
Capítulo 32: Entumecido
—Por favor, ya basta. Duele mucho.
La súplica del niño brotó de su garganta de la manera más baja que pudo, como un recurso desesperado por detener aquella tortura. Sabía que habían hecho un trato, que lo único que podía hacer en esa situación era colaborar, pero no estaba seguro de si podría soportarlo por mucho más tiempo.
Intentó reprimir un nuevo grito. Zachary era más brusco cada vez que le pedía que parara. No parecía importarle cuánto lo lastimara, ni lo humillado y molesto que lo hacía sentir el que lo ultrajara.
Se movió bajo su cuerpo con la esperanza de ser capaz de detenerlo él mismo, pero Zachary le retorció el brazo izquierdo sobre la espalda, sacándole un alarido de dolor.
—No grites tan fuerte. No quieres despertar a Hannah, ¿o sí? —Escucharlo mencionar el nombre de su hermanita le revolvió el estómago. Le amenazó con matarla si se negaba o le contaba a alguien lo que pasara entre ellos.
Elliot se removió con todas sus fuerzas a pesar de la presión que hacía en sus hombros para que se quedara acostado. Tenía la intención de liberarse, llegar al teléfono y llamar a la policía o a sus padres, pero el sonido de un objeto de cristal fragmentándose al impactar contra su cabeza, hizo que los rastros de sangre, junto a los trozos de la lámpara del buró de su cuarto, cayeran sobre la almohada.
Su vista se tiñó de rojo al mismo tiempo que todo se oscurecía, siendo aquel solo el inicio del periodo más oscuro de su existencia.
Elliot levantó la cabeza de sobre el escritorio y corrió al baño, tropezando con todo lo que se encontró en el camino en medio de la oscuridad.
Cayó de rodillas frente al retrete y empezó a vomitar. Su cuerpo sufría contracciones debido a la repulsión que le provocaban esos recuerdos. Odiaba tener esas pesadillas. Odiaba despertar en medio de la noche con aquellos recuerdos de los que era incapaz de deshacerse.
Haló de la palanca con las pocas fuerzas que le quedaban, e intentó arrastrarse hasta la bañera, con la esperanza de que una ducha lo ayudara a sentirse menos obsceno.
Cerró los ojos para protegerlos del destello repentino que provocó el que alguien encendiera la luz, se colocara a su lado y situara su cabeza contra una superficie blanda y palpitante. Al principio, se asustó tanto que intentó apartarse, pero ese grato roce entre sus cabellos, el aroma de aquella piel y ese latido tan armónico y suave contra su oído... no tenía dudas, era ella.
—¿Te sientes mejor?
—Sí. Lamento haberte despertado, Halina.
—No te preocupes. La cama de tu habitación de huéspedes es tan cómoda que tal vez hasta cambie la buhardilla por ella un día de estos. —Ella soltó una leve risita, pero Elliot deseó con cada gramo de su ser que sus palabras fueran verdad.
Su condición no le permitía compartir el lecho con ella todavía, pero sentirla a un par de pasos de distancia le daba mucha tranquilidad.
—Halina.
—¿Sí, Elliot?
—Me alegra haberte conocido.
—A mí también —susurró ella mientras depositaba un beso en su frente. Deseaba que la vida le diera las fuerzas para estar así para él siempre que lo necesitara.
Faint (Linkin Park)
Soy
un poco solitario,
un poco desconsiderado,
un puñado de quejas,
pero no puedo evitar el hecho
de que todos pueden ver estas cicatrices. Soy,
lo que yo quiero que tú quieras,
lo que yo quiero que tú sientas,
pero es como si
no importase lo que hago,
no puedo convencerte
de que simplemente te creas que esto es real. Así que lo dejo pasar,
mirándote,
me das la espalda, como siempre haces,
apartas la mirada y finges que no estoy,
pero estaré aquí,
porque tú eres todo lo que tengo. No puedo sentir
como lo hacía antes. No me des la espalda,
no seré ignorado,
el tiempo no curará
este daño por más tiempo,
no me des la espalda,
no seré ignorado. Soy
un poco inseguro,
un poco sin confianza,
porque tú no entiendes
que hago lo que puedo,
pero algunas veces, hago cosas sin sentido [...]
