Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 40: Un propósito para vivir

A pesar del desinterés total que sentía hacia las cosas, entrar a la casa de su nuevo psicólogo le produjo muchos sentimientos encontrados.

Era un lugar cálido y pacífico que desprendía cierta alegría infantil. Los maltrechos dibujos de las paredes y el qué tuvieran que caminar con cuidado para no tropezar con los juguetes desparramados en las escaleras, le recordaron a los años de su niñez temprana, cuando evitar que su hermana rompiera sus cosas era el mayor de sus problemas.

La sobriedad de la decoración propia de la vivienda, totalmente discordante con las marcas infantiles dejadas por cada rincón, le hizo sentir más miserable que al enterarse de que pasaría una temporada allí.

—Espero que te sientas cómodo en esta habitación, Elliot. La buhardilla solo es usada si nos visita un familiar lejano, así que tiene un poco de polvo. Te aseguro que serán unas vacaciones muy agradables. Nos hace muy felices tenerte aquí.

Elliot llevó los ojos hacia el algo regordete señor de cabello encanecido que colocó en el suelo una de sus maletas. Sus padres ni siquiera lo dejaron entrar a su casa y recoger sus cosas. Parecían pensar que al menor descuido terminaría lanzándose por una ventana o algo así, y tenían razón. Perdió la cuenta de las veces y formas en las que intentó terminar con su existencia en el último año. Incluso halló la manera de engullir todas las perfenazinas que le prescribieron en el mismo hospital.

—¿Por qué no dice las cosas como son, doctor Johnson? Mis padres le pidieron que me vigile para que no intente matarme de nuevo; esa es la razón por la que pasaré el verano aquí.

—¿Y te molesta que así sea? —preguntó el aludido tomando asiento sobre la cama.

Una estela de polvo se levantó del colchón al hacerlo. Su esposa no tuvo tiempo de limpiar ante lo repentino de la petición de su marido. Con razón parecía tan mortificada. A juzgar por como se mantenía la planta baja podía adivinar que la señora Elena, así le dijo que se llamaba, estaba obsesionada con la limpieza.

—Claro que me molesta. —La expresión del rostro de Elliot era tan impasible que las personas no sabrían si estaba molesto o solo lo decía por decir—. ¿Para qué quiero seguir existiendo en un mundo en el que ni siquiera puedo decidir si quiero vivir o no?

Si aquello lo hubiera dicho frente a alguno de sus padres, se hubiera ganado un reproche de uno y hubiera provocado el llanto desconsolado del otro. Aquellos que en un momento le parecieron sus mayores héroes, ahora se veían tan débiles y abrumados que prefería no decirles nada.

Ese señor era diferente. No importaba lo que dijera o hiciera, o que llevándolo allí corría el riesgo de que su esposa o su hijo se encontraran con un cadáver alguna mañana, él parecía tomarse las cosas con calma, como si al hablarle de como rechazaba su propia vida, le estuviera comentado lo elevada que era la temperatura aquel verano o cualquier otra trivialidad.

Tal vez había escuchado aquello tantas veces y de la boca de tantas personas que ya no le provocaba escozor, o entendía que cuando decía que estaba harto de vivir, no se refería a su vida en sí, sino al hecho de no ser capaz de disfrutar nada de ella porque tenía aquel malestar y pensamientos negativos todo el tiempo.

—Sabes, Elliot, ni siquiera los adultos no pueden decidir cada cosa que pasa en sus vidas ni mucho menos hacer todo lo que desean. —Leonard caminó en su dirección y se quedó a cierta distancia de él, como si entendiera que en ese momento lo último que quería era tener contacto humano—. Por ejemplo, tus padres querrían que valoraras tu propia vida, pero eso es algo que no está en su poder sino en la tuya. Tú puedes decidir si dejarás que tus circunstancias te amarguen o, por el contrario, seguirás adelante hasta que halles la manera de ser feliz.

—¿Feliz? Yo nunca voy a ser feliz. Yo... viviré el resto de mis días sintiendo que lo mejor sería que me dejaran morir tal y como quiero.

