldijo una vez más.

—¿Theodora?

—¡Demonios! —gritó a la vez que tomaba su mochila.

—Lo lamento, no quise asustarte —dijo Anthony aproximándose y enseñándole las manos—. Lo siento, ¿estás bien? ¿Te hiciste daño?

—No, qué va —masculló dejando la mochila nuevamente en la roca. Tomando su posición cómoda, continuó fumando mientras observaba como se acercaba—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo me encontraste?

—Estábamos preocupados por ti y me ofrecí a buscarte —explicó—. Le avisaré a Marcus que estás bien, así les informa a los demás —terminó murmurando mientras sacaba su móvil y tecleaba.

Theodora arqueó la ceja y, negando, tomó otro botellín de cerveza de su mochila.

—Ya. Estoy bien. Ve con los demás. Al rato voy, no se van a morir porque no esté —masculló destapando la cerveza con el mechero.

—Te traje algunos aperitivos, pensé que quizá tendrías apetito —dijo extrayendo un recipiente de su mochila negra impoluta.

—Gracias, pero no. —Él, ignorándola por completo, dejó el recipiente en la roca cerca de ella.

—Por si tienes apetito luego entonces —murmuró.

—¿Cómo me encontraste? —inquirió calando la última pitada.

—Dejaste un rastro de tus pasos muy evidente —comentó sosteniendo las tiras de su mochila y mirándola con esos ojos verdes iguales al bosque que los contenía. Ella le arqueó la ceja.

—No me digas que fuiste un maldito niño explorador o algo así.

—Así es —confesó ahora ruborizado.

Ella negó en gesto, era obvio que él fue un explorador y la joven estaba segura de que ganó muchas medallas. Sonrió al seguramente comparar que mientras Anthony a los once años aprendía de nudos, ella estaba en una esquina bebiendo cerveza o robando carteras en el subte.

—¿Te decepciona? —preguntó en un murmullo. Ella de inmediato lo miró y le sonrió sin ánimo.

—Por supuesto que no. Es muy tierno. —Él suspiró y solo asintió—. ¿Quieres sentarte junto a mí? —Anthony aceptó con una sonrisa y ambos terminaron compartiendo lugar en la gran roca y bebiendo cerveza del mismo botellín.

No hubo charla alguna por un tiempo considerable, pero el silencio, quien era amigo de ambos, no fue incómodo, sino que placentero y extrañamente los unió aún más.

Theodora se sorprendió pensando cosas buenas en su compañía, se imaginaba hasta yendo a una universidad y teniendo un trabajo decente. Sabía que la influencia de Anthony, y no porque tuviera una vida ejemplar, sino porque irradiaba esa tregua que ella necesitaba, la hacía sentir en paz y hasta quizá podría llegar a poder expiar un poco de sus pecados.

—¿Qué piensas de mí? —preguntó de repente la joven contemplando el perfecto perfil simétrico de Anthony y sonriendo cuando él lo hizo.

—Creo que eres una persona excepcional y a veces no puedo creer que seas mi amiga —confesó para terminar sonriéndole haciendo aparecer un adorable hoyuelo. Ella suspiró embelesada y apartó la mirada ruborizada por las cosas que lograba hacerla sentir con solo hablarle.

—¿Lo dices en serio o estás burlándote? —inquirió luego de un momento.

—Jamás te mentiría o me burlaría de ti. Lo pienso en serio —afirmó, aunque no la miró.

—Pero si ni siquiera me conoces —murmuró.

—Soy consciente de eso. Hemos compartido muy pocas charlas, pero cada una de ellas las aprecio y las recuerdo con afecto. No se trata de lo que sé de tu vida, sino de lo intangible —dijo encogiéndose de hombros, como restándole importancia.

—¿Cómo...? No entiendo —transmitió impactada por lo que oía. Él lanzó un suspiro y, bebiendo del botellín, se tomó su tiempo para hablar.

—Me agrada observarte —soltó de repente. Ella lo miró asombrada. Anthony murmuró algo bajo que no entendió para luego continuar—: Lo lamento, eso se oyó muy mal —comentó con una sonrisa trémula—. Me gusta observarte para intentar entenderte, pero eres la persona más confusa e incógnita que he conocido. Nunca haces lo esperado y ni siquiera sé lo que vas a decir a continuación, estoy siempre ansioso cuando estoy a tu lado. —Theodora se ruborizó y bajó la mirada, no sabiendo si la estaba insultando o halagando, aunque se sentía bien escuchar sus palabras—. Me preguntaste si me ponías nervioso y sí, lo haces —confesó—. Pero me haces muy feliz, Theodora.

