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Capítulo 26: En pedazos

Elevó la mirada hacia el manto gris que era el cielo en ese instante. Los copos de nieve aterrizaban en su rostro, condensándose ante el contacto con su piel.

Cuando empezó a hacerse de día, si es que se podía hablar de ello en aquella época del año, Elliot salió del sótano donde vivía, con dirección al hospital; pero en vez de tomar la ruta habitual al consultorio de Noah, se dirigió al Rotary Frienship Park. Se quedó sentado en aquella banca mirando las copas desnudas de los árboles. Las ramas ennegrecidas cubiertas de nieve daban al invierno un aspecto eterno.

Sabía que la hora de su consulta había pasado hacía tiempo, pero no quería recibir más malas noticias. No lo resistiría. Estaba en ese punto de inflexión en el que solo quería... solo deseaba...

Cerró los ojos con fuerza e intentó despedir ese pensamiento. Golpeaba su frente con el puño cerrado como si así pudiese obligarse a pensar en otra cosa. Cómo última medida, sacó de su bolsillo la caja de cigarrillos que adquirió en una tienda de conveniencia.

Con solo tomar uno y recordar la sensación que dejaba en su cuerpo cada calada, se sintió tentado a llevarlo a su boca tras encenderlo. Consiguió contenerse: solo lo colocó entre sus dedos y se dejó envolver por el humo azulado, que inspiró e hizo el ademán de expulsar, con un realismo tal que casi sintió el humo deslizarse entre sus labios agrietados.

Sí, cada día caía más bajo. Sabía que si seguía rozando el peligro terminaría recayendo, pero, ¿qué más podía hacer si nada conseguía quitarle la idea de arrancarse la piel a retazos y borrarse del mapa?

Continuó allí en su pantomima terapéutica, hasta que sintió sus dedos chamuscarse cuando el cigarrillo se consumió hasta el filtro. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que Madison lo miraba con los luceros desorbitados. Agarraba con fuerza el enorme abrigo que la cubría hasta las rodillas.

—Esto...

—¿Puedo sentarme a su lado? —Elliot sentía tanta vergüenza de sí mismo que solo pudo asentir ante su pregunta.

Madison permaneció en silencio. La manera en la que se sentó en la banca, con la cabeza sobre sus rodillas, le pareció antinatural. Ella era recatada, correcta, sigilosa: nunca se había dirigido a él sin saludarlo cortésmente antes, y si estaban juntos por varios minutos, parecía sentirse en la obligación de plantearle algún tipo de conversación, tal y como Halina. Ese día no le dijo nada. Ni siquiera intentó elevar el rostro en su dirección. Estaba tan silenciosa, temblaba tan copiosamente...

—¿Estás bien, Maddy?

La niña comenzó a llorar. Lloraba con tanto dolor que Elliot se puso de pie de un salto.

—¿Maddy...?

—Mamá me pegó hoy. Es la primera vez que me pega. Sé que he sacado malas notas, pero...

—¿Malas notas tú? ¿Por qué has sacado malas notas?

Madison no contestó a su pregunta, pero sollozaba en silencio mientras abrazaba sus piernas. Elliot no supo qué más preguntar: tenía la sensación familiar de que no debía forzar las cosas.

—Yo... le grité cuando me reclamó —continuó la niña sin dejar de llorar—. Le dije que a ella solo le importa el dinero y mis notas, y se enojó. Yo... Si tan solo me escuchara... No sabe... Yo solo...

—Tranquila. Te prometo que hablaré con ella. —Elliot acarició la cabeza de Madison con la mano, pero eso solo hizo que llorara más. Sollozaba con tanta fuerza que le dieron hipidos—. ¡Por Dios, Madison! ¿Por qué lloras así? ¿Te pegó muy fuerte? ¿Te duele algo? Si quieres te llevo a tu casa y hablo con ella ahora mismo.

—¡No! ¡No debe acompañarme a mi casa! De hecho... —Se puso de pie de un salto y miró a todos lados. Estaba pálida. Casi parecía que tuviera el rostro cubierto de escarcha—. Tengo que irme. Si lo ve conmigo pensará que le dije.

—¿Decirme qué? ¿Crees que tu madre se enojará porque me dijiste que te pegó?

—¡Elliot, aquí estás! ¿Por qué no contestas el teléfono?

El aludido desvió la vista al escuchar la voz de Noah, y Madison aprovechó para salir corriendo fuera de su alcance. Elliot intentó alcanzarla, pero un vértigo obligó a Noah a sujetarlo para que no cayera al suelo.

El hombre entrado a los cuarenta, de bata blanca y cabello negro, dejó salir un suspiro al ver la colilla sobre la nieve y sentir el hedor a humo que desprendía su ropa. Elliot no dijo nada para defenderse; Madison no era la única que estaba en problemas.

Elliot ocultó la mirada al observar como Noah se retiraba los lentes luego de leer los resultados del laboratorio. El que tardara tanto para mirarlo a los ojos tras una consulta, nunca era una buena señal.

