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Capítulo 36: Romper el hábito

Era una apacible mañana de finales de agosto cuando Elliot y Halina se subieron al auto de Olivia con destino a Quebec. Estuvieron juntos durante cada segundo de los dos meses que duraron las vacaciones. Durante ese lapso, Halina consiguió un trabajo temporal impartiendo clases de inglés y francés a niños pequeños, los jueves y viernes.

Elliot insistía en que podía cubrir sus gastos, pero Halina era muy terca; si acaso lo dejó ayudarla con algunos pagos de la matrícula, no dejaba de repetir que le devolvería hasta el último centavo cuando tuviera un trabajo mejor. Ese día, por el contrario, no discutió con él por ello. Halina estaba demasiado nerviosa para hablar siquiera.

Alguien que nunca hubiera padecido de ansiedad podía suponer que Halina no sabía lo que quería —después de haber planeado con cuidado los pormenores para volver a la universidad, lucía como si la estuvieran obligando a asistir—, pero la vida para quienes sufrían ese trastorno era así: sobrepensar demasiado, preocuparte por cada detalle y agotarte física y mentalmente en un esfuerzo inutil por mantener todo bajo control.

Su conducta indecisa era el resultado de que fueran cuestionadas cada una de sus decisiones al crecer, haciéndola sentir que estaba condenada al fracaso. Era verdad que eso la hizo más fuerte, pero ella no pidió ser más fuerte. Hubiera preferido ser menos capaz, y a cambio, no haber pasado por cada una de las situaciones que la hizo ser quien era.

—¿Puedo hacer algo para que te sientas mejor? —preguntó Elliot cuando se detuvieron en un semáforo. Halina le regaló una débil sonrisa al sentir el roce de sus dedos: intentaba asegurar que tenía todo controlado.

No lo tenía en absoluto. Si de ella dependiera, hubiera cancelado su matrícula en el último minuto; pero su comorbilidad entre la depresión y la ansiedad la hacía desear salir de su zona de confort, y sentirse abrumada con la idea de socializar con otras personas con la misma intensidad.

Ser su pareja significaba que debía ser la pieza que mantenía el equilibrio en sus emociones, que no dejaba que retrocediera aun cuando deseaba que no se marchara.

—¿Crees que te ayude escuchar algo de música? Puedes colocar la radio del auto si eso quieres.

—Sí, supongo que sería una buena idea.

Halina transitó entre las emisoras en busca de algo que la relajara, pero al igual que los programas de televisión y las redes sociales, todo estaba cargado de homenajes al vocalista de cierto grupo musical muy conocido para él. Se quedaron en silencio mientras se reproducía uno de los más grandes éxitos de la banda de nu metal favorita de Elliot.

—Esta canción no se escucha así —intervino él, aumentando el volumen a la máxima capacidad.

El auto se llenó del sonido de la guitarra eléctrica, la batería, el bajo y finalmente, con su especial barítono, Chester Bennington sacudiendo su alma con las letras de Blackout.

—¡Está demasiado alto! ¡Así no podemos escuchar nada, Elliot!

—¡Esa es la idea! —contestó él a viva voz, tal y como ella estaba hablando.

A cada solo, a cada grito, a cada fragor, Elliot sentía como sus dudas y sentimientos negativos desaparecían. Ni siquiera oía sus propios pensamientos. Solía escuchar sus canciones a todo volumen cuando la impotencia amenazaba con hacer estallar su corazón.

—Bien. Creo que ya estoy lleno de energía —reconoció a la vez que reducía el volumen de la música.

Halina lo miraba con una expresión diferente a la de todo el viaje. Lo que veía en sus ojos ya no era solo ansiedad. La atormentaba algo mucho más serio que su miedo a enfrentarse al futuro.

—Escuché que el vocalista de esa banda se suicidó hace unas semanas —comentó al fin. Elliot llevó la mirada hacia el camino algo incómodo.

—Sí, fue una lástima. Era un cantante asombroso.

—¿Te sientes identificado con él?

A Halina la caracterizaba su prudencia al dirigirse a otras personas, pero había ocasiones, contadas ocasiones, en la que era directa y sincera, y solo... convertía en palabras lo que tenía en su cabeza, sin someter sus ideas a ningún filtro, como justo en ese momento.

Chester Bennington, el cantante favorito de Elliot, sufrió abuso por parte de un conocido mayor a los siete años. En una ocasión reconoció que tenía miedo de pedir ayuda porque no quería que la gente pensara que era homosexual o mentía, y por eso el abuso continuó hasta los trece años, justo la edad a la que comenzaron a ocurrirle las mismas cosas a él.

—Si preguntas si planeo suicidarme, pues ya no. No desde hace meses —contestó Elliot con serenidad. Esperaba que su respuesta la tranquilizara, pero Halina comenzó a sollozar al confirmar sus temores.

La razón por la que estaba tan ansiosa no era la idea de volver a la universidad, sino la de dejarlo solo con sus pensamientos negativos.

—¿Ya no? ¿Lo has considerado alguna vez desde que estamos saliendo, Elliot? Tus cicatrices... No solo lo has pensado, lo has intentado muchas veces, ¿verdad?

—Vamos, no llores. Esas cosas ya pasaron. —Elliot se vio en la obligación de aparcar el auto y rodearla con sus brazos para contenerla—. No iré a ningún lado durante tu ausencia. Puedes quedarte tranquila.

Halina seguía llorando a pesar de sus palabras. Para alguien que había gustado la muerte de un ser querido de primera mano, la simple mención del tema debía ser algo abrumador y tenebroso.

—Cada vez que escucho la música de Chester, pienso en alguien que pasó por lo mismo que yo y que puede entenderme —continuó Elliot—. A veces eso es todo lo que necesitas, aún nada cambie, aunque la persona a tu lado no pueda hacer nada para que te sientas mejor, con saber que te entiende y se interesa por ti es suficiente. Tú eres suficiente, Halina.

Elliot le retiró el cinturón de seguridad, y colocándola en su regazo, acarició su cabello y llenó de besos su rostro. Consiguió sacarle una que otra risita al hacerle cosquillas en el proceso.

Era cierto que no lo había intentado desde que salían juntos, pero el pensamiento había cruzado su cabeza en más de una ocasión durante las peores etapas de sus recientes crisis. Siendo sincero, si no hubiera encontrado aquel mural lleno de mensajes de agradecimiento en su oficina aquella mañana, seguro hubiera terminado lo que comenzó ese día.

No podía solo asegurarle que jamás lo intentaría de nuevo si se sentía acorralado. Solo alguien que se hubiera sentido tan abrumado como para intentarlo, sabía que esos bajones emocionales ocurrían de repente, debido a una acumulación de pequeñas cosas que te desgastaban por dentro.

—¿Ya te he dicho que te amo? —susurró contra sus labios.

Halina asintió, buscando en la calidez de su boca la seguridad de que, aunque estuvieran separados y los sentimientos negativos quisieran engullirlos, estarían allí uno para el otro a pesar de la distancia. Elliot la besaba con tal ansiedad que Halina soltó una risita contra sus labios.

—Somos unos exagerados —explicó al leer la duda en sus ojos azules—. Ni siquiera estaremos tan lejos, y nos veremos en solo tres días más, pero lloramos como si me fuera a otro país o a otro planeta.

—Es verdad, Lexie se reirá de nosotros.

Elliot le besó la frente mientras ella se acurrucaba en su pecho. Sintieron la tentación de permanecer así, abrazados el resto del camino, dejando que sus labios danzaran contra los del otro hasta hacerse uno solo.

—Oigan ustedes dos. Dejen algo para más tarde. —La voz de Lexie les recordó que ya se hallaban frente a su departamento. Se habían entregado a una nueva ronda de besos apasionados a solo unos centímetros de la puerta, incapaces de lidiar con la idea de tener que estar separados por varios días.

Halina bajó la mirada, sonrojada por la reciente actividad. Depositó un último beso en los labios de él y arrastró su maleta hasta dentro del departamento, situado en la planta baja del edificio. Elliot sentía que se le iba la vida a cada paso que ella daba.

—Te la encargo, Lexie. Trata de no corromperla demasiado.

—Yo la cuidé por casi cuatro años antes de que tú aparecieras. No te sientas la gran cosa por llevar unos meses siendo su novio.

Elliot le dio una rápida mirada a la chica que se hallaba frente a él con los brazos entrecruzados, y notó algo diferente en ella. Su ropa era más recatada, su mirada menos lujuriosa. Ya no sentía que se le lanzaría encima en cualquier instante.

—Asegúrate de aliviarte pronto, ¿de acuerdo, Stewart? Halina no puede seguir preocupándose tanto por ti. —Elliot abrió los ojos descomunalmente. Estuvo a punto de entrar en pánico al pensar que Halina le había contado algo sobre sus circunstancias, pero Lexie añadió—: Solo lo supuse por las conversaciones que hemos tenido por teléfono durante las últimas terapias. Nadie comprende tanto esto a menos que haya pasado por algo similar. Es bueno saber... que alguien lo entiende.

Lexie perdió la serenidad que buscaba aparentar. A Elliot le dio tanto gusto haber conseguido transmitir el mismo alivio que sentía con aquella música, a alguien que lo necesitaba en verdad, que se acercó a ella y le dio un abrazo. Un abrazo de esos que Lexie llevaba mucho tiempo sin recibir y que no tenía ninguna connotación sexual. Ella correspondió a su gesto pellizcándole el trasero mientras estaba distraído. Elliot se cayó de bruces sobre el asfalto por la sorpresa.

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