Los ojos de Elliot intentaron llenarse de lágrimas, pero él no se lo permitió. No se permitía mostrar ninguna emoción que lo hiciera ver cómo la persona débil y desesperada que en realidad era. Los hombres de verdad no se preocupaban por su apariencia y les importaba un bledo lo que los demás dijeran de ellos. Tampoco pedían un abrazo, ni mucho menos abrazaban a otros Y más que todo... jamás decían que amaban a alguien aun si les doliera verlos sufrir por el daño que se hacía.

—Yo elijo pensar que no es así, que un día hallarás un propósito para vivir y una razón para ser feliz, Elliot. —Sintió al señor acercarse y abrazarlo, y aunque intentó removerse y quitárselo de encima, para su frustración, terminó llorando al sentirlo acariciar su cabeza con sus temblorosas manos—. Cuando encuentres eso que te falta en estos momentos, confío en que encontrarás una respuesta a tus dudas y conseguirás disipar esa oscura nube gris que no te deja ver las cosas buenas que aún tienes. Prométeme que lo intentarás. Que dejarás que este anciano te ayude a encontrar eso que necesitas para seguir adelante.

Elliot no respondió, pero el que se mantuviera quieto mientras lloraba en silencio fue suficiente para que Leonard sacara de su bolsillo un sobre con algunas semillas de diferentes tamaños y estructuras que no tardó en mostrarle.

—¿Te parece si sembramos estas frente a la casa? Tus padres me dijeron que te gusta la naturaleza, así que conseguí algunas semillas de flores para ti.

—¿Flores? Sembrar flores es cosa de maricas.

—Eso no es verdad. Es para cualquiera que ame la vida y la belleza, y tú pareces alguien así.

Elliot examinó su rostro en busca de algún indicio de falsedad; la sonrisa de Leonard era tan sincera que no fue capaz de negarse. Caminó junto a él. Sentir curiosidad por el tipo de plantas que sembrarían fue el primer paso que dio para salir del abismo en el que se hallaba sumergido.

En ese entonces, con las manos llenas de tierra, cubriendo sus ojos del intenso sol veraniego, jamás imaginó que ese algo lo hallaría en un rostro salpicado por mechones rojizos que respiraba con placidez a su lado y olía a flores. Halina movió los párpados cuando comenzó a acariciar su mejilla.

—Buenos días, Princesa.

—Buenos días —murmuró bostezando mientras estiraba los brazos para desperezarse. Halina depositó pequeños besos en la piel de su pecho desnudo cuando lo abrazó de nuevo—. ¿Cómo te sientes?

—Mucho mejor ahora. Pensé que no despertarías.

—Lo siento. Lo normal es que duerma como tronco después de... —Detuvo sus palabras. No parecía apropiado mencionar sus antiguas experiencias al respecto cuando se trataba de un momento tan importante para él.

—Descuida. Yo también dormí más de lo que acostumbro. —Besó sus labios, para luego abrazarla con más fuerza solo con un brazo, porque el otro se resintió después de tanta actividad.

Acordaron que después de recuperar el aliento tomarían un baño y saldrían a su cita, pero se quedaron dormidos sin haber cenado siquiera. Ese descuido ya les pasaba factura, como puso en evidencia el sonido que emitió el estómago de Elliot.

—Mejor voy a la cocina y preparo algo. Estás hambriento —dijo Halina mientras se reía. Intentó incorporarse y alcanzar una bata para ir a la cocina, pero Elliot tiró de ella para hacerla volver a su lado, volviéndose un ovillo a sus espaldas.

—No te vayas aún. Quiero que nos quedemos así un poco más.

—De acuerdo. Pediremos comida más tarde.

Halina se quedó quieta. Acariciaba el brazo con el que él la rodeaba con la punta de los dedos.

—Siento... siento haberte mentido hace unos meses —soltó Elliot con profunda congoja—. Yo en realidad aún recuerdo cada detalle. Pensaba que si me veía alguna vez en una situación similar tendría una crisis, por eso no quería hacerlo; pero cuando estoy contigo... es como si esos recuerdos desaparecieran de mi memoria. Me... me siento en paz por primera vez en mucho tiempo.

Halina cedió al llanto al escucharlo. No era lo mismo saberlo qué escucharlo de sus labios. Sintió como él la hacía girarse y escondía su cabeza en su pecho para consolarla. Se suponía que era él quien debería llorar de alivio y, sin embargo, ella fue quien se tornó en un mar de lágrimas desde el día anterior.