«Por supuesto que hace lo que puede, él... se ha estado esforzando por abrirme el corazón, y yo solo... solo...».
—Halina... Halina... ¿Estás bien? ¿Te duele algo? Contéstame por favor.
Abrió los ojos con parsimonia al sentir como alguien tocaba su mejilla. Elliot parecía aliviado de verla despierta.
—Menos mal. Al fin cedió la fiebre —corroboró tras retirar el termómetro de debajo de su brazo.
—¿Tenía fiebre?
—Sí. Muy alta. Hasta hice que Noah viniera a revisarte. Parece que solo te resfriaste de nuevo, pero como no despertabas y comenzaste a llorar dormida...
—Lamento haberte asustado. —Elliot la ayudó a incorporarse—. Solo dame unos minutos y harè el desayuno. Debes tener mucha hambre.
—No es necesario. Ya está listo. Solo vine a verificar si despertaste.
—Ya veo. Elena acaba de regresar y ya le estoy causando problemas.
—Elena no ha regresado. Yo hice el desayuno.
Halina lo miró con un atisbo de sorpresa. Él se puso de pie y caminó hasta la cocina, volviendo con una bandeja con trempettes con trozos de fresa y sirope de arce. También trajo huevos, tocino y un vaso de jugo de naranja. No lucía como algo que hubiera hecho un principiante a la carrera.
—Pensé que no sabías cocinar.
—Si lo dices porque se me quemó algo en la estufa, ¿a quién no le ocurren accidentes alguna vez? —Elliot se encogió de hombros. Su faz adoptó un tono oscuro al reflexionar en todo el cuidado que tuvo que tener para preparar, sin que hubiera peligro para ella—. Nunca me he ofrecido a cocinar porque me preocupa cortarme y que ustedes...
—Está delicioso. Gracias por tomarte la molestia. —Halina le interrumpió. Sin contemplaciones, llevó un trozo de fresa hasta su boca, pero no pasó mucho tiempo antes de que estallara en llanto y tuviera que parar de comer.
Por más que se ordenaba ser fuerte, las lágrimas salían sin parar. Elliot tuvo que quitarle la bandeja de las piernas y abrazarla con fuerza, debido a la violencia con la que sollozaba. Estaba desconcertada y muy triste. Con razón Eliot no quería hablar de eso. No debía ser fácil para nadie hablar de algo así.
—Lo siento. No sé por qué... yo solo...
—Descuida, no te sientas mal. Supongo que ya lo descubriste. Ya sabes, que no soy... bueno... como otros hombres. Pensaba decírtelo en cualquier momento. Es solo que no me es fácil tener esta conversación. —Elliot suspiró y se quedó en silencio por unos segundos, como si intentara escoger las palabras correctas para confesárselo. Halina permaneció con la cabeza oculta en su pecho para que ya no la viera llorar.
Llevada por la desesperación de no saber qué pasaba por su mente, terminó rebuscando en los contactos del teléfono de Elliot hasta que encontró el número de sus padres. Su madre, sin dejar de llorar, le contó que, cuando todo salió a la luz, Elliot ya llevaba dos años sufriendo los abusos, maltratos y manipulación emocional de un joven varios años mayor que era su vecino y parecía un buen amigo de él. Esa persona intentó convencerlo de que la razón por la que lo sometía a esas prácticas era porque había hallado algo homosexual en él, y, como era natural, Elliot comenzó a sentir dudas de sí mismo tras lo ocurrido. Por eso se sintió tan incómodo después de besarla. O eso fue lo que esa conversación le hizo pensar.
—Para las personas como tú, qué sienten ese tipo de necesidades, puede ser difícil entender como alguien puede ser asexual, pero en serio quiero que estemos juntos, aunque... no de esa manera, al menos no por ahora.
—¿Asexual?
—Me refiero a que... bueno... no me llama la atención el que tengamos... ya sabes... sexo. Es lo que querías el día que se averió la calefacción, ¿no es cierto?
Para ese punto, Halina no solo estaba confundida, sino muy avergonzada. De repente entendía por qué la besó en el hospital, pero huía de ella si estaban a solas.
—Te sonrojaste, Hal.
—¡No me sonrojé! —replicó con las mejillas de un tono aún más intenso de bermellón. Elliot frotó su nariz contra la suya y luego la abrazó. Hacía eso cuando estaba conmovido por sus reacciones.
