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Bienvenido a mi oficina: un sitio tranquilo y silencioso lleno de escarabajos...

...que se mueven arriba y abajo mientras los pájaros que han entrado por la ventana intentan cazarlos mediante maniobras propias de un avión del ejército...

Hey, ¿te ha parecido largo este título? Pues espera, que pienso alargarlo más...

— Oiga, Cross, deje de hacer el imbécil. Si sigue así los lectores abandonaran la historia, cansados de sus estupideces —me interrumpió Gutts.

— Calle, coño. Yo escribo mi historia como quiero, y si tengo ganas de hacer títulos infinitos, pues lo hago —repliqué.

— Usted no es quien escribe la historia, idiota. Es el autor quien lo hace.

— Calle, llevo escribiendo esta historia desde la página tres, así que cierre la boca. Si no se lo cree, lea y compruébelo usted mismo.

— ¿Cómo demonios quiere que lea una historia en la que yo mismo soy un personaje? ¡No puedo hacerlo, cabezón!

— ¡Pues yo llevo escribiéndola desde hace un buen rato, señor inspector!

— ¡Porque usted es el protagonista, maldita mula!

— Venga va, calle —acabé.

Ésta fue la divertida conversación que mantuvimos Gutts y yo mientras caminábamos en dirección a mi oficina. Decidimos quedar allí para trazar un plan y atrapar a la niña de la pluma oscura. Caminábamos al ritmo al que pasean dos enamorados por un paseo marítimo, observando los edificios que inundaban la...

— Oiga, Cross —volvió a interrumpir el maldito viejo.

— ¿Por qué me interrumpe, ahora? Hoy está muy pesado, Gutts —me quejé.

— ¡Pues abra la puerta, inútil! Llevamos diez minutos aquí parados, delante de su oficina, y usted sigue hablando y hablando sin hacer nada. Estoy harto de esperar.

— ¡Silencio, cojones! ¡Que, según el ritmo literario, todavía no hemos llegado! Joder tú, qué suplicio... —exclamé, abatido.

Mi oficina se sitúa en el centro de la ciudad, en un pequeño bloque de pisos. Tiempo atrás, mientras buscaba un lugar donde instalar mi base, me fijé en que en una de las ventanas del bloque estaba colgado el cartel de "EN VENTA". Después de analizar el piso a fondo junto al dueño, decidí comprarlo. Lo remodelé a mi gusto y coloqué dos carteles en los que pone "DETECTIVE PRIVADO": uno de pequeño en la puerta y otro más grande en la ventana, de cara a la calle. Así nació la oficina del detective Kyle Cross.

Abrí la puerta y entramos en el pequeño espacio en el que trabajo. Al entrar te encuentras al fondo con una gran ventana que va de un lado a otro de la pared. Delante de esta ventana está mi mesa, con un ordenador. Entre la ventana y la mesa está mi silla negra de cuero, un mueble bastante alto que me costó un dineral. Delante de la mesa hay dos sofás entre los cuales se encuentra una mesa de cristal. En la pared izquierda está el baño y una nevera no muy grande donde guardo refrescos.

En la pared de la derecha hay un archivador-biblioteca de grandes dimensiones en el que guardo todo tipo de documentos que uso para los casos. La parte superior tiene estanterías en las que coloco libros, mientras que la inferior es el archivador propiamente dicho. La función más importante del mueble, sin embargo, no es ésta. Y es que guarda un secreto que desvelaré más adel...

— ¿Un almacén de tampones? —volvió a interrumpir el puto pesado de Gutts.

— ¿Otra vez, Gutts? ¿No sabe callar o qué?

— Es que tengo curiosidad y he querido preguntar.

— Pues no. Los tampones los tengo en uno de los cajones de la mesa.

— Mira por dónde... —dijo él, suspirando.

— ¿Qué insinúa con ese suspiro? —respondí, extrañado.

— No sé por qué, pero me esperaba una respuesta así...

— Me conoce demasiado bien, Gutts. Un día de estos nos emborracharemos y acabaremos juntos en la cama.

— Calle, gilipollas. Esta noche tendré pesadillas si sigue diciendo esas cosas.

Los dos nos sentamos en los sofás y estuvimos en silencio durante un rato.

— Bueno, Gutts. Hemos de decidir cómo atrapar a esa niña —comencé.

— Sí, ya había pensado en qué hacer —afirmó el viejo con decisión.

— ¿Ah sí? Vaya, es bastante previsor, Gutts.

