Capítulo 34: A mitad de camino
Elliot se sentía como niño en juguetería. Deseaba contarle a Halina lo que sentía últimamente, y como eso parecía representar un gran avance en su relación, pero su amiga, la auténtica acosadora, no se le despegaba ni un momento.
Se suponía que vino a pasarse el fin de semana con Halina, y Elena, ajena a su martirio, le dijo que estaría encantadísima de recibirla. ¿Acaso nadie notaba como esa mujer se lo comía con la mirada aun con Halina en la mesa? Su novia se lo tomaba como una broma, pero él, después de cinco años lidiando con maestras y madres solteras, podía reconocer cuando alguien parecía querer secuestrarlo.
—¿Y Halina?
—Salió con su amiga hace un rato. Dijo que volvería en unas horas.
—¡¿En unas horas?!
Elliot miró su reloj de muñeca y se dio cuenta de que eran más de las diez de la noche. ¡¿Qué podían hacer un par de veinteañeras en Summerside después de las diez?!
Una parte de él se enervó porque no le invitaron a salir con ellas, pero se dio cuenta de que no hubieran podido hacerlo cuando él se pasaba los días encerrado en su departamento. Ya no toleraba los comentarios, miradas sugestivas y roces involuntarios de la desinhibida amiga de Halina. Podía estar siendo neurótico por su nula interacción con mujeres, pero insistía en que aquello no era ningún juego de parte de ella.
Elliot se sentó en el sofá de la sala con pose de dictador. Su plan era esperar despierto su regreso, pero cuando abrió los ojos tras quedarse dormido, ya era de día. Se levantó de un salto y corrió escaleras arriba. Esperaba hallar a Halina allí y no de juerga con su amiguita.
Maldita Lexie y su visita inesperada.
—¡Halina! —El ligero quejido que escuchó debajo de las sábanas al ingresar en aquella habitación le devolvió la tranquilidad.
La habitación estaba inundada con un nauseabundo olor a alcohol. Elliot caminó hacia la cama, dispuesto a reclamarle por su irresponsabilidad, pero nada en el mundo lo prepararía para lo que vio al retirar las sábanas.
—Apaga la luz, Elliot. Me duele la cabeza —gimió Halina antes de incorporarse, dándole la espalda. Un inexplicable e insistente hipo se apoderó de la garganta de Elliot.
Las suaves líneas de su espalda, su cabellera cobriza bañando su piel clara, lo que podía verse de sus pechos descubiertos desde su posición, la línea que terminaba en su trasero en forma de corazón que solo era cubierto por un trozo de las sábanas.
—Hip, hip...
El molesto sonido que hacía su garganta por la contracción súbita de su diafragma, cada que intentaba respirar con normalidad, era apenas un susurro comparado con la voz de su cabeza que le exigía guardar cada rasgo de esa silueta desnuda en su memoria con, le avergonzaba reconocer, objetivos bastante reprobables.
—Y dime... ¿ya durmieron juntos?
Escuchar la voz de Lexie dentro de la habitación de Halina, justo en el momento en el que pretendía disculparse con ella, le amargó el estómago.
Ya habían transcurrido tres días más que el tiempo del que se suponía iba a quedarse, pero Lexie seguía allí, arruinando su vida. Porque sí, no solo emborrachó a Halina lo suficiente para que durmiera como Dios la trajo al mundo, sino que no sé largaba para que él pudiera... hablar con ella. Si lo hubiera hecho tal vez la respuesta de Halina no sería:
—En realidad... aún no hemos llegado a ese punto.
—¿Cómo es posible eso? Son vecinos, trabajan en el mismo sitio, y perdóname por decirlo, pero hasta yo le haría el favor y eres mi amiga. No me dirás qué cuando lo ves no te entran ganas de...
—Confieso que cuando estamos solos es un poco complicado poner a raya mis impulsos. Pero... Elliot es diferente a Miles, sabes, él... no necesita tocarme para hacerme sentir plena. No sé cómo explicarlo, solo... saber que se esfuerza por poco a poco abrirme el corazón, me hace sentir mucho más satisfecha que si tuviéramos sexo todo el tiempo. Obvio que deseo que ocurra, pero no quiero presionarlo. Sea en un par de días o en algunos años... cuando ocurra será maravilloso.
—Hablas como si fueras un chico saliendo con una virgen. Hazme caso, amiga. Lo que ese sujeto necesita es una buena...
—Lexie...
—Ya, ya, me callo. Seguro tu novio piensa que soy una cualquiera.
—Porque lo eres. Aunque no es tu culpa. —Elliot sabía que no debía escuchar detrás de la puerta, pero algo en la desquiciada de Lexie le resultaba... familiar—. Lo que te hicieron, lo que esos bastardos hicieron contigo... Las personas afrontan ese tipo de cosas de diferentes maneras, y tú, por desgracia, decidiste huir de ello acostándote con cuánto hombre te pase por enfrente. ¿Cuántos fueron esa noche después de que me convencieras de beber de más y me trajeras a la casa? ¿Uno? ¿Dos?
—Tres. Lo hice con el taxista que me trajo al día siguiente. ¡No me mires así, Halina! Sé que está mal, pero no tienes idea de lo que es que alguien te humille de esa manera. Cada vez que recuerdas esas cosas... sientes tanta rabia e impotencia que quieres hacer lo que sea para olvidarlo. Incluso morirte.
Lexie rompió en llanto y Elliot sintió la necesidad de hacer lo mismo al escuchar su testimonio. Esos sentimientos tan abrumadores solo podía entenderlos alguien que hubiera pasado por algo así.
—Tal vez debería tomar un par de terapias con tu novio. Si te curó a ti, tal vez haga lo mismo conmigo.
—Sabes que te quiero y compartiría cada cosa que tengo contigo, pero si le pones un dedo encima te saco los ojos, y sabes que no es una broma.
—Claro que lo sé. Eres mi psicópata favorita.
Lexie soltó una risita y Halina empezó a reír también. Con solo oírlas hablar, percibías lo mucho que se querían. Lo mucho que los momentos difíciles compartidos fortalecieron su amistad.
—Asegúrate de cogértelo como te he enseñado, que no le quede más remedio que venir por más.
Elliot escuchó la perilla de la puerta girando para retirar el seguro y bajó las escaleras a la velocidad de la luz. El par de amigas descendió a la sala entre risas y conversaciones. Elliot se escudaba tras las flores que le llevó a Halina, sentado en uno de los sofás.
—¿Para mí, guapo? No tenías que molestarte.
Elliot le hizo una mala cara a Lexie al sentirla quitarle el ramo, pero luego se relajó y dejó que se lo quedara. Algo le decía que, a pesar de sus malos hábitos, debía sentirse agradecido con ella por haber cuidado de Halina antes de que se conocieran.
La ayudó a cargar la maleta que llevaba prendida de la mano hasta el taxi que la esperaba afuera, arrepintiéndose de ello cuando sintió sus alargados dedos impactar contra una de sus nalgas.
—¡¿Qué demon...!?
—Vamos, Lexie, ya es hora de que te vayas —gruñó Halina mientras la empujaba a través de las escaleras restantes de la casa, solo para después azotar la puerta del auto con demasiada fuerza cuando ella estuvo dentro.
Elliot seguía petrificado en el último escalón del pórtico. Lexie le lanzó un beso luego de asegurar que jamás se lavaría la mano.
—¿Ella... en serio acaba de palmearme el trasero? —preguntó mientras Halina cogía su mano para llevarlo dentro de la casa. Ella sonrió tétricamente mientras murmuraba algo sobre buscar una forma pintoresca de acabar con ella.
Una vez estuvieron solos, la atmósfera no tardó en volverse apacible y cálida. Se quedaron abrazados en el sofá solo disfrutando de la cercanía del otro.
—Sé que Lexie no te dio la mejor de las impresiones, pero...
—Lo sé. Lamento haber oído su conversación.
—Descuida, me alegra que lo hicieras —susurró con la cabeza contra su pecho—. Me preocupaba que creyeras que es una mala persona. Lexie... ella intenta seguir adelante igual que tú. Solo que su método es un tanto riesgoso.
—Puedo intentar tratarla por teléfono si eso te tranquiliza. Solo por teléfono —aclaró—. Esa mujer me asusta.
—¿Y yo no te doy miedo? Ya la escuchaste: soy una psicópata.
Halina elevó la cabeza en su dirección. Al ver esa sonrisa traviesa adornar los labios que extrañó durante los últimos cinco días, Elliot atrajo su rostro y la tomó de la cintura, besándola cómo había deseado durante cada segundo de aquellas tortuosas ciento diez horas.
—No, no me das miedo. No me das miedo en lo absoluto —reconoció contra sus labios con voz grave, haciendo que la piel de ella se erizara al escucharlo. No solo era él, ella también se hallaba mucho más sensible de lo normal.
Elliot miró a su alrededor y se dio cuenta de algo muy importante: Elena.
—Fue a ver a su hermana y regresará mañana temprano. No sé a ti, pero a mí tantas salidas me parecen sospechosas. A veces siento que solo quiere darnos nuestro espacio —explicó Halina como si hubiera leído sus pensamientos. Creía a Elena bastante capaz de hacer algo así; su ayuda siempre era sutil, pero oportuna. Pasaron tantas cosas por la cabeza de Elliot que la intensidad lo abrumó.
Le alegraba saber que sus sentimientos por Halina seguían evolucionando, pero la idea de perder el control de sus impulsos y tener tantos pensamientos indecorosos le asustaba. Sabía bien que al igual que le ocurría a Lexie, su condición podía llegar a un extremo nada saludable en el que su interés por el sexo fuera desmesurado e irracional.
Por supuesto que no quería permanecer en la anafrodisia, pero tampoco quería hipersexualizarse y terminar viendo a Halina como un simple desfogue para sus deseos.
—Sabes, Halina, he pensado en... bueno... lo que hablamos —susurró derrotado mientras se besaban despacio.
—¿A qué te refieres? Tú y yo hablamos de muchas cosas. —No dejaban de intercambiar pequeños besos cada cierto número de palabras.
—Sobre... lo de ir un escalón a la vez.
—Te refieres a... bueno... decidir si querías o no tener... intimidad conmigo.
En ese momento dejaron de besarse y se miraron a los ojos. La perspectiva los intimidó tanto que apartaron la mirada.
—Sí —prosiguió sin conseguir que su voz dejara de sonar demasiado ronca—. He pensado en que hasta ahora nos tomamos de la mano, nos abrazamos y nos besamos, y todo se ha sentido bien...
—Bastante bien... —murmuró ella jugando con uno de los botones de su camisa. Él volvió a besarla pausada e intermitentemente. Quería continuar con la conversación sin dejar de disfrutar de sus labios—. ¿Y qué propones, Elliot?
—No estoy seguro. No consigo determinar cuándo sería "demasiado", así que... supongo que podemos iniciar con lo básico.
—Lo básico como... ¿quitarnos la ropa? —Se miraron otra vez. Casi parecía como si hubieran esperado por años a que llegara ese momento.
—Supongo que... podríamos empezar con eso. Solo la parte superior por ahora.
—Claro, solo la parte de arriba.
—¿Al mismo tiempo o...?
—Creo que yo me he adelantado un poco a ese paso... tal vez deberías comenzar tú, Halina. —Ella lo miró algo descolocada. Sabía que él sentía menos reservas a la hora de dejar que lo tocara, pero autorizarla a desnudarlo era algo distinto.
—¿Estás seguro de que quieres...?
—Sí. Estoy muy seguro. Desde ahora solo quiero dar pasos que me acerquen a ti. —Halina sonrió complacida. La idea de que él le diera permiso para tocarlo le hizo cosquillas en el pecho.
—¿Puedo...? —preguntó una vez su mano se halló a escasos centímetros. Al verlo asentir, empezó a quitarle uno a uno los botones de la camisa.
Elliot tomó un mechón de su cabello y cerró los ojos mientras lo olfateaba: parecía querer tomar las medidas necesarias para recordar que se trataba de ella. Halina soltó una leve risita al verlo temblar al rozar su abdomen desnudo.
—¿Qué te causa tanta gracia, Hal?
—Lo siento, es que... eres tan lindo. Me gusta mucho que seas así.
—¿Y cuándo no lo sea? Cuando me acostumbre a qué me toques y ya no sienta de esa manera, ¿me seguirás queriendo? —Halina detuvo su recorrido en el momento en el que el torso de Elliot quedó al descubierto. Había olvidado que su pecho estaba lleno de cicatrices.
Deslizó su dedo por una de las más grandes. Parecía haber sido hecha con un cuchillo. Tenía varias quemaduras de cigarrillo en otros lugares y tantas más de tantas formas y colores que ni siquiera podía imaginar con qué se las provocó esa persona. Dos años sufriendo eso. Dos años soportando en silencio que lo torturara así. Quiso llorar y pedirle que hablaran de ello, pero se contuvo. Llorar por algo que ya no podía remediarse no cambiaría nada.
—¿Sabes lo que es el Kitsugi, Elliot? —preguntó al tiempo que depositaba un beso en la cicatriz que tenía sobre el hombro derecho. Él se estremeció.
—Suena como algo extranjero, ¿qué es?
—El Kitsugi es una técnica japonesa que repara las fracturas de una pieza de porcelana con resina mezclada con polvo de oro. A mi abuelo le encantan las antigüedades; debía tener mucho cuidado al limpiarlas cuando vivía en su casa.
—Y-ya veo —balbuceó él con voz trémula. Halina besaba las cicatrices de su piel por turnos. Elliot sufría intensos escalofríos cada que lo hacía.
—Los seres humanos no podemos controlar las cosas que nos ocurren; algunas de esas cosas son tan dolorosas que dejan cicatrices invisibles, pero muy dolorosas en nuestro subconsciente: estigmas más allá de la piel —continuó Halina. Deslizaba sus dedos a través de las cicatrices que tenía en la espalda—. Pero contrario a hacernos inservibles o restarnos valor, si usamos ese dolor para comprender y aliviar a otras personas que sufren, lo que podría ser una fea marca, se convierte en algo que nos hace brillar como prueba de lo que sobrevivimos. Elliot, eres de ese tipo de personas, tus cicatrices —se puso de rodillas en el sofá y besó la que tenía en la cabeza—, solo me hacen quererte mucho más. Tu pasado o tu futuro no importa.
—Buen intento para convencerme de que te deje verme desnudo más a menudo. Esa amiga tuya te ha enseñado bien como seducir a los hombres.
Ambos se rieron. Halina dejó de dar atención a su pecho y besó sus labios, permitiendo que Elliot la recostara en el sofá, besándose de forma cada vez más intensa.
Halina comenzaba a pensar que lo de aprender a conducir a los doce era cierto, por lo sorprendentemente rápido que Elliot aprendió a usar la lengua para profundizar sus besos. Sintió como él tomaba el borde de su blusa con los dedos, sacándola a través de su cabeza. Su piel desnuda con la única cobertura de un diminuto brassier quedó a su merced.
Elliot deslizó los dedos a través de sus lunares. Dibujó un camino de besos desde el borde de su cintura y en ascenso. Luego de besar cada rincón que podía verse y hacerla temblar con cada sensación, llevó sus dedos a sus hombros e intentó retirar los tirantes de aquella pieza de ropa que resguardaba sus senos. Esta vez fue Halina la que lo detuvo.
—Ya las vi, ¿recuerdas?
Halina se tiñó de rojo al recordarlo. Él se deshizo de la prenda luego de luchar un rato con el cierre. Los mechones de su cabello cubrían una parte de sus pechos tal y como aquel día. A Elliot le brillaron los ojos al contemplarlos. Depositó pequeños besos a su alrededor. Su piel se erizaba al escucharla gemir.
Se cubrió la boca avergonzada por sus sonidos, pero él solo sonrió antes de abordar sus labios mientras rozaba sus pechos. La sensación se hizo aún más intensa y placentera al sentirlo descender de nuevo, usando sus labios y lengua para acariciarlas todo en derredor, una a una.
Halina trató de no dejar escapar un solo jadeo más, pero él la retiró. Besó la piel de su cuello, que también era muy sensible.
—Déjame oírte. Déjame escuchar que puedo hacerte sentir cosas agradables.
Halina dejó de resistirse. Permitió que la tumbara y se encargara de acariciar, besar y lamer cada parte de su cuerpo. En algún punto también se deshizo de su falda y ropa interior. Sus ojos grises brillaban en un intenso azul ante su desnudez completa. En serio disfrutaba ver y tocar cada uno de los recovecos de su figura. Ella también deseaba hacer lo mismo.
—No.
—¿Por qué no? —Casi sollozó. Elliot detuvo sus manos en cuanto intentó quitarle el pantalón.
—No quiero arruinarlo. Hoy yo... solo... quiero conocerte. Cúmpleme ese capricho, por favor.
Halina decidió ceder. Dejaría que la tocara y besara a placer, sin retener de él ni una sola de las sensaciones que experimentaba.
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