—No tiene nada de malo que tengas ese tipo de anhelos, Halina. De hecho, el doctor Johnson decía que es lo más natural cuando quieres a alguien —prosiguió Elliot, riendo por lo bajo. Se veía tan tierna al rehuir de su mirada con las mejillas encendidas, que no pudo evitar abrazarla de nuevo. Tuvo que soltarla porque le cortaba el aire.
—¿El doctor Johnson?
—Ah, sí. Creo que nunca te he hablado de eso. El esposo de Elena era mi psicólogo —explicó mientras la soltaba. Se quedó sentado en el borde de la cama a unos pocos centímetros de ella—. Era un hombre muy dedicado a su trabajo. No solo me trataba en su consultorio, solía invitarme a comer con su familia e incluso pasé un verano con ellos. Cualquier otro psicólogo se hubiera rendido conmigo debido a mi actitud, ya que yo era algo... rebelde en ese entonces, pero él fue muy paciente conmigo.
Los ojos se le llenaron de lágrimas al recordar aquel proceso de sanación, y lo mucho que lo ayudó tener a su lado alguien que le tuviera tanta paciencia.
—Perdóname, estoy divagando. He sido de lágrima fácil desde que recuerdo.
—Descuida, no me molesta que llores, mucho menos que me cuentes al respecto. El esposo de Elena parecía ser una buena persona.
—Lo era, me hice psicólogo porque quería brindar a otros el mismo alivio que recibí de él. No te imaginas lo mucho que me ayudó a poner en orden mi vida. —Elliot esbozó una sonrisa que exhibía la misma ternura que afloraba en sus labios cada que hablaba de los niños, aunque luego volvieron a mostrar una profunda decepción—. Él decía que mi ritmo para estas cosas es un poco más lento que el usual, porque tengo muchas cosas de las que preocuparme. Ni siquiera yo sé cuánto tiempo me tomará adaptarme a la idea de... Sé que no será lo mismo cuando esté contigo, pero aun así... Sin mencionar que no sé si quiero arriesgarte a qué...
Elliot tomó una pausa, se peinó el cabello con los dedos y luego volvió a suspirar. Le costaba conversar con ella sobre sus dudas al respecto, pero estaba haciendo un gran esfuerzo porque no hubiera malinterpretaciones.
—Quiero que lo pienses con detenimiento. Yo también necesito un tiempo para adaptarme a la idea. Entenderé si estás decepcionada y quieres terminar conmigo. No estás obligada a esperar indefinidamente por mi culpa.
—Ya te lo he dicho muchas veces: no digas eso ni de broma. Esas cosas no son tan importantes —replicó tomando su rostro. Sus ojos habían vuelto a cristalizarse, pero esta vez de puro alivio. Del alivio que le producía haberse equivocado en sus conclusiones—. Solo quiero que me tengas confianza y llegues a sentirte cómodo conmigo. No me molesta ir despacio, ni me asusta tu enfermedad; pero si te sientes más cómodo con la idea de que nuestra relación sea diferente, también puedo adaptarme a eso. Solo... tómate el tiempo que necesites, y avísame cuando estés listo, si es que llegas a estarlo.
—De acuerdo. Serás la primera en enterarte.
Elliot se acercó raudo a sus labios. El desconcierto de Halina al sentirlo unirlos con los suyos fue descomunal.
—Pero pensé que no...
—Yo no dije nada de besarte. Eso me gusta mucho. De hecho... —Tomó el brazo de ella para colocárselo detrás del cuello y volvió a besarla, pero esta vez con aún más devoción, sosteniéndola de la cintura. Se separó de ella y colocó su frente contra la suya, suspirando.
—Pero desde hace días...
—Solo supuse que obligarme a no besarte hasta hablarte de esto me motivaría a sincerarme. Parece que funcionó. Me moría por besarte, Halina.
Elliot tomó su rostro y siguió besándola hasta que cayeron presas del mismo frenesí de aquella noche frente a la chimenea. No intentaron acariciarse más allá de eso. Solo se besaron y permanecieron tumbados en la cama uno junto al otro, sin ninguna otra intención más que disfrutar de la paz que les producía estar cerca. Querían dejar que el tiempo los ayudara a sanar poco a poco. Sin presiones.
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