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Interludio que no debía serlo

Sigo pensando que hemos perdido una oportunidad de oro al no perseguir a la chica.

Cállese ya, Cross.

Por suerte, el coche de Gutts había soportado con sorprendente entereza el golpe contra la pared del túnel. Un faro roto y unas pocas abolladuras. La valentía había conseguido que fuera la pared la que se hundiera y no el morro del vehículo. Volvió a su plenitud tras aplicarle felicidad con la Pluma de los Sentimientos. Incluso se llenó el depósito por arte de magia.

De eso hacía ya varias horas. Tras la persecución, la pareja decidió ir a comer. El almuerzo fue tenso, silencioso. Sus miradas intentaron cruzarse lo menos posible.

Usted ya tiene a su niña, así que supongo que no tiene ninguna prisa en detener a ese cabrón.

¡No diga gilipolleces! ¿En serio es usted tan temerario como para pasar por encima de personas inocentes? Podemos luchar sin provocar el caos.

Soy temerario porque hay vidas en juego, Gutts. Hay que pararle los pies lo antes posible.

No. Se comporta así porque la venganza le ha enloquecido.

Me importa una mierda lo que piense. Lo único que vale ahora es que hay que acabar con él. Y si usted no está dispuesto a jugársela, me la jugaré yo solo.

Tras la comida, probaron suerte de nuevo en el hogar de los Santllehí. Pero no contestó nadie. En una hora de espera nadie pareció salir ni entrar de aquella casa. Así, encadenando otro fracaso insultante, Cross se sumió en la frustración.

Y ahora, cuando por fin habían llegado a casa y el sol de la tarde se había aposentado, el detective había explotado en medio de la escalerilla.

¡Pues adelante, hágalo! Pero que sepa que no tendré reparos en detenerle si su locura afecta a otras personas.

La indignación de Cross se hizo insoportable. Sus pupilas empezaban a emitir destellos rojizos, y su piel ardía. Más le valía tranquilizarse. Sin decir una palabra más, caminó hasta su puerta y tras entrar la cerró con furia.

Se sentó en el sofá, uno de los pocos elementos que habían sobrevivido al ataque de cólera del detective. Cerró los ojos, intentando calmarse.

Estaba solo. Clea se negaba a ayudarle. Gutts no estaba lo suficientemente implicado como para seguirle el ritmo. Y Queen iba a su propio ritmo. ¿Por qué a nadie parecía interesarle la muerte de Elizabeth? ¿Por qué merecía ese desprecio?

Más que nunca, Cross sintió que debía acabar con todo lo más rápido posible. Empezaba a estar cansado. Pero no quedaban opciones.

O quizá sí. Sólo una. Y tenía una idea para lidiar con ella. Era el último recurso.

Sacó su pistola, dispuesto a descargarla. Pero en cuanto la tuvo en la mano, reflexionó. No llegaría a apretar el gatillo, así que no hacía falta. Planeó al milímetro todo lo que iba a suceder a continuación.

Con los preparativos hechos, se acomodó en el asiento y cerró los ojos.

La Editora ya había vuelto de la ciudad granate. La visita por sus calles había sido en vano. Seguía sin recordar quién era, qué buscaba o por qué sus pasos la habían dirigido a aquella habitación. Y a su vez, su viaje sólo le había traído malos recuerdos. Pero, ¿qué recuerdos? Ninguno, sólo sensaciones de frustración y depresión.

Observó el horizonte por enésima vez. Quizá el problema era querer recordar el pasado. Quizá fuera el presente lo que la hiciera conectar con su mundo anterior. Quizá para ello eran las plumas. Esos instrumentos que significaban mucho y a la vez nada.

Una sensación conocida interrumpió sus divagaciones. Alguien llamaba a la puerta. Era Kyle Cross. ¿Qué quería esta vez? La chica roja llevaba tanto tiempo ensimismada que se había olvidado de seguir la vida de sus escritores. Con curiosidad, decidió dejarle entrar.

El detective se materializó a unos metros delante de ella. Se miraron un rato. Ninguno de los dos parecía de muy buen humor.

¿Qué quieres, Cross? —preguntó la Editora.

Vaya, ¿hoy vamos al grano? —respondió él, con evidente burla.

La Editora apartó la mirada en señal de desprecio.

Bueno, vengo a pedirte un favor.

Canta y luego veré si mereces que te haga ese favor.

Puesto que no me vas a decir el paradero del tío de las gafas porque es tu favorito, quiero que me digas dónde se encuentra ahora mismo Anna Santllehí.

A la Editora le extrañó su petición. No sabía encontrar la relación entre los dos escritores nombrados por Cross. Tampoco era necesario hacerlo, la respuesta ya estaba decidida.

No. Ya te he ayudado demasiado. No soy un comodín al que puedas acudir cuando te apetezca.

¿Ayudarme? Te recuerdo que me lanzaste a la boca del lobo cuando te apeteció.

Mi voluntad no es de tu incumbencia.

Cross cruzó los brazos. Seguía con su plan en mente, pero quería comprobar cuánto aguantaría la editora

Estoy en un callejón sin salida. Si no me das un empujón, esto no va avanzar.

No eres el único en este juego. Aprende a convivir con las reglas.

¿Ahora esto tiene reglas?

La Editora apartó de nuevo la mirada. Su desinterés resultaba ya ultrajante. Cross debía poner en marcha el plan si no quería ser expulsado.

El detective sacó su pistola y colocó el cañón en la sien derecha. Miró largamente a la Editora, en silencio.

¿Qué haces? —preguntó, con cierto desconcierto.

Si no me dices dónde se encuentra la chica, te quedas sin un escritor.

La entidad soltó un inicio de risa.

No vas a hacerlo.

Cross no respondió. Él sabía que era un farol. Uno bastante absurdo, de hecho. Pero también sabía que la Editora estaba en un mal momento emocional. Y le constaba que él era su favorito.

Puso el dedo en el gatillo mientras mantenía la mirada en los áureos ojos de su enemiga.

Ella no se creía el farol. Estaba convencida de que su visitante no era capaz de matarse. O eso pensaba. Pues, cuanto más excavaba en su mirada, menos veía a un ser humano. Sus ojos no eran los de alguien en sus cabales. Sintió un escalofrío. Vio sus pupilas parpadear en rojo, y su piel marcarse en un granate intimidante. Había visto esa reacción antes. Quizá no estaba tan de broma. Y así empezó a brotar un cierto miedo.

¡Espera! —gritó.

Una revelación desató su terror.

Los necesitaba. Para eso eran las plumas. Para eso eran los escritores. Ellos eran la llave que abriría la infranqueable puerta que le impedía acceder a ella misma. Seis plumas con mecanismos de seguridad para asegurar que los débiles fracasaran. Si un solo escritor llegara hasta la verdad de la Editora, toda su angustia terminaría. Y estaba delante de uno de los dos candidatos más fuertes. No podía permitirse perderlo.

Puso su mirada varias capas por encima de ella, atravesando la oscuridad y las miradas de conceptos que la observaban con desprecio. La localizó.

¡Está en el puerto, en una nave abandonada con una puerta roja!

Cross sonrió al instante y bajó la pistola.

Gracias, querida. Cuando te haya encarcelado te invitaré a un batido.

Y tras dedicarle una maléfica sonrisa, el detective se esfumó.

La soledad y el silencio volvió al mundo blanquecino de la Editora. El miedo todavía no había abandonado su cuerpo. ¿Había hecho bien al decírselo? No lo sabía. Ni siquiera estaba segura de que su teoría sobre las plumas fuera correcta. Pero era lo único a lo que podía y sabía agarrarse.

Di un paso al frente, haciendo notar con mis pasos mi presencia en ese espacio. La chica de rojo se sobrecogió y me miró. Su cara cambió al fastidio más profundo.

¿Ahora apareces? Tu existencia ya no aporta nada aquí. Y todavía menos si estás tan poco dispuesto a ayudar como lo estás siempre.

Sonreí. No puedo negar que siempre me hubiera hecho cierta gracia la Editora.

Pero ya no servía para nada.

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