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Interludio de quince minutos a doscientos grados

Mientras Cross volvía a casa, un visitante aparecía en la mansión de Elizabeth Eilburn. Sin duda, era una visita inesperada, pero la dueña de la casa no se sorprendió al notar a Daniel Queen entrando por una de las ventanas de la casa. Ya hacía meses que se había acostumbrado a recibir a extraños en su casa, y por suerte no había tenido conflictos con ninguno de ellos.

El chico entró de repente y aterrizó en el comedor a cuatro patas. Sus garras metálicas dejaron marcas oscuras en el suelo. Como si aquello fuera su casa, se dirigió a la cocina, donde encontró a Elizabeth poniendo unas magdalenas en el horno.

Vaya, si hubieras avisado habría hecho antes las magdalenas —dijo Elizabeth, sonriendo.

Daniel le clavó la felina mirada que sus ojos siempre lanzaban. Durante unos segundos, ambos se quedaron en silencio. Elizabeth, con una suspicacia suprema, examinó de arriba abajo a su visitante.

Por cierto, ahora que te veo bien, creo que no deberías de usar tanto la pluma. Mira cómo te estás quedando —apuntó al ver las oscuras manchas negras que recorrían la cara del joven.

Daniel Queen sonrió.

¡No te preocupes! De hecho, la uso tanto como puedo porque me gusta el cuerpo que empiezo a tener. ¡No hay nada que desee más que dejar de ser humano! —afirmó el chico, con su gritona voz.

Se te ve contento —notó Elizabeth.

¡Y tanto! Tengo grandes planes para esta ciudad. Y muy pronto los llevaré a la práctica.

¿Y estos planes me involucran a mí? Lo siento, cielo, pero no te puedo dar la pluma. Le prometí al señor Cross que sería para él.

Tranquila, sólo venía a hacerte una visita y a comentar la victoria de Cross frente a la niña.

La vieja se sorprendió sobremanera al escuchar aquellas palabras.

¿Victoria? ¿Al final ha conseguido recuperar la pluma de Margareth?

Sí.

¡Cómo me alegro! Sufría mucho por aquella chiquilla. Un día vino a pedirme la pluma. Yo, a cambio, quería que me explicara para qué la necesitaba. La pobre criatura se me puso a llorar y me explicó todo lo que le había ocurrido. Al final, se marchó con los ojos llenos de lágrimas y sin nada. Ojalá hubiera pasado por aquí algún otro día y habría hecho todo por ayudar-la.

Daniel no la estaba escuchando. Miraba a su alrededor sin fijarse en nada, con cara de aburrimiento. Parecía que no le interesaba aquella historia.

Por lo que veo, no te entretiene mi experiencia con la pequeña —señaló Elizabeth, extrañada.

Los sentimientos humanos no me interesan. Me dan asco —sentenció el chico con cara de desprecio.

¿Y sobre qué quieres hablar, cariño?

Cross le ha pegado un tiro a la niña.

¡Qué estás diciendo! ¡No puede ser! —volvió a sorprenderse la anciana, esta vez negativamente.

Pues sí, pero no la ha matado. La bala le ha perforado la mano, nada más. Más que la acción en sí, lo que me ha sorprendido ha sido la actitud que ha adoptado Cross de repente. Parecía una máquina de matar, nada que ver con el comportamiento de los últimos días. Me ha sorprendido.

¡Ay, Dios mío, se han manifestado demasiado rápido! Me parece que la Pluma de los Sentimientos es la peor que le podría haber tocado —se lamentó Elizabeth.

¿Y eso por qué? —preguntó Daniel, cambiando por fin su pose arrogante.

Cross no está bien por dentro. Se lo vi enseguida. Hay un asunto pendiente en su interior que provoca una confusión enorme en todo su ser.

Y una vez más, Daniel se encontraba en otro mundo.

¿Por qué dejas de escucharme cuando has sido tú quién ha preguntado? —preguntó Elizabeth, sin variar el suave tono de voz que la caracterizaba.

Porque me esperaba que la respuesta fuera por otros caminos. Ya te he dicho que los sentimientos humanos no me interesan.

Tú también tienes asuntos pendientes. De hecho, Cross y tú transmitís unas sensaciones muy parecidas —señaló Elizabeth, enviando una suspicaz mirada a Queen.

El profesor loco ha conseguido la tinta de la pluma de la niña —cambió de tema el chico.

Enseguida, Elizabeth notó incomodidad en su invitado. Aceptó seguirle el juego y el cambio de tema.

¿Ah sí? Vaya, pues ahora también podrá materializar sueños con su pluma. No sé qué planea ese hombre. Soy incapaz de adivinar en qué piensa.

Parece que quiere todas las plumas. Ya ha intentado robarme la mía en varias ocasiones, pero ha fracasado en todas. ¿No tienes miedo de que venga y te la quite?

Yo, hijo mío, ya no tengo miedo de nada. Si quiere venir, que venga. Lo invitaré a un té.

Daniel Queen sonrió y empezó a caminar hacia la puerta.

¿No quieres llevarte una magdalena para el camino? En un ratito estarán listas.

No, gracias. Ya te he dicho que tengo planes que poner en marcha. Además, los dulces humanos no me interesan. Yo sólo como cuando lo necesito.

Y, finalmente, Elizabeth Eilburn volvió a quedarse sola en la mansión.

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