—Sabes lo que voy a decirte, ¿verdad?

—Lo lamento. Me he descuidado últimamente.

Noah suspiró profundo y se colocó en la silla junto a él.

—No soy el psicólogo aquí, pero confío en que tenemos suficiente tiempo conociéndonos para que me veas como un amigo, así que preguntaré: has vuelto a tener pesadillas, ¿verdad?

—Cada noche. Incluso he estado delirando. —La voz de Elliot se partió, pero el resto de su cuerpo permaneció quieto: no se permitió derramar una sola lágrima. Noah también se quedó estático en su sitio. Sabía que cuando Elliot estaba así, lo alteraba cualquier contacto físico repentino.

—No tenías pesadillas tan frecuentes desde que te mudaste con tus padres a Pensilvania luego de graduarte, así que supongo que tuviste contacto con algo que estimuló tus recuerdos.

Elliot asintió y luego dijo:

—Hannah vino a visitarme. Se va a casar en unos meses.

—Ya veo.

Noah seguía relacionando la información que el cabizbajo hombre a su lado le dispensaba de manera gradual. Hannah era la única en la familia de Elliot que no sabía de sus traumas, así que era probable que le hubiera mencionado algo que desbloqueó los recuerdos escondidos en su memoria.

—Se me hace difícil pensar qué Hannah vaya a casarse. Era solo una niña la última vez que la vi. Se veía muy bonita con sus faldas de tul y la decena de horquillas de colores que usaba en el cabello.

—Yo también me sorprendí cuando la vi. Ahora utiliza el cabello largo y viste de forma menos llamativa; aunque sigue siendo tan alegre como siempre. Casi me provoca un infarto cuando saltó hacia mí en cuanto abrí la puerta. Se ha convertido en una mujer muy hermosa y yo... —Elliot llevó las manos a su cabeza y comenzó a sollozar con tanto desconsuelo que Noah terminó por abrazarlo, arriesgándose a su rechazo—. ¿Hasta cuándo voy a sentirme de esta manera, Noah? Creí que ya era tan fuerte como para que no me afectara.

—Estás aquí, vivo y con un propósito. Yo no sé si sería igual de fuerte en tu situación. ¿Sabes qué pienso? Que has tenido una crisis tan intensa porque ahora tienes mucho más que perder. Porque te aterra tener que contárselo a Halina y que eso cambie lo que tienen.

—Como si hubiera algo que cambiar. —Elliot soltó una risa amarga—. Hicimos un viaje de casi veinte horas de ida y vuelta a Quebec, y apenas nos dirigimos la palabra. Y si bien lloró muchísimo luego de hablar con su padre, yo ni siquiera fui capaz de abrazarla para consolarla. Hemos vuelto a la situación del principio. Ni siquiera soy capaz de tocarla sin recordar... y lo peor es que no sé cómo remediarlo.

—¿No sabes cómo hacerlo o temes intentarlo? –Noah soltó un suspiro ante el silencio de Elliot. No solo era Halina. La idea de hablar con cualquier persona de lo ocurrido le resultaba inviable—. Nadie puede decirte cómo vivir tu proceso, pero créeme que no hablar las cosas nunca es la solución. Mírame a mí, tantos años con Olivia y ahora nosotros...

—¿Pasa algo malo con Olivia?

La forma en la que Elliot lo miraba hizo sentir un cosquilleo a Noah. Seguro su hijo pondría la misma expresión... si solo hubieran tenido alguno.

—No me hagas caso, solo fue una pequeña discusión. Nada que no pueda remediarse hablando. —Noah se puso de pie y regresó a su escritorio, ocultando en el bolsillo de su bata la mano izquierda despojada del anillo de matrimonio—. Espero que puedas remediar las cosas con Halina. Ustedes dos se ven muy bien juntos.

—Ojalá vernos bien fuera suficiente, Noah.

«Ojalá lo fuera, Elliot», pensó el médico para sus adentros.

Si hablaban de apariencias, hacía unos meses creìa que las cosas en su matrimonio funcionaban de maravilla, pero a esas alturas, con el anillo que Olivia le devolvió el día en que le pidió el divorcio, en uno de los cajones de su escritorio, ya no estaba tan seguro de eso.

Había vacíos emocionales que ni siquiera el amor podía llenar.

—¡Doctor Stewart!

Elliot elevó la cabeza de golpe al escuchar una voz infantil gritarle al oído. Limpió con su antebrazo el hilillo de saliva que sentía escurriéndosele en el costado de su barbilla, y miró al niño que tenía sus pequeños ojos marrones clavados en él.

—Matteo... perdóname. Parece que me quedé dormido.

—Por dos horas. Ya terminé lo que me pidió, lo coloqué en su escritorio, fui a la clase y ahora me voy a casa —dijo el niño con los brazos entrecruzados. Le gritó al oído porque ya estaba harto de moverlo y llamarlo sin resultado alguno.