—¡Oh! —proclamó asombrada. Luego frunció el ceño no creyendo en sus palabras—. Creo que te has formulado un concepto errado de mí.

—Ahí lo tienes. Ni siquiera aceptas que tu sola presencia puede hacer feliz a los demás.

—Es que no es así. —Él no dijo nada, solo bebió un trago de cerveza—. Eso solo lo logran las personas buenas y yo no lo soy porque si lo fuera no hubiera golpeado a ese sujeto o al menos me arrepentiría.

—No estuvo bien golpearlo, pero eso no te convierte en una mala persona. Calificarte así por una mala respuesta, es eliminar tus años de historia y eso sería bastante injusto. Debemos comprender que la bondad y la maldad van unidas, jamás se separan. Es en cada acto que nosotros elegimos cuál gobierne, los que nos hace honrosos o no. Tú eres una buena persona. A tu manera has defendido a los tuyos: no estuvo bien, no fue la correcta, pero fue la única que con los recursos que tienes pudiste afrontar. ¿Entiendes?

—Creo que sí —murmuró la joven pensando.

—Theodora, no quiero inmiscuirme en tu vida si tú así no lo quieres, pero me he dado cuenta de que no ha sido fácil para ti —dijo desprendiéndose de la chaqueta para tenderla sobre la roca, cerca de ella.

—Algo, otros la han tenido peor —farfulló un tanto distraída al ver sus brazos desnudos.

—Pero ahora estamos hablando de ti —señaló. La joven suspiró obligándose a mirarlo al rostro y asintió.

—Sí, fue bastante mierda a decir verdad. De todos modos no es excusa para golpear a alguien.

—No lo es, pero a eso me refería con los recursos —manifestó no apartando los ojos de los de ella—. Los impulsos son difícil de sobreponerse. Son, precisamente, aquellos que guían la acción. La ejecuta sin esperar que nuestra ética nos dicte si está bien o mal.

—No quiero hablar de ética contigo —dijo pensando en las diferencias éticas, morales y judiciales que los separarían.

Recordar eso ya la hizo cambiar de postura, por lo que se apartó un poco rompiendo la pequeña distancia que se había creado entre ambos y miró hacia el bosque.

—¿Por qué? —inquirió confundido.

—Porque no —contestó molesta—. ¿Otra? —preguntó señalando el botellín vacío. Él asintió en respuesta.

Nuevamente, el silencio reinó en ellos. Anthony pensando en lo hermosa que se miraba aún con la áurea de dolor que la contenía. Verla y escucharla en plena sintonía natural comenzó a impactarlo porque, irremediablemente, se sintió aún más asombrado con ella. Era una dama salvaje, pura, honesta e indómita y él estaba corrompido hasta la psiquis por el amor que le profesaba. La pensaba todo el tiempo, suspiraba por ella y hasta estaba seguro de que su corazón solo latía al saber que sí existía; pensar en perderla, en distanciarse de alguien tan perfecta aun en su hostilidad y brusquedad, significaría su abismo.

El licenciado sabía que Theodora era todo lo opuesto a él, que ni siquiera parecía que compartían gusto alguno más que la soledad y el silencio y pensó que, quizá, eso era suficiente para unirlos al menos en una amistad cálida.

Theodora, por otra parte, se preguntaba que hacia un sujeto como él sentado junto a ella. Ella que nada tenía para ofrecer más que palabras hirientes y gestos turbios. Ni siquiera podía serle honesta con algo que sabía sería perjudicial para él. Se estaba comportando de forma egoísta nuevamente y era algo de lo cual quiso cambiar. Sencillamente, se negaba a hacerlo porque sabía que la separación sería la respuesta. Estar separada de él equivalía no volver a escuchar su voz arrulladora, a ver sus ojos boscosos y su sonrisa cálida, a ser beneficiada con su buen trato y respeto y, sobre todo, a perderlo. Sus ojos se nublaron debido a las lágrimas y, reacia a sentirse así, sobre todo con él presente, soltó lo primero que se lo ocurrió:

—¿Puedo hacerte una pregunta personal? —No lo miró cuando formuló la cuestión porque aún buscaba recomponer su expresión.

—Por supuesto.

—¿Tú y Marcus tienen historia?

—Claro, desde luego —dijo de inmediato. Ella arqueó las cejas y se atrevió a mirarlo—. Nos conocimos hace unos años en una situación bastante cómica a decir verdad —contó con una sonrisa.

—¿Y cuándo terminaron? —inquirió.

—Pero si aún somos amigos —precisó encogiéndose de hombros.

—Sí, es cierto —concordó con una sonrisa—. Eso habla bien de ambos.

—Hay amistades que duran más tiempo. Tú con Ryan, por ejemplo —puntualizó.

—Pero no he salido con Ryan, nunca —señaló. Él la miró de inmediato y frunció el cejo.

—¡Oh! Te referías a eso —manifestó completamente ruborizado—. Jamás pasó algo así entre nosotros, solo somos amigos. N-no s-soy gay.

—No dije que lo fueras. Sabes que Marcus está enamorado de ti, ¿cierto? —Anthony la miró de inmediato con horror. La joven quiso reír al verle la expresión y como comenzó a revolverse incómodo.

—N-no, n-no es cie-cierto. A Marcus le agradan las damas. Solo somos amigos —masculló.

—Sabías que existe la bisexualidad, ¿no?

—Marcus nunca me lo dijo y él suele ser muy abierto en las conversaciones, sobre todo de ese tenor. No es gay ni bisexual —dijo enfático.

—Solo digo que está enamorado de ti. Eso no lo hace gay, Anthony. No seas anticuado.

—Son suposiciones que no tienen fundamento alguno. Además, no es correcto hablar de personas que no están presentes —concluyó bebiendo un gran trago de cerveza.

—Vaya, si hasta me llevó una reprimenda del profe —susurró.

—Lo lamento. So-solamente me impresioné. Pero no es así como supones —masculló.

—Está bien.

—En serio —dijo después de un largo rato.

—Está bien, Anthony. Solo decía —enfatizó intentando aguantar la carcajada.

—Aunque...

—¿Si?

—No, no. No es nada —murmuró. Ella ya no soportó más y estalló en risas, lo que hizo que él la mirara con el cejo fruncido—. No es gracioso.

—¡Tu reacción lo es! —exclamó llevándose las manos al abdomen—. Olvida lo que te dije, él no te dirá nada. Al menos no este fin de semana.

—Ya, Theodora. No me lo haces más fácil.

—¿Y por qué te sorprende tanto? Debes tener a muchas personas babeando por ti —dijo recostándose sobre la roca. Anthony la miró frunciendo el cejo.

—Las personas no hacen eso por mí. —Theodora se apoyó sobre sus antebrazos para mirarlo y arquearle una ceja.

—¿Es en serio? Mírate. Eres todo un chico lindo. Oportunidades no deben faltarte. —Él la miró asombrado y luego se ruborizó. Theodora lo encontraba cada vez más hermoso, no podía creer que él no supiera eso.

—¿Crees que soy guapo?

—Pues claro —dijo recostándose de nuevo para restarle importancia a la conversación—. Te mantienes en forma, hablas bien, tienes un lindo rostro y tu trasero... Sí que tienes un buen trasero, profesor.

—¡Theodora! —exclamó.

—¿Qué? Soy tu amiga, puedo decirte esas cosas —comentó encogiéndose de hombros. Él no dijo nada y ella, muerta de curiosidad por ver su expresión, volvió a erguirse encontrándolo no solo ruborizado sino que mirando para otra parte—. ¿Te incomodé?

—N-no. Solo me sorprende mucho tu brusquedad, trato de adaptarme aún.

—Anda, pues. No es la primera vez que te lo deben decir —dijo empujándolo suavemente.

—No es eso. No importa —masculló negando.

—Lamento incomodarte. Cerraré mi boca.

—No digas eso. Yo... Pa-para mí eres bellamente perfecta, Theodora —confesó con sus ojos verdes contemplándola.

Ella inspiró bruscamente e impactada por semejante declaración. Él comenzó a apartar el rostro, pero la joven se atrevió a darle un fugaz beso que apenas rozó la comisura de sus labios.

La electricidad que sintió fue tan inmediata que se llevó la mano a la boca, observándolo con horror por haber cruzado la línea de ese modo con él. Pero Anthony, en vez de apartarse como Theodora supuso, la tomó suavemente del rostro.

—No sabes cuánto deseo besarte —murmuró a escaso espacio de su boca.

—¿Qué esperas entonces? —susurró al borde del colapso.

Anthony desplazó la mirada verdosa hasta la boca de Theodora y sus pulgares pronto hicieron mella al entrar en contacto con el voluptuoso labio rubí inferior.

La joven, agitada por el calor que de pronto la estaba consumiendo, comenzó a respirar con dificultad y a revolverse inquieta esperando el momento en que Anthony, al fin, la besara.

Pero él no se mostró presuroso, sino que con sus dedos delineó los labios de la joven. A ambos, la superficie de su piel les quemaba y, a la vez, desprendía un magnetismo del cual no podían adecuarse; estaban irremediablemente atraídos por un deseo que superaba lo carnal. Sus pieles lo sabían y lo reconocían.

Accattivante —masculló para luego besarla.

Theodora se sorprendió gimiendo y respondiéndole con ardor. El jadeo de Anthony acompañó sus gemidos y pronto sus manos comenzaron a explorarse.

La joven sintió cómo él la tomó de la cintura con fuerza para atraerla a él mientras desplazaba esos hermosos labios por su boca. Ella abrió tímidamente los labios y el gemido de él fue suficiente para incitarla a tornarse más osada.

Theodora comenzó acariciándole el cuello, sintiendo cómo se estremecía antes las caricias que le impartía. La joven quedó fascinada por la dureza y calidez de su piel, por lo que se atrevió a rozar más superficie, haciendo que él la atrajera aún más a su cuerpo.

Anthony continuó besándola sin dar lugar al respiro y Theodora ya no soportaba aquel extraño fuego en su bajo vientre, por lo que se removió incómoda haciendo que él la tomara del trasero y la atrajera estampándola a su robusto torso.

Ella lanzó un jadeo de placer que se convirtieron en gemidos sonoros que se filtraron en el viento cuando el licenciado comenzó a besarle el cuello y a acariciarle la espalda por debajo de sus holgadas prendas.

Anthony desanduvo su sendero de besos y volvió a besarla a los labios donde ambos gimieron gustosos al encontrarse nuevamente. La joven, ya incómoda por estar tan ardorosa, se movió sobre la roca haciendo caer las botellas y mochilas que a ninguno importó, y se sentó a horcajadas de él.

Sentir su virilidad hizo que se apartara para mirarlo extremadamente ruborizada por el sofoco que estaba sufriendo e impresionada por la sensación de tormento placentero. Anthony tenía la mandíbula apretada y la miraba con una intensidad inexplicable, tomándola con fuerza de la cintura y sosteniéndola contra él.

La joven se mordió el labio cuando, lentamente y por inercia, se movió un poco. Ambos contuvieron la respiración al sentir semejante maravilla inundar sus seres. Theodora tuvo que detenerse porque estaba segura de que su corazón no lo soportaría y más si Anthony continuaba mirándola con esos ojos que la enloquecían.

Pero al deseo no pudieron refrenarlo porque en cuanto volvieron a besarse, el movimiento hizo que sus intimidades volvieran a rozarse y allí ya no fue suficiente ningún pensamiento racional.

Theodora se dejó guiar por su instinto y continúo moviéndose en vaivén sobre él mientras gemía con fuerza sobre su boca tentadora. El licenciado la tomaba con fuerza del trasero sosteniéndola contra él y besándola con ímpetu, pero la joven necesitaba más, quería sentirlo desnudo sobre ella, que la reclamara y la hiciera suya.

Anthony la tomó con fuerza y la reclinó de espaldas contra la piedra, sobre su chaqueta, haciendo que ella exclamara un jadeo por la sorpresa.

—Vas a hacerme perder el juicio si sigues moviéndote así, mi musa —susurró en su oído para luego besarle el lóbulo.

Ella enredó sus brazos en el cuello de Anthony y lo besó fervientemente, dejando dar paso al sentido brutal que se desprendía de sus entrañas. Necesitaba tenerlo cerca, cualquier espacio mínimo era suficiente para que se sintiera inadecuada. Sentir su piel y su calor, hacía renacer en ella nuevas oportunidades de entender que, con él, las circunstancias no iban a ser catastróficas.

Ambos gemían entre los besos húmedos que se desplegaban y el licenciado ya no era capaz de mantener el hilo racional que estaba sosteniendo su conducta, sobre todo al tener a su musa tan expuesta y entregada para él.

Estaba en el paraíso y no quería volver jamás. Esos labios de pecado era su mismísima verdad que siempre anheló, jamás sintió tan gran magnitud de placeres en conjunto con sentimientos. Estaba eclipsado, subyugado y perdidamente enamorado de una joven que el destino la predestinó como su musa.

Anthony se sentía venerado al ser tocado por ella, honrado por compartir semejante intimidad y dichoso por la lujuria desprendida en ambos. Estaba en un laberinto paradisíaco con su musa; estar con ella le significaba todos los placeres y buenaventuras de la vida y más.

Se apartó para mirarla a los ojos lapislázuli aun no creyendo que ella esté entre sus brazos y lo que vio lo dejó sin aliento: sus labios carmesí levemente hinchados por la lujuria de sus besos, el arrebol de sus mejillas producto de la lujuria, su cabello suelto y enmarañado y esos ojos, esos ojos eran sin duda el paisaje del paraíso. Saber eso a Anthony lo sofocó.

Theodora observó atentamente al licenciado que la miraba con ternura, ella le sonrió tímidamente para luego besarlo de manera breve, pero él continuó y ella, dichosa, se entregó.

El gemido de Theodora fue eclipsado por el jadeo de él cuando sintió las manos de su musa explorar su torso. De inmediato la atrajo a su cuerpo borrando cualquier distancia mínima y se descubrió tocando la delicada y suave piel de porcelana que se ocultaba bajo sus prendas.

No se detuvo, sino que continuó en su exploración al sentir cómo su cuerpo comenzó nuevamente a moverse y responder a las caricias. Sus gemidos golpeaban en sus labios y Anthony tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no correrse en ese instante.

Se atrevió, en su viaje, a palpar su estómago y fue subiendo hasta encontrarse con la abundante cima que le quitaba el sueño. La miró a los ojos cuando acarició sus pezones y ella se arqueó mientras clavaba sus uñas en su espalda. Anthony comenzó a sudar al palpar semejante maravilla. La besó nuevamente y los gemidos de ambos se interponían en su misión de ser delicado porque lo cierto era que quería hacerle el amor; necesitaba enterrarse en ella y hacerla suya.

El licenciado apretó la mandíbula y no dejó de juguetear con sus senos a la vez que besaba su cuello. Notó que Theodora estaba en el borde del éxtasis, por lo que se atrevió a ser más osado y descendió en sus caricias viajando nuevamente por su estómago.

Se detuvo un momento para besarla con empeño y ella le respondió con ardor, no necesitó más invitación por lo que descendió su mano aún más y se apartó un poco para mirarla a los ojos. Necesitaba verla en pleno orgasmo.

Ella abrió grande los ojos cuando él acarició la cinturilla de sus mallas. Guiada por el placer se mordió el labio, y él besó ese gesto llevándose como premio un bravo gemido. Se atrevió a descender más y notó como su respiración se convertía en jadeos y como sus piernas se abrían para él.

Gotas de sudor comenzaron a perlar la frente del licenciado. Las uñas de Theodora se clavaban sin piedad en sus brazos y sus jadeos pronto se convirtieron en gritos cuando ahondó en su viaje encontrándose con el paraíso.

Anthony expulsó un suspiro al sentirla tan mojada y caliente. Su virilidad pedía clemencia y él, sabiendo que al menos en ese momento no podía hacer nada para desahogarse, sí procuraría que Theodora tuviera satisfacción.

La joven, frente al impacto porque nadie la había tocado jamás de esa manera, se sintió dichosa de que fuera Anthony, ya que sabía que estaba segura con él. Parpadeó seguidamente para luego gemir con violencia cuando él tocó sutilmente su centro. Se sostuvo con fuerza de sus brazos cuando sus dedos comenzaron a ahondar en su interior y ella, ya no pudiendo siquiera tener un pensamiento decente, se entregó a él abriendo más las piernas.

Las embestidas se volvieron más presurosas y sus gritos más audibles, por lo que enterró la cabeza en el cuello del licenciado pretendiendo callar, pero él la besó mientras continuaba tocándola haciendo que pierda el control de su cuerpo, arqueándose y pidiendo más en medio de sus gritos.

—Mírame —pidió sobre sus labios. Theodora abrió los ojos aun gimiendo y observó esos bosques repletos de pasión—. Eres perfecta, mi musa. Recuérdalo siempre —dijo enfático para luego acariciarle el clítoris y hacerla estallar.

La joven gritó con fuerza y él la besó con premura. Los espasmos de su centro hicieron mella en el cuerpo de la joven, por lo que se sostuvo con fuerza del cuello de Anthony mientras trataba de buscar la respiración entre los jadeos. Creyó que había muerto, pero el infierno no podía ser tan jodidamente hermoso, pensó.