—Lo siento, es solo... siento tanta rabia con solo pensar en lo que tuviste que soportar entonces. Yo... Eres muy fuerte, Elliot.

—No estoy seguro de que así sea, si fuese tan fuerte ya no me afectaría. Debo confesar que aún me da terror recordarlo. Más de una vez creí que iba a morir, y estoy seguro de que si no me hubiera desplomado en la secundaria hubiera ocurrido. No tienes idea... —La voz de Elliot se partió y tuvo que tomar una pausa—. No es solo el que abusara de mí y me golpeara, esa no era la peor parte. —En esos momentos no podía determinarse quién lloraba con más sentimiento. Ambos eran incapaces de contener cada gramo de dolor e impotencia que solo imaginar, en el caso de Halina, y recordar, en el caso de Elliot, le producían—. Creo que si vuelvo a verlo alguna vez, yo solo... me paralizaría. Ni siquiera le temo tanto a morir como a verme en una situación como esa de nuevo. Por eso te dije que prefiero que no me digas que me amas, a qué me lo digas sin sentirlo. Yo... esa persona solía decir que las cosas que hacía eran motivadas por ese sentimiento, pero cada día estoy más convencido de que me odiaba tanto que quería hacerme sufrir de las maneras más crueles y humillantes. Y lo peor es que, puede que fuera mi culpa que me guardara tanto rencor.

—No digas eso, no fue tu culpa. Nada de lo que pudiera hacer un niño de trece años puede ser tan malo como para hacerle algo así. Dime, Elliot, ¿ocurrió muchas veces? ¿Él solía decirte que era tu culpa cuando te hacía esas cosas?

—Sí, pero... ya no quiero hablar más de eso. No quiero hablar de eso nunca. Solo... solo olvidemos que pasó. Ya no sirve de nada sacar a colación el pasado.

Halina sintió que el corazón se le oprimía al darse cuenta de que sus preguntas solo consiguieron que él volviera a encerrarse. Debió haberle preguntado por qué creía que era su culpa y dejar que él le diera solo la información que se sentía preparado para dar. Eran recuerdos muy dolorosos y aterradores. No existía otra forma de sacarlos de él a menos que no fueran por voluntad propia

—En ese caso deberíamos crear un plan de contingencia, por si alguna vez intenta aparecer, ¿te parece?

—¿Un plan de contingencia?

—Así es, algo así como un plan que puedas llevar a cabo si estás en una situación peligrosa en la que no puedes hablar. Podríamos acordar una clave secreta que solo tú y yo conozcamos. Algo que en cuanto lo oiga, sepa que necesitas que vaya a salvarte de inmediato. Algo como...

—¿Mi prometida regresará pronto? —Elliot la abrazó más fuerte—. Me gusta la idea de que me salves. ¿Quién dijo que los príncipes azules deben ser hombres? Supongo que puede haber princesas del mismo color. —Halina besó sus labios para mostrar su aprobación a su comentario y él comenzó a hacerle cosquillas.

Las cosquillas se convirtieron en caricias, las caricias en besos, los besos en roces y los roces en necesidad. Ninguno de los dos sabían cuándo se unieron de nuevo, pero esa mañana, contrario a ser pausada y delicada, la forma de quererse terminó siendo hambrienta, desesperada.

Se arañaban, mordían... era como si toda la frustración que sentían quisiera salir de sus cuerpos de esa manera. Ambos gemían, jadeaban y gritaban tan fuerte que seguro los habitantes de los demás departamentos los oían claramente, pero no les importó. Solo deseaban quererse y olvidar, quererse y hacer de esos recuerdos fueran tan poderosos e imborrables que opacaran a todos los demás.

—Por si no lo recuerdan, aquí hay personas que intentan vencer una adicción al sexo. ¡No antojen, por amor a Dios! —gritó Lexie desde fuera. Apenas se percataban de que no estaban solos en el departamento.

Se hicieron mutis con el dedo, sonriendo casi al mismo tiempo, y siguieron queriéndose dentro de esas cuatro paredes hasta que se hallaron satisfechos, completos y con unas ganas voraces de alimentarse de verdad.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro