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Capítulo 6: Apariencias

Las primeras noches en las que despertó en la buhardilla, Halina se sintió foránea y desorientada.

A veces creía estar en casa de su bisabuela, otras en la de su abuelo, en el hospital psiquiátrico o en la casa de Olivia. La falta de algún detalle del mobiliario, el color de las paredes o la ausencia de gritos y reproches mañaneros, era lo que la conectaba con su entorno. Ese día supo dónde se encontraba antes de que los primeros rayos solares hicieran su aparición.

Esperó hasta que sonara la alarma para salir de entre las sábanas. Llevaba despierta al menos una hora. Permaneció con los ojos cerrados durante los primeros minutos, con la esperanza de vencer el insomnio, pero una vez despertaba no había vuelta atrás.

Al incorporarse, notó que la almohada estaba húmeda de nuevo. Le cambió el forro con rapidez, también sustituyó la ropa de cama y acomodó la habitación de tal manera que casi parecía que nadie nunca había residido allí.

Una vez hubo terminado, intentó tomar su medicación. Solo quedaba una pastilla en cada frasco. Su método de tomar solo la mitad de la dosis recomendada retardó lo inevitable, pero ya tenía que ir a la farmacia y comprar más. Un vistazo final al espejo le hizo darse cuenta de que el ruedo de su falda yacía deshilachado, pero en vez de siquiera considerar cambiarse de ropa, tomó hilo y aguja, y se dispuso a arreglarla lo mejor que sabía.

—Sustituta.

—Doctor Stewart.

En aquel intercambio de palabras tan simple consistía su interacción en los pasillos de la escuela. Solo podían ignorarse dos de las tres veces en que lo hacían. Cuando llegaba la hora del almuerzo y debían trasladarse al comedor, rodeados de niños y colegas curiosos, tenían el deber moral de actuar como un par de adultos normales; aunque no tenía nada de normal que a nadie le sorprendiera que la llamara de esa manera.

—Aquí, profesora Moore.

Halina se acercó a sus compañeras simulando una sonrisa. Tuvo que hacer un par de maniobras evasivas para evitar que los niños le hicieran derramar su almuerzo. Le ocurrió la primera vez que entró allí, por lo que juró que no volvería a ir al comedor de la escuela; solo bastó un comentario de una de sus compañeras, y un par de invitaciones rechazadas, para cambiar de opinión.

—Tardaste bastante hoy.

—Lo siento, me detuve a hablar con la directora Miller un momento —explicó mientras tomaba asiento en el lugar que habían reservado para ella.

Más de la mitad de las maestras de la primaria estaban allí, cotilleando. Le recordaban a los grupos de chicas de la universidad, solo que eran adultas, algunas incluso con hijos, que aprovechaban esos recesos para intercambiar opiniones, quejas y, sin falta alguna, chismes que podían o no ser simples invenciones colectivas.

—Con tu tutora querrás decir. No tienes que fingir que no son cercanas con nosotras.

Halina descubrió su almuerzo y empezó a comer muy despacio. Fingió no notar el reproche en las palabras de la maestra Katie. Fingir que no notaba las cosas se le daba muy bien. También se le daba muy bien fingir que estaba cómoda, a pesar de que las risotadas y gritos de los niños no la dejaban disfrutar de la comida.

—Al que no hemos conseguido convencer de sentarse con nosotras es a Stewart. Creo que es alérgico al contacto humano o algo así. Ni siquiera sé para qué viene al comedor si, cuando intentas acompañarlo, te dice que el asiento está reservado para tal o cual niño.

¿Cómo entró él en la conversación? No tenía idea, pero Halina no estaba sorprendida. Cada vez que tenía la mala suerte de que Olivia tuviera algo importante que resolver, y no le quedaba de otra que sentarse con ellas, el tema parecía surgir mágicamente. De hecho, las invitaciones a almorzar comenzaron justo el día en que llegaron a la escuela juntos por primera vez. Al día siguiente, las tenía reunidas a su alrededor haciéndole preguntas poco discretas al respecto.