— Bueno, es que mientras ayer lo veía a usted llorando como una madalena, decidí ponerme a pensar.

Joder con el viejo, tú. Aquél había sido un golpe bajo directo a los testículos. No me esperaba que soltara aquella perla. Lo he de reconocer: a veces Gutts sabe cómo hacer daño con sus comentarios.

— ¿Y en qué pensó mientras yo lloraba, necesitando una persona que me escuchara y me consolara y no una que mientras me agarraba del hombro pensase en la lista de la compra del día siguiente, Gutts? —pregunté, con cierto rencor.

— Ya que la niña va a por usted, podría buscar en la ciudad. Si no la encuentra usted a ella, ella lo encontrará a usted. Cuando lo haga, llámeme y vendré a ayudarlo.

— Así que yo soy el cebo, ¿eh? Le noto más maligno que de costumbre, Gutts. ¿Y usted qué hará?

— Yo buscaré información de la niña. Esta ciudad tiene un total de siete escuelas de primaria, así que iré de una en una y preguntaré si una niña rubia de ojos azules de unos once o doce años ha dejado de ir durante los últimos días.

— Me parece bien, pero si me tengo que encontrar otra vez con la pequeña, tengo que ir bien preparado.

Me levanté y me dirigí hacia el mueble de la pared derecha.

— ¿Quiere saber el secreto del archivador, Gutts? —pregunté, sonriendo.

El viejo se levantó y se colocó a mi lado. Cogí uno de los libros que había en la estantería, a mi altura. Se lo di a Gutts para que lo sujetara. Se lo miró con extrañeza.

— ¿Qué demonios hace usted con un libro de anatomía humana? Y encima tiene marcada con un punto de libro la parte de anatomía femenina —dijo.

— ¿Qué problema hay? Las mujeres son muy interesantes, más que los hombres.

Dejé de hablar y volví al mueble. Pulsé un botón situado en el fondo de la estantería, justo en el espacio que ocupaba el libro. Todo el archivador, con un ruido insoportable, se movió solo hacia la derecha, dejando visible un agujero en la pared. Aquella obertura es el secreto que guarda el mueble.

Es un escondite donde guardo dos metralletas MP7 de Heckler & Koch (con mira incorporada que, aunque no la uso, las hace lucir mejor), tres pistolas como la que siempre llevo encima (las cuales son de recambio, todas unas Heckler & Koch USP), un rifle francotirador Heckler & Koch PSG1 y un lanzacohetes SMAW. Es un arsenal admirable, nada que ver con el de Gutts. El viejo sólo lleva una Beretta 92 que mima como si fuera un tesoro.

— ¡¿De dónde demonios ha sacado todo esto?! —exclamó Gutts, horrorizado.

— De Internet. ¿No conoce usted la Deep Web? Está llena de cosas interesantes. Me encontré un tío de una organización criminal que había conseguido robar algunas armas a varias compañías y las estaba vendiendo muy baratas, así que decidí comprarlas.

— ¿Y para qué cojones las quiere?

— No lo sé, me hacía ilusión tenerlas.

— Debería detenerle ahora mismo por posesión ilegal de armas y le tendría que obligar a decirme el nombre de la organización a la que ha comprado las armas, pero supongo que tenemos asuntos más urgentes entre manos. Espero que no haya hecho ninguna locura más —avisó el viejo, alzando la voz.

— Tranquilo, tampoco soy un delincuente —respondí, sonriendo.

Cogí las armas (ni te imagines cómo pesa el lanzacohetes) y las puse encima de la mesa de cristal (excepto el lanzacohetes, claro). Saqué mi pluma y en todas escribí la palabra "saber". Además, a una bala de cada arma (en el caso del lanzacohetes, en el cohete) escribí "esperanza".

— ¿Por qué ha escrito "saber"? —preguntó el inspector.

— El otro día lo estuve pensando y hoy quiero comprobar si funciona...

Cogí una metralleta y la puse dentro de mi gabardina. Obviamente, no podía guardarla allí, pero me imaginé que lo hacía. Y así, el arma desapareció de mi mano.

— Hey, ¿dónde ha ido la metralleta? —preguntó Gutts una vez más.

— Guardada dentro de mi gabardina —respondí, con cierta arrogancia.

— Venga va, no diga estupideces.

Metí mi mano en la gabardina y saqué la metralleta. Gutts se quedó petrificado.

— Dicen que el saber no ocupa lugar, ¿no? Pues aquí lo tiene. Puedo guardar estas armas donde quiera, que nunca estorbarán —dije finalmente, mientras sonreía.

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