Al cabo de un momento, cuando la respiración de ambos había sosegado y ella comenzó a dar cuenta de lo que había hecho, sintió que estaba en verdaderos problemas. Que él estaba en problemas.

—¿Estás bien? —inquirió el licenciado de manera suave contra su cuello.

Anthony, al no obtener respuesta, se irguió un poco para observar su perfil y notó que ella estaba reacia. Asustado, apartó las manos de su cintura buscando su rostro para que lo mirara, pero ella solo lo apartó mientras se erguía.

La joven en ese momento no estaba evaluando la expresión de su acompañante, sino que su conciencia le estaba reclamando la blasfemia de su acto. ¿Por qué siempre le salían las cosas tan mal? Se preguntaba. Estaba comenzando a caer en una nube de tormentos que le estaba perjudicando los sentires. Anthony, con su bondad, había terminado cediendo en corromper con lo único estable que a ella lo mantenía a él.

No era su culpa, era de ella, pensaba. Ella, que siempre se figuraba una crítica de la conducta, las palabras y los gestos, había terminado por despedazar cualquier buen rastro que podía significar positivo con él. Lo había arrastrado a un lugar sin retorno. Despellejó lo único bueno que se le presentó y saber eso, no solo la inquietó, sino que se le impuso.

—¡Oh, mierda! ¡Joder! ¡Pero qué maldita idiota! —blasfemó sintiendo el ardor en el pecho bien conocido por ella.

—¿Theodora? ¿Estás bien? —exclamó el licenciado ya alarmado, pero ella se apartó de inmediato y descendió de la roca sin mirarlo—. ¡Espera! ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —masculló rebuscando en su mochila por un pitillo.

—No, no lo estás. Dímelo —pidió tomándola de la mano. Ella se soltó rápido y se apartó.

—¡Fue malditamente innecesario lo que pasó! ¡Lo arruiné todo!

—N-no has arruinado nada —dijo desesperado—. Por favor, mírame —pidió acercándose lentamente. —Ella soltó un suspiro y al final lo hizo—. Las cosas no tienen que cambiar entre nosotros.

—¡Sí, cambian las cosas, Anthony! ¡¿Cómo podemos ser amigos después de esto?! —exclamó desesperada señalándolo.

—¡Por favor, Theodora! —suplicó extendiendo la mano—. Por favor, no me apartes de tu vida. Haré lo que quieras, pe-pero...

—¿Pero qué? ¿Crees que podemos ser amigos? No puedo seguir fingiendo esta maldita mierda —dijo recargándose la mochila y yéndose.

—¡Estoy enamorado de ti! —gritó tras ella.

Theodora quedó estática en su lugar y cerró los ojos conteniendo la respiración. El corazón le latía de manera irregular indicándole que esas palabras, proclamadas con tanto énfasis y anhelo, le cambiarían la vida. Pero se había prometido no ser egoísta y, pretendiendo dejar el último ápice de felicidad, se dio la vuelta para mirarlo.

—¿Creíste que después de esto seriamos novios o algo así? —espetó. Él inspiró bruscamente para luego comenzar a negar lento, Theodora notó las lágrimas que se le estaban formando en sus bosques, pero, determinada como estaba, prosiguió—: Yo no puedo tener nada con nadie, mucho menos con alguien como tú. Eres muy sensible y yo soy un puto desastre y una maldita mierda. No sé qué es lo que viste en mí, pero te aseguro que estás equivocado. No necesitas todo esto, será mejor que te apartes de mí y encuentres amistades como tú. La mierda terminará por salpicarte.

—N-no digas esos términos horribles de ti —murmuró.

—¡Es la verdad! ¿Qué mierda sabes de mí? —exclamó encarándolo—. No sabes nada. No sueltes pendejadas de que estás enamorado solo porque te calenté la polla.

—¡N-no es así! —manifestó llorando.

—¡Estoy tratando de cuidarte y tú lo único que haces es insistir! ¡Vete a la mierda, Anthony! —exclamó enfadada por estar cediendo a su deseo de abrazarlo, besarlo y comenzar una relación idílica. Algo que jamás iba a sucederle, pensaba.

—Quiero ser al menos tu amigo, por favor —masculló limpiándose las lágrimas—. No sé qué te han hecho, pero podemos hablarlo si quieres.

—No necesito hablar con nadie y tampoco seré tu amiga —dijo contundente para luego marcharse.  

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro