Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7: Emociones revueltas

Apoyó las manos en sus rodillas, intentando recuperar el aliento tras la extensa carrera vespertina. Las gotas de sudor se escurrían por los lados de su rostro.

Elliot se incorporó tan pronto su respiración consiguió normalizarse. Revisó la hora en su celular. Seis y media. Demasiado pronto para que su nueva vecina hubiera empezado la cena y estuviera lejos de la ventana.

El estómago le rugió con solo pensar en su deliciosa comida, aquella que fingía no saber de donde provenía, y retrocediendo sobre sus pasos hasta aproximarse a una de las bancas distribuidas a lo largo del sendero, estiró la espalda para mirar al cielo teñido de nubes rojizas. El sol recién empezaba a esconderse entre los árboles del Heather Moyse Heritage Park, pero las farolas ya estaban encendidas en la extensa zona verde.

Elliot llegó a Canadá a los quince años. Las circunstancias tan turbias y dolorosas que lo llevaron allí, no impidieron que le tomara cariño a aquella isla situada al norte del globo terráqueo.

Los niños que atendía cada día en la primaria eran su verdadera vocación, pero caminar y observar el paisaje era otro de sus deleites: jardines bien cuidados, árboles nativos que crecían a sus anchas, ni un gramo de basura en las calles y la diversidad cultural de sus habitantes.

La mayoría de los canadienses eran de ascendencia europea, principalmente descendientes de los primeros colonos franceses y británicos, así como de otros inmigrantes llegados del este y el sur de Europa. Sin embargo, a medida que los patrones de inmigración cambiaban, también cambió la mezcla étnica de la población, y cada vez más personas procedentes de Asia, Oceanía, el Caribe, América del Sur, África y Oriente Medio, esparcían sus rasgos físicos y culturales en aquel lugar.

Era un pedacito del mundo agolpado en una isla, una isla que le permitía ser él mismo y hacer lo que le gustaba. Por eso le incomodaba tanto que hubiera llegado alguien a romper ese equilibrio, que una chica con ascendencia irlandesa y grandes ojos dorados se hubiera metido en su rutina, y más aún, que él le hubiera dejado entrar sin darse cuenta.

Elliot se puso de pie quince minutos más tarde y emprendió el camino de regreso. A medida que la temperatura de su cuerpo volvía a la normalidad, la piel de su rostro era engullida por el frío crepúsculo otoñal. Pronto empezaría el invierno, y con el cambio de estación, también la nieve. No podría darse el lujo de correr tras volver del trabajo, por lo pronto que anochecería, y tendría que recurrir a los ejercicios en casa.

La idea en sí misma no le molestaba. Aprendió a disfrutar del estado absoluto de soledad que le brindaba aquel cálido sótano, pero con la nueva inquilina, limpiando ventanas, barriendo la acera... necesitaba una buena excusa para salir de casa y no tener que enfrentarse al latido desbocado que le provocaba su cercanía.

Eran poco más de las siete cuando regresò a la casa de Elena. Comprobó que Halina estaba en la cocina gracias a la sombra detrás de una de las cortinas. Seguro debía estar abrigada hasta los dientes. Su aversión al frío era hilarante. ¿Cómo se las arreglaría en invierno? ¿Tres mudas de ropa térmica o...?

Abrumado por la sensación en el pecho que le producía pensar en ella y sus rarezas, Elliot se apresuró a caminar hacia la puerta de su departamento, descendiendo los escalones de tres en tres. Por más que buscaba en sus bolsillos, no encontraba las llaves. Esperaba no haberlas olvidado dentro y tener que pedir a Elena las de repuesto. Tal vez si empujaba la diminuta ventana de la cocina y aguantaba la respiración podría...

—Doctor Stewart.

Aquella voz hizo que se le helara la sangre en las venas. Ni siquiera tuvo fuerzas para girarse en su dirección.

Elliot esperaba siempre al momento exacto en que Halina estuviera ocupada en la cocina, porque no quería encontrarla barriendo el pórtico o algo así, pero ahí estaba, sobre las escaleras que llevaban al sótano, con su cabello cobrizo brillante, su andar nervioso y sus ojos llenos de curiosidad mal disimulada.

Halina descendió los escalones hasta llegar hasta él. Llevaba un abrigo que parecía haberse puesto con prisa y un envase humeante en las manos.

—Elena regresará un poco tarde hoy, así que me pidió que le entregue esto por ella —explicó a toda velocidad. Elliot no tuvo más opción que girarse y mirar aquello que le ofrecía. Adivinó lo que contenía por el aroma. La boca se le hizo agua. Solo faltaba que su estómago rugiera para quedar en ridículo—. Acabo de terminarlo, así que está muy caliente. Tenga cuidado.

Elliot abrió la boca para contestarle, pero nada se le ocurría. Otra persona agradecería que apartara una porción para él a diario y que hasta se tomara la molestia de llevársela hasta su puerta, pero cada vez que la veía, las únicas palabras que quedaban en su extenso vocabulario eran "acosadora" y "sustituta", como si volviera a su caótica adolescencia y solo supiera dispensar a la gente silencios y palabras desatinadas.

Al fin recordó que dejó la puerta sin seguro para poder entrar más rápido, pero no podía moverse. La temperatura continuaba descendiendo. Halina se rodeó el pecho con los brazos, pero Elliot sentía mucho calor.

Casi en cámara lenta la vio estirar el dobladillo de la manga de su abrigo sobre la palma de su mano y acercarla para limpiar las gotas de sudor que resbalaban por su frente. Su corazón redobló los latidos. Estaba muy cerca, demasiado cerca de él.

—Qué raro. Está sudando mucho, pero tiene la piel helada. ¿Es por su enfermedad?

Elliot intentó al menos negar con la cabeza, pero solo consiguió fruncir el ceño. Ella pareció creer que estaba ofendido, pues retiró la mano al instante y se deshizo en disculpas.

—Lo siento. Es un hábito de maestra. Ya sabe, los niños se ensucian con facilidad y yo... bueno, no es que diga que se ensucia como un niño, solo...

Elliot seguía el movimiento de su boca al tiempo que Halina hablaba compulsivamente. Al final, ella mordió su labio inferior al no saber qué más decir. Parecía abrumada por sus propias acciones y palabras, por su necesidad irracional de rellenar los silencios entre ellos.

Halina era una chica algo torpe que se abrumaba con facilidad, pero, también, cuando no estaba corriendo tras sus estudiantes, demostraba un gran sentido maternal y una facilidad innata para la enseñanza. Su torpeza también tenía algo de adorable. Algo que hacía que quisieras protegerla y reírte de ella al mismo tiempo. Era una sensación tan extraña como efervescente.

—¿Cómo haces que cambien de color? Tus ojos... a veces son grises, a veces azules y otras...

—No lo sé. Es involuntario.

—Ah, ya veo. Son muy bonitos... Tus ojos. —Parecía que Halina no esperaba que respondiera a su cumplido, porque de nuevo comenzó a hablar sin parar. Siempre hacía lo mismo cuando estaba nerviosa.

La mente de Elliot estaba sumida en una nebulosa tan profunda que apenas soltó un gruñido amistoso, amistoso a sus ojos, porque a juzgar por cómo las mejillas de Halina se encendieron, parecía haberlo percibido como un ladrido más bien. Sin duda le estaba dando la impresión de incomodarle con la charla, pero estaba demasiado abrumado por su presencia como para decir algo decente.

—Espero que le guste lo que preparé. Buenas noches, doctor Stewart —dijo antes de darse la vuelta. Parecía algo encorvada. Su cuerpo emanaba una gran desilusión.

Por reflejo, Elliot ascendió un escalón. Una marea de emociones lo inundó: ansiedad, tristeza y miedo... miedo a que fuera la última vez que le dirigiera la palabra.

—Gracias... Moore —casi susurró. Quería llamarla por su nombre, pero su boca cambió las palabras a medio trayecto.

Halina se dio la vuelta con incredulidad y luego curvó los labios. Su sonrisa era tan radiante y sincera que a Elliot le tembló el alma y hasta las piernas. Sus pasos ligeros sonaban cada vez más débiles a medida que se alejaba, pero una sensación abrumadora lo obligó a quedarse de pie allí un rato más, aunque, tal y como Halina le advirtió, el plato en sus manos estaba demasiado caliente.

Elliot deslizó sus dedos a través de la articulación inflamada. Distribuía con leves masajes la pomada de fuerte olor mentolado, que Elena afirmaba, era el único remedio eficaz contra sus dolores.

Antes de que Halina se mudara, solía masajearle los pies a diario después de la cena, pero, al no tener que ocuparse de tanto como unos meses antes, las molestias de Elena también disminuyeron.

—Ya es suficiente. Muchas gracias, Elliot —murmuró retrayendo su pierna para colocarla con mucho cuidado en el suelo.

Estaban sentados en los sofás de la sala, uno delante del otro. La vista de Elliot no estaba fija en ella, ni siquiera en la tarea que acababa de realizar: miraba hacia las escaleras que llevaban a la buhardilla. Parecía intentar detectar el más mínimo sonido sobre su cabeza.

—Halina está visitando a la esposa de tu doctor. Dijo que estaría con ella durante el fin de semana —explicó Elena—. Nos dejó comida para estos dos días antes de partir. Es una chica muy diligente.

—Y con un mórbido temor al rechazo. No me sorprendería que regrese con ella solo para evitarme.

—¿Hiciste algo por lo que deba evitarte?

Elliot se limitó a recostar su espalda del respaldo del sofá y mirar hacia el techo. Elena no indagó al respecto. Supo que algo malo había pasado al ver a Halina con los ojos enrojecidos tras regresar del trabajo; él no tenía mejor aspecto: hablaba solo y entre dientes mientras se ocupaba de sus plantas. Lo vio cerrar los puños antes de meter las manos en los bolsillos, dejándose las marcas de las uñas recién cortadas en las palmas. Su esposo solía decirle que hiciera aquello cuando sentía que perdería el control de su ira. Elliot llevaba años sin airarse ni tener ataques de pánico.

La explicación, aunque desconocida para Elena, era muy simple en realidad. Elliot estaba furioso con las demás maestras, con esas mujeres que se empeñaban en hacer sentir más insegura a una pobre muchacha que luchaba cada día por asistir a su trabajo y dar su mejor cara. Solo intentaban hacerla sentir miserable, porque verla les recordaba lo insatisfechas que estaban consigo mismas.

Ellas, las demás maestras de la primaria, eran la razón por las que sentía tanto recelo hacia el personal nuevo de la escuela: podían comenzar a trabajar allí con las mejores intenciones, pero pronto conseguían que se envolvieran en sus chismorreos banales y olvidaran su compromiso con los niños. Eran una malísima influencia para Halina, y por eso, intentó hacer que se diera cuenta de que no debía tolerarlas.

Pero, si pensaba todo eso, ¿por qué no las detuvo cuando las escuchó criticándola? ¿No la hacía sentir nerviosa e insegura él también con su forma de tratarla?

—¿Por qué te ofreciste a pagar su parte de la renta, Elliot? —La pregunta de Elena lo tomó por sorpresa, pero consiguió contestar con toda la indiferencia que lo caracterizaba, incluso un poco de soberbia en el porte:

—Ya se lo expliqué antes, Elena. Si le pagara a alguien para que cocinara para mí y cuidara de usted, sería mucho más costoso. Solo me pareció un trato justo.

En realidad, Elliot la vio rechazar la ayuda económica que Olivia quiso darle, y más tarde, teniendo problemas en la farmacia para comprar sus medicamentos. Olivia era la persona a la que más le tenía confianza, así que, si no aceptaba cosas de ella, dudaba que lo hiciera de alguien más sin una razón. Fue entonces cuando se le ocurrió hablar con Elena.

—Además, para algo debo usar el dinero que tercamente me envía el juez —agregó con una mueca de disgusto.

—Si solo quisieras gastarlo, podrías comprarte un auto, mudarte a un lugar más amplio o incluso poner tu propio consultorio, Elliot.

—Me gusta caminar, me siento cómodo viviendo aquí y disfruto mi trabajo.

—Lo que no te gusta es depender de Eleanor y Evan, así como a Halina no le gusta depender de Olivia —arguyó. Elliot chasqueó la lengua con fastidio—. Por eso me sorprende que incluso consideraras ser un poco flexible al respecto con tal de ayudar a Halina.

—Está haciéndolo parecer más grande de lo que es, Elena. —Su voz empezó a trastabillar un poco. Mentir a Elena era como tratar de respirar bajo el agua—. Además, ni siquiera me dejó hacerlo. No sé por qué lo menciona ahora.

—Porque quiero que el día que hagas algo por ella no sea a sus espaldas. —Elena esta vez endureció el gesto—. Ser dulce y considerado no tiene nada de malo. Quiero que tu corazón se convenza de eso. Los niños no son los únicos que deberían disfrutar de esa parte tan bonita de tu personalidad.

Elliot se sintió lacerado por esas palabras. Era algo que quien fue su amigo más cercano, el esposo de Elena, le repetía hasta el cansancio antes de morir.

«No tiene nada que ver con tu personalidad»; «No hiciste nada malo»; «Quien falló fue esa persona que traicionó tu confianza, no tú», sabía que eso era cierto, pero a la vez... ¿cómo convencía a su corazón de que tener un exterior duro y frío no era la solución? Le había funcionado en los últimos años, nadie, a menos que tuviera intenciones de acercarse a él por motivos puros, toleraba su carácter. Quienes no le aborrecían, le evitaban, y nada lo hizo sentir más seguro. Era mejor así. Quería controlarlo todo. Quería elegir a cada persona que entraba a su círculo personal.

Ambos permanecieron en silencio durante un largo período. El corazón de Elliot comenzaba a derretirse ante esos pensamientos. Le ardían tanto los ojos que tuvo que respirar hondo para no empezar a sollozar. Sabía que lo que Elena decía era cierto, pero lo que estaba sintiendo, lo que tenía en la cabeza, las heridas que después de tanto tiempo no terminaban de sanar...

—¿Me consideras tu amiga? —Elliot se enderezó para mirar a Elena. El rostro de su casera regresó a su expresión gentil.

—Sabe que más que una amiga, la considero una madre. ¿Adónde quiere llegar?

—Quiero saber como te sientes desde que llegó Halina. —Elliot contuvo la respiración y luego entrecruzó los brazos. Se sentía vulnerable de repente.

¿Qué sentía? Incomodidad y alegría, escozor y una aguda presión en el pecho, una necesidad irracional de observarla, de aproximarse a ella... y una fuerza aún más poderosa que deseaba mantenerla lejos. ¿Cómo podría definir algo así?

—No lo sé. Solo... extraño. —Elliot guardó silencio. De repente tenía el impulso de halarse el cabello hasta desprenderse todos los mechones—. ¿Sabe qué es lo más chocante de esto? —continuó—: Una niña me vio llegar junto a ella hace unos días y me hizo la pregunta más descabellada que jamás he escuchado. —Tragó en seco—. Me preguntó... —Le costaba demasiado decirlo—. Me preguntó si estoy enamorado de la sustituta.

—¿Ah sí?

—¡Sí! —contestó con una intensidad nada propia de él—. Fue lo más disparatado que me ha preguntado un niño, y me han preguntado cada cosa. Yo... ni siquiera supe qué decirle, estaba... estaba estupefacto, eso es, estaba totalmente descolocado por su pregunta. Es una completa locura.

—A mi no me parece una locura — reconoció Elena con sinceridad. Elliot abrió mucho los ojos. La piel se le erizó al escucharla decir aquello.

—Elena...

—Sé lo que vas a decirme, y comprendo tus dudas al respecto, pero estas cosas solo suceden. No puedes luchar contra algo que sientes.

—Yo no lo siento. Yo... no soy capaz de sentir esas cosas. Sé que el doctor Leonard solía decir que esto era temporal, pero yo no lo siento así. Yo... Esas cosas no me interesan. Punto. —Un pequeño temblor se apoderó de las manos de Elliot. Intentó disimularlo entrecruzando los brazos.

—Bien, te creo. Nadie te conoce mejor que tú mismo. Si dices que no es eso, pues no lo es —repuso Elena de manera condescendiente. Le tocó la mano con la punta de los dedos. Elliot permaneció con la mirada baja, como si temiera descubrir en aquellos ojos sabios aquello que se negaba a reconocer.

—No suena muy convencida.

—Lo que yo piense no importa. Solo quiero que te rodees de cosas que te hagan feliz, y no luces feliz ahora.

Elliot apretó los labios sin ser capaz de hacer desaparecer aquella presión que sentía en la garganta. El desconcierto y la confusión primaba en su pecho, aun así, la respuesta estaba clara en su cabeza, pero no fue capaz de articularla.

¿No sé suponía que estaba entumecido del todo? Entonces... ¿Por qué le dolía tanto la posibilidad de que Halina se marchara por no haberla tratado de manera diferente? ¿Podía ser que él...? ¿En verdad él...?