Nunca les dijo nada al respecto porque no tenía nada que decir. Dónde ellas veían un posible amorío, solo estaban dos personas que estaban obligadas a tomar el mismo trayecto a diario. Ni Elliot tenía interés en ella ni mucho menos ella en él. El simple hecho de que lo consideraran le parecía absurdo.

—Es probable que el doctor Stewart solo intente vigilar a los niños en un ambiente distinto a una consulta —comentó Halina en un esfuerzo por desviar la atención a otro tema. Ya había desistido de terminar la mayor parte de su almuerzo—. Si lo piensan bien, sus hábitos de alimentación, si se lleva bien o mal con sus compañeros, si prefieren estar aislados... Es un buen momento para notar esas cosas sin que el niño se sienta en un interrogatorio.

—¿Eso te lo dijo él?

¡Cielos! ¿No era evidente que su insistencia en el tema le hacía sentir incómoda? Aun si fuera cierto, no les competía conocer los detalles. Pero no podía solo pedirles que no siguieran indagando. Era... poner en peligro la amistad que nacía entre ellas. Comenzó a reírse mientras agitaba las manos haciéndose la boba.

—No, chicas. Elliot no habla conmigo más de lo que habla con ustedes. Lo digo en serio. ¿Qué cosa atractiva puede hallar en una mujer como yo? No soy más que un costal de huesos de ojos saltones.

—Es verdad que eres demasiado delgada y esa forma de vestir... —Sarah la miró de arriba a abajo. Halina no solo se preguntó si se notaba la costura de esa mañana, sino si estaría en una de sus pesadillas en las que iba a trabajar desnuda—. Deberías arreglarte más si quieres conseguir novio. Nadie compra lo que no se exhibe.

¿Exhibir? ¿Acaso era algún tipo de mercancía en liquidación?

—¿Y como te va con los niños? ¿Ya le cogiste el piso a eso de ser maestra? —preguntó Ruby. A Halina le alegró que alguien al fin tocara un tema importante. Quería pedirles consejos para mejorar.

—Bueno, en realidad...

—¿Cómo que cogerle el piso? Ser maestra es lo más sencillo que puede haber. Cuando yo comencé a dar clases tenía cincuenta niños en el aula. Solo una incompetente no sabría controlar a la mitad —le interrumpió Jennifer, la mayor del grupo—. Ahora, tener un hijo propio... Eso sí es otro tema. Justo el otro día...

Halina se desconectó de la perorata de su compañera. Tal vez sí era una incompetente. Quizás el problema no eran los niños, sino ella. A Elliot también le pareció absurdo que se volviera maestra. ¿Por qué no solo renunciaba y volvía a vivir con Olivia?

No, todo menos seguir siendo una carga para ella.

Deslizó sus pies con sigilo a través del suelo de madera, sujetando su mochila con ambas manos. Quería evitar que el tintineo de los lápices lo pusiera en evidencia. La respiración nerviosa de su compañero repicaba en sus oídos. Solo fue cuestión de tiempo para que mostrara desaprobación hacia su idea.

—No deberíamos hacer esto. Si la profesora Moore se despierta...

—Shhh. No se va a despertar —le corrigió Pierre con el dedo sobre los labios. Se giró en su dirección, a solo unos centímetros de la entrada de la primaria, pero volvió a mirar al frente de inmediato, empujando con mucho cuidado una del par de puertas—. Está durmiendo desde la hora del almuerzo. Seríamos unos tontos si no aprovechamos para volver a casa.

—¿Quién duerme desde la hora del almuerzo? —La imponente silueta de Elliot se coló a espaldas de Jean, sosteniéndole los hombros.

La situación no era mejor dentro del aula de la que escapaban. Halina yacía dormida con la cabeza sobre su escritorio; los niños que no jugaban con las cosas de su cartera o le hacían muecas, escribían en las paredes o se retaban a saltar de un pupitre a otro sin caerse.

En cuanto uno de ellos advirtió la presencia de Elliot, y avisó al resto, los demás volvieron a sus asientos en medio de un barullo terrible. Él llevó la mirada hacia la muchacha, pero esta seguía profundamente dormida en su asiento. Un vistazo más cercano a su rostro le hizo percatarse de que lo que inundaba la madera del mueble no era cualquier líquido derramado, sino lágrimas. Lágrimas que se escurrían por las cuencas de sus ojos mientras dormía.

Se colocó de cuclillas junto a ella. Halina tenía los ojos muy hinchados y los labios contraídos, murmuraba cosas, o tal vez, los sonidos que emitía solo eran suspiros mezclados con sollozos.

—Lo siento, mamá —distinguió entre aquellos susurros. El mundo se detuvo para Elliot.

—Madison, ¿puedes ir por la directora Miller? —solicitó con la voz rasposa.

La niña en cuestión se puso de pie de inmediato, corriendo fuera del aula a cumplir su tarea. Elliot se quedó de cuclillas junto a ella hasta que Olivia entró al aula. Los niños, incapaces de estarse quietos, empezaron a rodearlos con curiosidad.

Halina contó por quinta vez el dinero en su cartera, solo para llegar a la misma conclusión de antes: no le alcanzaba. Los medicamentos psiquiátricos eran demasiado costosos para una sustituta de maestra.

—¿Señorita? ¿Pasa algo malo? —preguntó la dependienta de la farmacia. Más allá del olor mentolado y la mirada impaciente de los demás en la fila, se hallaba la silueta de su acompañante. Suspiró. Esperaba que el té de manzanilla tuviera el mismo efecto sedante del Lorazepam.

—Solo dame esto y esto, lo demás lo compraré más adelante.

—¿Está segura? Aquí dice uso continuo.

—Sí, muchas gracias. Lamento los inconvenientes.

Halina tomó la bolsa con la mitad de su receta y salió fuera del establecimiento, no sin antes ocultar en su bolso lo que acababa de comprar.

—Gracias por esperar —le dijo a Elliot al encontrarlo junto a la entrada. Él solo se limitó a asentir con la cabeza y reemprender el camino de regreso a casa. Halina juraba haberlo escuchado soltar un suspiro antes de adelantar el paso.

—Sí, entiendo que a su edad se necesitan muchas cosas. Procuraré enviarles un poco más de dinero el próximo mes. —Halina suspiró al tiempo que colgaba la llamada, retomando los utensilios de costura para seguir remendando. Se hallaba sobre la cama con las piernas cruzadas.

Por supuesto que sabía que el que la condición médica de su bisabuela hubiera empeorado, a la par que ella conseguía trabajo, era muy sospechoso; pero al mismo tiempo, le daba tranquilidad sentir que les estaba devolviendo a su familia materna parte de lo invertido para criarla. En un futuro no muy lejano quería hacer lo mismo con su abuelo. Él también invirtió mucho en sus estudios. No sé cansaba de repetirle lo costoso que era hacerse cargo de una chica de su edad.

A veces sentía que estaba en una deuda eterna con sus dos familias, una deuda eterna que ellos, con sutileza, le dejaron muy claro que esperaban que pagara. Al final ella no era su responsabilidad. Fueron generosos al acogerla en vez de llevarla al orfanato, ¿no es verdad?

—¿Puedo pasar, Halina?

—Sí, claro.

Halina se apresuró a esconder la pieza de ropa bajo la almohada. Se percató muy tarde de qué tantos cuadernos desparramados en la cama daba a su habitación una apariencia mucho más comprometedora.

Elena ingresó con su acostumbrada sonrisa y una bolsa mediana de color beige en la mano. Halina estaba tan nerviosa que apenas reparó en ella.

—Parece que tienes mucho trabajo.

—Yo... ayudo a una compañera.

—¿Ayudar? A mi me parece que haces su parte.

A Halina también le parecía lo mismo, pero ¿qué más podía hacer? No era más que una novata, y le hacía bien tener la mente ocupada en cosas útiles, ¿qué más daba si Sarah y las demás se aprovechaban un poco de ella?

—Es raro que suba aquí tan tarde, ¿necesita algo, Elena?

—No, nada de eso. Estoy aquí porque quiero proponerte algo —respondió al notar que el tema le molestaba. Esta vez se quedó de pie mientras hablaba—. Desde que viniste a vivir conmigo me ayudas en muchas cosas. Si le pagara a alguien por todo lo que haces, sería muchísimo más que lo que me pagas de renta, así que, ¿qué te parece sí hacemos un trueque al respecto?

—No es necesario, yo... hago esas cosas porque me gusta. No tiene que...

—Halina, es natural que, cuando uno se independiza, tenga una que otra carencia al principio. Es importante reconocer que necesitamos ayuda y dejar que otros nos la brinden. Yo quiero ayudarte. Por favor, déjame hacerlo.

—De acuerdo. Se lo agradezco.

—No hay nada que agradecer. Te lo has ganado con creces.

Halina apretó los labios sin levantar la cabeza. No se merecía nada de eso. Solo hacía lo que le correspondía. No necesitaba una recompensa, pero... se sentía bien que alguien notara su esfuerzo.

—Tengo algo más para ti —anunció Elena extendiéndole la bolsa que había mantenido detrás de su espalda, Halina intentó impedir que se la entregara, pero ella insistió—. Es un regalo de bienvenida retardado. Se puede cambiar por otro si no es de tu talla.

—¿De mi talla? —Halina asomó la mirada a través de la bolsa y distinguió una pieza de tela blanca llena de flores de colores. Era un sencillo, pero muy hermoso vestido.

—Pero, Elena...

—Siempre quise tener una niña a la que comprarle muchos vestidos. Vi este y no podía quitarme de la cabeza que debía ser tuyo. Acéptalo, por favor. No tendría sentido que tenga en mi closet algo tan bonito si nadie va a usarlo.

—Gracias. Me gusta mucho. —Halina se acercó a su casera y le dio un abrazo. Ella correspondió de la misma manera dándole pequeñas palmaditas en la espalda.

—Ahora, cuéntame cómo te fue en la escuela hoy. Lidiar con tantos niños debe ser difícil —la animó con tanto entusiasmo que Halina le contó con lujos de detalles sus experiencias como maestra, no solo ese día, sino todos los que vinieron después.

Tres días después, Halina ingresó a la primaria con una enorme sonrisa en los labios.

Después de hacerle un par de arreglos diminutos, el vestido le quedó perfecto. Se sentía ligera y muy cómoda. Apenas resistió la tentación de usarlo al día siguiente; pero ese viernes parecía un día perfecto. Complementó el atuendo con unas leggins negras y botas marrones para protegerse del frío. Casi quería dar muchas vueltas para que su falda ondeara.

—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco?

Aquel comentario le dolió tanto que se quedó sin habla por unos instantes. Se había mirado mil veces en el espejo, convencida de que se veía realmente bonita. Creyó que las primeras en notarlo serían sus compañeras, pero solo se limitaron a hacer comparaciones con los atuendos de las niñas que cruzaban por los pasillos.

Su estado de ánimo decayó tanto que no salió de su aula. Estaba muy avergonzada. Si hubiera traído otro cambio de ropa, se hubiera quitado el vestido de inmediato. Ya no lo usaría más.

—¿Por qué te juntas con ellas?

Halina detuvo sus pasos antes de ascender el primer escalón del pórtico, una vez llegaron a la casa de Elena. Se giró para poder mirar a Elliot. Era una pregunta bastante extraña viniendo de él.

—Debo hacerlo. Son mis compañeras

—Una cosa es que debas y otra cosa que quieras hacerlo. Se nota que no quieres.

—¿Y eso qué? No todo el mundo puede ser tan antipático como usted.

Halina se cubrió la boca desorientada. No debió... Jamás debió decir eso.

—Doctor Stewart, yo...

—No soy antipático, soy selectivo. Son dos cosas muy distintas.

«Pues siento no entrar en tu grupo selecto de personas. A decir verdad, ya me cansé de intentar agradar a alguien tan frío y grosero como usted».

—Tiene razón. Siento mucho lo que dije —solo articuló. Halina se adentró en la casa y cerró la puerta antes de secar sus lágrimas. Estaba cansada de tener que callar sus verdaderos sentimientos. Elliot se sentía igual.

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