—Lo lamento, no descansé muy bien anoche. ¿Te parece si seguimos con la consulta mañana temprano? Seguro tus padres se preocuparán si no regresas pronto.

El niño asintió y caminó hasta la puerta, pero luego volvió corriendo. Le enfrentó la mirada con el ceño fruncido.

—Usted está enfermo, ¿verdad? ¿Se va a morir como el señor Lee?

Elliot recordó que Matteo vivía en la casa junto a la de Lottie. Caminó en su dirección y se puso de cuclillas frente a él, sentía conmovido porque un niño con un carácter como el suyo, hubiera cedido al llanto ante la idea de perderlo en la muerte.

—Es cierto que estoy un poco enfermo de aquí y de aquí —explicó señalando su cabeza y su pecho para indicarle que su padecimiento no era físico, sino emocional—, pero no me voy a morir en muchos años. ¿Me perdonas por haberte preocupado?

—Sí. Pero que no se repita. —Matteo secó sus lágrimas con aspereza, acomodando una de las asas de su mochila en su hombro derecho—. Los otros niños creeran que soy un marica si me ven llorar de nuevo.

Elliot se quedó con la vista fija en el niño hasta que este se perdió tras la puerta. Sintió tanto asco de sí mismo que casi no pudo reprimir el impulso de vomitar.

En una sociedad en la que se esperaba que un "hombre de verdad" fuera inmutable y se pudiera proteger en cualquier situación, ¿cómo podría decir un adulto que se encontraba en una lucha interna, si ser hombre significaba mostrarse fuerte, poder controlar sus emociones, ser autosuficiente y no ser una víctima?

—Elliot, ¿tienes un momento? —Halina tocó la puerta con sus nudillos, a pesar de estar abierta, y él se puso de pie de golpe. Era el peor momento posible para encontrarse con ella.

—Perdona el desastre que hay aquí, parece que estuve durmiendo toda la tarde.

—Lo sé, vine a verte más temprano. Eso que tenías de almohada es mi abrigo. —Elliot llevó su mirada al objeto rosa envuelto en el lugar donde antes descansaba su cabeza.

—Perdona, creo que lo ensucié. Déjame un momento e intento limpiarlo.

—Descuida. —Halina caminó hacia el escritorio y se colocó el abrigo sin darle importancia a la pequeña mancha de saliva en una de las solapas. Tenía el rostro ensombrecido. Parecía tensa.

—Quería hablarte sobre Madison, Elliot. Hay algo que me preocupa.

—Ella ya me lo contó. Su madre ha vuelto a presionarla con las notas; hasta le pegó el otro día.

Elliot anotó en su memoria visitarlas ese fin de semana. Le hubiera gustado hablar con la madre de Madison el día anterior, pero no sé sentía en condiciones de fungir como mediador entre ellas en su estado emocional.

—Es verdad que Madison se ha relajado demasiado. Sus notas... nunca había tenido notas tan bajas, pero eso no es todo. —Halina respiró profundo, y Elliot retiró su mirada del dibujo de Matteo para dirigirla hacia ella—. Ayer se quedó dormida en clase y tuvo un accidente. Pensé que se trataba de una pequeña regresión, así que le expliqué que algunos niños mojaban la cama incluso siendo más grandes que ella, pero siguió llorando muchísimo. Y cuando la ayudé a cambiarse, parecía tener miedo de que la tocara. Yo no soy psicóloga, Elliot, pero eso no me pareció normal.

«Si lo ve conmigo, creerá que le dije». ¡¿Cómo demonios no entendió ese mensaje?!

—¡¿Por qué no me lo dijiste antes, Halina?! —replicó alterado. Se puso tan nervioso que no podía controlar el timbre de su voz.

—Fui a tu departamento anoche para contártelo, pero estabas dormido. No fui capaz de despertarte. —Elliot se echó el cabello hacia atrás con los dedos, y se maldijo por comenzar a usar somníferos tan fuertes esa semana.

—¿Dónde está Madison?

—Le pedí que me esperara en el pasillo hasta que hablara contigo. Estaba muy asustada. Parece que no quiere ir a casa.

Elliot salió corriendo de la oficina sin decir una sola palabra más. Madison ya no estaba allí. Alguien la llevaba de la mano hasta el auto que la señora Ross contrató para transportarla hasta su casa, ahora que salía más tarde de su trabajo. Recordó que Halina estuvo a punto de preguntarle si sabía algo al respecto el día en que la tomó de la mano la primera vez, y se sintió aún peor. Jamás conseguiría perdonarse por pasar por alto una señal tan evidente.

El auto emprendió la marcha antes de que llegara hasta él. Elliot miró a todos lados, y tras localizar a Olivia abandonando la primaria, le suplicó que siguiera al auto cuanto antes. Ella consiguió entender lo que ocurría con solo leer la angustia bosquejada en su rostro. Halina jamás había visto a Olivia conducir tan rápido ni de una manera tan temeraria, pero algo en el rostro de ambos le decía, que ninguna multa sería suficiente para pagar el precio de no llegar a tiempo con Madison.

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