Casi deseaba que Lottie jamás le hubiera abierto la mente a esa posibilidad.

No hablaban de dos personas comunes que tenían todo a su favor para el desarrollo de sus sentimientos. Ambos tenían pasados muy turbios, y si bien Elena tal vez no conociera los detalles del de Halina, con lo que sabía del suyo debía ser suficiente para concluir que experimentar los altibajos del amor era lo que menos necesitaban.

—¿Sabes que te haría feliz? Hacerte amigo de Halina. No tiene nada de malo que sean amigos, ¿no es verdad?

—¿Hacerme amigo de la sustituta?

—Sí, ya sabes. Hablar un poco más, ayudarla de vez en cuando, hacerle una que otra broma. Esas cosas. Piénsalo. Quiero que se lleven bien.

—Supongo que podría intentarlo.

—Con eso me basta. —Elena apretó su mano con cariño. Elliot la tomó de los antebrazos para ayudarla a ponerse de pie—. Creo que me iré a dormir. ¿Desayunarás conmigo mañana?

—Si la sustituta no regresa hasta el lunes, sí.

—Ay, Elliot. Tienes que comer con nosotras un día. Te aseguro que te gustará. Halina es muy agradable.

—Estoy comenzando a ponerme celoso. Quieres más a esa niña que a mí.

—Yo pensaba que no sentías esas cosas.

Elena solo se limitó a sonreír al verlo quedarse sin palabras. Depositó un suave beso en la mejilla de Elliot, antes de caminar despacio hasta su cuarto. Él decidió que tal vez lo mejor era quedarse en la habitación de Nathaniel aquella noche para que no estuviera sola.

Con aquello en mente, descendió la escalinata del pórtico, dispuesto a asegurar la puerta de su departamento. Halina venía ascendiendo los escalones.

Ambos se quedaron estáticos por unos instantes. La noche se tornó tan helada que Halina se rodeó el pecho con los brazos murmurando un "buenas noches", o tal vez, estaba tan incómoda con su presencia que quería protegerse de alguna manera. No escucharlo responder a su saludo, fue el impulso que necesitó para seguir su camino con la mirada baja.

«No tiene nada de malo que sean amigos, ¿no es verdad?».

—Pensé que no regresarías hasta mañana. —Se forzó a decir Elliot al verla ascender los escalones para pasar de él. Halina se detuvo y llevó la mirada en su dirección, aunque no lo miró al rostro. Parecía intentar determinar si de verdad había tomado la iniciativa en hablarle.

—Así era, pero estaba algo preocupada por Elena. Parecía dolorida cuando me marché.

—Ya está mejor. Se fue a la cama. —Halina se sorprendió de nuevo. Era la primera vez que le contestaba dos frases seguidas.

—Ya veo. Me alegro mucho. ¿Ya comieron?

—Sí. Dejaste comida suficiente para una semana.

—¿Ah sí? Suele pasárseme un poco la mano cuando estoy nerviosa.

Elliot supo de inmediato que la razón de su nerviosismo era la conversación que tuvieron ese día. Se le encogió el corazón y se le formó un nudo en la garganta.

—Lo que te dije el viernes fue...

—Tenía razón. —Le interrumpió Halina—. Yo... tengo la tendencia a pensar que a menos que otros me acepten no puedo ser feliz, así que termino haciendo cosas que en realidad no quiero. Trato de luchar contra eso y enfocarme en mis propias necesidades, pero...

—Es difícil cambiar un hábito.

—Así es. —Halina elevó la comisura de sus labios. Sus ojos irradiaban sorpresa, y a la vez, una inmensa alegría.

En sus más recientes conversaciones, Elena le había asegurado que la personalidad de Elliot de hacía diez años era todavía más arisca que en ese momento. Tal vez solo luchaba contra una tendencia que se le hacía difícil vencer.

—Bueno... que descanse. Gracias por cuidar a Elena por mí —dijo sonriendo al amparo de la noche. Terminó de subir la escalinata hasta perderse tras la puerta.

Elliot solo dejó de contener la respiración en el momento en el que se halló resguardado en la seguridad de su hogar. Sentía un cosquilleo en los dedos, el pecho y el alma, como si hubiera dejado de cargar un equipaje muy pesado y, poco a poco, estuviera recuperando la movilidad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro